sábado, 12 de julio de 2014

Contar los latidos antes de huir

Entrar en maldita caída libre
porque una luna enorme no te deja dormir llenándote de luz la ventana,
apoyar la espalda en la almohada,
encender un cigarrillo dentro de una habitación casi espectral.

El sueño está afuera,
y no dentro de esta mente incapaz de fundirse en negro esta noche.
Está afuera,
junto a todas esas farolas apagadas de la calle,
junto a todas esas personas
que beben,
follan,
duermen,
a la misma hora en que no puedo cerrar los ojos
sin escribir tu nombre en la oscuridad.

Debería respirar,
contar los latidos,
como todos esos gurús de la relajación
que en su puta vida han querido a alguien fuera de sí mismos,
que se desprenden de la realidad y del hambre,
hacia el infinito.
Que no conocen el camino
que lleva hasta el color de tu pelo entre los dedos.

Que les jodan,
no necesito guías,
podría tomar el próximo desvío,
dejar de apartar los otros cuerpos de mi cama,
hundirme
en ellos
sin recordar que no son tú,
en un ajuste de cuentas hacia esta ausencia repetida.
Descolgar el teléfono que insiste en polvos baratos,
en sexo
de catálogo en blanco y negro,
en física
sin química ni caricias.

Olvidarme de la convalecencia.

Dejar de parir con dolor.




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