No creas que no lo he intentado, pero es que tienes la costumbre de aparecerte en otros coños con una balanza en la mano. Y me obligas a pesarte, y a comparar curvas de talento desbocado para hacerme sentir vivo... seguro que ya sabes que en eso sales ganando. Qué voy a hacer con ellas si me tienes los rincones ocupados, que sí, que son guapas, que nos reímos, que tienen el detalle de aumentar el espacio entre los barrotes de la rutina, que me gusta cómo quedan con la espalda apoyada sobre el cabecero de la cama... pero que miro el reloj y no es como contigo, que no me importa verlo sumar instantes, que no me muero si no lo congelo.
Y ocurre que cuando se van me da igual que se vayan, y cierro la puerta y me enciendo un cigarrillo, y meto las sábanas en la lavadora por si se han dejado algún recuerdo. Ya no puedo ni enamorarme diez minutos en el metro, has convertido las miradas furtivas en un cásting en el que ninguna me recita bien el texto, o su pelo es más rubio o más rizado, o no me convence su forma de cruzar las piernas sobre el asiento, o cuando me miran sólo siento frío y no tiemblo. Y como una especie de Hitchcock atormentado, dejo el reparto desierto y me vuelvo a mi libro o a mi reflejo.
Así que no te extrañes si me ves más flaco, no pienso comer más que tus palabras como sublevación ante esta ausencia tuya mantenida, no beberé más que tu saliva, respiraré tu olor o me quedaré sin aire. Es sencillo... viva la revolución pacífica como chantaje. O tú entera, o la muerte por inanición.
0 comentarios:
Publicar un comentario