martes, 31 de diciembre de 2013 2 comentarios

Acción fantasmal a distancia

   Esta mañana, mientras me ataba los zapatos en el trabajo, he tenido una idea para escribir un relato. He aprovechado el primer pedazo de papel para anotarla, por mi mala memoria, ya sabes, y lo he olvidado en los pantalones. Así que cuando he llegado a casa esta noche y lo he buscado... he recordado algo de lo que había escrito por la inercia que al parecer guía mi puñetera vida... Pérdida.

   El otro día escuché una teoría en la tele basada en una fórmula física incomprensible... La demostró, en medio de todos esos garabatos, un tipo al que le dieron el premio Nobel, así que me la creí. Según esa teoría, a medias entre las matemáticas y la espiritualidad, (lo de meter el alma en ello lo pongo yo), las partículas subatómicas, ésas tan pequeñas, cuando se entrelazan,  pasan a comportarse como si fueran una sola... incluso después de haber sido separadas. Eso significa que si algo altera a una de ellas, la otra reacciona de igual modo.... El tipo que lo descubrió, un tal Einstein, lo llamó "acción fantasmal a distancia". Yo lo llamo "la razón por la que te sigo soñando cada noche".

   Así que ya ves, cuando te llamaba preocupado al despertarme, porque por algún desconocido motivo me sentía mal, y creía que algo te pasaba, y tú lo negabas a veces, no estaba loco... sólo entrelazado. Y si ese tipo no estuviera muerto, con su cerebro en láminas repartido por el mundo para ser estudiado, conseguiría su teléfono para que te enviara un mail con la ecuación que demuestra el hilo rojo que nos une.

   ¿Y qué tiene que ver en eso mi pedacito de papel olvidado con la palabra pérdida? Te preguntarás. Muy sencillo. Esta mañana, mientras me ataba los zapatos, una sensación de pérdida, tu pérdida, me ha subido por la barriga y se ha quedado a dormir detrás de mis ojos... y esta noche, cuando he recordado la palabra escrita, un tipo condenadamente listo y condenadamente muerto ha vuelto para contarme que jamás podré perderte. 

   Escribí más cosas en aquel papel, hablaban de este año absurdo que se acaba en dos días, hablaban de cómo se crece con todo lo que nos sucede, pero de que los estirones de verdad, esos de un palmo, nos los regala la vida a hostias. También decía algo de en lo que me he convertido, y algo más acerca de no sé qué escudo que se me ha plantado en el pecho después de que te marcharas. Y lo iba a adornar todo con palabras muy bonitas que sudaran mala leche, mezcladas con palabras muy feas que destilaran soledad y un toque de desesperanza por echarte de menos. Pero al final no encuentro ni unas ni otras. Simplemente me he encontrado con una sonrisa cuando he recordado la madrugada en que me llamaste para preguntarme si estaba bien... porque acababas de tener una pesadilla.

...

   
sábado, 28 de diciembre de 2013 0 comentarios

VIII

Ahora que asesinas sueños y quemas caminos hasta las entrañas,
que abres heridas descosiendo con palabras,
yo soy un ejército lejos de casa, sediento de tu cuerpo y de tu sangre.
Y en este infierno en que crece algo más que amor y odio, hoy...
hoy ha crecido un poco la pena con la tarde.

Me he roto el cuello mirando atrás,
después de partirme la cara con lo que tengo delante.
Perdonaría tus deudas pero ya me debes
un autobús verde en su parada, su marquesina roja
y el ochenta y cuatro, por cierto, de la carne que te cubre.
Y en plena usura también pienso cobrarme
la gota de miel que se quedó en mi cama
saltando de entre tus muslos, tan cobardes.

Mientras tanto vuelo en avión y cojo el metro,
trabajo, escribo, me desnudo, me desnudan,
camino entre orgasmos con alma de vientre,
de mente enferma de lepra, de pensamiento.
Y a veces soy Dios y a veces nada,
mi tejado en la escombrera, o un billete de tren a la Toscana.

Y ahora te rimo en participio pasivo,
porque me da la gana,
porque esta noche te cambio por Guinness bien tirada,
por piernas que me sigan,
por cualquier batalla ganada.




jueves, 26 de diciembre de 2013 0 comentarios

El final de una barra

   El final de una barra. Un tipo, con la espalda encorvada sobre una pinta de cerveza negra, se sienta sobre un taburete de madera y cuero gastado. Apenas hay luz en aquella esquina, en realidad, apenas hay luz en todo el local. Sólo las botellas alineadas en el más cuidado desorden aparecen brillantes al fondo. Al otro lado una pantalla plana se llena de vídeos musicales sin sonido, donde todos son guapos y fuertes, y las mujeres se mueven incitando al sexo, con un baile de caderas hipnótico por irreal, inconcebible aquí, al otro lado. La música que escupen los altavoces es mucho más potable, más visceral, rock directo al estómago, como la cerveza. Si uno ha de beber solo, que sea al menos con un buen bajo golpeando las sienes. Entró allí por eso, por Aerosmith y porque era el único puñetero local sin adornos navideños de toda la ciudad.

   Al poco apartó el vaso a medias y sacó una pequeña libreta de tapas negras del bolsillo, la abrió y comenzó a escribir sobre la barra. El local estaba casi vacío, afuera se escuchaba la lluvia que había limpiado las calles, bendita sea, de anormales con gorro de papá noel y botella de sidra. Se habrían amontonado, como ovejas bien guiadas, en los rediles de la música electrónica y el reggaeton, sea lo que sea esa basura. En esos templos en los que celebran los fieles de hoy en día, borrachos y fumados, a la caza de un polvo rápido en el baño antes de cenar, la víspera del nacimiento de su amado Jesucristo.

   Tenía ganas de escribir mierda sobre ellos, sobre el invierno que no tiene ni puta gracia porque algunos cuerpos se tapan, sobre ti, que estarás allá, escuchando rap o hip hop o como se te ocurra llamar a eso que escuchaba contigo, o al jodido Ismael Serrano si estás deprimida y se te ha olvidado la pastilla. Cielo, no hay mejor clonazepam que un papel en blanco para hablar con quien echas de menos.

- ¿Qué escribís? - El camarero se había acercado sacando brillo a un vaso brillante, aburrido, moreno, cargado con la putada de trabajar esta tarde y de estar lejos de San Rafael, Mendoza, Argentina, cono sur.
- Mi carta de suicidio, pibe. ¿No te parece una buena noche?
- Sos un boludo si pretendés morir con el estómago vacío, esperá al menos a terminar la cena carajo.
- En realidad es una carta de amor, la noventa y nueve... merecería el Nobel de la insistencia en el desvarío.
- ¿Está linda la piba? ¿Tiene buen revolcón?
- El mejor de todos, compañero. ¿Todos los argentinos sois tan elegantes o sólo los de familia italiana? - Una pareja de lácteos rostros ingleses entró por la puerta y se sentó en una de las mesas.
- Andate a cagar, pelotudo, tengo trabajo. - Las copas anglosajonas y arias tenían tendencia a subir un 50% en honor a las Malvinas, con el consentimiento de la dirección. Sonrió ante la presa.

   " 24 de diciembre de 2013, Aranjuez
   Hola cielo,
no tienes ni la más puñetera idea de lo que te odio. Me he metido en el bar de siempre, con la cerveza de siempre, con mi colega el gaucho, y con la más profunda intención de despellejarte, cortarte a rodajas y arrojarte por el retrete para tirar de la cadena entre sonrisas y lágrimas... "

- ¿Qué escribes? - Pelo castaño de mechón rebelde sobre la frente, ojos quizá marrones quizá verdosos, cuello digno de recorrer...
- Vaya, me he vuelto muy popular en esta esquina, el poder de la palabra escrita...
- Perdona, no pretendía incordiar.
- Tranquila, creo que acabas de salvarme, sin nota no hay suicidio.
- ¿Escribías a tu madre?
- Mierda, la olvidé... - Una sonrisa, se deshizo el empate. - Siento el convencionalismo, pero no te he visto nunca por aquí.
- Me he perdido, odio la lluvia, es un refugio temporal. ¿Y tú qué haces aquí? Un tipo que bebe solo huye de algo.
- ¿No eres muy joven para ir de listilla? En realidad soy como Fassbender en Shame, pero yo no estoy tan bueno.
- ¿Adicto al sexo?
- En un ejercicio de libertad. ¿Cómo acabará esto?
- Tú... tan solo como él.

"... Pero antes, en honor a nuestro primo el Nano... donde quiera que estés, te gustará saber, que antes de cenar has sido mía en otro cuerpo y en mi cama, que me has latido al oído deshaciéndote, que estoy harto de hacértelo con otras, pero que te jodes, porque te lo hago. Feliz Navidad."




 


 

 

domingo, 22 de diciembre de 2013 0 comentarios

Una idea ridícula

   Viajo sentado en un vagón de metro, a mis pies el viejo bolso azul cargado con lo necesario para ocho días de huída. Hace ya meses que busco la salida en forma de vidas de otros, las mastico en las páginas encuadernadas de cualquier libro que cae en mis manos. Es una rendición temporal, una cualquiera, un escondite, como la gorra que cubre mi cabeza y el cuello del abrigo cerrado hasta la barbilla. No existe otro objetivo que el refugio de quien no se atreve a mirarse al espejo. Soy un impostor de enfermo terminal, retraso mi cura por una extraña adicción al desaliento. Un fraude, una sonrisa de anuncio de cruceros, como el que se asoma en la pantalla al lado de las puertas de este tren, incluso para mí mismo. Acaricio la portada de la última víctima... "La ridícula idea de no volver a verte". Jodidamente apropiado. Hace días que lo sujeto a ratos. Me da miedo abrirlo porque habla de pérdida... pero lo abro.

   ¿Sabes cuántas veces puedes enamorarte en un vagón? Hace dos andenes que he perdido a la tercera mujer de mi vida desde que he subido. Si el aeropuerto está lo suficientemente lejos quizá te vea sentada enfrente de mí. Son historias con caducidad programada, el punto final marcado por la voz metálica que anuncia su estación de destino. Mientras tanto me da tiempo a conocerlas, a hacerlas reír antes de llevármelas a la cama. ¿Sabes cuántas veces se puede hacer el amor en un vagón repleto? Luego nuestra historia se corrompe, se deshace por la rutina y porque no son tú. La primera terminó en Pacífico, fue corta, bastante tormentosa, fuego a indiscreción bajo su falda. La segunda dejó de soportarme en Tirso, ya sabes que soy complicado, se enfadó cuando le confesé que los violines me ponen triste aunque guarden silencio, como los pianos. La vida es así, una página nueva. La última duró hasta Iglesia, me dejó plantado en el altar. Creyó que quería robarla cuando colgué un atrapasueños en el cabecero, deben de gustarle sus pesadillas.

   Me toca transbordo y sigues sin llegar, eres diferente y lo sabes, por eso te permites el lujo de no tener estación de destino, de no caminar por los andenes que dejo atrás. Te permites la soberbia de no apearte cuando te lo pido. Y, de algún modo, entre unas cosas y otras has pasado de sueño a enfermedad. Es por eso que me largo, porque estoy cansado de este diario electrónico de la tristeza, del teclado oscuro que me iluminas con una vela de terquedad. Me has cargado la espalda de recuerdos envenenados y ya no encuentro los momentos que busco, ya ves, al final, después de todo, no me has dejado nada. 

   La línea ocho de madrugada está casi vacía, igual que el avión que tomaré en una hora. Abriré de nuevo el libro, esta vez sin vendas ni guantes, un asalto más con la ridícula idea de no volver a verte.

...


   
martes, 17 de diciembre de 2013 0 comentarios

Algún que otro momento

   En la parte de atrás del jardín, en las noches despejadas, se podían ver restos de estrellas, no tantas como cuando era niño y el pueblo era un pueblo, pero suficientes para que el tiempo pareciese algo demasiado relativo como para marcar líneas que lo separen. Allí se podía estar tranquilo de madrugada y, si no hacía demasiado frío, sentarse en los escalones que bajaban hasta la parcela para no hacer nada. Quizá encender un cigarrillo de vez en cuando, quizá jugar un poco a las miradas desafiantes con el perro del vecino, aunque el animal siempre tenía mejor corazón y acababa sacudiendo la cola al poco, y, de vez en cuando, llorando contra la alambrada que les separaba. El resto del vecindario ni siquiera sabía que existía la madrugada, todos dormían sueños de rutina, algunos con el televisor encendido aún, sin voz a través de las ventanas pero con luces que cambiaban de color y ensuciaban de rojo, azul y verde la luz blanca de la luna. Esta noche estaba llena, como un enorme faro encasquillado. Al menos sabría hacia dónde dirigirse para naufragar y no tendría que andar dando tumbos de nuevo.

   El día no había sido demasiado malo, pero se sentía cansado. De algún modo le asaltó el recuerdo de un libro que había manoseado mil veces. Era un atlas enorme, encuadernado de verde y con un mapa del mundo esbozado en un bajorrelieve dorado en la portada. Casi la mitad de sus páginas estaban ocupadas por un índice de ciudades y pueblos en dos columnas, el nombre a un lado, las páginas y coordenadas al otro... para encontrarlas. Siendo niño había pasado horas estudiándolo, por las noches, buscando lugares que había oído nombrar en el colegio, pasando los dedos sobre las fronteras. A veces el mundo parecía enorme con aquel gran listado en el apéndice, esta noche no le parecía lo suficientemente grande. Un año atrás, poco después de despegar solo en un avión estrecho como un autobús con alas, asomado a la ventanilla, había podido comprobar cómo se puede estar volando sobre Madrid mientras se contempla el mar de fondo. No... el mundo era jodidamente pequeño desde allá arriba.

   El teléfono soltó un mensaje.
- ¿Qué haces? ¿Sigues insomne?
- ¿Conoces la tecla adecuada para resetear un cerebro?...
- Creo que se llama cerveza, y sólo funciona durante un instante.
- ¿Y una lobotomía frontal?
- Mmmmm... ligeramente desagradable y, sinceramente, preferiría que me recordaras si tengo que limpiarte mientras babeas.
- ¿Cómo estás?
- Cansada... en la cama... rezando porque no hagas demasiadas gilipolleces.
- La definición de gilipollez es demasiado subjetiva.
- La definición de gilipollez es exactamente lo que se te está pasando por la cabeza.
- Entonces ven con un punzón y buscamos el tutorial para dejar la mente en blanco.
- Quizá deba buscar alguno para dejar de preocuparme por un idiota como tú, me ahorraría algún que otro momento.
- Descansa anda, no quiero saber nada de ti. Te quiero.
- Te quiero.

   Dejó el móvil a su lado en el escalón y cerró los ojos, comenzaba a hacer frío. Mañana tendría un día complicado, pero se sentía incapaz de dormir. Y luego estaba aquella maldita fecha. Cuando se sentó en el sofá la calefacción funcionaba a toda máquina, el zumbido lejano de la caldera era lo único que podía escuchar aparte del silencio y sus propios latidos. Se arropó con la manta, se estiró, se encogió, se miró las manos, se las pasó por la cabeza, respiró... no, nada funcionaba. Volvió a mirar la pantalla de aquel maldito cacharro que se guardaba todo lo que hemos sido en forma de fotos, de pasado, de momentos congelados. No quería hacerlo, no debía hacerlo... lo hizo. Se quedó mirando el número en la habitación a oscuras, los dedos casi no le habían temblado, pensó que no estaba tan mal a fin de cuentas, de hecho tenía sus momentos. Sólo un toque más... se aclaró la garganta. Al otro lado también había madrugada, también había luna llena marcando el lugar a evitar... Sólo sonaron dos tonos, después alguien que descuelga a mil kilómetros y silencio...
- Esta madrugada hace un año que me pediste que subiera a aquel avión contigo... ¿por qué tuviste tanto miedo?
   Silencio, siempre silencio.

 
domingo, 15 de diciembre de 2013 0 comentarios

No me apetece titular esto

Una esquina, un cuarto menguante,
un gramo de coca, una cucharada de caballo desbocado,
un yonqui de otro, tu aguja, mis venas,
una letra, cualquier letra,
Laura, Marta, Ana, Alejandra,
una lágrima corriendo la tinta, un polvo, la noche entera,
una tormenta, una playa desnuda, un hombro, dos hombros,
mis huesos, el miedo a la muerte, una soga, un ahorcado,
una puta, el frío,
un alma que abraza sin manos, un cuerpo con manos sin alma,
Alicia, Miriam, Cristina, Melania,
nostalgia, palabras, pasado, más palabras,
un papel en blanco, dos cervezas y me largo,
un horario, un tres por ciento del tintero, una pluma,
Olivetti desdentada, imprime y firma debajo,
una guerra, un invierno vestido, un infierno vivido,
la cara entre las manos, un buzón atestado vacío,
un teléfono aparcado, una multa por la voz perdida,
no poder pagarla, no querer pagarla,
hai excomunion en la biblioteca, una deuda,
no poder pagarla, no querer pagarla.

sábado, 14 de diciembre de 2013 0 comentarios

Cheers

   Se sentó y dejó sobre la mesa las dos pintas de rubia congeladas en un ritual sagrado, los viernes por la noche eran las fiestas de guardar. Al poco llegó el camarero con la cesta de frutos secos. Le gustaba ese lugar, quizá porque, con el paso de los años, se encontraba en ese equilibrio perfecto en el que sientes un bar ligeramente tuyo, uno más de la familia, con conocidos dentro a los que no necesitas saludar porque ya te conocen. Además la luz era perfecta para pasar desapercibido si apetece y los partidos se veían de la hostia.
- ¿Mucho curro?
- Demasiado.
-¿Mucha pasta?
- Bah.
   El primer sorbo de cerveza después de un día de aguantar retrasados mentales no diagnosticados huele a victoria, como el napalm de Robert Duval en Apocalypse Now, casi podría hacer surf sobre la barra si cayeran bombas.
- Recuérdame que me empiece "El corazón de las tinieblas" cuando acabe con Toole.
- ¿Qué?
- Bah, déjalo, cosas mías. ¿Te he contado la historia de Toole? - Ambos miraban distraídamente y con atención a la chica de detrás de la barra, el pelo suelto le quedaba aún mejor, no podía ser lesbiana joder, seguro que era un bulo.
- Creo que sí.
- Ése tío escribió "La conjura de los necios" y le fue con el manuscrito a un pavo que le dio mil vueltas, le hizo corregirlo durante dos años, hasta que el bueno de John se desesperó. Toole era un tío sensible, en serio, tanto que casi nadie sabía que escribía... claro que tampoco tendría muchos amigos, supongo. Vivía con sus padres y daba clases mientras seguía estudiando.
- Oye, ¿has visto a esa rubia que acaba de entrar? No la he visto nunca por aquí. - Giraron la cabeza al mismo tiempo, con delicadeza y disimulo, sí señor.
- Sí, hace un momento ha parado el coche a mi lado y me ha preguntado cómo llegar hasta este antro. - Un sorbo más de la otra rubia y siguió hablando. - Pues bien, nuestro amigo John está harto de toda esa mierda, un día coge el coche y desaparece. Nadie sabe dónde carajo se ha metido. Vale, los amigos de verdad saben que anda un poco loco, pero coño... El caso es que meses después descubren el final de la historia, no saben dónde ha estado, pero lo que descubren es que una noche, un par de días antes, había aparcado cerca de un pueblo de mierda de Mississippi, había metido una manguera en el tubo de escape, se había sentado en el coche bien cerrado, y se había suicidado respirando el puñetero gas.
- Venga ya.
- En serio tío, ¡31 años! Un jodido genio que escribió dos novelas que no vio publicadas en su puñetera vida, autogaseado entre pantanos, no me jodas.
- Seguro que tenía otros problemas más importantes.
- Nada es más importante que sentir que nadie sabe lo que quieres decir.

   La rubia de carne y hueso se sentó en la mesa de al lado con una pelirroja de carne y hueso. Alabado sea el destino cruel. No hacía falta decir más. Bebían Martini, ¿quién bebe Martini blanco en un bar a estas alturas de la vida? Supuso que se podría decir lo mismo de los gin-tonics con frambuesas, así que la primera batalla estaba ganada.
- No te ha sido difícil llegar, ¿verdad?
-¡Ey! ¡Hola! No te había visto. - La capacidad de disimulo de algunas mujeres rivalizaría en un ring con la de todos los hombres... - No, lo complicado ha sido aparcar y esperar a ésta. - ¿Algo de rencor por el retraso de otros? Le gustaba esa chica.
- Han sido diez minutos, joder... - La pelirroja de carne y hueso sabía hablar también, punto para ella, paso a un lado y cedemos el honor del pico y pala para el bueno del colega.
- Mi tiempo es muy valioso. - Contestó la rubia con sarcasmo y sin girarse.
- Me llamo Toole, encantado, soy escritor y nadie me entiende.
- ¿"Tul"? ¿Qué clase de nombre es ése? ¿Tu madre es modista?
- Ni idea, me autogaseé en mi coche cerca de Biloxi hace más de cuarenta años, no sé con qué andará ahora.
- Seguramente esté muerta.
- Como yo.

   Resultó que la rubia se llamaba Julia, que estudiaba Historia del Arte, que tenía unos hombros que merecían ser idolatrados para ser justos con la inabarcable Historia del Arte que estudiaban, y que estaba aderezada con la lengua más rápida para soltar sarcasmo que había visto en mucho tiempo. Resultó que miraba a los ojos cuando hablaba. Y resultó que le contó más cosas. Tenía 23 años y había llegado a Madrid hacía dos. Supuso que todos huimos de algo, pero eso ella no lo dijo. Le contó que había descubierto París con aguacero, el otoño pasado, de la mano de un hipster de chaqueta de pana que la abandonó en pleno Louvre para tirarse a una japonesa en el baño, y que viva la intelectualidad lasciva y que viva Vallejo. También que desde entonces odiaba esa puta ciudad y al maldito Leonardo, que se había dedicado de pleno a olvidar a base de libros, apuntes y cine, que Tarantino era un genio de la mala leche y que, al fin y al cabo, no sabía qué carajo estaba haciendo aquí. Todo eso era la piel de Julia, y más adentro, como siempre, corazón y pulmones y tripas y unos huesos que parecían tan frágiles que merecía la pena protegerlos. Ese hipster denigraba a la raza humana con su estupidez.

- ¿Y tú qué haces aquí?
- Supongo que una pausa Julita, estoy cogiendo carrerilla para un mortal adelante.
- No me llames Julita, prefiero Jules, como L. Jackson en Pulp Fiction.
- Joder negra, no me digas que ya tengo que jurarte amor eterno.
- Ni se te ocurra. - El tercer Martini comenzaba a hacer mella en Julia, ahora hasta sonreía. La cuarta pinta comenzaba a hacer mella en él, ya no tenía miedo. - ¿Cuándo darás ese salto?
- Sinceramente... cuando me crezcan los huevos para darlo.
- Necesitas un empujón, nene. Estás ahí, acojonado en el borde de la piscina. Mi padre me enseñó a nadar tirándome a plomo cuando yo tenía dos años... necesitas un empujón. - Definitivamente el Martini actuaba.
- Tu padre era un cerdo irresponsable, pobrecita mía. ¿Dónde se han metido éstos?
- ¿Te importa? - Nueva demostración de característica innata de la genética XX... contestar a una pregunta con otra. - Paula es buena chica, no le pasará nada, creo que se largaron hace más de media hora. Y no creo que seas tan sociópata como dices, ¿sabes?, te preocupas por tus amigos.
- Son los únicos a los que trago, Jules. Pero, puestos a ser sinceros, estoy más preocupado por mí mismo.
- ¿Esta noche?
- Más que nunca.
- No voy a morderte.
- Qué pena.
- Gilipollas.
- ¿Hora y media en darte cuenta? No eres tan lista.
- Me pones enferma, llévame a la cama.
- Sólo lo hago con personas sanas.
- Seguro....
 Pagó ella.

   Se despertó una hora antes de entrar al trabajo, puto capitalismo, necesitaba una granja y autoabastecimiento, eso sí que era vida. Maldita cerveza, maldito dolor de cabeza, maldita puñetera manía de amanecer maldiciendo. La besó en los labios para despertarla.
- ¿Aún estás aquí? - Voz de ultratumba.
- Tengo que ir a trabajar.
- Saca un par de ojos.
- Siempre lo intento. ¿Te he contado la historia de mi amigo Toole?
- Dos veces. - Hundió la cara en la almohada.
- Esta noche te la contaré tres.
- "Tul" era un gilipollas, por eso está muerto.
- Igual que yo, Jules... igual que yo. - Ella soltó un largo aggg de desesperación sin sacar la cara de la almohada.
- Esta noche no voy a soportarte, lárgate.
- Yo ya no te soporto.

   Ya estaba vestido cuando tuvo que huir a través de la puerta, perseguido por uno de los zapatos de Julia que voló sobre él y se estrelló estrepitosamente contra la pared del pasillo. El tacón hizo un agujero profundo en ella, ahí sería donde colgarían su primera foto juntos. Por el amor de dios... ¿ ya estaba enamorado?

viernes, 13 de diciembre de 2013 0 comentarios

30 minutos exactos

   Siempre sigo los consejos profesionales, por eso, cuando ya no hay otro modo de huir, te pienso media hora exacta, nos la dedico hasta el último segundo para después cerrar la puerta, a veces suavemente, casi siempre con un sonoro portazo. A menudo el callejón sin salida me atrapa en casa, tumbado en el sofá, después del trabajo, arropado, delante de alguna película o entre las sábanas de algún libro. No voy a mentir, te me has tatuado, y casi siempre andas por ahí escondida en una especie de niebla, como los posos del café que dan la cara cuando todo lo demás ha desaparecido. Algunos días, después de beberme ese café caliente y amargo de toda la gente que me cruzo, de odiar ese sabor que asesino con toneladas de azúcar inventado, miro al fondo de la taza y allí estás. Puede ser una frase que esté leyendo, una imagen en la pantalla, un sonido, una nota, una sola palabra. Un detalle perdido y a traición me construye el muro de ladrillo delante y estrecha las paredes hasta casi asfixiarme. Ya no pongo la radio, ¿sabes? Me aterroriza escuchar cualquier cosa que haya escuchado contigo, y esos cabrones que sonríen detrás del micro no suelen tener mucha piedad.

   Treinta minutos exactos. Cuando no hay modo de huir, doy la vuelta al reloj de arena y te abro de par en par la entrada a mi garganta y a mis tripas... otra vez. Se elevan las compuertas que te embalsan y te permito arrasar el cauce que te está vedado. Es una rendición con consumo preferente, una humillación consentida y acotada por el abajo firmante, un chapuzón de piscina abandonada, en agua sucia y congelada... El único tratamiento efectivo contra tu veneno. Treinta minutos. Y durante ese tiempo me consiento darme asco y darme pena, y me hago pequeño y dejo que tú crezcas. Desempolvo tus fotos y tus cartas durante quince minutos, ni uno más. Al volver a verte lloro, y me encojo, y cruzo los brazos alrededor del estómago y me abrazo. La mayoría de las veces hundo la cara en algún cojín y lo aprieto muy fuerte, ya ves, me da vergüenza que los vecinos me oigan, así lo ahogo un poco. En eso nos parecemos, hay quien disfruta de la exhibición de las lágrimas propias, tú y yo no soportamos que nos vean. Las demás cosas en las que nos parecemos se me han olvidado.

   Quince minutos, la mitad de la arena. Es entonces cuando entras en la habitación, es entonces cuando estás delante. Las primeras noches te decía que te echaba de menos, te pedía que volvieras, te gritaba que te necesito conmigo, que eras la única de entre todas, que sabes quién soy... Sonrío al escribirlo... duele, es patético. Ahora sé que ni siquiera te acercas a lo que yo veía, que ni te acercas a mí mismo. Ahora, simplemente, nos miramos sin hablar, sigues estando preciosa. Y te quedas ahí plantada, delante de mí, con esos ojos enormes y tristes que me volvían loco. Cuando no puedes dormir y me piensas a mil kilómetros, me despiertan tus pasos en mi dormitorio, eso tú no lo sabes. Tampoco que me hago el dormido porque no quiero dejarte entrar en mi cama, que las respiraciones profundas no son de sueños profundos, que congelan los latidos para que no los oigas... que sé que a veces entras sin llamar.

   Dos minutos antes de que acabe el tiempo te acompaño hasta la puerta. Hueles a guerra terminada, a cadáveres en el campo de batalla, a soledad y a despedida, a mástil partido y a deriva. Antes de marcharte me acerco a tu oído sin tocarte, no puedo tocarte... Historia repetida, instante repetido. Tú escuchas en silencio mis palabras, cuatro palabras repetidas...
¿Por qué?... 
Te odio...

   Treinta minutos exactos que terminan en una puerta que se cierra. Treinta minutos exactos, por consejo profesional.
jueves, 12 de diciembre de 2013 0 comentarios

Una historia

   Esta noche, mientras dormía, se me ha aparecido una historia increíble y se me ha olvidado. Era como un yonqui de las palabras en plena sobredosis, lo prometo, abrazado a la almohada no paraba de escribir, juraría que tenía los ojos abiertos. Había un color, el verde, no es que todo estuviera teñido y sé que todo eso de la esperanza es una mierda, no, tampoco es que en mi mente hubiera un VERDE escrito con todas sus letras... mmmm... ¡ya sé!... el color estaba acampado entre mi sien derecha y la izquierda, sobre la cama, eso era. Y yo sonreía a veces, porque estaba viendo la ventana mientras empezaba a amanecer, ahí tumbado, y pensaba... ¡coño Luis!, te está saliendo algo jodidamente bueno, ¡y encima no tiene nada que ver con ella! Y mientras tanto escribía y sonreía y veía las palabras fuera del verde, porque estaban fuera de mi cabeza y encuadernadas, impresas en papel de libro amarillento. Las letras estaban escritas a máquina, una de esas viejas que no he usado nunca y que siempre que encuentro en un escaparate pienso en lo relajante que sería estamparlas contra el suelo. A algunas les faltaban partes, las es estaban partidas en el cierre y las eles por la mitad, y era genial porque cada vez que escribía "él", que soy yo, estaba roto justo por medio. Y me acordaba del colegio y de los curas con sus Él con mayúsculas y tilde, y me preguntaba qué habría sido de Él desde que lo enterré y le puse una losa bien gorda que no pudo mover esta vez, gracias a Él... Alimento para gusanos. Y pensaba en la liberación del pueblo contra los tiranos y soltaba una carcajada. Y no sé por qué se me ocurrió que Bécquer era un cerdo que oprimía almas adolescentes, con esa perilla y esa mirada de os estoy jodiendo y no lo imagináis, y todo eso aparecía escrito a máquina. Hay muchas formas de tiranía.

   La historia seguía y seguía y no tenía que corregir nada. Planeaba que lo más oportuno sería cederla a la ciencia para que la desmembraran, y le sacaran las tripas, y la rajaran y cortaran en trozos muy pequeñitos, les sería fácil, he oído que los tipos musculados son difíciles de partir cuando están muertos, que los estudiantes sudan para seccionarles un brazo o abrirles el pecho, pero mi historia era muy flaquita, no comía bien. Y la novela seguía y seguía y yo acurrucado en la cama sin despertar. Y no había pianos, ni diciembre, ni París, sino bares, y Bunbury desmejorado, y cerveza, y mujeres sinceras, y barras de incienso en mi habitación, y poetas deslenguados, y tipos que llamaban a gatos perdiendo la dignidad sin saber, pobres, que ellos son como tú y sólo aparecen cuando tienen frío. Y me veía en el espejo mirando mi ombligo, esa cicatriz que grita que desde que te arrancan el cordón ya no necesitas a nadie para sobrevivir. Y luego, en la ducha, el jabón se mezclaba con tu sangre y no la mía, y se largaba por el desagüe. La vida es así cielo, ya no soporto a las niñas egoístas, te jodes.

   Qué buena historia se me ha aparecido esta noche, y nada más despertar la he olvidado. ¡Qué pena! diréis, pero no. Creo que se ha escondido, veo pequeños dedos y unos ojos que se asoman detrás de mi espina dorsal. La atraparé, se ha asustado porque querían hacerle la autopsia, le diré que era broma, que la quiero, quizá le ponga un trozo de caramelo de cebo, seguro que le gusta. Y si no... ¿qué coño importa?
martes, 10 de diciembre de 2013 0 comentarios

Una peli de James Dean

Aquella noche olías a libro recién abierto,
a páginas separadas por primera vez.
A historia, a relato, a cuento.

Te leí con la yema de los dedos
te aprendí cada párrafo.
Me bebí la letra escondida en cada curva,
en cada esquina de tus piernas,
de tus labios a tus pies.

Tú eras un contrato de préstamo con usura,
el final de una barra sucia de cerveza con interés.
Yo el tipo que bebe dos horas antes de vivir.

Aquella noche olías a victoria,
yo a una peli de James Dean.






viernes, 6 de diciembre de 2013 0 comentarios

Hopper


    Un cuadro de Hopper colgado en la pared recién pintada. Dentro de él nos asomamos a través de una puerta abierta, en la habitación sin ventanas una mujer semidesnuda se encorva sobre un papel desdoblado que apoya en su rodilla. Está sentada al borde de la cama, no sabemos si la habitación es suya o lo ha sido, maletas en el suelo y un vestido abandonado en el brazo de un sillón verde. Podemos espiar sin miedo, podemos preguntar sin miedo, no girará su cabeza, no nos descubrirá asomados desde el otro lado del lienzo. La soledad son preguntas y maletas, ropa desperdigada y habitaciones provisionales.

   Observaba el cuadro desde la cama, con las manos cruzadas detrás de su cabeza. Era media mañana y el sol entraba a raudales a través de las cortinas, desbocado después de una semana de lluvia terca. Lo había colgado dos días antes, ignoraba la razón y, desde luego, no le importaba. Sintió el roce de unos pies desnudos bajo las sábanas y la miró.  Ella inhaló esa bocanada de aire salvador que nos despierta después de los sueños profundos, se acercó a él y le besó el pecho.
- ¿Por qué crees que está tan triste?
-¿Quién? - Ella preguntó casi sin voz, despierta a medias, con el cuerpo aún dolorido.
- Esa chica. Fíjate, está mirando un papel en blanco, al menos nosotros lo vemos así, vacío. Quizá quiera escribirle algo a alguien.
- Joder, ¿qué más da? - Deslizó la mano entre sus piernas, se sentía más despierta buscando despertar algo más en él, siempre lo conseguía con facilidad. Y qué coño, le gustaba hacerlo por la mañana.
- Para. Mírala. No sabemos si es de día o de noche, si se marcha o acaba de llegar, si está en casa o en una pensión de mierda. No sabemos quién es, sólo que se sienta a mirar un papel en blanco en una habitación minúscula y que está triste.
- ¿Y cómo sabes que lo está? Yo conozco un remedio para eso, podría enseñárselo ahora mismo... - La frase se perdió en sus labios a medida que los iba acercando al cuello de él. Una sonrisa de satisfacción y de conquista cuando notó que el trabajo entre sus piernas comenzaba a dar fruto. En cuanto sintió su sexo crecer, él deslizó la mano hacia la de ella y la sujetó con fuerza llevándose ambas soldadas hasta el pecho.
- He dicho que pares... Yo creo que acaba de llegar, ¿sabes? Creo que ha llegado a ese lugar buscando a alguien y que va a escribirle, pero que tiene tantas cosas que decir que no puede empezar, por eso se pone triste... O quizá no, quizá lo que ocurre es que se marcha, que cogerá un tren a la mañana siguiente y ha dejado preparados el vestido, el sombrero y los zapatos para poder dormir un rato más. Quiere despedirse, quiere hacerlo sin dolor, pero tampoco puede, y por eso se pone triste...
- Estás hablando demasiado... no quiero hablar precisamente. - Se inclinó hacia él y le besó en los labios, lo acercó hacia ella sujetando su cabeza con la mano libre. Sus lenguas se rozaron un instante y ella sintió la sangre ascendiendo por todo su cuerpo, el corazón acelerado, el deseo... sabía cómo alimentarlo. Pasó una pierna por encima de las de él y volvió a sentir el orgullo de la victoria. Necesitaba tener aquello dentro ya.
- Espera. - Él se separó un poco y la miró a los ojos. Eran enormes, eso era lo que le había llamado la atención en cuanto se la presentaron. Creyó ver algo allá escondido. Luego la conversación se fue animando por el alcohol, hablaron de sus trabajos, de un par de amigos comunes y de unos cuantos enemigos compartidos. Pero fue aquel pozo de preguntas que escondía en la mirada lo que le atrajo. - Sé que está triste por sus hombros, porque se sienta en una cama y porque apenas le vemos los ojos escondidos en la sombra. Sé que está triste porque nadie se rodea de maletas en una habitación sin estarlo, porque si llegas has dejado algo atrás y si te marchas vas a dejarlo. Quizá el papel no esté en blanco, quizá Hopper lo dejó así para que nosotros lo llenásemos, quizá es una carta de despedida, quizá es una carta de confesión... No hay pluma ni tinta, si está en blanco de verdad, ¿cómo coño va ella a escribir? Sé que está triste porque está sola y, no te engañes, los vendedores de humo de la psicología te enseñarán que todo depende de nosotros, que hemos de ser fuertes sin contar con nadie, que podemos hacerlo... pero es mentira, estar solo es estar triste, y ella lo está.
- Pero tú no, y quiero que me folles ahora mismo. - Se colocó sobre él despacio y recibió su sexo con un gemido. Calor, piel, sudor, deseo, placer... el diccionario debería incluirlas como sinónimo de fusión. Las manos de ella sobre la pared, casi derribándola en un orgasmo. Las manos de él rompiendo sus caderas mientras se deshace.

   Desnudos y sin sábanas, dos estatuas recuperan el aliento.
- Eres un tipo muy raro, joder... ¿Quién carajo es Hopper?
- Un mirón.
- Entonces es un enfermo, podría vivir un poquito. Los mirones me dan asco.
- Era.

   Se levantó y se asomó a la ventana. Afuera la vida seguía detrás de otros muros. Vio a una mujer preparando la comida en la cocina, un chaval de unos quince años colocaba el edredón precipitadamente al otro lado de unos cristales, un tipo que vivía solo se dedicaba a recortar unos setos de ángulos rectos enfermizamente trazados. Su voz sonó a mujer semidesnuda sentada en el borde de la cama.
- Márchate, no quiero volver a verte.

miércoles, 4 de diciembre de 2013 0 comentarios

Camino de casa

   El frío vacía las calles en cuanto oscurece. Es el mejor momento para caminar, todos los sonidos se comprenden mejor en el silencio. Caminaba ligeramente encorvado, encogido sobre sí mismo, tratando de meterse entero en cada bolsillo. El cemento manchado de la acera se dejaba ver a pedazos, casi cubierto por completo por una capa de hojas ocres y amarillas recién caídas. El viento había cesado hacía rato y, en su visita, había transformado la calle vacía en la vereda de un jardín oculto que se asomaba bajo el asfalto. Se preguntó qué parte de sí mismo estaba también oculta, qué raíces había enterrado durante todos estos años, qué fragmentos de piel se rompían al llegar el frío dejándolas asomarse, sólo un momento, insinuarse como la curva de unas caderas bajo las sábanas. El eco de sus pasos golpeaba las fachadas, se colaba en los portales a oscuras, en los escalones que ascendían hacia la penumbra para llegar a una puerta cerrada. A través de los ventanales se derramaba la luz anaranjada de las últimas noches del otoño, sentía que si se estiraba lo suficiente, quizá si alzase una mano, podría notar el calor de aquellas casas al mismo tiempo que su luz la iluminara. Pero allí fuera sólo existía el frío, le gustaría saber quién se refugiaba bajo aquella manta de hojas muertas. Hay momentos en que puedes hacer una radiografía de ti mismo, virar tus ojos más allá de tus músculos, de tu sangre, llegar a las vísceras que se guardan celosas todo lo que eres. Pero, ¿quién era? Mirarse en el espejo duele cuando tienes la respuesta a tus propias preguntas. 

   Recorría la ciudad sin rumbo, como se recorren las ciudades, a ratos girando en cada esquina, a ratos siempre recto. Ni una sola nube, ni una sola estrella. Recordó aquel noviembre en que la electricidad desapareció durante unos minutos, cuando entendió lo que era la noche bañada de blanco, cuando se asomó a la parte trasera de la casa para descubrir que algunas luces pueden tapar otras, más débiles, más puras. Ahora, las farolas encendidas le rodeaban de sombras de sí mismo que lo acompañaban, la más oscura se giró al mismo tiempo que él y le clavó su mirada. Cuanto más potente es el foco que nos ilumina, más negra es la sombra detrás de nosotros. Creyó que iba a decirle algo, a reprocharle el paseo cuando lo sensato era taparse bajo una manta a ver la televisión, escuchar a su propio sueño de una maldita vez, arrojarse a la lona… pero estaba muda. Las siluetas oscuras de uno mismo no tienen cuerdas vocales, si no acabarían por volvernos locos con tanta verborrea.

   Debía de llevar andando mucho tiempo, las piernas comenzaban a dolerle cuando se sentó en el banco de hierro forjado en medio del parque. Respiró profundamente aunque no le faltaba el aliento, era una costumbre adquirida que, en su mente, cargaba de misticismo el pensamiento que le estuviera martilleando en ese momento, una especie de subrayado con el que marcaba algunos puntos de su razonamiento que no quería olvidar. Con los sentimientos le ocurría lo mismo, pero ellos eran más tercos, no necesitaban que nadie los destacase para mantenerse ahí, como películas en la estantería que a veces quieres ver y a veces no, pero no puedes olvidarte de su presencia. Lo sabía, pero los seguía inspirando y expirando con fuerza. Se había sentado en aquel mismo lugar una vez, hacía algunos meses, un día en que habló solo, un día de sol tibio a la hora de la comida, un día en que todo había cambiado. Creyó verse a sí mismo jugando al otro lado del castaño que tenía delante, siendo niño, tal y como había sucedido en el sueño que le contaste cuando aún le decías que le soñabas. Ésta vez estaba solo, no a tu lado como aquella noche, y sabía el significado de aquel crío corriendo alrededor del árbol, que llegaba a rozar los alibustres que hacían de barrera con lo que no era parque, para retroceder enseguida. Sabía que jamás podría salir de aquel espacio encerrado entre edificios, que permanecería allí, inocente, perdido entre juegos de espadas que son ramas, de árboles que son enemigos. Aquella tarde, a la hora de la comida, con algo menos de treinta y seis años, hablando solo, se dejó la niñez encarcelada. Se miró por dentro, viró sus ojos hasta sus vísceras celosas de secretos, y no le gustó lo que guardaban. Deberían formar a los cirujanos para extirpar algunas tardes de sol tibio. Contempló al niño hasta que comenzó a temblar de frío. 


   Cuando se levantó, le hizo un gesto de despedida con la mano a su pedazo perdido y el otro se lo devolvió con una sonrisa. Parecía simpático, quizá volviera alguna vez a visitarlo, por si necesitaba algo. Volvió a meter las manos en los bolsillos, como si intentase refugiarse entero en ellos, y se perdió por la calles envuelto en la niebla que ya descendía… camino de casa.
sábado, 30 de noviembre de 2013 0 comentarios

Repite

Repítemelo.
Repite que ha sido culpa mía quererte,
que todo es mentira,
que las palabras estaban vestidas.

Dime que no compartías mis noches,
llámame loco,
que nunca buscaste mis días, dime...
dime que no me querías.

Jura que no temblabas pensándome,
que no sonreías al despertarme.
Jura que no me has buscado, jura...
Jura, si te atreves... que no has estado a mi lado.

Reconoce tu miedo a reconocerme,
que mi espejo te asusta y te llama
porque no quieres verte, dilo...
grita alto que no me has llevado a la muerte.

Cuando lo repitas,
cuando ahogues la mentira en el pecho,
cuando te claves los dientes y sangres,
sujeta el alma que se te escapa,
suelta la trampa... que ya estoy muerto.

Y vive,
vive sin mirar atrás,
vive vacía de todo.
Y no te leas por dentro, no te sepas,
no te aprendas un renglón de lo que eres.
Ojalá nadie llegue a leerte y sabes...
sabes que no me mereces.

Que eres veneno y espanto,
que eres desierto de nada,
arena sin agua,
y tu llanto, una lágrima dulce y, tan falsa,
que resbala una vez cada tanto.

Púdrete lejos de mí, pero nunca te olvides.











jueves, 28 de noviembre de 2013 0 comentarios

Embarque

   La habitación se hacía más y más pequeña. El ventanal, con sus marcos blancos, se encogía lento y hacia abajo, como el tiempo en un reloj de arena. Para mí era tan perceptible como la oscuridad que golpeaba los cristales. A medida que las paredes se me acercaban, sin piedad y sin ojos, vi aparecer la luz en un horizonte alejado. Entre él y yo, kilómetros de estómago vacío. Los tejados que hacía un momento recibían la nieve mansa, una lluvia de plumas blancas perdidas por un ave gigantesca, ahora se evaporaban, se convertían en siluetas apenas recortadas. Luego en nada. La cama se volvió un camastro estrecho, las sábanas me envolvieron apretadas, tuve que doblar las rodillas para no salirme de ella. Y, poco a poco, las ventanas trucaron ángulos rectos en un ojo de buey, el ladrillo en el que estaban mordidas se volvió un metal frío. A través de él amanecía anaranjado y sin nubes, amanecía sin invierno. En medio de un mar azul marino yo sentía lo mismo que cuando vi su color real por primera vez... profundidad y miedo y una pizca de vida. Asomado desde mi camarote vi alejarse las estelas de espuma blanca, deshechas por la distancia con mucha más calma que con la que nacieron, golpeadas y de agua rota.
   Ésa es la respuesta a tu pregunta. Me embarqué sin memoria y sin puerto. Con nada de lo que tenía. Y amanecía.
miércoles, 27 de noviembre de 2013 0 comentarios

Resaca

   - Quiero que te desnudes… - Las palabras salieron de su boca, torcida por el exceso de alcohol, pastosas, casi licuadas como el hielo de la cuarta copa de whisky que se sirvió desde que llegaron.
Ella lo miró con ese aire de superioridad que destilan las putas caras cuando negocian con un borracho. Borracho, cuarentón, con la cartera llena de billetes y el bolsillo del alma lleno de agujeros. 
   - Son mil quinientos, esto no es una consulta, aquí se cobra por adelantado. 
El tipo arrojó un fajo de billetes sobre la cama, estuvo a punto de caerse de boca sobre el colchón cuando realizó el movimiento con el brazo. Se imaginaba a sí mismo como un tipo duro de película en blanco y negro, de esos que abofetean pelirrojas y todo el mundo envidia masticando palomitas ajadas desde la butaca. ¿Por qué coño quedaban tan pocos cines de reposición en esta maldita ciudad? ¿Desde cuándo esta ciudad, que era la suya, había comenzado a ser maldita? Había sido siempre la misma, la basura, las calles estrechas cubiertas de vómitos al amanecer, los coches de lujo en aparcamientos de lujo, los guiris, los yupis, las sombras… Una noche mil quinientos, paga la empresa.
   - ¿Estás seguro? No creo que estés en condiciones esta noche. - Un ligero toque de compasión se reflejó en los ojos de la chica, escondido entre un noventa y cinco por ciento de placer mientras contaba el dinero. “Nunca habrás pagado tan poco por unos ojos como esos”. Ésas fueron las palabras del tipo que le pasó la tarjeta… jodido poeta, ¿a quién le importaban sus puñeteros ojos? Tenía un cuerpo blanco de curvas firmes, juventud, y unas tetas en las que volvías a tener pañales… Ojos, él ya tenía unos de esos clavados en la tripa y ya no quería más, pero era cierto, éstos le iban a salir más baratos, no se le llevarían ni un centímetro de piel, nada de quemaduras ni de cicatrices. 
   - Esto no es una puñetera consulta, quiero que te desnudes. - Tipo duro, sí señor.
Vio cómo terminó de contar la parte que le tocaba, cómo dejó caer el resto sobre la mesilla y cómo la guardó en su bolso. Un bolso con clase, en un par de noches lo habría pagado. Llevaba un vestido rojo con la espalda descubierta, el pelo suelto y liso se encargaba de ocultarla a medias. Le pidió que se dejara los zapatos ignorando la mirada de “demasiado porno” que ella le regaló con media sonrisa. Era realmente hermosa. 

   Desde luego ella tenía razón, esa noche no estaba en condiciones, así que cuando el amanecer lo cegó a través de la ventana, solo sobre las sábanas, con unos bóxers de matrimonio, calcetines puestos y los estúpidos Mayumaná golpeando cubos entre sus sienes, no supo si avergonzarse o exigir en la agencia la devolución del dinero por incompetencia de la profesional. Optó por agua helada en la ducha después de llamar a recepción para pedir que le preparasen la cuenta y un par de aspirinas… un final inteligente para un gatillazo regado de alcohol e intercambio de divisas. 

   La mañana estaba helada, restos de la nieve de la noche anterior se amontonaban sucios sobre las esquinas. Se sintió igual de manchado que ellos, igual de apilado en una sucesión de días invernales, esperó que de un momento a otro cualquier conserje, uniformado y diligente, lo arrojara de una palada fuera de la acera junto a los de su especie. En esta ciudad hacía falta estar muy paranoico o tener mucha pasta para coger un taxi, reunía ambas condiciones, así que alzó la mano y, en un segundo, estuvo sentado en un asiento de cuero recibiendo una mirada rencorosa a través del retrovisor después de exigir al taxista que se abstuviera de tertulia. 
   - Como desee el caballero. - No se ahorró ni una pizca de guasa ni de entonación servicial el muy payaso. 
   Se tragó las aspirinas con la cabeza apoyada en la ventanilla, el frío del cristal le hacía sentir bien, relajaba el concierto en el interior de su cabeza hasta un nivel casi soportable. El trayecto fue corto, no deseaba llegar a aquella casa. Cuando se plantaron en la cancela de hierro forjado reprimió el impulso de pedir al taxista que se alejase de allí, que lo llevara lejos… pero ese idiota no lo hubiera entendido, nadie entendía nada. Saludó a Juan con la mano mientras atravesaba el jardín camino de la puerta. La idea de que el jardinero trabajara un domingo había sido de su mujer, el pobre hombre no sólo debía mantener la integridad del invernadero durante las fiestas de guardar, sino que además debía soportarla a ella flotando a su alrededor, enguantada de verde, y sentando cátedra sobre orquídeas y cualquier otro espécimen de moda entre lo más chic de los jardines privados de Madrid. Lo compadecía sinceramente, pero antes de cambiarse por él se pegaba un tiro. Justo tras la puerta, vigilante como un búho al acecho de las alimañas, se enfrentó con la harpía… Comprendió la mirada de Juan tras el saludo, una mezcla entre aviso, alivio y algo de ternura… definitivamente era un buen tipo.
   - ¿Se alargó la cena? - Mirada de sables con un fondo de… “coño, podrías guardar las apariencias”. 
   - Ya sabes cómo son los japoneses, no negocian en los despachos.
   - Tu madre ha llamado. Comerán con nosotros, tu padre tiene alguna noticia. 
   - Fantástico. - Se oyó decir a sí mismo mientras subía las escaleras hacia el dormitorio.

   Se desnudó despacio antes de meterse en la ducha, el maldito dolor de cabeza no se rendía, las resacas de whisky caro son como todas las demás, y cuando puedes permitirte el uno no sueles tener edad para permitirte la otra. Se miró un segundo en el espejo sobre la cómoda, realmente daba bastante pena. El vapor transformó la atmósfera del baño en algo agradable. La imagen de aquella espalda descubierta, de aquel vestido rojo deslizándose sobre las caderas, de aquel desnudo culpable, se posó suave sobre él junto con el agua caliente. No consiguió desprenderse de ella, ni siquiera cuando el olor a alcohol y a condena desaparecieron junto al jabón rumbo al desagüe. La masturbación le pareció lo más sensato, cierto que era una imagen cara para reducirla al onanismo, pero era cierto también que sus ojos eran increíbles y… ¡Qué carajo! Por algo había pagado.
lunes, 25 de noviembre de 2013 0 comentarios

Un breve apunte sin sentido

   Algunos momentos se quedan grabados en la memoria envueltos en una cortina oscura de terror, sudor frío y corazones saliendo de la garganta... la primera vez que das la vuelta a una tortilla con público, la primera vez que el iPhone se estampa contra el suelo, la primera vez que te vi entrar por esa puerta... El recuerdo que guardamos de todos ellos depende de los segundos posteriores, de la fina línea que separa la tragedia del suceso, de una lluvia de patata y huevo sin cuajar, de una pantalla rota puñeteramente cara, de una mirada altiva que te ignora... Si la tragedia vence, porque la vida es así, heredamos un estómago encogido para cada una de las veces en los que la mente regresa a ese maldito segundo, así somos, y huiremos de él como de un perro rabioso. Si el suceso vence la carrera por la realidad, que a veces ocurre que no somos tan desgraciados, se abre un mundo mágico de posibilidades... gloria de cocinero sin estrella, un teléfono impecable... e incluso una sonrisa tuya.

   Reconozco el terror que me inspiraste, que movía las manos como un humorista de esquina, que las pasaba por el pelo una y otra vez para que no las vieras temblar. Que la mayoría del tiempo no sabía qué decir ni qué decía. También que un pequeñajo verde y con sombrero irlandés estaba sentado en mi hombro y me susurraba... "¿Pero qué haces?... La estás aburriendo... Cállate idiota... ¿Vas de gracioso?... ¡Bah!" Te aseguro que sonreíste justo en el instante anterior a que lo mandara al carajo en voz alta. Eso nos dio un poquito más de tiempo antes de que notases que puede que algo no funcione dentro de mi cabeza.

   Lo descubriste, claro, pero demasiado tarde como para que no me hubiese perdido dentro de algunos momentos contigo, momentos de esos sin estómago encogido en el regreso. La otra noche volvieron tres de ellos... junto al enano guasón y bocazas. Venía con fuerza y argumentos, créeme... afortunadamente, me quedé dormido.
domingo, 24 de noviembre de 2013 0 comentarios

A pedazos

Estás en todas las cervezas que bebo,
en el hielo que se deshace en cada copa,
en cada boca, en cada piel, en cada uña.
Vives en otros cuerpos... pero te veo.

En cada encuentro me enseñas una parte.
Anoche me entregaste el hombro izquierdo.
Ebria de palabras, de deseo,
de Waits, de Dylan, de madrugada...
de guitarras mudas dentro de tu invierno.

Anteayer tuviste otro nombre,
y en la ducha, por la mañana,
me regalaste tus pupilas y tu pecho.
Jugaste con el vacío de un anillo de piel blanca...
con la mitad que te faltaba... un recuerdo.

Te recompongo a pedazos que vas olvidando,
que abandonas en mi cama desde que te has partido.
Me invento trampas para conseguirte,
las oculto bajo el asfalto, las cubro con las aceras que vas pisando.
Y, cuando te marchas,
me duermo bajo las sábanas que siguen oliendo a ti,
te uno con las costuras del hilo que sigo guardando bajo la almohada.

Tratas de esconderte, lo intentas,
pero estás en cada corazón que me bebo,
en cada cuerpo sin ropa, en cada gota de sudor,
en cada sexo que late, que grita...
en cada costado de alma que me mira...

Eres mía a pedazos que voy cortando,
te arranco de cualquiera...
te robo sin más juicio ni condena.



domingo, 24 de noviembre de 2013 0 comentarios

Un fantasma

La vida es un momento detrás de la ventana.
Afuera sol sin nubes, adentro calefacción,
y música,
y palabras impresas en negro que resucitan.
Afuera viento y frío y hielo,
y un abrigo grueso que no sirve de nada.

A veces tú también estás adentro,
flotando,
un fantasma de incienso en mi habitación.
Sólo a veces te respiro entre musgo blanco,
te hago el amor, te devoro,
nado en tu río, busco bajo tu vientre,
te trepo sin cuerda con mi boca,
me cuelgo de tu lengua antes de morderte.

Sólo a veces yo también estoy adentro,
adentro de ti,
impreso en negro sobre piel blanca,
para que me leas y me tengas y me respires,
y me poseas y me quiebres...
y me resucites...
sólo a veces.

Y como eres viento y frío y hielo,
y como mi abrigo grueso no sirve de nada,
y como debes estar afuera,
quiero que te vayas,
ver tu espalda alejarse... para siempre.

Para siempre...
hasta que necesite devorarte,
hasta que necesites flotar en mi habitación,
hasta que necesite viento y frío y hielo,
hasta que necesites quebrarme... y resucitarme...

Para siempre...
hasta que necesitemos.




viernes, 22 de noviembre de 2013 0 comentarios

Marta

   Vivimos en una novela, dentro de ella, mezclados entre párrafos, nadando en un mar de letras que no se mueven pero que nos mueven. Y no es una de esas novelas en las que el protagonista se tira a la tía buena, ni siquiera una de esas de amor imposible que acaba en tragedia y nunca se olvida. Tampoco somos detectives que resuelven casos de altos vuelos, regresan a la oficina, y sacan una botella de whisky del primer cajón del escritorio, mirando su nombre grabado sobre el cristal esmerilado de la puerta, con ojos de derrota y de ausencia de honores… y de ausencia. No, no es nada de eso. Nuestra historia es un relato breve de Bukowski que se repite en ciclos, de personajes que entran y salen, de personas que a veces se quedan. Una historia de borracheras y polvos mal encarados pero encarados, que dan resaca y agujeros en el hígado, polvos de garrafón servidos en tugurios de vasos sucios. Y, mientras tanto respiramos los cuentos de princesas que nos venden, que se nos meten entre las páginas y llegan hasta el punto final manchando los capítulos. Pero no te engañes, Disney no quiso que lo congelaran, quiso largarse y no volver, punto. Y tampoco se nos lee, no existe una conciencia externa que guía los dedos que pasan nuestras páginas, no hay ojos que se pregunten qué viene después, qué oscuros peligros. Estamos solos dentro de un argumento del que no controlamos el siguiente giro, giro cabrón de novelista de gasolinera, que aporrea las teclas, ebrio de madrugada, con la doctrina tatuada de que vende más un protagonista jodido. Vaya discurso.

   Salir a la calle a últimos de noviembre para que el frío te lance un directo a la mandíbula duele. Se abrigó convenientemente, levantó la guardia y saltó al ring. Quería caminar, así que condujo más de media hora hasta alcanzar un lugar más interesante que aquel barrio residencial manchado de casas repetidas. La luna, muy llena anoche, comenzaba a menguar al otro lado de la ventanilla. La recordaba la pasada madrugada cuando la miró apoyado en el quicio de la puerta del jardín. Bunbury, con la misma voz que cuando era un héroe, le decía cosas al oído, pero también se le veía cansado. Láminas de una luz blanca y fría convertían los olivos en fantasmas de sombras alargadas, un ejército alineado de custodios de los sueños de alguien que, quizá, durmiese ignorando que lo vigilaban. No supo si tranquilizarse o inquietarse un poco más. Imaginó aquellos soldados desperezándose en su mente y arrasando los pareados con sus ramas y raíces, dejando aquel trozo de tierra olvidado de la mano de dios exactamente como debería estar… hasta los cuentos pueden llegar a ser muy turbadores, ¿verdad? Enrique se empeñaba en acusar a su puta de desagradecida, muy terco y muy ofendido… pobre. Eso le hizo pensar en ti de nuevo… pobre. Y después, mirar aquella luna enorme allí colgada indiferente, lejana, saber que mañana ya no sería la misma, pensar que volvería porque siempre vuelve, saber que tú no lo harás, desear que lo hagas… Desde que regresó el insomnio siempre miraba con los ojos un poco más cerrados. 

   Consiguió aparcar cerca de la calle Fuencarral, las tiendas aún no habían cerrado y las aceras bullían todavía. Esa sensación de estar rodeado de vidas que no le importaban lo más mínimo, lograba que la suya le importase algo menos, el movimiento entre desconocidos le trasladaba hasta el anonimato de sí mismo, así casi no escocía. Le invadió ese oscuro placer de sentirse fuera de su cuerpo, de sentarse en la butaca a ser espectador en sala vacía de martes por la tarde, contemplando extasiado la versión original de una película sin presupuesto que nadie quería ver. Desde que la horda católica cedió el control a la capitalista la navidad en Madrid comenzaba en noviembre, así que los escaparates escupían algún que otro villancico, y las masas consumían regalos envenenados de obligación, hipocresía y un poquito de cianuro por si alguien los mordía. Se coló en una cafetería cool en la que un sonriente universitario cool vestido de verde oliva, (otra vez los olivos vigilantes) tomó nota de su pedido y le sugirió que esperase al final de la cadena de producción cafetera cool, o sea, al final de la barra, no sin antes haberle preguntado su nombre con una indiscreción que chocaba de frente con la amabilidad transmitida. 

   -Anónimo.- Le contestó devolviéndole la sonrisa.
   - Se lo entregaremos al final de la barra, caballero.- Replicó el tipo mientras escribía el nombre sin nombre con un rotulador negro en un vaso de cartón. Hasta dónde podía llegar la estupidez humana. 

    Volvía una y otra vez a aquel lugar por un solo motivo, un viejo sillón en el que nadie se sentaba, gastado, de color vino, condenadamente cómodo para un café y una hora de escrutinio a los demás o a algún libro manoseado y releído. Cada noche ese sillón abandonado le plantaba ante los ojos la necedad de los días que corren, o más bien, de los que corren estos días, en los que nadie se da cuenta de lo que puede aportar un sofá viejo. Vaso de cartón en mano se encaminó a su altar decidido a sacarte de su cabeza, se asomó tras la columna y de repente la vio. Tenía el pelo casi rubio y casi despeinado, curvada sobre un cuaderno en el que unos dedos finos exprimían la tinta de un bolígrafo con demasiada energía como para no preguntarse por qué no se rompían. Como un relámpago acudieron a él los versos de Sabina y sus tinteros borrachos de tinta ordeñados a diario. El resto de ella, en cambio, parecía relajado. Vaqueros gastados, Converse gastadas… ¿vida gastada? No pudo reprimir la pregunta dentro de su cabeza. Un abrigo marrón dormía en el respaldo, un jersey grueso y negro dormía sobre ella. No se percató de sí mismo hasta que la chica levantó la mirada y la clavó en él, plantado junto a la mesa baja, con el café en la mano, tratando de decidirse entre la irritación de ver su santuario mancillado y esa especie de fascinación, de embrujo, que le causaba esa melena que se movía mientras ella negaba con la cabeza y tachaba párrafos enteros. Lo miró con curiosidad y esta vez fue él el que se sintió extranjero, el inmigrante que vuelve a su casa y ya no es su casa, el tipo que regresa del trabajo y se encuentra su calle en dirección prohibida. Así que se sentó en la mesa de al lado manteniendo la dignidad a ras de suelo, dejó el vaso ardiendo en la mesa, sacó a Laforet del bolso y releyó sin leer con el libro apoyado sobre las piernas cruzadas. Ella miró el vaso con descaro, luego a él, luego al libro…
   - Así que no tienes nombre… - El tono irónico se retorcía en sus palabras como una niebla azulada persiguiendo el curso de un río desde su orilla. Lo miraba fijamente, con una media sonrisa demasiado astuta como para ignorar que detrás de ella había unas cuantas batallas ganadas. Había dejado de escribir, pero la punta del bolígrafo seguía pegada al papel  dando a entender que la pausa sería breve. 
   - No lo necesito para tomarme un café en el sillón en el que estás sentada. - Habló sin apartar la mirada del libro, no la veía, la sentía.
   - ¡Así que era eso! - Rió con ganas pero sin estrépito, a él le gustó, pero siguió impasible. Tras un segundo de reflexión ella volvió a hablar. - Este lugar no te pertenece, pero quizá puedas acercar aquella silla, mirarme, y contarme por qué lo crees. Yo sí tengo nombre, Marta, y te concedo el honor. Reconozco que he sentido cierta vanidad creyendo ser la causa de tu cara de idiota, ahí de pie, y no el viejo sillón que parece que compartimos sin saberlo. Aun así estás perdonado. - Lo miró curiosa, tratando de atrapar sus reacciones, daba la impresión de ser capaz de medir los cambios de temperatura en cualquier cuerpo. 
   - No, gracias. Esperaré a que te marches. - Seguía sin levantar la mirada de las páginas amarillentas de años… sonaba duro, fuerte, capaz… casi indignado por el insulto que Marta le había soltado sin anestesia ni morfina posterior, sin siquiera conocerlo. Pero la verdad es que le aterraba mirarla en la misma proporción que sentía la tensión de una cuerda que le urgía a enfrentarse a ella, mientras esas fuerzas permaneciesen empatadas él no se movería. 
   - No voy a marcharme. - De nuevo esa risa calmada pero sincera le golpeó en el pecho, cómo le gustaba escucharla… ¿por qué? Marta siguió escribiendo, fingiendo olvidarse de él durante unos minutos, mientras ambos se bebían a sorbos el café al mismo tiempo que se bebían la atmósfera que se había creado entre ellos. 
   -¿Qué escribes? - Preguntó él por fin con voz seca.
   - Eres muy borde… escribo sobre ti, me has dado una idea. - Esta vez era ella la que no levantaba la mirada.
   - No me conoces.
   - Tipo sin nombre. - Lo miró.- Ojos entornados en una dureza que miente y un miedo que grita, envueltos en una bruma gris y hundidos en ojeras malvas de noches de insomnio y cansancio. Atrapado por recuerdos que le obligan a releer lo ya leído con masoquismo enfermizo, que no le permiten salir de su cárcel aunque tenga la llave colgada en la puerta. Desde aquí se puede mascar tu vacío sin afeitar, como tu cara, casi se aprecia tu laberinto. - Habló sin crueldad ni juicio, con el interés de un investigador observando una placa de Petri mientras espera la reacción y divaga con las posibilidades. Fue como si un puñetazo en el vientre lo dejara sin respiración, no creía ser tan cristalino. - ¿He acertado?
   - Eres muy lista Marta. - Cuando se oyó decir su nombre en voz alta supo que había cruzado la línea. Terminó el café de un trago, se puso el abrigo ante la mirada sorprendida y, creyó ver, algo angustiada de ella, y la miró por última vez. - Cuídame el rincón, ahora ya sabemos que no es sólo mío. - Salió por la puerta hacia noviembre sin dar tiempo a una respuesta.

   Cuando, semanas después, se apoyaba en la ventana a oscuras observando la misma luna con un cigarrillo en los labios, el cuerpo desnudo de Marta dormía a su espalda. Agotado, rendido, le enviaba su respiración acompasada a través de la oscuridad como un mensaje. Volvió a ver sus dedos enredados en ese pelo casi rubio, doblando su cuello mientras ella cerraba los ojos, con la boca entreabierta, moviéndose sobre él para mantenerlo dentro, para mantenerlo suyo. La luna volvía a ser enorme. Una punzada a traición le trajo tu imagen, tu crueldad, tu voz negándolo todo, maldita seas. Apagó el cigarrillo y se tumbó despacio al lado del calor de Marta, de la piel de Marta, de los labios de Marta, de sus pechos, de sus pies… 
   - Maldita seas si piensas que voy a detener mi vida. - Susurró sin dirigirse a nadie. La abrazó y besó su frente antes de quedarse dormido.

   Vivimos en una novela, dentro de ella, mezclados entre párrafos, casi todos son personajes oscuros… casi todos.



lunes, 18 de noviembre de 2013 0 comentarios

Horóscopo

   Esta mañana he ojeado el periódico, y en un impulso ausente desde hace años, he buscado la página del horósocopo. La mayoría de las veces que lees esas cuatro o cinco líneas te das cuenta de que podría haberlas escrito cualquier mono sobre un teclado en el que cada tecla corresponde a un tópico... "Te enfrentarás a problemas en el trabajo, pero con paciencia los superarás", "Fantástico día para el amor, cuida de tu pareja", "Alguien que no esperas te dará una sorpresa inesperada"... Gilipolleces, engañabobos, frases que se pueden aplicar a cualquier imbécil que camine erguido, hasta a mí. La futurología es como el futuro... no existe. Pero hay días en que te despiertas agotado, uno de esos en los que no recuerdas lo que has soñado cuando abres los ojos, y en los que la rutina, el otoño y las ganas de mandarlo todo a tomar por culo te traen el desayuno a la cama y se quedan a tus pies y se descojonan. Existen días en los que escuchas esperanzado a un testigo de Jehová que te has cruzado, que te ha sonreído, que te ha desplegado su encanto y no sé qué folleto infame cargado de preguntas y respuestas y mucha biblia, por supuesto, que te ha dicho que tienes la respuesta delante de tus ojos, capullo, y que sólo necesitabas leer esto... ¿acaso no te habías dado cuenta? Y te dices, "¡Carajo! ¿Tan fácil era?", y lees por encima porque lo que tú quieres son respuestas, y que te digan que todo va a ir bien, y que el despojo del espejo es un pardillo y no eres tú, y te despides educadamente porque tienes trabajo, y arrugas el panfleto y lo tiras al suelo, sí sí, al suelo, con descarado incivismo, aunque lo que te apetece es arrojarle esa mierda a la cara a semejante comercial de la basura antitransfusión.

   Pues bien, como te iba diciendo, cuando he llegado al trabajo y he visto encima de la mesa el periódico, gratuito, por supuesto, que los de pago no los abandona nadie que la cosa está muy mal, pues lo he ojeado y me ha dado por buscar el horóscopo. Y tenía intención de leer también el tuyo, por aquello de que ojalá te vaya todo como el culo, aunque el tuyo era estupendo y eso hay que reconocerlo. He pasado página tras página, de atrás a adelante, como se debe hacer todo en esta vida, rastreando el cangrejito de cáncer y el jodido escorpión que siempre te ha retratado aunque yo no me diera cuenta... y no estaban. ¿Qué han hecho con mi futuro? ¿A qué estúpido director de publicación gratuita se le ocurre eliminarlo? ¿Cómo se atreve a jugar con las esperanzas del ser humano indefenso que viaja en metro, o sea con las mías, como si fuera un aciago demiurgo presidiendo su mesa de juntas?

   He corrido a la máquina de agua como si llevase meses en el desierto, que los llevo, y he llenado dos vasos helados, el primero me lo he volcado sobre la cabeza y el segundo sobre el gaznate. He de admitir que me he sentido mejor, pero que algún compañero me ha mirado raro y que poco después he escuchado susurros en el despacho de mi jefe con mi nombre y la atribución de algún tipo de demencia desconocida, que esperaban, muy amables, que fuera temporal. El caso es que me han despedido, por algo de cuidar a los clientes y de no sé qué gota que ha colmado el vaso, otro que no era el mío, y... ahora que lo pienso, no sé si ha sido hasta mañana o hasta nunca, pero sí recuerdo un cuídese mucho. Lo cierto era que aún me estaba imaginando, admito la intención homicida, retorciendo el pescuezo de una vidente fantasmagórica mientras le susurraba al oído... "devuélvemelo".

   Y ahora estoy aquí tumbado, algo apaleado y bastante vacío, arropado con una manta de las gordas porque el otoño ya me viene frío. Y querría quedarme dormido pero no puedo, porque, como el escorpión de la fábula que atraviesa el río a lomos de un elefante y lo pica a medio camino a costa de ahogarse ambos, me has clavado tu aguijón y nos hemos hundido. Y también como él, simplemente lo has hecho porque eres lo que eres, y tu naturaleza te obliga, y yo soy lo que soy, y tenía una grieta en la armadura, y no sé cómo coño la encontraste. Lo que me enferma es no poder olvidarte, seguir echándote de menos, y que este puto mundo me parezca deshabitado sin tu veneno... y sin mi futuro. Y ahora, si me perdonas, voy a mandarte a lo más profundo del infierno, a que vayas a joder a mi querido Mefistófeles, al que compadezco, y después me voy a comer una caja entera de bombones de licor, porque a ti no te gustan.

   Amén.
domingo, 17 de noviembre de 2013 0 comentarios

Invernadero

   Contempló la habitación sentado en el suelo desde la esquina más alejada, los pies cruzados, los brazos alrededor de las rodillas. La luz grisácea de la mañana se colaba entre las cortinas creando sombras sobre sombras, imágenes irreales apiladas en equilibrio sobre el suelo de madera, sobre las mesillas, sobre la cama. Un ligero aroma a incienso resistía insolente desde su trinchera de la noche anterior. La forma de su cuerpo desnudo dormía aún sobre el colchón, emboscada por los cadáveres todavía calientes y amontonados de las sábanas, soldados abatidos con crueldad y disciplina homicida durante la guerra de esa noche. Ni siquiera recordaba cómo se llamaba ella, estaba seguro de que se lo había gritado al oído en aquel local de pijos, pero a él sólo le importaba ese pecho ajustado y firme de veintitantos, que se elevaba y temblaba cada vez que ella reía con cualquiera de las pullas sarcásticas que él usaba para defenderse. La deseaba, no completa, deseaba su cuerpo y su ingenuidad, nada más. Cruzó los dedos dentro de su cabeza mientras encendía un cigarrillo, ojalá ella sólo deseara lo mismo, era una chica agradable. Le costaba unas cuantas cervezas de más enterrar la culpa cuando hería cuerpos que además tenían alma. Sexo de invernadero, que calienta la piel en otoño y deja el fondo bajo cero. Fíjate, era un jodido poeta.

   Seguía fumando cuando ella despegó los párpados. Había comenzado a llover. Tardó un par de segundos en reconocer la ventana sobre la que apoyaba la palma de sus manos hace sólo unas horas, mientras él la poseía con fuerza, agarrado a sus caderas, y acercaba sus labios para decirle al oído que esa noche era sólo suya. Le comenzó a asaltar la duda de si ese "suya" se refería a ambos en el momento en que lo vio sentado desnudo sobre el suelo.

- Debes marcharte. - Sus palabras sonaron agotadas, con el eco de las paredes húmedas de la celda oscura donde se encontraba.

   Ella se vistió despacio, buscando un poco de tiempo para seducir de nuevo... un movimiento... otro más. La tela deslizándose sobre la piel con un murmullo suave que llamaba al deseo... y el deseo se cruzó con él saliendo de la habitación hacia la cocina, pero no lo detuvo. Cerró los ojos, grabó cada aroma de aquella cama a la que nunca volvería. Un par de punzadas de certeza... los arañazos de su espalda tardarían unos días en desaparecer... y era lo único que había conseguido arañarle.

  Bajó las escaleras y se puso el abrigo que él había recogido del suelo y colocado pulcramente sobre la barandilla. Al llegar a la puerta se detuvo y giró la cabeza a tiempo de ver cómo sacaba una cerveza de la nevera y dejaba sobre la encimera negra la botella anterior. Una niebla de plomo se colaba por las ventanas, sus ojos ya no estaban. Sin decir nada abrió y salió. Seguía lloviendo.
viernes, 15 de noviembre de 2013 0 comentarios

Miércoles

   Prefería quererte, ¿sabes? Era mucho más sencillo. Doloroso, es cierto, pero era más libre que cubierto de desprecio. Lo peor del odio es que se escapa a las fronteras, se extiende como una plaga, te arrastra encadenado a odiarlo todo. Los ojos dejan de verse en el espejo tan tristes como te gustaba verlos, en su lugar brillan los de un perro que busca su comida en la noche… aullando en una calle vacía. Eran tristes cuando se perdían en tu cuerpo desnudo… en tus hombros, tus muñecas, tus caderas. Eran tristes cuando buscaban el final de tus piernas para separarlas, cuando llegaban a tu sexo, tan suave, cuando adelantaban el roce de tu piel y tu respiración acelerada. Eran tristes, eran libres, como te gustaba verlos en el espejo. 
   El odio es algo que no se sacia, que se grita, que araña, que se suda por cada poro, por cada polvo que no es nuestro, por cada recuerdo que no es nuestro. El odio son gusanos blancos que se alimentan de alma, que te digieren desde dentro, que agujerean tu piel para que todos lo vean. El odio se lleva tatuado en la espalda para otros. Te golpea el estómago y no respiras, caes de rodillas con la boca abierta… y te mueres. Es su forma de crecer. Y odias. Te obliga. Te clava un metal oxidado que se infecta hasta la empuñadura. 
   Prefería quererte, ¿sabes? Pero tú me obligaste. A huir de tu voz gastada, de tus te quieros, tus nostalgias inventadas, tus me haces falta te veo en todas partes. A quemar tus palabras. A incinerar el recuerdo de todas las madrugadas, el calor de tu aliento, el final de tu espalda. Prefería quererte, lo prometo. Aparcar al lado de tu casa a esperarte. Prefería tenerte a arrancarte, prefería soñarte a despreciarte.
miércoles, 13 de noviembre de 2013 0 comentarios

Como aquel día...

Tú...
eres cobarde,
y me pone enfermo tu cobardía.
O quizá sólo eres mentirosa,
y disfrutas con juegos de hambre y heridas.
El egoísmo se te come las tripas,
lo sé...
y por las noches, antes de dormir,
sientes sus mordeduras.
Pero tú...
tú eres un animal que se escurre,
que se curva sobre el suelo y se alimenta
de las lágrimas de otros.
Te las bebes, las saboreas, te excita su sal
en la punta de la lengua.
Y para encontrarlas cavas agujeros en el alma.
Castigas con la soledad mientras estás presente,
castigas con el silencio y la palabra.
Eres débil...
jamás te atreves a golpear con la sinceridad completa.
Te asustas de ti misma,
te tienes miedo.
Pero todo se acaba... todo viaje tiene su destino.
La estación que te espera, lo sé,
la estación que te espera está vacía.
Latigazos de soledad te abrirán la carne,
me buscarás en el andén como aquel día.
...

lunes, 11 de noviembre de 2013 0 comentarios

Hoy

   Hoy me he mirado al espejo y no he visto mi rostro. He buscado mis ojos pero en su lugar sólo había una sombra grisácea que los velaba desde arriba. Mi nariz no estaba en su lugar, ni siquiera sé cómo respiraba. Y mi boca... era una grieta curvada que se cerraba para ocultar un abismo oscuro que no quería ver. Hoy me he mirado al espejo y no he visto mi rostro, he muerto al fin. Llevaba la palabra mentira tatuada en la frente.
viernes, 8 de noviembre de 2013 0 comentarios

Para todas ésas que no son tú...

Eres una princesa de cuento,
asomada en tu torre me miras desde arriba.
Tienes los ojos viciados de altura y te crees
que no estás encerrada.
Te crees que mirando mis hombros desde allá,
sintiéndote inalcanzable, no estás sola.
Eres tan ingenua…
No comprendes nada, tu melena no llega al suelo,
no existen los príncipes que te rescaten,
sólo los tipos que escriben borrachos
los miércoles por la noche antes de…
antes de morirse por tu ausencia.
Y son esos los que se arrancan un trozo
de su propio cuerpo para dártelo.
Eres tan desagradecida… 
Pesas el dolor como si fuera una pluma,
y no ves que tu báscula está podrida.
viernes, 8 de noviembre de 2013 0 comentarios

Digerido

   A veces hay días extraños, que amanecen grises en las cortinas, que te sujetan contra la cama intranquilo. Esos días sientes una losa justo en la base de la garganta, una lápida que entierra algo que no reconoces pero que quiere salir, y empuja fuerte hacia arriba y araña. Y el pulso se acelera cuando se le supone dormido, en una carrera de obstáculos que empieza en la ducha y continúa con los pantalones. Y el sonido de la puerta al cerrarse a tu espalda disfraza la angustia con una fina túnica de miedo, que te viste suave pero pesa. En esos días todo parece una señal, abres un libro y una frase te lanza un directo a la mandíbula porque, qué coño, está escrita para ti y para hoy. Y le atribuyes a la persona que te la ha regalado una suerte de visión del más allá, de tu historia, del embarque y del destino. Eso te consuela por un rato, pensar que no eres responsable de la mierda que pisas es reconfortante, pero la pisas y… ¿quién la va a limpiar?

   La calle era un plató esta mañana, he buscado las cámaras, he abierto el buzón por si me habían dejado el guión de madrugada, pero estaba vacío. Tampoco estaba tu carta. Así que he decidido seguir con la farsa, descubrir si reponían Black Mirror o si era un nuevo capítulo de The Big Bang y yo era el tipo con Asperger. Mi expresión al atender al primer cliente me escupía a la cara que me habían regalado una mezcla de ambas. He querido contártelo, lo prometo, pero andas perdida en un universo que no sé si nació de un estallido bíblico o de un carajo de estornudo. Así que me lo cuento a mí, sentado detrás de un cristal impoluto mientras observo cómo el cielo, que hoy es de plomo como mi garganta, se ha comido la ciudad. Quizá simplemente sea eso, que se me están tragando, o que se me han tragado y el ácido del estómago del animal pica y escuece. Quizá escriba con los huesos a medio deshacer pero los dedos tienen carne y uñas todavía. 
jueves, 7 de noviembre de 2013 0 comentarios

Que no vale nada

Quiero una casa con tu olor.
A tu cuerpo,
a tu piel, 
a ti.
Una habitación al final de la escalera,
sábanas blancas y negras
que apenas te cubran…
que no te cubran.
Una ventana para espiarte,
un espejo para mirarte desnuda. 
Un suelo para que camines
siempre descalza.
Quiero usar tu champú y tus piernas. 
Volver del trabajo y no encontrarte,
sólo oler el vacío que dejas.

Cada noche sentarme a escribir,
sin rima, y entonces
rimarte el pecho y el alma en este colchón,
hasta la madrugada, hasta que te duela…
cuando vuelvas.
Quiero escapar de las calles mojadas,
del olor a rancio de esta ciudad vieja,
que es mía.
Subirme a ti desde abajo, treparte mientras duermes
y tenerte, y romperme dentro de ti,
y beber tequila en tu cuerpo
porque la sal la pone tu piel. 
Que leas dentro de mí, en una caja cerrada
con una llave perdida que te regalo.

Quiero una casa con tu olor,
para que así no te vayas cuando te vayas. 
Vestirme de ti en mi armario
y volver a buscarte,
y encontrarte y que me encuentres.
Ése es el precio,
tu cuerpo, tu alma, 
y a veces tu sueño.
Un pacto insomne de sudor, respiración acelerada
y palabras. 
Una sentencia de crimen prescrito
que para otros no vale nada.

...








viernes, 1 de noviembre de 2013 0 comentarios

Lo juro


   Iba a contarte una historia. Una de alguien que no se va pero que no se queda, que vive a medias dentro de otro. Una historia de lágrimas y de mala hostia, de sudor no derramado, de amor con mayúsculas, de celos… La historia de la oscuridad profunda, de ésa que es fría y sin interruptores, de vísceras contraídas y gargantas cerradas. De sexo en solitario pero con otra, de orgasmos y pechos desnudos que no tiemblan en las tripas. Una historia de sábanas manchadas, incluso de nostalgia y de impotencia… de casas frías con sillones enlodados. Lo juro, iba a contártela. Tiene dolor y salpicaduras de placer… putas gotas que no te mojan lo suficiente, que se caen y se resbalan, que no dejan marcas en la toalla. Duchas de agua caliente con una erección sin su cuerpo, caricias de piel podrida por el tiempo. La historia de un cuerpo pálido que se pone enfermo, se descompone y apesta, que se muere sin gritar, como un cobarde resignado. De un recuerdo cabrón, y de otro, y de otro… Y también tiene silencios, y palabras digeridas sin su propio vómito. Palabras… y más palabras. Hay deseo y urgencia, y desatinos, y un jodido destino que se curva. Hay distancia y hay presencia, y hay rencor y hay cariño. Y hay pasión, lo juro, y cristales rotos y regalos, y labios y dientes y ojos y lengua. Piel tatuada y deseo, y calor, insultos y te quieros. Y no existe el final porque no existe, y no existe el odio porque no existe. Es un laberinto sin alcohol y sin drogas, sin minotauro y sin hilos, con sangre en las venas que se hinchan buscando, que a veces encuentran, que a veces gritan, que a veces se vacían. Iba a contarla, lo juro, pero es mía.  
martes, 15 de octubre de 2013 0 comentarios

Quizá no lo sepas...

   Cuando alguien vive solo, quizá no lo sepas, es difícil escapar del silencio. No me refiero al silencio que te cura cuando ya no te quedan fuerzas para escuchar las estupideces que flotan en las calles llenas de estúpidos, ni al silencio de novela, de tipo raro, de lobo estepario, que se busca y se alcanza sólo cuando cierras la puerta a tu espalda. Tampoco me refiero al silencio de un jardín de madrugada, que se disfruta cuando no se puede dormir... ése lo he echado de menos tantas veces... No me refiero a ese silencio. Me refiero al silencio después de un día de trabajo, cuando llegas a casa y tienes que prepararte la cena mientras los demás duermen, y hace frío, y ves que nadie te ha leído, y ese día querrías que lo hubieran hecho. Al silencio de la noche cuando te sientes débil y te das cuenta de que todos vivimos solos, en una especie de cárcel con forma de cuerpo propio, que sigue respirando y no te para de hablar dentro de tu cabeza. Al silencio del amanecer, cuando el amanecer te ha despertado de un mal sueño que ha podido ser maravilloso si no te hubiera despertado. Es difícil escapar del silencio, quizá no lo sepas.

   Cuando quieres huir de él y esconderte debajo de la cama, cuando te da miedo subir unas escaleras y prefieres continuar dormido en el sofá, buscas cualquier sonido vulgar que lo espante y la televisión casi siempre está encendida. Pero entonces prestas atención a la pantalla por un momento y te devuelve unos ojos que te recuerdan otros diferentes, un gesto en la comisura de los labios enmarcado en una mirada de actriz, uno que ya habías visto idéntico en una foto que no era suya... si no tuya. Quizá no lo sepas, pero vives en muchas miradas desde antes de marcharte. Vives en gestos de mil personas que te me traen.

   Cuando eso ocurre puedes coger un libro, abrirlo exactamente por la página donde lo abandonaste y no recordar nada de lo que habías leído... O quizá las palabras no griten, no nazcan con la fuerza suficiente en tu cabeza como para sacar el silencio a golpes de su escondite. O puede ser aún peor... cuando una de esas palabras tú ya la habías pronunciado y yo la había escuchado con las puertas de mi cárcel abiertas. Porque hay personas que también viven en las palabras, y porque dentro de un libro puedes encontrarte a un tal Sinuhé, que no para de viajar y te susurra al oído "... no tuve que acostumbrarme a la soledad como tantos otros, sino que la soledad era para mí un hogar y un refugio en las tinieblas." Quizá no lo sepas, pero he logrado encontrarte en un millón de libros.

   Y de este modo a veces ganas y a veces pierdes, pero cuando vives solo y quieres escapar del silencio, nadie alaba tus victorias ni te alivia las derrotas. Así son las cosas cuando se vive con un fantasma porque.... porque he visto tu fantasma.
miércoles, 9 de octubre de 2013 0 comentarios

La lata

   Anoche quise escribir la historia de una lata de coca cola. Me senté delante de la pantalla un poco después de medianoche... completamente blanca, dolorosamente vacía. Estaba cansado de hurgarme dentro durante meses, de que todo fuera terrible, inabarcable, una tragedia continua de proporciones eternas, en la que todo es oscuro y el cielo siempre es gris. Lo malo de escribir siempre palabras tan inmensas es que se te van acumulando dentro del pecho como un montón de piedras que has de arrastrar a lo largo de todo el día. Al final pesan demasiado y te agotan, y ves pasar la vida como uno de esos escenarios de dibujos animados, esos delante de los que corrían Tom y Jerry cuando yo era demasiado pequeño... una pared que se repite en un bucle infinito y que acaba por hipnotizarte.

   Lo que nos importa realmente es que ayer no había ni una nube en el cielo, que el sol me obligó a rescatar del cajón las gafas oscuras y que me apetecía escribir la historia de una lata de coca cola.  Así que poco después de medianoche abrí el ordenador y me senté frente a él. En mi cabeza se comenzaron a formar imágenes como en un desfile de posibilidades... la mayoría eran tan absurdas que duraban poco más de un solo segundo, algunas otras permanecían más tiempo, intentando construirse, pasar de gas a sólido en una especie de inspiración mágica... creo que a eso se le llamaba sublimación... pero lo cierto es que no tenía nada de sublime. Isis dormía en su colchón enfrente de mí. De vez en cuando dejaba de roncar y entornaba los ojos intentando enfocarme, nada le parecía lo suficientemente interesante aparte de confirmar que yo seguía allí, así que un instante después volvía a las respiraciones profundas de perro chato.

   Pensé en una latita muy sexy encima de una barra, que se enamoraba locamente de una de esas latas de Nordic cuando la veía encima de la mesa recién abandonada. Allá estaba, vacía y algo abollada, con su estatura un poco más baja que las demás, diferente, siempre con restos de un líquido amargo en su interior. Ella estaba tan mona allí subida, con ese color rojo brillante y esa línea blanca que se doblaba a lo largo de su costado... Pero abandoné la idea... ¿acaso un objeto cilíndrico tiene costados? Me temo que no. Así que pensé en una lata sin costados rodando calle abajo, caída de un camión de reparto por culpa de un torpe repartidor, uno que no había notado que alguno de los paquetes de veinticuatro estaba roto. Rodaba y rodaba, y se iba arañando contra el asfalto descuidado de una calle de pueblo viejo. Y dentro de ella el gas intentaba expandirse con tanto movimiento, y mientras tanto ella se sentía magullada y algo hinchada. Podría convertir su camino en algo tan extenso como para cubrir cien palabras pero... ¿para qué? En el fondo no me gusta el sufrimiento.

   Entonces apareció en mi mente una lata a medias flotando en un mar azul oscuro. Se alejaba de uno de esos veleros de niño rico, la habían arrojado por la borda después de mezclar una parte de su contenido con alcohol y hielo. Se la veía flotar tan diminuta... Algunos peces se acercaban a curiosear su trasero porque nunca habían visto nada tan extraño, incluso los había que se detenían un segundo a intentar leer la fecha límite de consumo preferente y el número de lote... Pero los peces no saben leer, así que pronto perdían interés y se alejaban dejándola a la deriva de un viaje que acabaría en alguna playa desierta... Puede que incluso pudiera colocarle un mensaje en su interior....

   Isis volvió a mirarme, pero esta vez se levantó perezosa y, después de un buen trago de agua, salió del salón para acomodarse en su sillón... se iba a la cama. Mientras atravesaba la puerta le di las buenas noches, pero ni siquiera tuvo la decencia de mirar atrás... seguro que piensa que estoy un poco loco. Me recliné en el asiento y sonreí. Vivimos en un mundo en el que la vida se vale de una lata de coca cola para hacerte pensar en alguien. Seguí sonriendo camino de mi habitación. Era hora de dormir.
lunes, 7 de octubre de 2013 0 comentarios

Dos palabras...

   ¿Recuerdas la primera vez que viste el mar? Yo sí la recuerdo. En realidad no era la primera vez que estaba frente a él, ni siquiera estaba cerca, y ya había conocido sus olas y su espuma tiempo atrás, pero era tan niño que se me había perdido en la memoria... o quizá fuese que no había prestado la atención suficiente, como a algo que te hace sentir bien cuando está cerca sin que te pares a mirarlo a los ojos. La primera vez que fui consciente de su presencia aún se extendía entre nosotros una carretera y un campo casi desierto, pero allí estaba. Apareció de la nada ocupándolo todo, un cielo azul oscuro plantado justo bajo el cielo claro. También tengo guardado acá dentro la eternidad que representaba, inmutable, recorrido con suavidad por olas diminutas que rompían sin espuma. Más tarde aprendería que puede enfurecer, que puede oscurecerse hasta llegar a negro, que puede tragársenos a ti y a mí sin masticarnos... eso fue más tarde. Una sensación de aplastamiento me invadía tras la ventanilla del coche, de extrema pequeñez, de miedo... de atracción irremediable, de imposibilidad de apartar la mirada. Han pasado demasiados años ya desde aquel día, no soy el mismo tipo, ahora tengo cicatrices, la piel ha envejecido. A la eternidad de aquel horizonte plano se ha sumado la certeza de un más allá, de una fuga de esta cárcel en que se convierte la tierra firme cuando pisas la orilla, la promesa de una huída posible, de un Nuevo Mundo sin carabelas ni marineros hambrientos encaramados a su mástil... Siempre más allá de allá donde alcanza la vista, siempre plantado con la mirada perdida.

   Recuerdo la primera vez que fui consciente de tu superficie, de que habías aparecido de la nada ocupándolo todo. Ni siquiera estabas cerca, aún nos separaba una carretera y un campo casi desierto... ya conocía tus olas rompiendo sin espuma poco tiempo atrás. Fueron dos palabras, sencillas, sin adornos, convirtiendo una cordillera de años en un horizonte plano de atracción irremediable, de imposibilidad de apartar la mirada... de un hilo de miedo. La certeza de un más allá sin necesidad de huída. Dos palabras, tres puntos no finales desde entonces. Eso te llevaste al marcharte... sólo eso... todo eso...
...
viernes, 4 de octubre de 2013 0 comentarios

Puntos suspensivos

   En las noches de insomnio resucitas,
me invades desde dentro completamente desnuda.
Siento tus pies descalzos subiendo por mi tripa.
Te sientas en mi garganta, juegas con mi aliento...
me asfixias con tus manos, me estrangulas la vida.
Eres feliz resucitando,
en medio de la oscuridad pisas la tierra quemada,
el desierto calcinado que dejaste en mis entrañas.
Y yo me ahogo en tu piel que es amarga porque no es mía,
y siento náuseas de tus ojos porque ya no me miran.
Y me mareo y grito y te arranco una mentira,
y cae a tus pies amontonada,
porque cada paso en la noche, cada llegada, te descubro.
Visto de falsedad tu cuerpo desnudo,
te escupo las promesas incumplidas... y te odio.
¿Qué ganaste jodiéndome la vida?
¿Qué placer enfermo te causaba la mentira?
Siempre cobarde,
me mirabas desde lejos perdida... y luego...
luego entras en mi cama como si nada,
te atreves a robarme el sueño, me obligas
a verte en cada rincón del techo.
Y yo me siento sobre las sábanas a herirte,
escribo hasta que ya no queda nada,
me vengo de tu imagen y te extraño...
porque te extraño.
Porque ya no importa terminar esto con puntos suspensivos,
porque me conoces, porque ya lo sabes...
porque un mensaje de rencor en una botella es otra cosa,
porque entre líneas se lee mejor,
porque es otoño y espero, porque ya llueve...
Porque lo sabes...

 
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