miércoles, 2 de julio de 2014

Y al otro lado el mundo

Sentado en un camino cualquiera esperando la lluvia. El mismo tipo de siempre, armado con nada, cargado con un baúl cerrado con llave en el que parece que no cabe un instante más. Y al otro lado el mundo, con su rotación y su traslación, achatado por los polos. Y el tipo rozando lo paranoico, intentando construir una habitación del pánico bajo las costillas, afanado en cerrar las vías de agua por aquello de mantenerse a flote, temeroso como el león de aquel cuento, el que había olvidado el número de la visa para retirar un par de billetes de valor en efectivo, y perseguía baldosas amarillas.  

Y espera con las piernas cruzadas sobre el suelo, como si fuese necesaria una tormenta encima para borrar el paso del tiempo y mil imágenes fijadas en polaroid. Los que pasan caminando lo miran desconfiados, ellos son los otros, los fantasmas que pueblan las oficinas. Y él sigue leyendo poesía de entrepierna, y fábulas infantiles para que la imaginación no se le muera de hambre, y algunas de esas novelas sesudas en las que todo es pesimismo y hostias de realidad, y disimula, y hace como si las necesitara. 

Puede tratar las heridas con vendas empapadas de cerveza, o pariendo textos con dolor, gestados en nueve minutos, como un obseso del exhibicionismo, o remando en una canoa en mar abierto sin saber nadar, incluso de alguna que otra manera prohibida, como la sinceridad o como tu boca.

Y ya que el futuro no existe todavía, empieza a parecer borracho de impaciencia, contando los segundos entre el rayo y el trueno, calculando la distancia, murmurando el tiempo… anotando con una rama minúscula en el barro todos los metros que le quedan por esperar(te).


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