El tiempo no vende billete de vuelta. Vivimos vestidos de una rutina estricta que a veces nos vence y nos noquea junto a su esquina, y allí nos paramos a llorar procurando que nadie nos vea. Nunca sabemos quiénes somos realmente, no reconocemos nuestra voz, ni el reflejo que nos devuelve un probador de dos espejos. Siempre preguntándonos qué hacer, cómo cambiar la línea recta en la que nos precipitamos hacia esta maldita e impermeable sucesión de días. Y cuando nos damos cuenta, cuando algo se incendia en los poros de la piel, cuando nos hace conscientes de la soledad como ropa inevitable, cuando buscamos cualquier puto abrazo físico en el que podamos sentir un latido ajeno igual de solitario... nos escondemos. La nostalgia y el vacío se sudan a solas, cuando nadie nos ve. De noche frente al techo, caminando aceras sin destino o al atardecer, a la orilla de un río verde que ya no es como era... tampoco hay billete de vuelta para él.
Entonces podemos rendirnos o podemos usar aguja e hilo de nuevo para suturar, cosernos un traje impecable de tipo duro como sastres de la irrealidad, inventarnos una vez más un papel, creernos fuertes, edificar una nueva mentira. Pasar por la guillotina a todas esas personas que han cruzado sin rechistar... a ti, que tenías la mentira por lenguaje con tu enorme sinceridad, o a ti, que me construiste un trono para que gobernara y me derrocaste en nueve días, incluso a ti, que te perdiste al final del camino cuando nuestro sudor ya no nos era suficiente, cuando secábamos nuestra indiferencia usando las cortinas.
Por eso me convertí en adicto a la montaña rusa, porque los meses enrasados no me dejan respirar, porque no quise rendirme nunca. Y ha sido esta noche, con un litro de Alhambra en la mesa, con los perros ladrando en este estúpido lugar, con catorce libros cerrados que no me puedo permitir abrir por si estás dentro, ha sido esta noche, cuando he comenzado a dibujar los patrones del nuevo disfraz. Me temblaban las piernas al levantarme de la lona, pensando en ti por pura necesidad, echando de menos tu sexo, tu forma de inclinar la cabeza, tu miedo, tu mente adicta a mis palabras, tus bragas tiradas en la escalera, justo a la mitad del camino indecente hacia el altar. Hoy te echo de menos, jodidamente de menos. Pero si nos cruzamos mañana, iré vestido de otro.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
0 comentarios:
Publicar un comentario