Necesito escapar de todas estas noches
en las que no dejo de preguntarme qué hago aquí,
y no allí,
a no sé cuántos kilómetros de indiferencia
que has extendido como una alfombra roja cosida de silencios.
Necesito escapar de todas estas noches
en las que me siento amputado de otro cuerpo
que es el tuyo.
No hago más que abrirme una cerveza,
encender un cigarrillo,
mirar a las esquinas del techo,
alternándolas,
como tú hacías con besos y calambres.
Me has convertido en adicto al masoquismo donde más duele...
fuera de la cama.
En lugar de conducir y plantarme ante tu pared
para sujetarte las muñecas,
tiemblo escondido en el hueco que me dejas en este sillón,
preguntándome dónde coño estás,
si te seguirá dando miedo dormir con la puerta abierta
o la tienes de par en par para cualquiera.
Eso es lo que somos,
el tipo que se queda asustado en la trinchera
cuando lo que necesita es hacer la guerra contigo.
No hay héroes cuando en lugar del cuerpo te juegas el alma,
cuando lo que quiero es arroparme en tus costillas
y no en esta soledad que llega temprano sin ser invitada.
Necesito escapar de todas estas noches
en que me hablas desde dentro
en un idioma que antes comprendía,
y que ahora me suena a dardo envenenado en el cuello,
a piel enrojecida,
a cirugía de carnicero arrancando vísceras de recuerdo.
Cuando consigo estar borracho subo a tumbos la escalera,
y me sale tu nombre contra la almohada
metido en la cáscara triste en la que lo incubo hasta la mañana.
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