Y llegó el día en que no tuve nada que perder un lunes cualquiera,
así,
sin avisar,
y descubrí que no me importaba nada crucificarme en público delante de tu portal.
Me dejé colgado el disimulo con un clavo de deseo en la pared,
y me dio igual lo que pensaras,
porque todo eso es verdad, soy un cerdo y un cobarde,
cada vez que te tiembla la voz tengo ganas de follarte
pero nunca me he atrevido
a hacer bandera de mi boca.
Y un lunes cualquiera
sin nada que perder
me voy desnudo a la calle a doblarte las esquinas desde atrás,
a derribar a latidos esta racha de amor podrido, a llenarte de páginas el cristal de la ventana,
a enterrar en hielo a este fornicador errante que no encuentra lo que busca si no te tiene delante,
si no se ata a tus tobillos para caminar.
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