si abrieras una grieta muy fina en medio de mi pecho
usando un bisturí al rojo para evitar la sangre,
si te dejara entornar la puerta y mirar dentro,
si descubrieras mi viaje de ida al infierno, de días sin ver
y noches durmiendo en el sillón por temor al silencio,
si te dijera que me compré el billete de vuelta y llegué a casa desnudo
porque no podía pagar el exceso de equipaje.
Que lo de escribir es un invento de textos impostados
que disfrazan al tipo que los firma convirtiéndolo en algo que no es.
Que lo que hay dentro no es lo mismo, que es más feo,
que es una batalla a jornada completa entre pedazos de mí,
un tipo que pelea contra sí mismo para evitar el colapso,
acojonado,
acobardado,
sin saber quién es,
pisando cada día sobre las calles sus propios cadáveres.
Si mirases bien en las esquinas,
si te atrevieses a quitar los pulmones de en medio, y el corazón, los riñones,
si borraras de un plumazo la sangre y los fluidos, si no te asustara,
podrías quizá embarcarte conmigo en el viaje de esta puta vida.
Quizá si tuviese el valor de afrontarte a golpes la ventana,
si supiera el modo de contarte que lo que quiero es vivir en tu cuerpo
y alimentarme de ti, y nacer de nuevo y darme de comer a tu boca,
y tumbarte desnuda sobre la cama y hacerte el amor y la guerra.
Quizá si fuera capaz de decírtelo sin el maldito almíbar de las paredes,
si consiguiese de algún modo desvestir el sentimiento
y enseñártelo crucificado por las muñecas, doliéndole,
gritando agonizante,
sucio de realidad y asqueado de esperarte.
Si pudiera mostrarlo como carne cruda expuesta en un mercado de Madrid,
aceptarías el pasaje de al lado de mis cicatrices,
que no se mueren por ti, pero sí porque de vez en cuando las acaricies.
Si pudiera jurarte amor eterno con dolor sudando a tu lado en la cama
sin miedo a que te parezca demasiado,
si no fueses una quemadura más sobre la piel quemada,
si me extrañases a veces y me buscaras...
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