miércoles, 28 de mayo de 2014

Hemorragias internas

Sufro de un ciclo mental, casi menstrual, que coincide con la luna nueva, y que me provoca hemorragias internas de personalidad. Antes de salir de casa me pregunto quién es el tipo del espejo con esa mirada institucional de tristeza, ojeroso, y tatuado con tinta negra y de pasado. Cada uno de los ciclos tiene su propia banda sonora, un sonido monográfico y repetitivo, porque tengo la costumbre de escuchar la misma canción una y otra vez. No sé cómo las elijo, ni siquiera existe un patrón definido, o quizá sea yo el elegido y, como el reloj de Cortázar, me conviertan en su esclavo.

En esos momentos me encarcelo, me encierro entre veinticuatro costillas, y puedo estar a tu lado sin darme cuenta. Por favor, no me lo reproches. Mírame sólo como a un ciego perdido que busca a tientas el camino a casa.

Toco a veces con la palma de la mano a aquel crío que subía en bici por la noche la cuesta de su calle, aterrado por lo que pudiera haber detrás de las farolas. Quizá siga siendo él, quizá es el miedo a la sombra que se esconde detrás de esa luz que me salvaba lo que me acelera la respiración cada vez que veo que te alejas. O puede que sea aquel chaval que se perdía en historias escritas buscando a su héroe, soñando con un pico de heroína rubia, y que sin darse cuenta retrasaba todos los comienzos.

Otras veces me vuelvo a dibujar subido en el autobús que me sacaba del colegio el último día, hacia un verano interminable de nervios, de miedos y de mundo por masticar. Ése tipo que con menos de veinte años se pegó la primera hostia de su vida durante tres, y se encontró en el barro la incapacidad de terminar una carrera de última hora que le alejaba de las estrellas que siempre había soñado. Ése que comenzó a cojear porque pensaba que necesitaba el hombro de alguien, y se empeñaba en cargar el peso del alma en la pierna derecha.

Sobre todos ellos escribo en la pared de mi celda de costillas, mientras algo late obstinado a mi lado. Y cuando llego al capítulo del acantilado, es por la noche y a veces me da por llorar. Y entonces es cuando más sangran las heridas que ya no tengo infectadas, pero que a veces necesito purgar. Cuando las miro de frente y en formación de ejército invasor de todos los escondites que nos guardamos, cuando las asumo como mi estómago y mis dedos y mis metáforas... es entonces cuando vuelvo a tener fuerzas para seguir escribiendo tu nombre. Aunque todavía no tenga ni idea de quién soy.


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