Miedo a las calles repletas,
a que se me note el color de tus ojos
en el medio de la frente,
como un faro caminando por Madrid
con la forma de un iris
de pan caliente.
Miedo a las alturas,
a encallar bajo tu falda,
a que me descubras
varado en el centro de tu vientre.
A callar...
a que no me escuches cuando te llamo
desde la acera izquierda
de este telegrama tan urgente.
Miedo a no ser capaz de encontrarte,
a no ser suficiente,
a que me tengas miedo si me desnudo
y te marches de nuevo,
sin entenderme.
Miedo a quererte,
si...
a quererte.
Y a que nada exista,
sólo yo,
a no saber recuperarte desde esa nada.
O a que todo sea real,
como el agua de la ducha cada mañana
que recorre las esquinas de mi cuerpo
que tienes reservadas
como una suite de carne abierta.
Miedo a que pienses
que me basta con amarte sin poseerte,
que me conformo con tu foto desnuda
que se desviste en mi mente,
a que creas
que no necesito hacértelo como un animal...
a que te suene insolente.
Miedo a tus dientes si no me muerden,
a lo que llega después de tu no recurrente.
Miedo a que olvides que el miedo
es cosa mía y no tuya.
A que sigas negando lo evidente.
A que seas más cobarde que yo
y no quieras reconocerte
de entre toda esta gente que lee
sin saber quién eres.
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