viernes, 30 de mayo de 2014

Descaro sin tabiques y un vaso de agua

Apareció una mañana cuando yo tenía el corazón abierto por reforma, vino a vender descaro sin tabiques y un vaso de agua, yo sólo pregunté si aceptaba visa.

Le contagié las ojeras en honor a una foto que me regaló de ella desnuda sin cabeza, y que yo había enmarcado con los restos de una balsa que un día me construí en el jardín por si se me inundaba el mundo.

Duró hasta que noté la tristeza empezando a colorearle la piel de los tobillos y a sombrearla cada vez más arriba, trepándole las piernas.

Traté de cerrar las compuertas, pero ya no quedaba nada que contener cuando le dio por cambiar el cigarro tras un polvo por una calada de mentiras liadas a mano.

Eso me mordió.

Se despidió con una carta en la mesilla en la que intentaba arrugarme la distancia entre los dedos del recuerdo.

Al tercer día de mi muerte resucité con ladrillos en las manos, y ahora tengo un loft con vistas en medio del pecho.

Sólo te cuento esto por si quieres asomarte a las cicatrices, por si, como yo, prefieres la gente marcada a la que marca.

Porque si me buscas virgen no lo soy.

Porque quiero que me veas.

Porque me muero de sed.

Y no es de ella.

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