sábado, 24 de mayo de 2014

Camino al trabajo

Amanezco desnudo sin piel sobre la cama algunos días y por más ropa que me pongo se me nota la sangre a simple vista, la carne. Alguien andará por ahí vestido conmigo mientras a mí me duelen el viento y las calles vacías del sábado por la mañana camino de mi celda. Si al menos pudiera ganarme la vida secándome la boca en un papel, romper el contrato de alquiler de esta ruta prestada para sobrevivir, si de una vez por todas dejase de acordarme de ti en cada semáforo en rojo. 

Ya ves, hoy ha nacido el día en condicional y yo me he cruzado en la acera con esta tristeza cabezota que se ha venido conmigo. Como no tengo nada que me proteja se me han ido grabando todas las manchas del suelo, el olor de las cafeterías, el tipo de negro con la sudadera de Marea, esos carteles horteras anunciando la heroica corrida de toros, en los que siempre imagino las caras de sus héroes analfabetos con un cuerno entrándoles por el culo. 

Y yo, tan fuera de lugar, deseando volver a casa para sentarme en mi sillón tapizado con esta especie de amor amargo que no se me rompe, que no se gasta, que no me saca el otoño de los huesos, que ya no rimo ni en la prosa asonante descriptiva de todo lo que tengo ganas de hacerte.

Sí, he dicho amor.
Ni sexo, ni orgasmo, ni polvo, ni mil maneras de desear tu cuerpo... 
                                                                                               debe de ser la tristeza.


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