miércoles, 9 de abril de 2014

No sé disimular

Existen fantasmas escondidos detrás del fracaso
que me rodean como niebla dentro de una pesadilla.
Existen las arcadas de desamor propio
que me rompen el pecho a convulsiones
y provocan el vómito del qué me falta para serte suficiente.

Existe el dolor en la médula ósea de mi cobardía,
en la rima malsonante que busco entre palabras
para detener la infección que me provocas,
y bajar la fiebre de sueños abandonados esta noche.

Se me quedan huérfanos esos poemas secretos,
pidiendo pan y comiendo indiferencia.
Se me queda desnuda esa mente que quería follarte
rodeada de tu piel y de tus huesos.

Y existe este espasmo de soledad en el lado izquierdo
del colchón que no se guarda tu forma,
y también la sal en las heridas y no en tu cuello.
Existes tú completa como si no existieras
en el centro del laberinto en que los hilos se usan
para cortarme la cabeza.

Se queda mi yo sin tu yo
como partes completas de la nada,
como gusanos que se alimentan de carne diferente.
Se queda muerto el nosotros
amortajado bajo una tela de miradas escondidas para no hacer más daño.

Y yo me como cada una de las partes de tu cuerpo sobre tu boca,
me bebo el deseo de ti a sorbos envenenados de ti
para empezar un diario indecente que escribiré cada noche.

Me acordaré de ti en la próxima entrepierna,
en la siguiente batalla que no me hará más sangre,
lo juro,
que los pedazos del zapato de cristal que te quitaste en verano
para correr descalza sobre el césped.

Y sólo por hoy existen un puñado de lágrimas y mañana
un corazón un poco más de piedra sentado en el andén sin tu maleta,
sin París, sin el Hudson, sin Alborán ni playas,
sin el polvo que le debía a tu alma cuando estuviera desierta.







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