jueves, 22 de mayo de 2014

Tres minutos después de despertar

Tres minutos después de despertar, esas cuatro estrofas antológicas de Joaquín hasta el culo de coca.

Y yo, que a través de la nariz nunca he admitido más polvo blanco que tu olor a vida y a sexo en la incubadora, que pensaba que había dejado atrás eso de morderme las venas, cada vez que amanece ligeramente gris y me falta la estufa de tu espalda girándose a apagar el despertador, sigo abriendo los ojos a la misma hora y me quedo mirando al techo escuchando canciones pre-spotify, mientras trato de imaginar el color que habrás elegido hoy para tus braguitas, así, en diminutivo.

Son costumbres de perro viejo, como eso de nunca llevar paraguas, lo de mirar por la ventana cuando entro a cualquier habitación o el ligero movimiento del dedo índice de la derecha cada vez que no sé una respuesta y tengo que admitirlo.

No soporto no saberlo todo.

Por eso intento leer las páginas de tu diario cada vez que te miro a los ojos, por si te has olvidado cerrar con llave.

Pero yo, que quemé hace tiempo los libros con final feliz porque tampoco los soportaba, que decidí fabricarme una máquina de tormentas, que opté por la enajenación verbal crónica vestido de Batman porque me gusta el negro y no por salvar a nadie. Yo, exhibicionista sin decoro de toda la mierda que ya no me guardo, soy incapaz de pensar en algo diferente a la curva de tus caderas cuando te tengo delante.

Hoy, bajo las sábanas, con la gata dormida junto a tu almohada, me cambiaría por los cordones de tus botas para recorrer los pasillos del metro sobre tus pies, por el torno de salida de la estación que empujas con la cintura, por esos auriculares blancos que te escupen poemas al oído y que están dentro de ti.

Pero he de conformarme con un horrible dolor de cabeza por hiperactividad y una pizca de lluvia tras ese cristal incapaz de cubrir mi vergüenza de no tener más sueños que esperarte escribiendo sin afeitar.

Joder... esta mañana no me basta.

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