Al principio fueron los parques de Madrid,
los trenes de vuelta a las doce de la noche
y algo menos de veinte años.
El regreso a la celda cada vez que entrábamos en este valle hundido,
con todo al alcance de la mano y siempre demasiado lejos.
Hubo talgos con destino al mar y todas aquellas ganas de correr hacia cualquier sitio,
de acelerar el tiempo cuando había tiempo para todo.
Luego universidad,
dedos que temblaban desabrochando sujetadores
en garitos de Moncloa, en Argüelles, bongos en Tribunal.
Viajábamos en tercera por las calles de la ciudad,
con alguna que otra lanza en el costado
que dejamos caer entre risas, minis de kalimotxo y ansiedad
por cada falda que se nos cruzaba en el camino.
Filosofía barata mezclada con tequila y limón
calados hasta los huesos en el Parque del Oeste.
Dormimos mil noches en vela en aquel coche rojo donde siempre cabían cinco,
que nunca nos defraudó,
dejándonos exactamente donde debíamos estar.
De vez en cuando lloramos,
cuando cambiamos los abrazos que soñábamos por sexo barato
sin adulterar.
Y entre medias había libros y cine,
y esta mano derecha empeñada en escribir,
y una mano izquierda empeñada en arrugar el papel y enterrar palabras en la basura.
Y mientras tanto la misma duda,
la pregunta insistente de lo que viene después.
Creímos que nos habíamos hecho mayores
cuando descubrimos que el mundo no es tan grande,
cuando empezó a haber huecos en las fotografías,
cuando pisé Nueva York, y Londres,
y Amsterdam, y Lisboa durmiendo en un futón.
Cuando Granada estuvo a tres horas y nada más,
cuando se me olvidó el mar en la Punta del Hidalgo.
Y ahora estamos aquí,
queriendo frenar el tiempo cuando hay tiempo para todo.
Ahora que se nos abren los mismos cortes en otros huesos,
que la piel es sólo una pizca más dura y el vino es Don Simón sólo de vez en cuando.
Ahora que ya sabemos cuánto dura para siempre,
que nos hemos muerto un par de veces
y aún vemos amanecer un domingo en las aceras.
Ahora que se echa de menos de verdad,
que seguimos caminando nuestro Madrid con un cigarro entre los dedos,
que leemos El Anticristo en voz baja en Lamiak,
que sigo enamorado de tus piernas y tus labios del último verano.
Ahora que el viaje sigue y ya sabes un poco más...
qué coño,
me gustaría llevarte un rato de la mano.
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