martes, 29 de abril de 2014 0 comentarios

bodegón de madrugada

un incendio,
un dolor de cabeza interminable,
la vida vendiéndose en cualquier esquina,
el doble por detrás,
coches aparcados frente al bernabéu
haciéndoselo por cuatro duros.

una noche con love of lesbian
dejando en bragas tu recuerdo,
la tele sin sonido,
la gata dormida,
tus fotos borradas y tú dónde.

magos en las estanterías
que mueven la cabeza asintiendo,
la puta luna escondida
llevándose contigo el puñetero abril,
paco el lobo mirándome colgado en la pared
mientras se fuma mi pasado.


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XXII

pudimos escapar del desamparo si hubieses aceptado
los posos del café,
si te hubieses parado a leer las líneas de tus manos.

pudimos arroparnos con sábanas de sexo tostado
contra este verano habitado por tormentas de soledad.

pudimos escondernos de todos,
haber aplastado la rutina descalzos,
firmar un contrato de confidencialidad.

pudimos.

lunes, 28 de abril de 2014 0 comentarios

Muerto de hambre sin dedicatoria.

Estoy cansado de buscar palabras.

Hoy es el día 264 desde que apareciste
y tengo el estómago vacío.
Sí,
los he contado,
como un idiota he cogido una calculadora y un calendario,
esta noche,
hace un rato.
Si quieres saber la razón...
no tengo ni puta idea.
O quizá sí...
quizá sea porque me canso de buscar palabras con el estómago vacío
y tenía ganas de saber cuánto tiempo llevo haciéndolo.

Tengo hambre de ti, ¿sabes?
Te echo de menos.
Cuando me despierto por la mañana
me pregunto si habrás leído algo de lo que ato aquí con mechones de tu pelo.
Quiero derribar el muro que has levantado
a golpes con un ariete de letras que ni siquiera sé construir,
ninguna es suficiente,
es como no saber abrir la compuerta de una presa...

Olvida lo del muro y los mechones de tu pelo,
¿lo ves?,
no me salen las metáforas.

Y mientras tanto me muero por ponerte colorada.
Cuando pienso en ti me salen piernas,
ojos, culos, coños,
pedazos de ti que no te suman...
una vez lo entendiste,
como lo de las lunas y el laberinto de Chartres.

Te lo diré claramente...
¿qué coño tengo que hacer para que vengas conmigo?
Quizá si fuera el puto Christian Bale lo tendría más fácil,
si supiera al menos que piensas en mí de vez en cuando
conseguiría tu dirección
para plantarme bajo tu ventana,
me bajaría de este pedestal de dignidad
que me sujeta los dedos para no marcar tu número.

Dame una maldita señal,
dime que quieres que te prometa amor eterno,
que quieres que finja que son sólo un par de polvos,
dime lo que sea que te convenza.
Yo te contestaré a todo que sí porque no sé lo que es esto...
no es más que hambre de ti,
entera,
con pestañas, miedos, pasado, tetas, lágrimas,
piel con cicatriz y sin coraza,
es follar contigo hasta cuando no follamos.

Eres tú,
punto.

Y sería la hostia que vinieras conmigo.

Ya son las dos de la mañana...
cómo me cuesta dormir con el estómago vacío.





sábado, 26 de abril de 2014 0 comentarios

Perdón por la tristeza

Es esta especie de melancolía absurda la que me persigue cuando te veo dormida. Aquella que te confesé mientras tomábamos una cerveza con todos los demás sin mirarles, dentro de esa burbuja de indiferencia al resto que nos envuelve cuando te acercas. Te descubrí que todo lo que me parece hermoso me provoca tristeza. No lo comprendiste, pero tus ojos de incredulidad hacia este tipo raro me parecieron un pozo en el que quería morirme de frío.

Y ahora estás aquí, tumbada en mi cama, desnuda, y en lugar de recorrerte, de dibujarme un mapa de tu cuerpo con la yema de los dedos, en lugar de apoyar mi cabeza en tu cintura y nada más... me quedo mirándote con un cigarro entre los dedos contando las veces que tiembla tu pecho, el número de latidos que se te dibujan en el cuello, y que he descubierto apartando un mechón de pelo rubio sin que apenas lo notaras.

Si he de naufragar en esta travesía de ciudades inventadas, me quedo con la playa en la que te ensucias de arena. Prefiero diseñar los castillos que construyes a pie de mar, sin moldes ni herramientas, a perseguir estúpidas princesas encantadas.

Trato de imaginar qué huellas dejas mientras duermes, me inclino hacia ti cuando susurras por si sueñas mi nombre. Paso el tiempo anudando un hilo a tu tobillo, y lo ato a la resurrección de esta vida estancada, convertida en pasajero de un tren que viaja hacia lo que ni a ti ni a mí nos apetece preguntarnos.

Siento vértigo cuando el sol entra por la ventana y sigo aquí sentado. Casi no puedo respirar cuando pienso que vas a abrir los ojos y no voy a poder explicarte por qué... por qué esta cara de convaleciente de la soledad, por qué estas ganas de llorar se me mezclan con las de follarte. Así que cuando lo haces, me tumbo a tu lado y te tapo la boca mirándote a los ojos... porque no quiero que me preguntes, porque no sé cómo contar que disfruto menos dentro de ti que mirándote desde afuera, que un polvo es un polvo, que me comería tu carne y la forma en que te mueves, que me muero por el sabor de tu lengua trepando por mí, que te deseo nada más pensarte...
pero que me gustas más mientras duermes.


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a no tan altas horas de la noche

seguro que me imaginas tramando planes en la oscuridad,
iluminando con una lámpara al bueno de maquiavelo
mientras construyo la trampa en la que me lanzaré sobre ti.

y lo cierto es que lo que leo en alto ahora
son los versos de un loco, te quiero panero,
y en ellos me encuentro más verdad que en toda esta... mierda
que trato de escribir cada noche.

y en esta actitud de lobo enjaulado
con un libro en la mano y algún poema en la garganta,
caminando de pared a pared,
trato de arrancar restos de ti agarrados a la piel de mi cadáver, pero me pierdo.

la verdad es que no se puede concebir la soledad después de haberte conocido,
y prefiero quedarme con un trozo tatuado de ti al vacío de dejar de pensarte,
a un desierto sin tu sombra.
prefiero llenarte una página cualquiera de rosas rojas a base de adjetivos,
o blancas, o el maldito color que prefieras.
desnudarte una vez más en mi cabeza,
(si supieras las veces que lo he hecho...),
recorrerte mientras no hago el menor caso a los clientes,
caminar lisboa contigo sin hacer el menor caso a lisboa.

es fácil de comprender, ¿verdad?
me apeteces hasta cuando camino,
¿cómo coño iba a preferir olvidarte?
mientras tanto mi teléfono sigue acostado sobre la mesa esperando tu llamada.






jueves, 24 de abril de 2014 0 comentarios

Algunas piezas desencajadas

   Hubo un momento en el que pudimos detener esto. Podrías haberte refugiado de la lluvia en otro portal en la misma calle, podríamos habernos mirado simplemente, sin sonreír, podríamos incluso haber disimulado. ¿Quién coño iba a imaginar una tormenta como aquella en pleno mes de abril? Eso fue lo primero que me dijiste. Yo ya me había fijado en aquel jersey empapado que se pegaba a tus tetas en un abrazo glorioso, en aquellos vaqueros no tan ajustados por debajo de tus caderas, en aquel trozo de piel que me enseñabas a un paso de tu ombligo, en el que una gota de lluvia no tan perdida, había decidido quedarse.

   Mi mente fue como un autómata indecente, imaginando en modo automático cómo resbalarían mis gotas de sudor en tu espalda una noche de verano. Si no me hubieses hablado, si simplemente hubiese logrado zafarme de tu voz y corrido hasta el coche, si tus ojos no fueran tan marrones ni tan tristes, si hubiese habido alguien esperándonos podríamos haberlo detenido. Pero superé mis miedos de animal herido, recuperé de la estantería del fondo de la sala todos aquellos axiomas de terapia de autoestima, en los que tanta pasta había gastado. Ni siquiera recuerdo mi primera frase, pero sí el modo en el que se mezclaron nuestras huidas, la manera en que la realidad se curvaba sobre tu cuerpo haciendo imposible escapar de ti.

   Cuando nos sentamos en aquella barra hacía dos horas que no llovía. Yo sabía ya que tenías 25, que las agujas de tu reloj giraban de izquierda a derecha y que tú girabas con ellas cada noche, regresando a un pasado que te convertía al masoquismo sentimental. No nos contamos las historias porque no hacía falta. Lamimos las heridas mojadas en cerveza negra de barril, tan amarga como los días que las habían abierto. En privado, sin siquiera mencionarlas.
   Y las palabras salían de tu boca como una procesión de monedas de cofre enterrado, que yo había descubierto, inocente de mí, mientras peleaba con esta tela de araña que nos teje determinado tipo de rutina de fracaso.

   No follamos aquella noche, ni siquiera me acerqué a rozar tu mano cuando me pasabas la siguiente pinta, pero no podía apartar los ojos de tu cuello, leyendo en él tus latidos acelerados cuando me contabas cómo se ve la Alhambra desde San Nicolás, a solas, en algunas noches de invierno. Cómo se respira el frío bajando el albaicín cuando ya no queda nadie en las callejuelas.
   No me atreví a decirte que lo sabía, que es el mismo frío que se respira de noche en una habitación helada, cuando te sientas a escribir y sólo te salen vómitos de tu vida sin digerir, cuando ensucian el papel en blanco con rencores infectados, y te sube la fiebre de la soledad y la tristeza tras dejar la impostura al otro lado de la puerta.

   Podría haberlo detenido en aquel momento, haber confesado mi error, haber ahogado el deseo en una jarra más de cerveza, en lugar de decirte que quería volver a verte. Deberías haberte negado en lugar de escribirme tu teléfono en el antebrazo. Deberíamos haber evitado que, a finales de junio, ya supiera cómo resbala mi sudor en tu espalda una noche de verano, cómo es el sonido de tus bragas rozando la piel cuando las bajo, qué palabras te digo al oído en medio de un orgasmo, en el que dentro de ti se acuesta un poco de esperma mezclado con algunas piezas de mi alma.

   Así no sabría ahora, escribiendo aquí sentado, cómo se ve la Alhambra desde San Nicolás a solas en una noche de invierno. Así no temblaría de miedo por tener que levantarme a respirar el frío del albaicín desierto, mientras regreso a la cama de un hostal barato. De ese modo quizá no estuviese atado al anhelo de tus pies regresando.


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Decisiones

He decidido convertirme en kamikaze contra tu olvido.
He decidido dejar de ser un libro cerrado en tu estantería,
leído en contraportada,
que una tarde encontraste escondido de segunda mano
caminando por Madrid,
releído por otros ojos...
esperando.
Voy a dejar de cubrirme de polvo delante de ti
cuando el polvo lo necesito en tu cama.

Voy a hacerme el harakiri en cada centímetro rasurado de tu piel,
me voy a sacar las tripas por honor para que las veas,
para que comprendas
que lo que quiero es un viaje por tu forma de mirarme,
una historia en secreto debajo de tu falda y luego
encontrarte los miedos para tenerlos contigo.

Y convencerte de que el siempre no llega hasta el final,
de que busco el sabor de tu boca aquí y ahora,
de que el aire lo encuentro en el espacio que me dejas
entre tus muslos cerrados...
de que me ahogo.
Voy a contarte que la historia de verdad se lee en páginas ocres
manoseadas por años terminados,
que huelen a trinchera abandonada, a soldado que sobrevive
con las heridas cerradas que una vez sangraron otros brazos,
otros pechos, otros sexos,
otros cuerpos que no eran tú.

Si no consigo que te embarques en la tormenta conmigo
voy a seguir sin ti.
Desvestiré otra ropa sobre otra piel mientras te busco en la ventana.
Y si no consigo olvidarte tampoco esperaré,
serás reo culpable del tatuaje en mi espalda,
serás la isla en la que busco naufragar, la que no encuentro en el mapa.

Voy a ser un kamikaze contra el tiempo perdido.

Voy a abrirme la tripa con una espada para que reacciones.

martes, 22 de abril de 2014 0 comentarios

Una noche más

No sé si te he contado esto que me pasa
de querer ser siempre otro.
Es algo así como vivir
en un cuerpo prestado
que sufre de insomnio sin saber por qué,
y que se arropa con las sábanas de alguien que no soy yo.
Es no saber si el tipo vagando por el túnel de metro,
que se para a escuchar al viejo tocar los sultanes del swing,
soy yo
o el dueño de mi cuerpo usurpado.

No sé si te he contado esto que me pasa
de morirme por leerte un verso antológico
que he encontrado dentro de un libro nuevo,
y ponerme digno y no hacerlo.
Tampoco mi duda sobre si soy un héroe
o un gilipollas
por haber decidido que no mereces la pena,
cuando ahora tú no estás
y la pena sí,
y cualquiera te diría que no es un buen trato.

Quizá no hayas oído hablar
de mi costumbre de quererte a solas
por las calles de esta ciudad,
de que para mí ya es sólo tuya,
de que se me vacía de gente
porque sufro de ceguera a todo lo que no seas tú,
y como ya no te veo
no veo nada.

Quizá nadie te haya dicho
que cuando me quedo solo con algún amigo
acabo hablando de ti,
por muchos cuerpos que haya rozado esa noche,
por muchas cervezas...
Que te comparo con otros labios,
que los beso con los ojos abiertos por si se parecen a tus ojos cerrados.

No sé si te he contado esto que me pasa
de querer ser siempre otro,
que el otro es cualquiera que se cruza contigo,
cualquiera capaz de tocarte a puerta cerrada
y a piernas abiertas,
cualquiera que sea la piel que rozas con la yema de los dedos,
cualquier arañazo en tu espalda,
cualquier semen que te manche, cualquiera
que no te haya conocido y no te tenga que olvidar.






lunes, 21 de abril de 2014 0 comentarios

algunos restos de lo que nunca te he dicho

que tu boca me despierta ninfomanía intelectual,
y tu mente un deseo sin freno ni excusa de tu cuerpo.

que mi desierto favorito lo encuentro en el mapa
a cinco centímetros de tu ombligo.

que guardo la carnívora intención de seguir poseyéndote a ratos
y liberándote después.

que trato de asesinarte en cada línea que escribo.

que mido el tiempo que tardas en volver
con una clepsidra llena del sudor que te dejas en mi cama.

que existe una extraña tendencia de mis dedos
a dibujar en el aire tus caderas cuando te veo alejarte.

que te mastico y te desnudo sin que lo notes
cada vez que te sientas a atarte las sandalias.

que mi vida se curva sobre sí misma mientras follamos.

que he perdido la dirección de mi celda
entre los pliegues del vestido de dudas que te pusiste ayer.

que a veces siento miedo a tus alturas...
y siempre, a que no te quedes cuando te vas.






sábado, 19 de abril de 2014 0 comentarios

Cosas que pasan mientras tiendo

A lo largo de mi vida me he escondido muchas veces, llevaba a la espalda un caparazón soldado de piezas de tristeza junto con algunos sueños, y cuando algo me dolía me escondía como un animal acosado. Lo que ignoraba es que cuando pones una al lado de los otros, se los come. Y las calles, los edificios, todo se vuelve irreal. A veces tenía la sensación de que salía de mi cuerpo y me observaba en un plano cenital en cualquier parte, dentro de casa, en el trabajo, tomando una cerveza...

Cuando tendía la ropa esta mañana he notado que goteaban partes de mi historia. He visto caer días concretos igual que antes me veía a mí mismo en aquellos momentos mientras flotaba. Habría sido un repaso interesante a todos esos lugares en los que he estado, y tú me has recordado siempre que te contaba que la vida se me va encerrado en esta estúpida ciudad. Ha podido ser una terapia de choque frontal, de conductor suicida, contra un muro de pasado. Ha podido ser una clase magistral de la persona que soy cuando tú no estabas, de que la puta vida sigue pase lo que pase, y de que, al fin y al cabo, tengo que comérmela solo.

Ha podido ser todas esas cosas si no me hubiese empeñado en alargar la mano cuando he visto caer la gota del siete de agosto. Sí, ya lo sabes, siempre he sido bueno con algunas fechas. Al verla balancearse insegura sobre la manga izquierda de una camiseta negra de friki confeso, he sentido un ataque de ansiedad porque no cayeras. He intentado sujetar aquel miércoles en la palma de la mano, lo juro, y se ha roto sobre mi piel, llevándose el desayuno de preguntas saladas con leche y cereales que tomé aquella mañana. Se ha llevado tus piernas cruzadas, tus shorts vaqueros sobre el sillón, los dedos de tus pies y los de tus manos. Se ha llevado esa forma de ver la vida, menos puta por más sincera, con la que me dio por empezar a mirarla cuando me quedé a solas con tus ojos.

Y he tenido que desnudarme y darme la vuelta a la piel, y sacar las tripas fuera y hurgarme por dentro, para asegurarme de que aún quedabas... para no cruzar las puertas de mi madriguera. Y te he encontrado escondida preguntándome qué pasa y no he sabido qué responderte. Lo que pasa es tu voz y tu pelo, lo que pasa eres tú que has pasado, lo que pasa es que te rompes en las gotas perfumadas de mi ropa recién lavada, en lugar de hacerlo follando conmigo.
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Desinspiración expirando

Cada vez que me siento a escribir y no me sale nada, acabo recurriendo a ti.

Acudo a tu rastro de segundos detrás de la puerta cerrada, a tus huellas sobre mi pared.
Por eso he colgado un cartel de inspiración en venta en el cabecero de mi cama,
para que cualquiera de esas manos que me tocan desnudo sobre el colchón,
pueda firmar un contrato indefinido de musa improvisada.

Así podré liberarme para pintarlas con ninguno de tus colores.
Así podría, si me desviara,
ser denunciado ante el juez,
que dictaría sentencia de silencio
basándose en un papel notariado en que se venden palabras.



viernes, 18 de abril de 2014 0 comentarios

Una mera propuesta

Deberían enseñarte en las universidades,
la forma en que mueves las caderas,
la estrategia para sobrevivir a la montaña rusa de tus curvas cerradas,
a ese modo pornográfico de quitarte anoche el vestido.

Deberían enseñar esa manera de volver el amor del revés,
de convertirlo en un plato de carne poco hecha,
sucio y sincero,
que se me resbala por la barbilla y me limpio con el dorso de tus manos.
Deberían castigar la forma de querer del resto
con cuarenta latigazos de la más absoluta virginidad.
Debería existir una cátedra de ti de rodillas
y de tu forma de arrancarme un te quiero crudo mirando desde arriba.

Luego me vistes las calles mojadas con cualquier susurro en el oído,
reconstruyes la ciudad en clave de cicatriz erizada,
en frases desordenadas que desembocan siempre al deseo de ti.
Y suspendes cada uno de mis puntos suspensivos,
y llenas cada agujero oscuro con tu pulso de sangre roja
que vuelve calor el frío de recuerdos olvidados.
Deberían enseñarte en las universidades...
Fundamentos básicos universales
para resucitar a un tipo incinerado por el tiempo.










jueves, 17 de abril de 2014 0 comentarios

Listado de consecuencias de que no seas tú. (Segunda parte.)

Un jodido crucero por el mar de dudas.

Mi forma de estudiarme al espejo después de la ducha
para asegurarme de que sigo sucio de ti.

Una mente que se empeña en colocar tu voz en secreto 
brotando de orgasmos ajenos.

Una tormenta de verano en abril y nosotros sin paraguas.

Esta excavación arqueológica en el pecho,
desenterrando vasijas con los restos de tu cuerpo. 

Una página en blanco en medio de la historia en manos revisionistas.

Un tubo de ensayo con mi semen congelado junto a tu ombligo.

El corazón de Schrödinger vivo y muerto dentro de mi caja
y yo sin querer mirarlo.

Tus
          pies
                     bajando
                                         la
                                                   escalera.

Mi alma en cuarentena
desinfectándose con cuarenta cervezas y cuarenta discos de Dylan.

Y esta soledad tumbada sobre un colchón vacío
mientras le haces la autopsia armada con una lista de consecuencias.
martes, 15 de abril de 2014 0 comentarios

Listado de consecuencias de que no seas tú. (Primera parte.)

Esa leve pátina de tristeza sobre mi piel
que la oscurece ligeramente.

Un maldito eclipse de luna en todos los periódicos.

Un montón de páginas fingidas
como prueba forense de tu presencia.

Todas esas personas a mi alrededor
y yo con los ojos vendados.

La suspensión inmediata de todos mis viajes
ante la imposibilidad de quedarme a solas con tu sombra.

Labios agrietados sin tu saliva
incapaces de hidratarse en otras bocas.

Un atasco en hora punta de camiones cargados con tu falsa indiferencia.

Una lanza en el costado.

Un anuncio en breves...
se busca piel que arranque de la mía el roce de tus dedos.

Y en la pared del fondo,
una estantería repleta de palabras que te guardo 
y que se me van cayendo en esta página.







lunes, 14 de abril de 2014 0 comentarios

Algunas explicaciones gráficas por si cambias de idea

Existe un estado mental no catalogado en los archivos médicos de enfermedades espirituosas. Cursa con unos síntomas específicos que lo definen, el afectado ve interrumpida su conexión neuronal con la realidad y sustituye las sinapsis por escenas de celuloide aún no rodadas. El desencadenante de la infección, a la que podríamos llamar... infección fílmica recurrente, tiene un nombre muy concreto... y unos ojos... y unos labios... y también una melena rubia, aunque yo la definiría de otra manera.

Me abstendré de dar más datos por si alguno de los lectores pudiera reconocerla, por no dar explicaciones, y porque no me da la gana que el contagio sea general. Llamadlo altruismo narcisista si os apetece, pero no me puedo permitir compartirla y, al fin y al cabo, ya sabéis todos que el maldito enfermo soy yo y que tú eres tú... ¿verdad?

La característica principal a la que tengo que enfrentarme, aparte de no poder dejar de pensar ni un puto momento en tu imagen, preguntarme dónde andarás y con quién, echarte de menos, y toda esa parafernalia empalagosa que a veces gusta y que dejé hace unos cuantos meses... la característica principal, decía, es que el director de la estúpida película varía en ciclos inestables. Y digo estúpida película no porque lo sea, dios o el guionista me libre, si no porque el estúpido soy yo por mantenerla en cartel durante tanto tiempo con la sala cerrada y vacía.

El caso es que a veces se me pone al mando el pobre Kubrick, y me monta una escena en la que follamos vestidos única y exclusivamente con un par de máscaras venecianas, y yo camino por la calle Infantas sujetando mi erección, mientras me imagino dentro de ti con tus piernas alrededor de mi cintura y tu espalda contra la mesa. Y ésa es una escena antológicamente guarra que me encanta, y el muy cerdo lo sabe.

Pero no creas que es el único, que hay momentos en los que se sienta en la sillita el bueno de Blake Edwards, con su nombre detrás, y me deja mirando a la nada mientras te veo bajo un chaparrón terminando el desayuno con diamantes, plantando tu boca sobre mi boca, mientras mi pobre gata empapada maúlla desesperada porque he cometido la insensatez de querer abandonarla un minuto antes en mitad de la calle de la Reina. Si no la has visto hazlo, porque aparte de excitarme sobremanera tu postura, el momento hace que me vuelva jodidamente loco.

Y cuando llega Woody se completa la obra maestra, porque nos planta en medio de una exposición de fotografía de cuerpos desnudos sin rostro, en Madrid, en la que mantenemos una conversación espantosamente inteligente y divertida, mientras nos subtitula los pensamientos reales... Puedes imaginar cuáles porque en el minuto siguiente estamos fumando maría entre polvo y polvo. 
Cualquier parecido con Annie Hall es más que impura coincidencia.

Existen más escenas, claro,  pero son las tristes y son las que hacen daño. Telefilmes de ésos de después de comer, con directores ejecutables, basados en hechos reales. 

Así que camino por las calles aquejado de este trastorno no descrito hasta esta noche y, lo más grave, es que ninguno de esos maestros de cámara consigue superar la versión de la historia que me deshace, y que es la mía. 

Cuando cojo el timón es siempre al llegar del trabajo, sentado en una esquina del sillón. Justo cuando apareces en la otra, con la espalda apoyada en el brazo de tela marrón, con las piernas cruzadas sobre los cojines, descalza, enseñándome el cuello y tu hombro izquierdo sin cubrir por la camiseta, mirándome y sí, lo admito, sonriéndome mientras me hablas. Es eso, y lo que sé que viene después cuando nos vamos a la cama, y más tarde cuando nos despertamos y te vas y no me importa, porque sé que vas a volver, y que no te necesito todo el tiempo, pero que te necesito y te tengo.

Es eso lo que de verdad me anuda la garganta disfrazado de hechos irreales, lo que me hace morder la claqueta marcando el final de esta enajenación mental permanente desde que apareciste. Es sólo por eso que tengo que atarme con esposas a una rutina en la que no estés antes de que sea tarde. 

Lo verdaderamente jodido es que no quiero hacerlo. 

Que podrías liberarme las muñecas con la llave que llevas al cuello. 

Y que para esta mierda no conozco otro tratamiento.
sábado, 12 de abril de 2014 0 comentarios

Demasiados condicionales

Si por un momento te dejara asomarte,
si abrieras una grieta muy fina en medio de mi pecho
usando un bisturí al rojo para evitar la sangre,
si te dejara entornar la puerta y mirar dentro,
si descubrieras mi viaje de ida al infierno, de días sin ver
y noches durmiendo en el sillón por temor al silencio,
si te dijera que me compré el billete de vuelta y llegué a casa desnudo
porque no podía pagar el exceso de equipaje.

Que lo de escribir es un invento de textos impostados
que disfrazan al tipo que los firma convirtiéndolo en algo que no es.
Que lo que hay dentro no es lo mismo, que es más feo,
que es una batalla a jornada completa entre pedazos de mí,
un tipo que pelea contra sí mismo para evitar el colapso,
acojonado,
acobardado,
sin saber quién es,
pisando cada día sobre las calles sus propios cadáveres.
Si mirases bien en las esquinas,
si te atrevieses a quitar los pulmones de en medio, y el corazón, los riñones,
si borraras de un plumazo la sangre y los fluidos, si no te asustara,
podrías quizá embarcarte conmigo en el viaje de esta puta vida.

Quizá si tuviese el valor de afrontarte a golpes la ventana,
si supiera el modo de contarte que lo que quiero es vivir en tu cuerpo
y alimentarme de ti, y nacer de nuevo y darme de comer a tu boca,
y tumbarte desnuda sobre la cama y hacerte el amor y la guerra.
Quizá si fuera capaz de decírtelo sin el maldito almíbar de las paredes,
si consiguiese de algún modo desvestir el sentimiento
y enseñártelo crucificado por las muñecas, doliéndole,
gritando agonizante,
sucio de realidad y asqueado de esperarte.
Si pudiera mostrarlo como carne cruda expuesta en un mercado de Madrid,
aceptarías el pasaje de al lado de mis cicatrices,
que no se mueren por ti, pero sí porque de vez en cuando las acaricies.

Si pudiera jurarte amor eterno con dolor sudando a tu lado en la cama
sin miedo a que te parezca demasiado,
si no fueses una quemadura más sobre la piel quemada,
si me extrañases a veces y me buscaras...












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Reflexiones detrás del escaparate

Cómo me gustaría escribir,
a veces,
sobre palomitas
que se equivocan,
como Alberti,

o sobre parises
y aguaceros,
como Vallejo,
incluso sobre
diez cabrones por banda
como Espronceda,

pero si no me sale
estando borracho,
imagínate
con resaca.
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Tu fin justifica mis medios

Aún tenemos una oportunidad, aún puedo seguir haciéndotelo hasta que me sangren los dedos. Todavía tengo el poder de atraparte en este fondo blanco y arrancarte de las calles de ahí afuera... un rapto postmeditado y oculto entre líneas para corregir la historia, enderezarla, guiarla por el camino paralelo al que has elegido, por ése en el que nos tocamos.

Voy a vivir a ratos entre unas cuantas palabras en las que serán ejecutadas el no y la distancia. Y tú ni siquiera vas a darte cuenta, no recibirás mensajes con esa máscara que esconde mi indecente necesidad de respirarte, no vas a verme ni a escucharme.

De vez en cuando voy a hacerte daño, aquí, entre márgenes, entre cuatro fronteras a tiralíneas fuera de las cuales, como en aquella lista de la peli de los judíos que vi en Granada, se extiende el abismo. Porque así es la vida, aprendiz, episodios sin publicidad en los que a ratos nos joden y a ratos jodemos, y de vez en cuando me tocará joderte.

Pero prometo respetar lo que eres, siempre te he preferido así, con tu absurda manera de alejarte y tu puñetera facilidad para desnudarme... y con esa insensata querencia al temor a algo, que todavía no entiendo.

Y aquí, en este desierto blanco en el que yo mando, voy a atarte a la cama para follarte sin protección ni anticonceptivos mentales contra el esperma de palabras que te inunde de lo que podría suceder... por si concibes algo. Aquí, la erección mejora con el alcohol y en determinadas noches puedo llegar al multiorgasmo. Aquí, delante de todos, un vulgar exhibicionista sin gabardina.

Aún tenemos una oportunidad, será una historia bonita que durará un tiempo, luego me pondré triste de tanto sudar tu ausencia y me buscaré un cuerpo que se estremezca y que me diga al oído lo que tú andas diciendo por ahí.


jueves, 10 de abril de 2014 0 comentarios

Breve nota encontrada en una botella en medio de una playa del Índico. Sin fecha.

Te ruego por favor que no me persigas
que salgas a hurtadillas de la grieta de mi mente en la que te escondes,
que te descuelgues por mi costado hasta el suelo,
que uses un hilo de mi carne para no caerte,
que si no vas a quedarte te vayas.

Y deja por favor de ocultarte en los objetos,
sal de la lata de coca cola, sal de mi ropa, de mis tazas,
de la estantería con todos los libros que no he leído,
de las esquinas de mi casa, que me insultan cuando paso
y me golpean, porque te siguen esperando.

No irrumpas más en otros cuerpos,
no me mires desde otros ojos, no pienses que no te veo...
no ocupes más orgasmos ni más sexos, no son tuyos, yo tampoco.
Deja de usurpar otros culos y otras piernas,
pies, ombligos, narices, dedos, clítoris ajenos.

Y deja en paz mi locura, mis palabras... eso sí que duele.
Apártate de lo que escribo, de los puntos suspensivos.
Deja que haya otras sin tu imagen, sin tu sombra,
sin balanza de platillos en la cama y en la vida,
ahí tus gramos, ahí los suyos... triste mercader de Venecia sin escenario.

No hagas, por favor, que tenga que largarme a una isla desierta,
no me jodas, para no cruzarme contigo.




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...quam minimum credula postero

Ahí están... vienen todos en fila... son legión, como el maldito diablo. Atacan siempre a la misma hora. Una leve incursión entre mis filas al despertar, pocos disparos, y el grueso del ataque por la noche, cuando las defensas empiezan a acodarse para dormir en las trincheras del cansancio.

Un ejército entero de palabras tuyas y anhelos míos en formación, entrenadas y entrenados durante nueve meses para matar, adiestrados por el hambre, en el desierto de distancia salvable que nos separa... no hacen ningún ruido.

Siempre odié tu carpe porque el diem no era mío.

Ya ves... anoche soñé con trenes que perdía, corría entre mil andenes que tampoco eran el mío y les veía partir desde Atocha. Antes de despertar me subía a un vagón equivocado y caminaba por los pasillos preguntando si paraba en una estación con tu nombre.

No lograba entender las respuestas, me hablaban en un idioma desconocido.

Al asomarme a las vías te veía pasar, al otro lado del cristal, en un cercanías pintado a spray con la palabra (DES)esperanza... Que le den un altar a la acción poética de ciertos grafiteros oníricos.

Lo sé... un sueño edulcorado por esta tristeza absurda... de los que sabes que odio... y es tuyo. Así que te lo cuento en alto porque te necesito a solas, porque no había amanecido y he tenido tiempo de apuntarlo mientras esperaba... porque el único calor al que dejaría borrarlo es el de tu cuerpo sudando contra el mío.

El tipo que quería joderte en esta misma cama, anotando tu imagen para no olvidarse de que te has ido.






miércoles, 9 de abril de 2014 0 comentarios

más de eso

soledad
es la venérea
que me pegaste
por quererte
sin condón.

soledad 
es la consecuencia
de mi alergia
al látex 
en cada uno de tus no.

y una de chinos en la tele a las tres de la mañana.

soledad
es wan tun frito 
a mil ochenta
y yo insomne 
en el colchón.


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No sé disimular

Existen fantasmas escondidos detrás del fracaso
que me rodean como niebla dentro de una pesadilla.
Existen las arcadas de desamor propio
que me rompen el pecho a convulsiones
y provocan el vómito del qué me falta para serte suficiente.

Existe el dolor en la médula ósea de mi cobardía,
en la rima malsonante que busco entre palabras
para detener la infección que me provocas,
y bajar la fiebre de sueños abandonados esta noche.

Se me quedan huérfanos esos poemas secretos,
pidiendo pan y comiendo indiferencia.
Se me queda desnuda esa mente que quería follarte
rodeada de tu piel y de tus huesos.

Y existe este espasmo de soledad en el lado izquierdo
del colchón que no se guarda tu forma,
y también la sal en las heridas y no en tu cuello.
Existes tú completa como si no existieras
en el centro del laberinto en que los hilos se usan
para cortarme la cabeza.

Se queda mi yo sin tu yo
como partes completas de la nada,
como gusanos que se alimentan de carne diferente.
Se queda muerto el nosotros
amortajado bajo una tela de miradas escondidas para no hacer más daño.

Y yo me como cada una de las partes de tu cuerpo sobre tu boca,
me bebo el deseo de ti a sorbos envenenados de ti
para empezar un diario indecente que escribiré cada noche.

Me acordaré de ti en la próxima entrepierna,
en la siguiente batalla que no me hará más sangre,
lo juro,
que los pedazos del zapato de cristal que te quitaste en verano
para correr descalza sobre el césped.

Y sólo por hoy existen un puñado de lágrimas y mañana
un corazón un poco más de piedra sentado en el andén sin tu maleta,
sin París, sin el Hudson, sin Alborán ni playas,
sin el polvo que le debía a tu alma cuando estuviera desierta.







domingo, 6 de abril de 2014 0 comentarios

Malditas calles

   Lo malo de esta noche es que no he podido encontrar a nadie que se parezca a ti.
   Lo peor de esta noche es que caminaba por la calle y mi sombra no era mía, si no que tenía tu forma.
   Era extraño ver esa figura gris caminando a mi lado tumbada sobre el suelo, con tus pechos, tu cintura, tus brazos moviéndose al mismo ritmo que los míos. He pensado que, quizá, si cualquier luz te iluminase en ese preciso momento, podrían surgir de las suelas de tus zapatos las mías en negativo, que quizá pudiera ser mi sombra la que te persigue mientras caminas las calles de Madrid, y que si mirases hacia abajo podrías verme sin facciones pero contigo.
   Desde luego no tendría carne para tocarte, ni podría evitar que la gente que se cruzara contigo me pisoteara, incluso si alguien caminase a tu lado, estaría aplastando en ese momento mi pecho en su versión sin luz. Y he notado una especie de presión en los pulmones que no me dejaba respirar. Por eso mis amigos han pensado que volvía a estar un poco loco cuando me he separado dos metros de ellos.        Te necesito respirando.
sábado, 5 de abril de 2014 0 comentarios

La triste cáscara de tu nombre

Necesito escapar de todas estas noches
en las que no dejo de preguntarme qué hago aquí,
y no allí,
a no sé cuántos kilómetros de indiferencia
que has extendido como una alfombra roja cosida de silencios.

Necesito escapar de todas estas noches
en las que me siento amputado de otro cuerpo
que es el tuyo.

No hago más que abrirme una cerveza,
encender un cigarrillo,
mirar a las esquinas del techo,
alternándolas,
como tú hacías con besos y calambres.

Me has convertido en adicto al masoquismo donde más duele...
fuera de la cama.

En lugar de conducir y plantarme ante tu pared
para sujetarte las muñecas,
tiemblo escondido en el hueco que me dejas en este sillón,
preguntándome dónde coño estás,
si te seguirá dando miedo dormir con la puerta abierta
o la tienes de par en par para cualquiera.

Eso es lo que somos,
el tipo que se queda asustado en la trinchera
cuando lo que necesita es hacer la guerra contigo.

No hay héroes cuando en lugar del cuerpo te juegas el alma,
cuando lo que quiero es arroparme en tus costillas
y no en esta soledad que llega temprano sin ser invitada.

Necesito escapar de todas estas noches
en que me hablas desde dentro
en un idioma que antes comprendía,
y que ahora me suena a dardo envenenado en el cuello,
a piel enrojecida,
a cirugía de carnicero arrancando vísceras de recuerdo.

Cuando consigo estar borracho subo a tumbos la escalera,
y me sale tu nombre contra la almohada
metido en la cáscara triste en la que lo incubo hasta la mañana.



viernes, 4 de abril de 2014 0 comentarios

suicidio preventivo

  Fue un intento de suicidio preventivo.
  Te lo propuse metido en la bañera, mirando el espejo empañado por el vapor que se desprendía del agua, tan caliente como me había dado por imaginarte.
  Junto a mí, sobre la taza, estaba colocado todo lo necesario... un cuaderno nuevo de tapas negras y páginas en blanco recién afiladas para cortarme las venas, y el viejo bic cristal para sangrar como dios manda.
  Marqué tu número en aquella posición indecente, ensayando cómo despedirme de ti y de nosotros, imaginando el momento con el sufrimiento previo del que nunca ha aprendido a ganar, dándote un solo beso en la mejilla y mirándote mientras te alejas... admirándote por última vez en ese colosal movimiento de caderas diciéndome adiós.
   Pero un giro absurdo, un ataque de suicidio preventivo, como el mío pero al revés, te llevó a decir sí. Y nunca habías sabido, hasta hoy, lo cerca que estuve de morirme por ti en una hemorragia de palabras tristes, desnudo bajo el agua caliente para que doliera menos.
   Cuando colgué el teléfono estaba tan excitado que tendrás que perdonar que me tocara.

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Casi sin batería

   Mandé al exilio todas las precauciones en cuanto me tomé la tercera cerveza. Verte un instante más en aquella barra con el tipo de la sonrisa perfecta, me estaba empezando a poner enfermo. Afortunadamente él no tenía ni idea de lo que coño quería decir maniqueísmo, ni gnosticismo, ni la mayéutica de Sócrates, ni toda esa legión de palabras que me había aprendido de memoria un minuto antes buscando en la wiki, y que solté a modo de insulto intelectual mientras te reías, para hacerme el interesante. El tipo corrió a refugiar sus labios de anuncio, tan suaves, al oído de algunas piernas que supuso más entregadas. Yo me quedé con los tuyos.

   Confieso que tuve que buscar tu nombre, a la mañana siguiente, hurgando en tu cartera mientras dormías. No suelo recordarlos, ni robarlos de su escondite al lado de un billete de diez y otro de cercanías caducado, no suelo hacer ruido cuando cierro la puerta sin despedirme. No fue por tu voz hablándome al oído mientras follábamos, no fue por las uñas de tus manos con su esmalte transparente, ni por tus caderas con la curva perfecta para las mías, ni por tu pelo, mitad rubio, mitad perdido sobre la almohada. No sé por qué lo hice. Quizá por tu forma de entornar los ojos, mientras me asegurabas que yo tampoco tenía la más puta idea de lo que significaba esa cosa de Sócrates. Quizá porque sabía que tampoco te importaba.

   Aquella mañana volví a la cama sabiendo cómo te llamabas, tres letras, y queriendo saber quién eras. Y resultó que no eras Penélope, deshilando polvos en las noches de Madrid a la espera de que alguien volviera de la guerra. Resultó que te faltaba el mismo trozo que a mí me habían arrancado, y que por eso era imposible que encajásemos sin condón ni filigranas. Resultó también que me amamantaba de tus palabras más que de tu pecho, como un crío que aprende. Y que una noche me senté a escribir, aquí mismo, como ahora, y no me salía más que tu cuerpo sobre el blanco de la pantalla y el misterio en que te vestías.

   La dirección contraria fue la mía, y yo un conductor suicida buscándote a ciento veinte, para estamparme de frente contra tu ombligo tatuado, contra tu mente, contra tu boca, contra tu presencia. No me daba cuenta de que los perdedores son perdedores y punto, de que la gente está de paso aunque nos joda, de que sangrar tanto te acaba matando, porque se necesita sangre en las tripas, y si no... ¿de dónde iban a salir las historias?
jueves, 3 de abril de 2014 0 comentarios

La misma urgencia

La primera vez pensé
que se me rompería entre los dedos,
no tenía un mapa de caderas tan estrechas.
Fuimos película de estreno,
versión virginal de la utopía,
y yo fijaba el cartel sobre su espalda
cada noche
en sesión de madrugada.

Por entonces yo quería ser Miguel Hernández
y sentir más tu muerte que mi vida,
pero las palabras no aparecían.
Ella se había perdido por la facultad,
en filosofía,
arquetipo de agnosia y autarquía
se había quedado en la primera letra
del manual que quiso leer aquella tarde.

La verdad resucitó de entre los muertos
cuando la vi tumbada y dormida
en aquel ático de malasaña que compartía.
Se me rompió al final, no entre los dedos,
si no entre urgencia por comer vida.
La misma que me aleja de todos, la misma
que me hierve todavía y me obliga
a echarla de menos...


martes, 1 de abril de 2014 0 comentarios

XXI

Miedo a las calles repletas,
a que se me note el color de tus ojos
en el medio de la frente,
como un faro caminando por Madrid
con la forma de un iris
de pan caliente.

Miedo a las alturas,
a encallar bajo tu falda,
a que me descubras
varado en el centro de tu vientre.
A callar...
a que no me escuches cuando te llamo
desde la acera izquierda
de este telegrama tan urgente.

Miedo a no ser capaz de encontrarte,
a no ser suficiente,
a que me tengas miedo si me desnudo
y te marches de nuevo,
sin entenderme.

Miedo a quererte,
                                  si...
                                           a quererte.

Y a que nada exista,
sólo yo,
a no saber recuperarte desde esa nada.
O a que todo sea real,
como el agua de la ducha cada mañana
que recorre las esquinas de mi cuerpo
que tienes reservadas
como una suite de carne abierta.

Miedo a que pienses
que me basta con amarte sin poseerte,
que me conformo con tu foto desnuda
que se desviste en mi mente,
a que creas
que no necesito hacértelo como un animal...
a que te suene insolente.

Miedo a tus dientes si no me muerden,
a lo que llega después de tu no recurrente.
Miedo a que olvides que el miedo
es cosa mía y no tuya.
A que sigas negando lo evidente.
A que seas más cobarde que yo
y no quieras reconocerte
de entre toda esta gente que lee
sin saber quién eres.







 
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