de tu nombre a la nada me separa una letra,
la misma que se desprende del dolor
resbalando sobre cristal al otro lado de las nubes
que han amanecido hoy
y me han dejado tu olor como primer punto
de la lista de últimos deseos
de un condenado a muerte por vacío.
no debería hacer juegos de palabras
en este estado latente...
simplemente
dormir.
Apareció una mañana cuando yo tenía el corazón abierto por reforma, vino a vender descaro sin tabiques y un vaso de agua, yo sólo pregunté si aceptaba visa.
Le contagié las ojeras en honor a una foto que me regaló de ella desnuda sin cabeza, y que yo había enmarcado con los restos de una balsa que un día me construí en el jardín por si se me inundaba el mundo.
Duró hasta que noté la tristeza empezando a colorearle la piel de los tobillos y a sombrearla cada vez más arriba, trepándole las piernas.
Traté de cerrar las compuertas, pero ya no quedaba nada que contener cuando le dio por cambiar el cigarro tras un polvo por una calada de mentiras liadas a mano.
Eso me mordió.
Se despidió con una carta en la mesilla en la que intentaba arrugarme la distancia entre los dedos del recuerdo.
Al tercer día de mi muerte resucité con ladrillos en las manos, y ahora tengo un loft con vistas en medio del pecho.
Sólo te cuento esto por si quieres asomarte a las cicatrices, por si, como yo, prefieres la gente marcada a la que marca.
Porque si me buscas virgen no lo soy.
Porque quiero que me veas.
Porque me muero de sed.
Y no es de ella.
Le contagié las ojeras en honor a una foto que me regaló de ella desnuda sin cabeza, y que yo había enmarcado con los restos de una balsa que un día me construí en el jardín por si se me inundaba el mundo.
Duró hasta que noté la tristeza empezando a colorearle la piel de los tobillos y a sombrearla cada vez más arriba, trepándole las piernas.
Traté de cerrar las compuertas, pero ya no quedaba nada que contener cuando le dio por cambiar el cigarro tras un polvo por una calada de mentiras liadas a mano.
Eso me mordió.
Se despidió con una carta en la mesilla en la que intentaba arrugarme la distancia entre los dedos del recuerdo.
Al tercer día de mi muerte resucité con ladrillos en las manos, y ahora tengo un loft con vistas en medio del pecho.
Sólo te cuento esto por si quieres asomarte a las cicatrices, por si, como yo, prefieres la gente marcada a la que marca.
Porque si me buscas virgen no lo soy.
Porque quiero que me veas.
Porque me muero de sed.
Y no es de ella.
Dentro de este mundo adorador de tetas falsas
yo le pongo velas a la honesta caída de tus pechos,
dentro del integrismo por las pieles perfectas
me quedo con las manchas que te adornan los rincones
cada vez que se te escurre la ropa y la vergüenza.
Al otro lado de todas las pantallas de belleza retocada
vivo enamorado como un loco de tus ojeras cuando llegas de la biblioteca,
y me acuesto en tus párpados hinchados después de llorar
y en esos ojos marrón vulgar tan increíbles.
Me quedo con tus miedos,
con tus caries,
con tu mente sin guiones.
Constrúyeme una historia real donde vivir,
dame tormentas,
quiero un billete en voz baja a tu pasado
para que me joda no haber llegado en tanto tiempo.
Quiero un camastro en veinte metros para follarnos sin maquillar,
para contarte los errores a besos,
para construirte un altar con los puntos de sutura
y quererte un poco sin apretar... pero que duela.
yo le pongo velas a la honesta caída de tus pechos,
dentro del integrismo por las pieles perfectas
me quedo con las manchas que te adornan los rincones
cada vez que se te escurre la ropa y la vergüenza.
Al otro lado de todas las pantallas de belleza retocada
vivo enamorado como un loco de tus ojeras cuando llegas de la biblioteca,
y me acuesto en tus párpados hinchados después de llorar
y en esos ojos marrón vulgar tan increíbles.
Me quedo con tus miedos,
con tus caries,
con tu mente sin guiones.
Constrúyeme una historia real donde vivir,
dame tormentas,
quiero un billete en voz baja a tu pasado
para que me joda no haber llegado en tanto tiempo.
Quiero un camastro en veinte metros para follarnos sin maquillar,
para contarte los errores a besos,
para construirte un altar con los puntos de sutura
y quererte un poco sin apretar... pero que duela.
Me pregunto si los abdominales de Batman son de verdad o será otro puto farsante, si se ha hecho el traje a medida en Serrano con un six pack protésico, o se machaca la bilis a base de ejercicio y comida macrobiótica en los descansos entre las apariciones del dichoso foquito nocturno.
El caso es que busco macrobiótico en google para tener claro si lo puedo asociar de algún modo a tu nombre en cualquier texto de los guarros, y me encuentro una palabra en la entrada de la wiki que me vuelve loco... imbricada. No tengo ni la más puta idea de lo que significa, pero se me coloca en la mente justo entre ombligo y brida, y ya sabes lo que me gustan ambas fonética y pornográficamente.
Así que sigo el camino de baldosas amarillas hasta mamá RAE, que nos explica con una gran carga de docencia...
Imbricado, da: Dicho de las semillas, de las hojas y de las escamas: Sobrepuestas unas a otras como las tejas en un tejado.
¡Coño!, ya está hecho el trabajo.
Lo jodido es que ahora mismo me apetece menos escribir que imbricarme contigo a lo misionero...
Y tú pidiéndome que no te quiera.
El caso es que busco macrobiótico en google para tener claro si lo puedo asociar de algún modo a tu nombre en cualquier texto de los guarros, y me encuentro una palabra en la entrada de la wiki que me vuelve loco... imbricada. No tengo ni la más puta idea de lo que significa, pero se me coloca en la mente justo entre ombligo y brida, y ya sabes lo que me gustan ambas fonética y pornográficamente.
Así que sigo el camino de baldosas amarillas hasta mamá RAE, que nos explica con una gran carga de docencia...
Imbricado, da: Dicho de las semillas, de las hojas y de las escamas: Sobrepuestas unas a otras como las tejas en un tejado.
¡Coño!, ya está hecho el trabajo.
Lo jodido es que ahora mismo me apetece menos escribir que imbricarme contigo a lo misionero...
Y tú pidiéndome que no te quiera.
no sé de qué color vestir la despedida,
quizá del mismo de los andenes de Atocha
poco antes de amanecer,
o el de un asiento de tercera enlatada
en uno de ésos de Ryanair
en los que no te dejan embarcar sin sobrecosto
más de 55 por 40 por 20 centímetros cúbicos de alma.
a veces se me aparece translúcida,
como mirando detrás de lágrimas,
otras del luto riguroso del the end en blanco y negro
después de Bogart,
o en letras de imprenta en la última página
este adiós se terminó de imprimir
a dos centímetros escasos de mi sueño.
en alguna ocasión la he visto desnuda
cruzando las calles de esta ciudad caótica
y la he confundido contigo.
quizá del mismo de los andenes de Atocha
poco antes de amanecer,
o el de un asiento de tercera enlatada
en uno de ésos de Ryanair
en los que no te dejan embarcar sin sobrecosto
más de 55 por 40 por 20 centímetros cúbicos de alma.
a veces se me aparece translúcida,
como mirando detrás de lágrimas,
otras del luto riguroso del the end en blanco y negro
después de Bogart,
o en letras de imprenta en la última página
este adiós se terminó de imprimir
a dos centímetros escasos de mi sueño.
en alguna ocasión la he visto desnuda
cruzando las calles de esta ciudad caótica
y la he confundido contigo.
Sufro de un ciclo mental, casi menstrual, que coincide con la luna nueva, y que me provoca hemorragias internas de personalidad. Antes de salir de casa me pregunto quién es el tipo del espejo con esa mirada institucional de tristeza, ojeroso, y tatuado con tinta negra y de pasado. Cada uno de los ciclos tiene su propia banda sonora, un sonido monográfico y repetitivo, porque tengo la costumbre de escuchar la misma canción una y otra vez. No sé cómo las elijo, ni siquiera existe un patrón definido, o quizá sea yo el elegido y, como el reloj de Cortázar, me conviertan en su esclavo.
En esos momentos me encarcelo, me encierro entre veinticuatro costillas, y puedo estar a tu lado sin darme cuenta. Por favor, no me lo reproches. Mírame sólo como a un ciego perdido que busca a tientas el camino a casa.
Toco a veces con la palma de la mano a aquel crío que subía en bici por la noche la cuesta de su calle, aterrado por lo que pudiera haber detrás de las farolas. Quizá siga siendo él, quizá es el miedo a la sombra que se esconde detrás de esa luz que me salvaba lo que me acelera la respiración cada vez que veo que te alejas. O puede que sea aquel chaval que se perdía en historias escritas buscando a su héroe, soñando con un pico de heroína rubia, y que sin darse cuenta retrasaba todos los comienzos.
Otras veces me vuelvo a dibujar subido en el autobús que me sacaba del colegio el último día, hacia un verano interminable de nervios, de miedos y de mundo por masticar. Ése tipo que con menos de veinte años se pegó la primera hostia de su vida durante tres, y se encontró en el barro la incapacidad de terminar una carrera de última hora que le alejaba de las estrellas que siempre había soñado. Ése que comenzó a cojear porque pensaba que necesitaba el hombro de alguien, y se empeñaba en cargar el peso del alma en la pierna derecha.
Sobre todos ellos escribo en la pared de mi celda de costillas, mientras algo late obstinado a mi lado. Y cuando llego al capítulo del acantilado, es por la noche y a veces me da por llorar. Y entonces es cuando más sangran las heridas que ya no tengo infectadas, pero que a veces necesito purgar. Cuando las miro de frente y en formación de ejército invasor de todos los escondites que nos guardamos, cuando las asumo como mi estómago y mis dedos y mis metáforas... es entonces cuando vuelvo a tener fuerzas para seguir escribiendo tu nombre. Aunque todavía no tenga ni idea de quién soy.
En esos momentos me encarcelo, me encierro entre veinticuatro costillas, y puedo estar a tu lado sin darme cuenta. Por favor, no me lo reproches. Mírame sólo como a un ciego perdido que busca a tientas el camino a casa.
Toco a veces con la palma de la mano a aquel crío que subía en bici por la noche la cuesta de su calle, aterrado por lo que pudiera haber detrás de las farolas. Quizá siga siendo él, quizá es el miedo a la sombra que se esconde detrás de esa luz que me salvaba lo que me acelera la respiración cada vez que veo que te alejas. O puede que sea aquel chaval que se perdía en historias escritas buscando a su héroe, soñando con un pico de heroína rubia, y que sin darse cuenta retrasaba todos los comienzos.
Otras veces me vuelvo a dibujar subido en el autobús que me sacaba del colegio el último día, hacia un verano interminable de nervios, de miedos y de mundo por masticar. Ése tipo que con menos de veinte años se pegó la primera hostia de su vida durante tres, y se encontró en el barro la incapacidad de terminar una carrera de última hora que le alejaba de las estrellas que siempre había soñado. Ése que comenzó a cojear porque pensaba que necesitaba el hombro de alguien, y se empeñaba en cargar el peso del alma en la pierna derecha.
Sobre todos ellos escribo en la pared de mi celda de costillas, mientras algo late obstinado a mi lado. Y cuando llego al capítulo del acantilado, es por la noche y a veces me da por llorar. Y entonces es cuando más sangran las heridas que ya no tengo infectadas, pero que a veces necesito purgar. Cuando las miro de frente y en formación de ejército invasor de todos los escondites que nos guardamos, cuando las asumo como mi estómago y mis dedos y mis metáforas... es entonces cuando vuelvo a tener fuerzas para seguir escribiendo tu nombre. Aunque todavía no tenga ni idea de quién soy.
Conduzco a casa sintiéndome una mierda y el atardecer es deliberadamente hermoso, con ese cielo de sangre mitad ámbar mitad rojo, que sólo existe en nuestro Madrid con nubes y en nuestro semáforo. Y como cuando te subes a una cerveza a mi lado, no sé si pisar a fondo o frenar en seco. No puedo permitirme pagar una multa más, el del banco me ha dicho que tengo un descubierto en la cuenta de latidos acelerados. Así que le saco un dedo por la ventanilla al último rayo de sol, y me declaro en huelga de hambre, de sueño y de cuerpos que acariciar, por incomparecencia de tus dedos.
No creas que no lo he intentado, pero es que tienes la costumbre de aparecerte en otros coños con una balanza en la mano. Y me obligas a pesarte, y a comparar curvas de talento desbocado para hacerme sentir vivo... seguro que ya sabes que en eso sales ganando. Qué voy a hacer con ellas si me tienes los rincones ocupados, que sí, que son guapas, que nos reímos, que tienen el detalle de aumentar el espacio entre los barrotes de la rutina, que me gusta cómo quedan con la espalda apoyada sobre el cabecero de la cama... pero que miro el reloj y no es como contigo, que no me importa verlo sumar instantes, que no me muero si no lo congelo.
Y ocurre que cuando se van me da igual que se vayan, y cierro la puerta y me enciendo un cigarrillo, y meto las sábanas en la lavadora por si se han dejado algún recuerdo. Ya no puedo ni enamorarme diez minutos en el metro, has convertido las miradas furtivas en un cásting en el que ninguna me recita bien el texto, o su pelo es más rubio o más rizado, o no me convence su forma de cruzar las piernas sobre el asiento, o cuando me miran sólo siento frío y no tiemblo. Y como una especie de Hitchcock atormentado, dejo el reparto desierto y me vuelvo a mi libro o a mi reflejo.
Así que no te extrañes si me ves más flaco, no pienso comer más que tus palabras como sublevación ante esta ausencia tuya mantenida, no beberé más que tu saliva, respiraré tu olor o me quedaré sin aire. Es sencillo... viva la revolución pacífica como chantaje. O tú entera, o la muerte por inanición.
Me pregunto por qué no lo intentas.
Por qué no cerramos este prólogo de callejón estrecho por el que caminamos
y nos sentamos frente a la máquina de escribir a empezar por el primer capítulo.
¿Quién sabe cómo va a acabar una novela mientras la escribe?
Podríamos crecer,
podríamos volver Madrid del revés
o terminar sentados en la cocina cenando una sopa fría.
Podríamos ser nosotros
o un accidente.
¿Crees de verdad que a mí no me da miedo?
Mírame.
Guardo más esquinas desconchadas que medallas de oro,
me están empezando a salir arrugas alrededor de los ojos de fingir que sonrío,
incluso todavía arrastro una leve cojera desde la última caída.
Trato de disimular miradas clandestinas a tus muslos,
me gustas más cuando tropiezas
que cuando te imagino desnuda sobre mí,
y me finjo que no me importa.
He hecho voto de castidad programada hasta follarme tu mente.
Mírame.
Estoy harto de vivir la vida a tirones,
he prometido dejar de fumar si me cambias el humo por tu boca,
me muero de insomnio,
me muero al espejo.
¿De verdad crees que a mí no me da miedo?
Por qué no cerramos este prólogo de callejón estrecho por el que caminamos
y nos sentamos frente a la máquina de escribir a empezar por el primer capítulo.
¿Quién sabe cómo va a acabar una novela mientras la escribe?
Podríamos crecer,
podríamos volver Madrid del revés
o terminar sentados en la cocina cenando una sopa fría.
Podríamos ser nosotros
o un accidente.
¿Crees de verdad que a mí no me da miedo?
Mírame.
Guardo más esquinas desconchadas que medallas de oro,
me están empezando a salir arrugas alrededor de los ojos de fingir que sonrío,
incluso todavía arrastro una leve cojera desde la última caída.
Trato de disimular miradas clandestinas a tus muslos,
me gustas más cuando tropiezas
que cuando te imagino desnuda sobre mí,
y me finjo que no me importa.
He hecho voto de castidad programada hasta follarme tu mente.
Mírame.
Estoy harto de vivir la vida a tirones,
he prometido dejar de fumar si me cambias el humo por tu boca,
me muero de insomnio,
me muero al espejo.
¿De verdad crees que a mí no me da miedo?
pensamos que una lágrima ha de tener un solo motivo,
una especie de causa variable de la pena,
o el dolor,
o la tristeza,
pero sólo una cada vez.
nos preguntamos unos a otros qué ha pasado
esperando una única razón.
creemos que la nostalgia
se pinta con un solo color.
estamos equivocados.
esta noche por ejemplo,
la culpa de todo la tienen
tu pelo,
tus ojos,
tus tobillos,
pero también tu sexo y tu sudor.
la distancia como regalo tuyo,
las cortinas,
tu arañazo que me falta
y estas sábanas vacías.
una especie de causa variable de la pena,
o el dolor,
o la tristeza,
pero sólo una cada vez.
nos preguntamos unos a otros qué ha pasado
esperando una única razón.
creemos que la nostalgia
se pinta con un solo color.
estamos equivocados.
esta noche por ejemplo,
la culpa de todo la tienen
tu pelo,
tus ojos,
tus tobillos,
pero también tu sexo y tu sudor.
la distancia como regalo tuyo,
las cortinas,
tu arañazo que me falta
y estas sábanas vacías.
semana y media sin afeitar,
cuatro horas dormidas en tres días,
viejos cuadernos abiertos sobre la mesa
con letra apretada
que no quiere decir nada,
sueño,
sueños,
una manta sobre el sofá,
ojos marrones y rojos que se entornan
y otros a un millón de kilómetros
que miran marrones.
nada que dibujar excepto tú.
hoy no quiero contarte más veces.
me rindo.
cuatro horas dormidas en tres días,
viejos cuadernos abiertos sobre la mesa
con letra apretada
que no quiere decir nada,
sueño,
sueños,
una manta sobre el sofá,
ojos marrones y rojos que se entornan
y otros a un millón de kilómetros
que miran marrones.
nada que dibujar excepto tú.
hoy no quiero contarte más veces.
me rindo.
Amanezco desnudo sin piel sobre la cama algunos días y por más ropa que me pongo se me nota la sangre a simple vista, la carne. Alguien andará por ahí vestido conmigo mientras a mí me duelen el viento y las calles vacías del sábado por la mañana camino de mi celda. Si al menos pudiera ganarme la vida secándome la boca en un papel, romper el contrato de alquiler de esta ruta prestada para sobrevivir, si de una vez por todas dejase de acordarme de ti en cada semáforo en rojo.
Ya ves, hoy ha nacido el día en condicional y yo me he cruzado en la acera con esta tristeza cabezota que se ha venido conmigo. Como no tengo nada que me proteja se me han ido grabando todas las manchas del suelo, el olor de las cafeterías, el tipo de negro con la sudadera de Marea, esos carteles horteras anunciando la heroica corrida de toros, en los que siempre imagino las caras de sus héroes analfabetos con un cuerno entrándoles por el culo.
Y yo, tan fuera de lugar, deseando volver a casa para sentarme en mi sillón tapizado con esta especie de amor amargo que no se me rompe, que no se gasta, que no me saca el otoño de los huesos, que ya no rimo ni en la prosa asonante descriptiva de todo lo que tengo ganas de hacerte.
Sí, he dicho amor.
Ni sexo, ni orgasmo, ni polvo, ni mil maneras de desear tu cuerpo...
debe de ser la tristeza.
Y allí estoy yo con toda aquella gente, con Nirvana a toda hostia, rodeado de amigos y agregadas de encuentro fortuito, cerveza, marihuana, un tipo con un sombrero y unos cuantos vasos de plástico a medias, aderezados con desesperación y patatas fritas.
Alguien canta a pecho descubierto en el balcón sin quitarse las gafas de cagarse en el mundo, que son las de sol a las tres de la mañana.
Y yo tratando de explicarle a alguna lo que significa retazo y cómo meterlo en veinte años de Sabina.
Es entonces cuando noto la descarga de soledad recorriéndome la columna, como una amante despechada, como el dueño del perro pegando un tirón a la correa cuando va a mear en la esquina equivocada.
- ¿Qué te pasa?
- Tengo frío, voy a por más hielo.
Y me escondo en la habitación a fumarme un cigarro de los de ausencia, de esos en los que el humo sale de la boca en una nube densa, como si pensara, y se va transformando en mil figuras sin forma hasta que se parece a tu cuerpo. Y cuando estoy a punto de encender el segundo, el que te dibuja en mis pulmones escondida detrás de la distancia, tengo que echar al tipo del sombrero y a su amiga encontrada que andan de cacería en busca de cama.
- ¿Qué te pasa?
- En esta cama, en media hora, no se folla.
Y cuelgo el no molestar que robé en el hotel de Granada, y me tumbo, y me pregunto el por qué de esta emboscada a estas horas de la madrugada si sólo estaba siendo cortés. Antes de que pueda pensar tengo el teléfono en las manos y la app ésa de los mensajes abierta.
Tengo tantas cosas que decir que se entierran unas a otras en un proceso de combustión espontánea. Me tiemblan los dedos y la garganta, puede que te moleste, que te despierte, que hagas una mueca de hastío al ver la pantalla en lugar de sonreír, de sentirte halagada. Puede que estires el hilo un metro más, que lo rompas.
Puede que no esté borracho pero lo parezca, que creas que sólo el alcohol me desata las cadenas de la lengua y las del pecho, o que las confundas con las de la entrepierna.
Puede que puedan tantas cosas que bajo las escaleras y el aire viciado de esta ciudad apesta como mis ganas.
Al menos las calles están en silencio, al menos puedo escuchar mis dedos marcando las letras fusionando obsesiones y vacíos...
"¿Estarías aquí si fuese el puto Cortázar?"
Alguien canta a pecho descubierto en el balcón sin quitarse las gafas de cagarse en el mundo, que son las de sol a las tres de la mañana.
Y yo tratando de explicarle a alguna lo que significa retazo y cómo meterlo en veinte años de Sabina.
Es entonces cuando noto la descarga de soledad recorriéndome la columna, como una amante despechada, como el dueño del perro pegando un tirón a la correa cuando va a mear en la esquina equivocada.
- ¿Qué te pasa?
- Tengo frío, voy a por más hielo.
Y me escondo en la habitación a fumarme un cigarro de los de ausencia, de esos en los que el humo sale de la boca en una nube densa, como si pensara, y se va transformando en mil figuras sin forma hasta que se parece a tu cuerpo. Y cuando estoy a punto de encender el segundo, el que te dibuja en mis pulmones escondida detrás de la distancia, tengo que echar al tipo del sombrero y a su amiga encontrada que andan de cacería en busca de cama.
- ¿Qué te pasa?
- En esta cama, en media hora, no se folla.
Y cuelgo el no molestar que robé en el hotel de Granada, y me tumbo, y me pregunto el por qué de esta emboscada a estas horas de la madrugada si sólo estaba siendo cortés. Antes de que pueda pensar tengo el teléfono en las manos y la app ésa de los mensajes abierta.
Tengo tantas cosas que decir que se entierran unas a otras en un proceso de combustión espontánea. Me tiemblan los dedos y la garganta, puede que te moleste, que te despierte, que hagas una mueca de hastío al ver la pantalla en lugar de sonreír, de sentirte halagada. Puede que estires el hilo un metro más, que lo rompas.
Puede que no esté borracho pero lo parezca, que creas que sólo el alcohol me desata las cadenas de la lengua y las del pecho, o que las confundas con las de la entrepierna.
Puede que puedan tantas cosas que bajo las escaleras y el aire viciado de esta ciudad apesta como mis ganas.
Al menos las calles están en silencio, al menos puedo escuchar mis dedos marcando las letras fusionando obsesiones y vacíos...
"¿Estarías aquí si fuese el puto Cortázar?"
una petaca.
una caja de madera labrada, sin el interior de terciopelo por favor, con la llave de tu dormitorio.
el barco pirata si esta vez flota.
recibir mis facturas entre tus piernas.
la resurrección de la carne.
que haya más guerras en mi mundo (contigo).
una silla de ésas de la leche para que no me duela la espalda de tanto escribir.
que haya más hambre en mi mundo (de ti).
unas gafas de sol con espejo para que te desmaquilles este verano.
una fuente de alimentación nueva para el commodore envuelta en mis doce años.
un cuaderno nuevo de caligrafía para aprender a escribirte.
tus pies desnudos sosteniéndote desnuda.
Tú.
Hace años conocí a una chica
a la que todos le habían dicho que el mundo le quedaba demasiado grande.
No sé por qué estaban tan hambrientos,
por qué se alimentaban de sus lágrimas,
por qué acristalar tras ellas unos ojos como aquellos
tan verde aceituna.
Me pasé una vida intentando sacarle de la cartera aquel pasaporte falso,
cruzamos juntos un océano,
nos aislamos sin apenas playas donde tomar el sol,
nos peleamos,
nos quisimos,
nos odiamos,
nos perdimos mil veces por las aceras,
y poco a poco nos hicimos mayores.
Nos aprendimos nuestros cuerpos de memoria
mientras sustituíamos la foto de su pasado.
Algunas veces nos agotamos jugando al ajedrez con sus captores.
Nadie nos dio clases de quererse,
así que fuimos improvisando.
Y cuando nuestro camino dejó de ser el mismo éramos tan grandes,
que no nos hace falta más que girar la cabeza para cuidarnos.
Y a mí me gustaría escribirle algo mejor,
pero esta noche no me sale,
no puedo dejar de mirar esta terca mancha de cariño sobre el pecho,
que si no es eterna
se le parece bastante.
a la que todos le habían dicho que el mundo le quedaba demasiado grande.
No sé por qué estaban tan hambrientos,
por qué se alimentaban de sus lágrimas,
por qué acristalar tras ellas unos ojos como aquellos
tan verde aceituna.
Me pasé una vida intentando sacarle de la cartera aquel pasaporte falso,
cruzamos juntos un océano,
nos aislamos sin apenas playas donde tomar el sol,
nos peleamos,
nos quisimos,
nos odiamos,
nos perdimos mil veces por las aceras,
y poco a poco nos hicimos mayores.
Nos aprendimos nuestros cuerpos de memoria
mientras sustituíamos la foto de su pasado.
Algunas veces nos agotamos jugando al ajedrez con sus captores.
Nadie nos dio clases de quererse,
así que fuimos improvisando.
Y cuando nuestro camino dejó de ser el mismo éramos tan grandes,
que no nos hace falta más que girar la cabeza para cuidarnos.
Y a mí me gustaría escribirle algo mejor,
pero esta noche no me sale,
no puedo dejar de mirar esta terca mancha de cariño sobre el pecho,
que si no es eterna
se le parece bastante.
Tres minutos después de despertar, esas cuatro estrofas antológicas de Joaquín hasta el culo de coca.
Y yo, que a través de la nariz nunca he admitido más polvo blanco que tu olor a vida y a sexo en la incubadora, que pensaba que había dejado atrás eso de morderme las venas, cada vez que amanece ligeramente gris y me falta la estufa de tu espalda girándose a apagar el despertador, sigo abriendo los ojos a la misma hora y me quedo mirando al techo escuchando canciones pre-spotify, mientras trato de imaginar el color que habrás elegido hoy para tus braguitas, así, en diminutivo.
Son costumbres de perro viejo, como eso de nunca llevar paraguas, lo de mirar por la ventana cuando entro a cualquier habitación o el ligero movimiento del dedo índice de la derecha cada vez que no sé una respuesta y tengo que admitirlo.
No soporto no saberlo todo.
Por eso intento leer las páginas de tu diario cada vez que te miro a los ojos, por si te has olvidado cerrar con llave.
Pero yo, que quemé hace tiempo los libros con final feliz porque tampoco los soportaba, que decidí fabricarme una máquina de tormentas, que opté por la enajenación verbal crónica vestido de Batman porque me gusta el negro y no por salvar a nadie. Yo, exhibicionista sin decoro de toda la mierda que ya no me guardo, soy incapaz de pensar en algo diferente a la curva de tus caderas cuando te tengo delante.
Hoy, bajo las sábanas, con la gata dormida junto a tu almohada, me cambiaría por los cordones de tus botas para recorrer los pasillos del metro sobre tus pies, por el torno de salida de la estación que empujas con la cintura, por esos auriculares blancos que te escupen poemas al oído y que están dentro de ti.
Pero he de conformarme con un horrible dolor de cabeza por hiperactividad y una pizca de lluvia tras ese cristal incapaz de cubrir mi vergüenza de no tener más sueños que esperarte escribiendo sin afeitar.
Joder... esta mañana no me basta.
Y yo, que a través de la nariz nunca he admitido más polvo blanco que tu olor a vida y a sexo en la incubadora, que pensaba que había dejado atrás eso de morderme las venas, cada vez que amanece ligeramente gris y me falta la estufa de tu espalda girándose a apagar el despertador, sigo abriendo los ojos a la misma hora y me quedo mirando al techo escuchando canciones pre-spotify, mientras trato de imaginar el color que habrás elegido hoy para tus braguitas, así, en diminutivo.
Son costumbres de perro viejo, como eso de nunca llevar paraguas, lo de mirar por la ventana cuando entro a cualquier habitación o el ligero movimiento del dedo índice de la derecha cada vez que no sé una respuesta y tengo que admitirlo.
No soporto no saberlo todo.
Por eso intento leer las páginas de tu diario cada vez que te miro a los ojos, por si te has olvidado cerrar con llave.
Pero yo, que quemé hace tiempo los libros con final feliz porque tampoco los soportaba, que decidí fabricarme una máquina de tormentas, que opté por la enajenación verbal crónica vestido de Batman porque me gusta el negro y no por salvar a nadie. Yo, exhibicionista sin decoro de toda la mierda que ya no me guardo, soy incapaz de pensar en algo diferente a la curva de tus caderas cuando te tengo delante.
Hoy, bajo las sábanas, con la gata dormida junto a tu almohada, me cambiaría por los cordones de tus botas para recorrer los pasillos del metro sobre tus pies, por el torno de salida de la estación que empujas con la cintura, por esos auriculares blancos que te escupen poemas al oído y que están dentro de ti.
Pero he de conformarme con un horrible dolor de cabeza por hiperactividad y una pizca de lluvia tras ese cristal incapaz de cubrir mi vergüenza de no tener más sueños que esperarte escribiendo sin afeitar.
Joder... esta mañana no me basta.
La vomitona verbal que me provocas cada noche,
no tener otra bolsa que este sitio
ni pastillas contra el mareo.
Las preguntas,
las preguntas,
las demás preguntas.
Esa forma de titubear insegura
cuando piensas que voy a perderte el respeto.
Saber que voy a hacerlo.
Tu manía de no tener todas las respuestas,
la de crujir los dedos de las manos que siempre me ha sacado de quicio,
la de esconderte a veces.
Mi necesidad de consumirte en mi cama,
de follarte.
Tus dudas.
Tus miedos.
Esa forma de entornar los ojos cuando sonríes,
los sueños pornomentales que me provoca,
el despertar después sólo con dos opciones,
masturbación o ducha fría.
El ataque de nervios previo a tus barreras,
mi bendita costumbre de desnudarme aunque te joda,
la sospecha de que no te jode.
Perseo con la cabeza de Medusa,
el tranvía número 28
y todo lo demás que te tengo reservado.
Mi derecho adquirido a la esclavitud por estaciones,
tu voz,
tu pelo,
tus piernas,
todas esas cosas que me hacen la vida más difícil
y que no cambio por nada.
no tener otra bolsa que este sitio
ni pastillas contra el mareo.
Las preguntas,
las preguntas,
las demás preguntas.
Esa forma de titubear insegura
cuando piensas que voy a perderte el respeto.
Saber que voy a hacerlo.
Tu manía de no tener todas las respuestas,
la de crujir los dedos de las manos que siempre me ha sacado de quicio,
la de esconderte a veces.
Mi necesidad de consumirte en mi cama,
de follarte.
Tus dudas.
Tus miedos.
Esa forma de entornar los ojos cuando sonríes,
los sueños pornomentales que me provoca,
el despertar después sólo con dos opciones,
masturbación o ducha fría.
El ataque de nervios previo a tus barreras,
mi bendita costumbre de desnudarme aunque te joda,
la sospecha de que no te jode.
Perseo con la cabeza de Medusa,
el tranvía número 28
y todo lo demás que te tengo reservado.
Mi derecho adquirido a la esclavitud por estaciones,
tu voz,
tu pelo,
tus piernas,
todas esas cosas que me hacen la vida más difícil
y que no cambio por nada.
y yo me pregunto
qué hago sentado con la TV en mute,
mirando en silencio
un marciano enorme en la pantalla,
si lo que me pregunto
de verdad
es dónde coño estás,
si te pondrás el pijama esta noche
o dormirás desnuda,
si me dejarías medirte las piernas
a besos
desde la cintura,
si te has acordado de mí hoy,
si me lo harás mañana,
a qué sabe tu saliva,
si el calor de tu sexo
me derretiría,
si voy a poder escapar
algún día de tus clavos.
y mientras tanto
el puto marciano gigante,
sin sonido,
intentando cargarse
NUESTRO mundo.
qué hago sentado con la TV en mute,
mirando en silencio
un marciano enorme en la pantalla,
si lo que me pregunto
de verdad
es dónde coño estás,
si te pondrás el pijama esta noche
o dormirás desnuda,
si me dejarías medirte las piernas
a besos
desde la cintura,
si te has acordado de mí hoy,
si me lo harás mañana,
a qué sabe tu saliva,
si el calor de tu sexo
me derretiría,
si voy a poder escapar
algún día de tus clavos.
y mientras tanto
el puto marciano gigante,
sin sonido,
intentando cargarse
NUESTRO mundo.
Piensa en todos los momentos que han pasado, todos esos accidentes, los cambios de planes de última hora, o cada vez que cruzaste una acera para llegar al otro lado de la calle.
Ahora pon todos esos acontecimientos en fila de a uno, ordénalos temporalmente y mira hacia atrás, hacia el momento en que naciste si quieres.
Dime si eres capaz de recordarlo todo...
no puedes, yo tampoco.
En cambio cada segundo que ha pasado desde aquel principio te ha traído hasta aquí, hasta este ahora que podría ser otro cualquiera si se hubiese producido el más mínimo cambio, si hubieses perdido aquel metro, si no hubieses decidido sonreír aquel día, si hubieses doblado la esquina anterior.
Ahora haz lo mismo con mi historia...
imagina que me hubiese atrevido a huir todas las veces que lo he dicho, imagina que me hubiese arrepentido antes de correr cuando sí lo hice, imagina que no hubiese leído aquel libro.
Yo sería diferente, todo sería diferente y en cambio soy yo, el tipo que escribe cada noche mientras te espera.
¿Has pensado acaso qué probabilidades había?
Si nos miras en conjunto,
a nosotros,
cómo me gusta decir nosotros...
si nos miras tomando un poquito de distancia y te fijas en las estelas de pasado que nos persiguen, si puedes reconocer el instante en que se nos cruzaron, dime que no te preguntas por qué, que no eres consciente de lo improbable que era cuando empezamos, que podría haber sido de cualquier otra manera, que lo más lógico era no haber llegado a mirarnos.
Nunca.
No sé si creer en el destino o en la fuerza gravitatoria de tu cuerpo sobre el mío.
Piensa en las probabilidades, en la ciencia pura, y dime...
dime si tienes fuerzas para seguir diciendo que no.
Ahora pon todos esos acontecimientos en fila de a uno, ordénalos temporalmente y mira hacia atrás, hacia el momento en que naciste si quieres.
Dime si eres capaz de recordarlo todo...
no puedes, yo tampoco.
En cambio cada segundo que ha pasado desde aquel principio te ha traído hasta aquí, hasta este ahora que podría ser otro cualquiera si se hubiese producido el más mínimo cambio, si hubieses perdido aquel metro, si no hubieses decidido sonreír aquel día, si hubieses doblado la esquina anterior.
Ahora haz lo mismo con mi historia...
imagina que me hubiese atrevido a huir todas las veces que lo he dicho, imagina que me hubiese arrepentido antes de correr cuando sí lo hice, imagina que no hubiese leído aquel libro.
Yo sería diferente, todo sería diferente y en cambio soy yo, el tipo que escribe cada noche mientras te espera.
¿Has pensado acaso qué probabilidades había?
Si nos miras en conjunto,
a nosotros,
cómo me gusta decir nosotros...
si nos miras tomando un poquito de distancia y te fijas en las estelas de pasado que nos persiguen, si puedes reconocer el instante en que se nos cruzaron, dime que no te preguntas por qué, que no eres consciente de lo improbable que era cuando empezamos, que podría haber sido de cualquier otra manera, que lo más lógico era no haber llegado a mirarnos.
Nunca.
No sé si creer en el destino o en la fuerza gravitatoria de tu cuerpo sobre el mío.
Piensa en las probabilidades, en la ciencia pura, y dime...
dime si tienes fuerzas para seguir diciendo que no.
Cuando venía conduciendo a casa,
he empezado a repetir al revés tu nombre
como muestra de rebeldía...
y bueno,
ya sabes...
me ha dado lo mismo.
Y aquí sigo ahora tumbado entre Pereza y Calamaro.
Hace un rato la noche y yo hemos acordado desnudarnos de todas las nubes,
ella me enseña la luna menguando y yo paso un poco de frío.
Y todo porque ya no me sirve el escapismo fingido contigo,
porque tampoco se me dio bien jamás
lo de ocultar media baraja en la manga del abrigo.
Así que es una de esas noches en las que puedes preguntarme lo que sea,
no tengo un sitio a donde ir,
ni ganas de cobijarme,
ni la más remota intención de alejarme de tu ombligo.
Hoy estoy desencuadernado, subrayado,
anotado a lápiz en los márgenes.
Y como estoy bebiendo uno doble de sinceridad sin hielo...
lo admito,
soy ambiguo adrede,
y la mayoría del tiempo escondo la verdad
en el espacio en blanco que separa los renglones.
Pero joder...
eso ya lo sabes,
escribo en clave de fa para tocar los cojones.
Hoy me ha dado por esconder tu nombre entre seis líneas y empezar por ahí,
como mirándolo al espejo,
será cierto eso de que te siento lejos de aquí.
El resto del día no ha sido más que una lluvia de fragmentos congelados
de mi vida contigo a metro y medio.
Y yo empapado como siempre.
he empezado a repetir al revés tu nombre
como muestra de rebeldía...
y bueno,
ya sabes...
me ha dado lo mismo.
Y aquí sigo ahora tumbado entre Pereza y Calamaro.
Hace un rato la noche y yo hemos acordado desnudarnos de todas las nubes,
ella me enseña la luna menguando y yo paso un poco de frío.
Y todo porque ya no me sirve el escapismo fingido contigo,
porque tampoco se me dio bien jamás
lo de ocultar media baraja en la manga del abrigo.
Así que es una de esas noches en las que puedes preguntarme lo que sea,
no tengo un sitio a donde ir,
ni ganas de cobijarme,
ni la más remota intención de alejarme de tu ombligo.
Hoy estoy desencuadernado, subrayado,
anotado a lápiz en los márgenes.
Y como estoy bebiendo uno doble de sinceridad sin hielo...
lo admito,
soy ambiguo adrede,
y la mayoría del tiempo escondo la verdad
en el espacio en blanco que separa los renglones.
Pero joder...
eso ya lo sabes,
escribo en clave de fa para tocar los cojones.
Hoy me ha dado por esconder tu nombre entre seis líneas y empezar por ahí,
como mirándolo al espejo,
será cierto eso de que te siento lejos de aquí.
El resto del día no ha sido más que una lluvia de fragmentos congelados
de mi vida contigo a metro y medio.
Y yo empapado como siempre.
Resultó que el amor guardaba más de lo que nos leían,
resultó que nos ocultaron durante años
las partes que a ellos les parecieron sucias.
Querían construir un ejército de eunucos edulcorados
a base de poesía eres tú...
que sí,
que está muy bien,
pero que no es todo.
Eliminaron tu coño de mi boca y mi esperma de tu espalda,
nos prohibieron follar porque te quiero, a secas,
sin velas ni luz de la luna,
sin pétalos de rosa subiendo la escalera,
sin petición de mano...
que sí,
que está muy bien,
pero le faltan cosas.
Y nos dijeron a todos que mirarte el culo no es poesía
cuando no se ha visto un movimiento mejor versado.
Que no,
que estábamos equivocados,
que echarte un polvo en la playa sin violines,
muriéndome por ti,
era arrancarte la pureza
en lugar de desear romperte a embestidas de cariño.
Nos quisieron robar el deseo a base de mancharlo,
hipócritas...
cobardes...
Pero a veces,
cuando separas las piernas sobre mi colchón
y yo me quedaría a vivir entre ellas para siempre,
siento lástima por ellos.
Yo tuve una vez una casa al otro lado del camino que se cruza cuando no puedes más. No era una casa grande, era más bien un agujero en la tierra húmeda siempre a la sombra, y yo un gusano de esos alargados y marrones, que cuando éramos pequeños nos gustaba tanto mirar después de la lluvia.
Casi no salía de casa excepto para ir a trabajar, y cada noche hibernaba despierto sin comida ni bebida masticando restos de historias sin final. Las pocas veces que abría la puerta me arrastraba por las aceras siempre pegado a la pared, por ese miedo de todos los que se sienten pequeños a ser pisados por cualquiera. Las historias de las que me alimentaba se iban amontonando sobre el colchón en hojas arrancadas de cuadernos, con los bordes mordidos, como en medio de un otoño de libros.
Lo malo de ser tan pequeño es que cada vez que te deshaces en una página cualquiera, menguas un poco más, y ya no había a mi alrededor gusanos más diminutos que yo mismo. Era ya tan, tan pequeño, que ni siquiera pude salir escondido porque tuve ataques de terror al cielo abierto.
Ahora me has visto por la calle, y quizá esperes que te cuente el modo en que dejé de ser gusano marrón, o quizá el motivo, superado ya, que me llevó a cruzar el camino. Siento decepcionarte, no tengo respuestas fuera de una niebla de razones inválidas, rescatadas en balde de entre algunos textos colgados en la pared. Tampoco te diré que lo hice solo, porque no es verdad, ni que no hubo gente grande agachándose en el barro, cogiéndome entre los dedos con cuidado para que no me rompiera, y subiéndome a sus hombros para que pudiera mirar, y ya sabes el asco que da una lombriz ciega intentando terca bajarte por el brazo.
Cuando llegaste yo ya podía caminar, con una ligera cojera en la garganta.
Y ahora, cada vez que te miro la espalda cuando te vas, y ése modo en que las calles se curvan sobre ti mientras te alejas, me leo en la palma de la mano izquierda los restos de la dirección de mi casa al otro lado del camino, y me da por sonreír.
A la tinta de miedo con que está escrita, sólo le falta un billete de tren en tu bolsillo, sin estación de destino, para desaparecer. Puedo hacer solo este viaje, pero sería la hostia compartir litera contigo con una condición... si te rindes y te vienes conmigo habrá ratos que dolerán, cada día será el primero y el último, sin más, y si después de un polvo no te apetece besarme, haz el favor de bajarte en la próxima estación.
Considéralo una cláusula de seguridad contra la comedia, y su maldita costumbre de dejar las heridas abiertas.
Casi no salía de casa excepto para ir a trabajar, y cada noche hibernaba despierto sin comida ni bebida masticando restos de historias sin final. Las pocas veces que abría la puerta me arrastraba por las aceras siempre pegado a la pared, por ese miedo de todos los que se sienten pequeños a ser pisados por cualquiera. Las historias de las que me alimentaba se iban amontonando sobre el colchón en hojas arrancadas de cuadernos, con los bordes mordidos, como en medio de un otoño de libros.
Lo malo de ser tan pequeño es que cada vez que te deshaces en una página cualquiera, menguas un poco más, y ya no había a mi alrededor gusanos más diminutos que yo mismo. Era ya tan, tan pequeño, que ni siquiera pude salir escondido porque tuve ataques de terror al cielo abierto.
Ahora me has visto por la calle, y quizá esperes que te cuente el modo en que dejé de ser gusano marrón, o quizá el motivo, superado ya, que me llevó a cruzar el camino. Siento decepcionarte, no tengo respuestas fuera de una niebla de razones inválidas, rescatadas en balde de entre algunos textos colgados en la pared. Tampoco te diré que lo hice solo, porque no es verdad, ni que no hubo gente grande agachándose en el barro, cogiéndome entre los dedos con cuidado para que no me rompiera, y subiéndome a sus hombros para que pudiera mirar, y ya sabes el asco que da una lombriz ciega intentando terca bajarte por el brazo.
Cuando llegaste yo ya podía caminar, con una ligera cojera en la garganta.
Y ahora, cada vez que te miro la espalda cuando te vas, y ése modo en que las calles se curvan sobre ti mientras te alejas, me leo en la palma de la mano izquierda los restos de la dirección de mi casa al otro lado del camino, y me da por sonreír.
A la tinta de miedo con que está escrita, sólo le falta un billete de tren en tu bolsillo, sin estación de destino, para desaparecer. Puedo hacer solo este viaje, pero sería la hostia compartir litera contigo con una condición... si te rindes y te vienes conmigo habrá ratos que dolerán, cada día será el primero y el último, sin más, y si después de un polvo no te apetece besarme, haz el favor de bajarte en la próxima estación.
Considéralo una cláusula de seguridad contra la comedia, y su maldita costumbre de dejar las heridas abiertas.
Anoche soñé contigo sentada en el asiento de atrás de un coche.
Delante alguien conducía
hacia cualquier lugar,
y decidías apoyar la mano entre mis piernas.
Y cuando me volvía eras tú,
la misma,
con el mismo brillo de karma dolorido resbalando por la piel...
pero distinta.
Estabas jodidamente guapa,
y cuando nos bajamos,
tú de negro,
yo de astronauta pisando la luna,
casi no pesabas nada al besarte en la boca
ni cuando me dijiste al oído que te buscara una cama para follar.
Yo calculé mentalmente la distancia.
Sé que no fue un sueño dulce para el mundo y sus escenas de sofá,
pero en mi defensa te diré
que me he puesto a llorar como un crío
diez minutos de reloj después de abrir los ojos,
que cada vez que he probado a restarte
no me ha salido nada.
Delante alguien conducía
hacia cualquier lugar,
y decidías apoyar la mano entre mis piernas.
Y cuando me volvía eras tú,
la misma,
con el mismo brillo de karma dolorido resbalando por la piel...
pero distinta.
Estabas jodidamente guapa,
y cuando nos bajamos,
tú de negro,
yo de astronauta pisando la luna,
casi no pesabas nada al besarte en la boca
ni cuando me dijiste al oído que te buscara una cama para follar.
Yo calculé mentalmente la distancia.
Sé que no fue un sueño dulce para el mundo y sus escenas de sofá,
pero en mi defensa te diré
que me he puesto a llorar como un crío
diez minutos de reloj después de abrir los ojos,
que cada vez que he probado a restarte
no me ha salido nada.
Pasa que a veces vuelvo a casa con el estómago cargado de segundos no vividos,
como si me hubiera tragado las piedras desprendidas de todas las aceras.
Que dejo de ser caballero andante y llanero solitario al mismo tiempo,
y me quedo en un saco de huesos calados por las putas tormentas que le faltan a este verano.
Y el insomnio me espera para ponerme el pijama
y desearme las malas noches
y cantarme una de ésas tristes de Sabina para ver si me desvelo encogido.
Ya que estamos por joder... jodamos.
Y cuando abro la puerta tengo los platos sin fregar y la vida sin hacer,
y una maraña de promesas incumplidas
metidas en el mecanismo del reloj de la cocina.
Y no me quedan más huevos que subir las escaleras
para intentar llegar a la azotea,
por si desde allá arriba puedo distinguir tu forma de caminar
de entre toda esa gente que no me interesa,
con sus paraguas y sus gabardinas de rutina a cuestas.
Esas noches abro el cuaderno y en lugar de describirte
copio tu nombre cien veces
como un penitente esperando la resurrección de la carne.
Firmo un contrato con la soledad y con la pena
que expira en el mismo instante en que decidas dejar caer el tirante izquierdo de tu camiseta.
Esas noches como ésta,
necesito más tu boca que follarte,
y eres un beso a nivel sin barreras en el que me quiero quedar dormido.
Aunque me lleves por delante.
Se me olvida tu cuerpo y me quedo contigo.
Vuelvo a tener miedo de perderme.
como si me hubiera tragado las piedras desprendidas de todas las aceras.
Que dejo de ser caballero andante y llanero solitario al mismo tiempo,
y me quedo en un saco de huesos calados por las putas tormentas que le faltan a este verano.
Y el insomnio me espera para ponerme el pijama
y desearme las malas noches
y cantarme una de ésas tristes de Sabina para ver si me desvelo encogido.
Ya que estamos por joder... jodamos.
Y cuando abro la puerta tengo los platos sin fregar y la vida sin hacer,
y una maraña de promesas incumplidas
metidas en el mecanismo del reloj de la cocina.
Y no me quedan más huevos que subir las escaleras
para intentar llegar a la azotea,
por si desde allá arriba puedo distinguir tu forma de caminar
de entre toda esa gente que no me interesa,
con sus paraguas y sus gabardinas de rutina a cuestas.
Esas noches abro el cuaderno y en lugar de describirte
copio tu nombre cien veces
como un penitente esperando la resurrección de la carne.
Firmo un contrato con la soledad y con la pena
que expira en el mismo instante en que decidas dejar caer el tirante izquierdo de tu camiseta.
Esas noches como ésta,
necesito más tu boca que follarte,
y eres un beso a nivel sin barreras en el que me quiero quedar dormido.
Aunque me lleves por delante.
Se me olvida tu cuerpo y me quedo contigo.
Vuelvo a tener miedo de perderme.
Qué difícil me resulta este papel de conductor suicida
cuando la dirección prohibida la llevas escrita en tu camiseta.
Qué jodido llegar a casa
y Madrid tan demasiado grande como para cruzarme contigo
en un semáforo en rojo.
Y esta mierda de quemarte cada noche en las cenizas de un cigarro a medias,
intentando desescribir
y agrietarte la coraza.
Antes
salgo del trabajo jugando al ratón y al rato que tardas en regresar,
sacudo tu niebla a manotazos frente a los ojos
y a los de todo el mundo.
Después
Un poco más tarde
admito cierta fascinación ante tu costumbre de ser una herida abierta
desde que cerraste la puerta a mi erección,
y hasta el cable de la batería del jodido ordenador
se curva como tu espalda cuando te corrías.
Y en esta orgía de anarquía he fundado mi nueva república
con una bandera alejada de tus piernas.
De momento es triste y aburrida,
melancólica, uniprovincial y algo más vieja.
Supongo que es lo que quedaba de mí antes de ti.
cuando la dirección prohibida la llevas escrita en tu camiseta.
Qué jodido llegar a casa
y Madrid tan demasiado grande como para cruzarme contigo
en un semáforo en rojo.
Y esta mierda de quemarte cada noche en las cenizas de un cigarro a medias,
intentando desescribir
y agrietarte la coraza.
Antes
salgo del trabajo jugando al ratón y al rato que tardas en regresar,
sacudo tu niebla a manotazos frente a los ojos
y a los de todo el mundo.
Después
busco en la cerveza la forma de no pensarte,
y la puta cerveza es tan rubia y casi tan fría como tú el día que te largaste.Un poco más tarde
admito cierta fascinación ante tu costumbre de ser una herida abierta
desde que cerraste la puerta a mi erección,
y hasta el cable de la batería del jodido ordenador
se curva como tu espalda cuando te corrías.
Y en esta orgía de anarquía he fundado mi nueva república
con una bandera alejada de tus piernas.
De momento es triste y aburrida,
melancólica, uniprovincial y algo más vieja.
Supongo que es lo que quedaba de mí antes de ti.
Ahora que mis musas beben mahou y la gata muerde ratones de trapo sobre la almohada, es hora de confesarlo todo aunque ya lo sepas.
Hoy he descubierto que la distancia no es la salida de emergencia de la rutina, que el mar en medio no te salva, que empezar de cero no te cura... con todas las comillas y las escalas de grises que esta noche vamos a dejar fuera.
Al mismo tiempo he notado que mis días son la sala de espera de urgencias, y como una vez dejé de ser un paciente de los callados, como tengo un asalto diario hace años contra el disimulo, como el juramento hipocrático te obliga, me apetece dejar aquí mi queja junto a un par de secretos a voces que paso a relatar... Dos puntos.
Uno.- Ya no me sale Madrid sin pensarte.
Dos.- Nunca encuentro la primera palabra cuando te vuelvo a ver, y por eso se me pone esa cara de gilipollas.
Tres.- Cuando te miro a los ojos me apetece desnudarlos, cuando te miro al resto sin que te des cuenta me apetece desnudarte.
Y la verdad es que no encuentro otra manera de no rendirme que la de mezclarte con palabras que, cuando se refieren a ti, significan otra cosa.
Y...
joder, casi siempre se refieren a ti.
Espero que me perdones si no me olvido de mi queja prometida...
Si vas a tenerme sentado en esta sala de espera lo suficiente como para necesitar reanimación, al menos ten la indecencia de hacerme el boca a boca.
Yo que siempre le tuve miedo al mar, ahora te tengo miedo a ti.
No hago pie en tus certezas,
y cuando intento nadarte a solas en un bar
me arrastran tus corrientes cálidas de norte a sur bajo la mesa.
Y si al llegar a tu cama
me da por sumergirme un poco más abajo de tu ombligo,
a pulmón,
a tumba abierta,
entre tus muslos voy y me dejo el control, el orgullo y la vergüenza.
Ya hace tiempo que debí ahogarme,
soy el puto capitán Nemo sin Nautilus, con nombre de nadie,
flotando siempre a expensas de lo que decidas hacer con mi naufragio.
No hago pie en tus certezas,
y cuando intento nadarte a solas en un bar
me arrastran tus corrientes cálidas de norte a sur bajo la mesa.
Y si al llegar a tu cama
me da por sumergirme un poco más abajo de tu ombligo,
a pulmón,
a tumba abierta,
entre tus muslos voy y me dejo el control, el orgullo y la vergüenza.
Ya hace tiempo que debí ahogarme,
soy el puto capitán Nemo sin Nautilus, con nombre de nadie,
flotando siempre a expensas de lo que decidas hacer con mi naufragio.
Me acabo de colgar el mapa de tu espalda en la pared.
Llámame enfermo.
Me lo he dibujado a lápiz de memoria
usando la fotografía mental que te hice anoche mientras dormías.
Bendita sea tu alergia a los pijamas
y mi habilidad urgente de bajarte las sábanas sin despertarte.
Cuando no estás me entretengo en estas cosas.
En cambio,
los días que regresas buscando un respiro,
los días que te escapas para desencadenarte de apuntes, bibliotecas y exámenes quemados,
cuando te espero en la escalera del metro
para acompañarte en tu tregua pasándonos antes a por la cena,
cuando el destino es un polvo
y tú desnuda en posición de loto comiendo sushi sobre la cama,
esos días,
prefiero ahogarme en tu saliva,
prefiero contar con los dedos sobre tu ombligo los segundos que nos quedan,
escribirte una lista de deudas en el espejo del baño mientras te duchas
con la cuenta de todos los orgasmos que me debe el verano.
Prefiero tus ojos marrones con ojeras mientras mastico tu presencia
antes del instante en que vuelves a cerrar la puerta
y me quedo mirando tu nombre en el colchón.
Y a veces me tumbo en tu lado de la cama y dibujo en el aire tus caderas.
Te imagino sentada en el vagón volviendo a clase,
y me jode el silencio,
y este maldito paréntesis académico que te secuestra en mayo,
que te esconde en las tripas de la ciudad,
que no me deja despeinarte contra la pared entre tus piernas,
que me separa de tu voz,
de las marcas de tus uñas en la nuca,
de esa forma de temblar que tienes a veces cuando me acerco.
Mientras tanto me lleno un cajón con tus recortes,
aparco algunos versos en la papelera,
y me enciendo un cigarrillo mezclado con tu olor
inventándome esta nueva enfermedad terminal que es de echarte de menos.
Llámame enfermo.
Me lo he dibujado a lápiz de memoria
usando la fotografía mental que te hice anoche mientras dormías.
Bendita sea tu alergia a los pijamas
y mi habilidad urgente de bajarte las sábanas sin despertarte.
Cuando no estás me entretengo en estas cosas.
los días que regresas buscando un respiro,
los días que te escapas para desencadenarte de apuntes, bibliotecas y exámenes quemados,
cuando te espero en la escalera del metro
para acompañarte en tu tregua pasándonos antes a por la cena,
cuando el destino es un polvo
y tú desnuda en posición de loto comiendo sushi sobre la cama,
esos días,
prefiero ahogarme en tu saliva,
prefiero contar con los dedos sobre tu ombligo los segundos que nos quedan,
escribirte una lista de deudas en el espejo del baño mientras te duchas
con la cuenta de todos los orgasmos que me debe el verano.
Prefiero tus ojos marrones con ojeras mientras mastico tu presencia
antes del instante en que vuelves a cerrar la puerta
y me quedo mirando tu nombre en el colchón.
Y a veces me tumbo en tu lado de la cama y dibujo en el aire tus caderas.
Te imagino sentada en el vagón volviendo a clase,
y me jode el silencio,
y este maldito paréntesis académico que te secuestra en mayo,
que te esconde en las tripas de la ciudad,
que no me deja despeinarte contra la pared entre tus piernas,
que me separa de tu voz,
de las marcas de tus uñas en la nuca,
de esa forma de temblar que tienes a veces cuando me acerco.
Mientras tanto me lleno un cajón con tus recortes,
aparco algunos versos en la papelera,
y me enciendo un cigarrillo mezclado con tu olor
inventándome esta nueva enfermedad terminal que es de echarte de menos.
si al menos tengo el honor de estar loco,
saldré por la ventana para verte dormir,
cerraré tu cuerpo con llave
para colgármela al cuello,
me guardaré en exclusiva
el calor de todos tus labios
y recortaré un mechón de tu pelo
para secarme el sudor
con un pañuelo rubio
empapado de sueño.
y si tengo el honor de sanar
y quedarme encerrado en tu cama
antes de volver,
te haré el amor, violado mientras duermes,
como un auténtico cuerdo,
me desharé en esperma para que despiertes.
saldré por la ventana para verte dormir,
cerraré tu cuerpo con llave
para colgármela al cuello,
me guardaré en exclusiva
el calor de todos tus labios
y recortaré un mechón de tu pelo
para secarme el sudor
con un pañuelo rubio
empapado de sueño.
y si tengo el honor de sanar
y quedarme encerrado en tu cama
antes de volver,
te haré el amor, violado mientras duermes,
como un auténtico cuerdo,
me desharé en esperma para que despiertes.
Y llegó el día en que no tuve nada que perder un lunes cualquiera,
así,
sin avisar,
y descubrí que no me importaba nada crucificarme en público delante de tu portal.
Me dejé colgado el disimulo con un clavo de deseo en la pared,
y me dio igual lo que pensaras,
porque todo eso es verdad, soy un cerdo y un cobarde,
cada vez que te tiembla la voz tengo ganas de follarte
pero nunca me he atrevido
a hacer bandera de mi boca.
Y un lunes cualquiera
sin nada que perder
me voy desnudo a la calle a doblarte las esquinas desde atrás,
a derribar a latidos esta racha de amor podrido, a llenarte de páginas el cristal de la ventana,
a enterrar en hielo a este fornicador errante que no encuentra lo que busca si no te tiene delante,
si no se ata a tus tobillos para caminar.
así,
sin avisar,
y descubrí que no me importaba nada crucificarme en público delante de tu portal.
Me dejé colgado el disimulo con un clavo de deseo en la pared,
y me dio igual lo que pensaras,
porque todo eso es verdad, soy un cerdo y un cobarde,
cada vez que te tiembla la voz tengo ganas de follarte
pero nunca me he atrevido
a hacer bandera de mi boca.
Y un lunes cualquiera
sin nada que perder
me voy desnudo a la calle a doblarte las esquinas desde atrás,
a derribar a latidos esta racha de amor podrido, a llenarte de páginas el cristal de la ventana,
a enterrar en hielo a este fornicador errante que no encuentra lo que busca si no te tiene delante,
si no se ata a tus tobillos para caminar.
Es el mes de mayo,
sus treinta grados a tu sombra,
el polen que se desprende de tu sombrero a rayas
cuando te inclinas sobre el hielo del café.
Son mis quemaduras de sangre hirviendo,
tus ojeras en la ducha a las seis de la mañana,
mis ganas de romperte y de respirarte,
sus treinta grados a tu sombra,
el polen que se desprende de tu sombrero a rayas
cuando te inclinas sobre el hielo del café.
Son mis quemaduras de sangre hirviendo,
tus ojeras en la ducha a las seis de la mañana,
mis ganas de romperte y de respirarte,
de no dejarte dormir.
Que el universo se expanda o conspire,
es el puto momento elegido para cruzarte conmigo,
es el miedo, es el espejo,
es el echarnos de menos,
la forma en que miras a los lados después de confesar,
la importancia que le das.
Es elegir el infierno contigo para cambiar el camino
o llenar el equipaje con pedazos de tu cuerpo y tu ceguera.
Son nueve mil kilómetros sin más.
Que el universo se expanda o conspire,
es el puto momento elegido para cruzarte conmigo,
es el miedo, es el espejo,
es el echarnos de menos,
la forma en que miras a los lados después de confesar,
la importancia que le das.
Es elegir el infierno contigo para cambiar el camino
o llenar el equipaje con pedazos de tu cuerpo y tu ceguera.
Son nueve mil kilómetros sin más.
Os lo voy a contar.
Érase una vez una chica que siempre decía la verdad, que la enarbolaba en un estandarte de sinceridad axiomática a cualquier instante de la vida. Con ella alejaba a los indeseables, a todos esos que tienen la lengua rota y se arrastran como serpientes, que husmean en busca de cualquier entrepierna de temperatura deseada, para robarla por una sola noche. Ella, armada con ese escudo de honestidad inquebrantable, provocaba sus quebrantos lanzando sinceras flechas envenenadas. Ella, para sí misma, era el superhéroe castigado por el mundo cruel y falso, mundo indigno de cualquier piedad por mentiroso. Ella, tenía unas tetas de increíble movimiento pendular.
Juntos nos escribimos una historia de integridad brutal, en la que yo recibía notificaciones informadas cuando salía por Madrid con esos pantalones que dejaban ver sus nalgas, cuando el piercing de su ombligo subía y bajaba entre risas con amigas. Todas notificaciones firmadas con la misma frase a pie de página... no voy a irme sin ti, no te vayas. Yo correspondía a cada prenda desnudada con una simple capa más de alma. Nos inventábamos viajes entre polvo y polvo, nos leíamos a Cortázar en la cama y le buscábamos los porqués jugando con los pies bajo la manta. Nos emborrachábamos a cervezas en los parques y escribíamos relatos con spray negro en las fachadas, donde colgaba muerta la ropa de otra gente, su vida, sus bragas.
Y cuando ya no hubo más que desnudarse, cuando ya no había más piel que dejar caer y nos miramos de frente sin cortinas, cuando no hubo fundido en negro después de cada frase genial... ella aparecía como único artista en los créditos del final de la película.
Aprendí la honradez de la mentira, a desengancharme de la heroína temblando dentro de una bañera de recuerdos congelados.
Dentro de poco hará unos años.
Gracias por la clase magistral.
Érase una vez una chica que siempre decía la verdad, que la enarbolaba en un estandarte de sinceridad axiomática a cualquier instante de la vida. Con ella alejaba a los indeseables, a todos esos que tienen la lengua rota y se arrastran como serpientes, que husmean en busca de cualquier entrepierna de temperatura deseada, para robarla por una sola noche. Ella, armada con ese escudo de honestidad inquebrantable, provocaba sus quebrantos lanzando sinceras flechas envenenadas. Ella, para sí misma, era el superhéroe castigado por el mundo cruel y falso, mundo indigno de cualquier piedad por mentiroso. Ella, tenía unas tetas de increíble movimiento pendular.
Juntos nos escribimos una historia de integridad brutal, en la que yo recibía notificaciones informadas cuando salía por Madrid con esos pantalones que dejaban ver sus nalgas, cuando el piercing de su ombligo subía y bajaba entre risas con amigas. Todas notificaciones firmadas con la misma frase a pie de página... no voy a irme sin ti, no te vayas. Yo correspondía a cada prenda desnudada con una simple capa más de alma. Nos inventábamos viajes entre polvo y polvo, nos leíamos a Cortázar en la cama y le buscábamos los porqués jugando con los pies bajo la manta. Nos emborrachábamos a cervezas en los parques y escribíamos relatos con spray negro en las fachadas, donde colgaba muerta la ropa de otra gente, su vida, sus bragas.
Y cuando ya no hubo más que desnudarse, cuando ya no había más piel que dejar caer y nos miramos de frente sin cortinas, cuando no hubo fundido en negro después de cada frase genial... ella aparecía como único artista en los créditos del final de la película.
Aprendí la honradez de la mentira, a desengancharme de la heroína temblando dentro de una bañera de recuerdos congelados.
Dentro de poco hará unos años.
Gracias por la clase magistral.
El tiempo no vende billete de vuelta. Vivimos vestidos de una rutina estricta que a veces nos vence y nos noquea junto a su esquina, y allí nos paramos a llorar procurando que nadie nos vea. Nunca sabemos quiénes somos realmente, no reconocemos nuestra voz, ni el reflejo que nos devuelve un probador de dos espejos. Siempre preguntándonos qué hacer, cómo cambiar la línea recta en la que nos precipitamos hacia esta maldita e impermeable sucesión de días. Y cuando nos damos cuenta, cuando algo se incendia en los poros de la piel, cuando nos hace conscientes de la soledad como ropa inevitable, cuando buscamos cualquier puto abrazo físico en el que podamos sentir un latido ajeno igual de solitario... nos escondemos. La nostalgia y el vacío se sudan a solas, cuando nadie nos ve. De noche frente al techo, caminando aceras sin destino o al atardecer, a la orilla de un río verde que ya no es como era... tampoco hay billete de vuelta para él.
Entonces podemos rendirnos o podemos usar aguja e hilo de nuevo para suturar, cosernos un traje impecable de tipo duro como sastres de la irrealidad, inventarnos una vez más un papel, creernos fuertes, edificar una nueva mentira. Pasar por la guillotina a todas esas personas que han cruzado sin rechistar... a ti, que tenías la mentira por lenguaje con tu enorme sinceridad, o a ti, que me construiste un trono para que gobernara y me derrocaste en nueve días, incluso a ti, que te perdiste al final del camino cuando nuestro sudor ya no nos era suficiente, cuando secábamos nuestra indiferencia usando las cortinas.
Por eso me convertí en adicto a la montaña rusa, porque los meses enrasados no me dejan respirar, porque no quise rendirme nunca. Y ha sido esta noche, con un litro de Alhambra en la mesa, con los perros ladrando en este estúpido lugar, con catorce libros cerrados que no me puedo permitir abrir por si estás dentro, ha sido esta noche, cuando he comenzado a dibujar los patrones del nuevo disfraz. Me temblaban las piernas al levantarme de la lona, pensando en ti por pura necesidad, echando de menos tu sexo, tu forma de inclinar la cabeza, tu miedo, tu mente adicta a mis palabras, tus bragas tiradas en la escalera, justo a la mitad del camino indecente hacia el altar. Hoy te echo de menos, jodidamente de menos. Pero si nos cruzamos mañana, iré vestido de otro.
Entonces podemos rendirnos o podemos usar aguja e hilo de nuevo para suturar, cosernos un traje impecable de tipo duro como sastres de la irrealidad, inventarnos una vez más un papel, creernos fuertes, edificar una nueva mentira. Pasar por la guillotina a todas esas personas que han cruzado sin rechistar... a ti, que tenías la mentira por lenguaje con tu enorme sinceridad, o a ti, que me construiste un trono para que gobernara y me derrocaste en nueve días, incluso a ti, que te perdiste al final del camino cuando nuestro sudor ya no nos era suficiente, cuando secábamos nuestra indiferencia usando las cortinas.
Por eso me convertí en adicto a la montaña rusa, porque los meses enrasados no me dejan respirar, porque no quise rendirme nunca. Y ha sido esta noche, con un litro de Alhambra en la mesa, con los perros ladrando en este estúpido lugar, con catorce libros cerrados que no me puedo permitir abrir por si estás dentro, ha sido esta noche, cuando he comenzado a dibujar los patrones del nuevo disfraz. Me temblaban las piernas al levantarme de la lona, pensando en ti por pura necesidad, echando de menos tu sexo, tu forma de inclinar la cabeza, tu miedo, tu mente adicta a mis palabras, tus bragas tiradas en la escalera, justo a la mitad del camino indecente hacia el altar. Hoy te echo de menos, jodidamente de menos. Pero si nos cruzamos mañana, iré vestido de otro.
Era rubia sí, muy rubia,
y sus ojos y su piel eran tan claros que no podía mirarla sin cegarme.
Un par de piercings, tatuajes...
ya sabéis lo que me ponen esas cosas sin exagerar.
Su cuerpo parecía estar a punto de quebrarse,
imaginaba sus manos sobre un piano o creando al óleo con caballete y sin pincel,
sucia de colores.
Sus uñas estaban pintadas de negro...
y ya sabéis lo que me pone el negro sin exagerar.
Tenía los pechos pequeños,
puntiagudos,
y la primera vez que los vi
no pude evitar rozar la punta de mi lengua con la yema de los dedos.
No fue el vestido azul,
ni sus botas,
ni el bolso cargado de apuntes,
ni el libro de Borges tumbado a su lado, lo que me hizo fijarme en ella.
Fue la mirada perdida más allá del cristal,
su cuerpo,
su forma triste de brillar.
su forma triste de brillar.
Fue su historia de chica de ciudad dibujada en sus pulseras,
de metros y andenes de tren,
en Madrid,
tan lejos del cielo.
Fue la estricta mancha de soledad que sus pies dejaban sobre el suelo.
Ahora existía justo a mi lado,
sentada frente a mí,
compartiendo las llagas a la vista de cualquiera que supiera mirarla.
Recolectaba canciones que hablan de lo mismo
en un viejo ipod a punto de capitular...
a veces temblaba.
Yo había abandonado a Ángel González para hacerle el amor,
incluso follamos por follar cuando su rodilla rozó la mía al levantarse.
Su boca contaba labios perdidos en voz baja cuando llegamos a su estación.
No estaba tan lejos de mi casa,
pero cuando se ha bajado de aquel vagón
pensé que me había muerto.
La mayoría del tiempo es sólo eso.
Un simple rumor con el que a veces me cruzo.
Una ráfaga fría de vacío cabrón que deletrea tu nombre.
Hace tanto que no te veo que cuando intento pensarte
te me apareces dentro de una niebla de líneas borrosas...
yo lo llamo miopía del olvido...
puta deformación profesional.
Supongo que he intentado salvarte en las imágenes nítidas que aún me quedan,
tu pierna derecha...
tus pies descalzos...
tus ojos al biomicroscopio...
la curva de tus caderas treinta grados por detrás.
Imagino que he retocado el resto de tus partes
para colocarte en la portada de la revista que articula mis fracasos.
Que no eres así,
ni tan lista,
ni tan guapa,
ni tan jodidamente especial.
No sé si lo sabes,
hay quien se gana la vida aclarándote estas cosas a cincuenta euros la hora,
pero contigo me he escapado del diván,
he quemado tus fotografías,
la realidad en llamas para mantenerte irreal,
tiempo aprovechado en esconderte dentro de este pedacito de mente enferma
que alterna entre tu ropa y tú desnuda.
Todo porque me gusta cómo eres cuando te recuerdo,
lo jodido es que me gustabas más cuando eras de verdad...
cuando bromeabas con mis puntos suspensivos
sin saber que lo que tengo es miedo al final.
La mayoría del tiempo es sólo eso.
Un simple rumor con el que a veces me cruzo.
La minoría,
si me permites,
no te la contaré...
o te haré una lista de las cosas que me debes
y que pienso haberme cobrado antes de que esto acabe,
cuando vuelva Madrid del revés,
si es que tiene que acabar.
Un simple rumor con el que a veces me cruzo.
Una ráfaga fría de vacío cabrón que deletrea tu nombre.
Hace tanto que no te veo que cuando intento pensarte
te me apareces dentro de una niebla de líneas borrosas...
yo lo llamo miopía del olvido...
puta deformación profesional.
Supongo que he intentado salvarte en las imágenes nítidas que aún me quedan,
tu pierna derecha...
tus pies descalzos...
tus ojos al biomicroscopio...
la curva de tus caderas treinta grados por detrás.
Imagino que he retocado el resto de tus partes
para colocarte en la portada de la revista que articula mis fracasos.
Que no eres así,
ni tan lista,
ni tan guapa,
ni tan jodidamente especial.
No sé si lo sabes,
hay quien se gana la vida aclarándote estas cosas a cincuenta euros la hora,
pero contigo me he escapado del diván,
he quemado tus fotografías,
la realidad en llamas para mantenerte irreal,
tiempo aprovechado en esconderte dentro de este pedacito de mente enferma
que alterna entre tu ropa y tú desnuda.
Todo porque me gusta cómo eres cuando te recuerdo,
lo jodido es que me gustabas más cuando eras de verdad...
cuando bromeabas con mis puntos suspensivos
sin saber que lo que tengo es miedo al final.
La mayoría del tiempo es sólo eso.
Un simple rumor con el que a veces me cruzo.
La minoría,
si me permites,
no te la contaré...
o te haré una lista de las cosas que me debes
y que pienso haberme cobrado antes de que esto acabe,
cuando vuelva Madrid del revés,
si es que tiene que acabar.
agita brevemente con la mano izquierda
la hebilla del cinturón,
mantén la derecha en mi cuello por si lo separo de tu boca.
vístete de puta si quieres mi mente en metálico,
dime algo al oído
y además te firmo un talón.
una vez desnudo en decúbito supino,
si me haces el favor,
usa tu cuerpo como arma de erección masiva.
la hebilla del cinturón,
mantén la derecha en mi cuello por si lo separo de tu boca.
vístete de puta si quieres mi mente en metálico,
dime algo al oído
y además te firmo un talón.
una vez desnudo en decúbito supino,
si me haces el favor,
usa tu cuerpo como arma de erección masiva.
quédate después.
Al principio fueron los parques de Madrid,
los trenes de vuelta a las doce de la noche
y algo menos de veinte años.
El regreso a la celda cada vez que entrábamos en este valle hundido,
con todo al alcance de la mano y siempre demasiado lejos.
Hubo talgos con destino al mar y todas aquellas ganas de correr hacia cualquier sitio,
de acelerar el tiempo cuando había tiempo para todo.
Luego universidad,
dedos que temblaban desabrochando sujetadores
en garitos de Moncloa, en Argüelles, bongos en Tribunal.
Viajábamos en tercera por las calles de la ciudad,
con alguna que otra lanza en el costado
que dejamos caer entre risas, minis de kalimotxo y ansiedad
por cada falda que se nos cruzaba en el camino.
Filosofía barata mezclada con tequila y limón
calados hasta los huesos en el Parque del Oeste.
Dormimos mil noches en vela en aquel coche rojo donde siempre cabían cinco,
que nunca nos defraudó,
dejándonos exactamente donde debíamos estar.
De vez en cuando lloramos,
cuando cambiamos los abrazos que soñábamos por sexo barato
sin adulterar.
Y entre medias había libros y cine,
y esta mano derecha empeñada en escribir,
y una mano izquierda empeñada en arrugar el papel y enterrar palabras en la basura.
Y mientras tanto la misma duda,
la pregunta insistente de lo que viene después.
Creímos que nos habíamos hecho mayores
cuando descubrimos que el mundo no es tan grande,
cuando empezó a haber huecos en las fotografías,
cuando pisé Nueva York, y Londres,
y Amsterdam, y Lisboa durmiendo en un futón.
Cuando Granada estuvo a tres horas y nada más,
cuando se me olvidó el mar en la Punta del Hidalgo.
Y ahora estamos aquí,
queriendo frenar el tiempo cuando hay tiempo para todo.
Ahora que se nos abren los mismos cortes en otros huesos,
que la piel es sólo una pizca más dura y el vino es Don Simón sólo de vez en cuando.
Ahora que ya sabemos cuánto dura para siempre,
que nos hemos muerto un par de veces
y aún vemos amanecer un domingo en las aceras.
Ahora que se echa de menos de verdad,
que seguimos caminando nuestro Madrid con un cigarro entre los dedos,
que leemos El Anticristo en voz baja en Lamiak,
que sigo enamorado de tus piernas y tus labios del último verano.
Ahora que el viaje sigue y ya sabes un poco más...
qué coño,
me gustaría llevarte un rato de la mano.
los trenes de vuelta a las doce de la noche
y algo menos de veinte años.
El regreso a la celda cada vez que entrábamos en este valle hundido,
con todo al alcance de la mano y siempre demasiado lejos.
Hubo talgos con destino al mar y todas aquellas ganas de correr hacia cualquier sitio,
de acelerar el tiempo cuando había tiempo para todo.
Luego universidad,
dedos que temblaban desabrochando sujetadores
en garitos de Moncloa, en Argüelles, bongos en Tribunal.
Viajábamos en tercera por las calles de la ciudad,
con alguna que otra lanza en el costado
que dejamos caer entre risas, minis de kalimotxo y ansiedad
por cada falda que se nos cruzaba en el camino.
Filosofía barata mezclada con tequila y limón
calados hasta los huesos en el Parque del Oeste.
Dormimos mil noches en vela en aquel coche rojo donde siempre cabían cinco,
que nunca nos defraudó,
dejándonos exactamente donde debíamos estar.
De vez en cuando lloramos,
cuando cambiamos los abrazos que soñábamos por sexo barato
sin adulterar.
Y entre medias había libros y cine,
y esta mano derecha empeñada en escribir,
y una mano izquierda empeñada en arrugar el papel y enterrar palabras en la basura.
Y mientras tanto la misma duda,
la pregunta insistente de lo que viene después.
Creímos que nos habíamos hecho mayores
cuando descubrimos que el mundo no es tan grande,
cuando empezó a haber huecos en las fotografías,
cuando pisé Nueva York, y Londres,
y Amsterdam, y Lisboa durmiendo en un futón.
Cuando Granada estuvo a tres horas y nada más,
cuando se me olvidó el mar en la Punta del Hidalgo.
Y ahora estamos aquí,
queriendo frenar el tiempo cuando hay tiempo para todo.
Ahora que se nos abren los mismos cortes en otros huesos,
que la piel es sólo una pizca más dura y el vino es Don Simón sólo de vez en cuando.
Ahora que ya sabemos cuánto dura para siempre,
que nos hemos muerto un par de veces
y aún vemos amanecer un domingo en las aceras.
Ahora que se echa de menos de verdad,
que seguimos caminando nuestro Madrid con un cigarro entre los dedos,
que leemos El Anticristo en voz baja en Lamiak,
que sigo enamorado de tus piernas y tus labios del último verano.
Ahora que el viaje sigue y ya sabes un poco más...
qué coño,
me gustaría llevarte un rato de la mano.
A veces tengo ganas de erradicar
de forma violenta
a toda esa gente
que me cruzo por la vida,
hasta en los semáforos,
infectada por la soberana estupidez
que hace imposible
la supervivencia de la especie.
Propongo la castración selectiva,
sin dilación,
usando un baremo detallado
para medir la gilipollez.
No me entendáis mal,
no lo haría por mi futura descendencia
si existiera o existiese algún día,
si no por propia comodidad.
Otras veces les amo a todos,
les comprendo,
y dejo de abogar por la resurrección de la guillotina.
Esto sólo ocurre
cuando estás conmigo.
¿Te das cuenta, rubia,
de la cantidad de vidas
que podrías salvar?
de forma violenta
a toda esa gente
que me cruzo por la vida,
hasta en los semáforos,
infectada por la soberana estupidez
que hace imposible
la supervivencia de la especie.
Propongo la castración selectiva,
sin dilación,
usando un baremo detallado
para medir la gilipollez.
No me entendáis mal,
no lo haría por mi futura descendencia
si existiera o existiese algún día,
si no por propia comodidad.
Otras veces les amo a todos,
les comprendo,
y dejo de abogar por la resurrección de la guillotina.
Esto sólo ocurre
cuando estás conmigo.
¿Te das cuenta, rubia,
de la cantidad de vidas
que podrías salvar?
Yo sentía
aún
el sabor del barro frío en la garganta,
las gotas de lluvia que nunca había cubierto de paraguas
se me clavaban entonces en los párpados cerrados.
Delante de mí se había terminado el camino,
sólo podía avanzar a ciegas
entre una niebla de preguntas de ésas que nunca quieres responder,
por si te cortan,
por si te arañan.
Fue un día cualquiera,
otra mañana de miércoles alineada,
veinticuatro horas más de asedio.
Os juro que tenía la guardia alta,
que cuando te levantas de la lona te acostumbras a no dejar de moverte.
No fue porque la buscara,
no fue porque la necesitara...
tendríais que haberla visto.
La ciudad se nos quedó pequeña
y nos construimos un campamento a las afueras bajo las sábanas.
Éramos nómadas entre su casa y mi casa.
Firmamos la sentencia de muerte al miedo follando en su portal,
ejecutamos el silencio a cualquier hora,
sin preguntar.
Cuando me perdí en su cuerpo fue sin billete de vuelta,
aprendí a dibujar uniendo sus lunares,
aprendí a caminar.
Habíamos firmado un contrato verbal,
no había fecha prevista de resaca,
ni tratamientos,
ni mes que viene.
Era por su forma de hablar,
de abofetear al mundo.
Era su forma de correrse,
su luna creciente en una línea y la mía llena,
su modo de colgarse de mi voz y anudarla entre los dedos
para preguntar siempre por qué.
Su bendita costumbre de violarme la mente en vertical.
aún
el sabor del barro frío en la garganta,
las gotas de lluvia que nunca había cubierto de paraguas
se me clavaban entonces en los párpados cerrados.
Delante de mí se había terminado el camino,
sólo podía avanzar a ciegas
entre una niebla de preguntas de ésas que nunca quieres responder,
por si te cortan,
por si te arañan.
Fue un día cualquiera,
otra mañana de miércoles alineada,
veinticuatro horas más de asedio.
Os juro que tenía la guardia alta,
que cuando te levantas de la lona te acostumbras a no dejar de moverte.
No fue porque la buscara,
no fue porque la necesitara...
tendríais que haberla visto.
La ciudad se nos quedó pequeña
y nos construimos un campamento a las afueras bajo las sábanas.
Éramos nómadas entre su casa y mi casa.
Firmamos la sentencia de muerte al miedo follando en su portal,
ejecutamos el silencio a cualquier hora,
sin preguntar.
Cuando me perdí en su cuerpo fue sin billete de vuelta,
aprendí a dibujar uniendo sus lunares,
aprendí a caminar.
Habíamos firmado un contrato verbal,
no había fecha prevista de resaca,
ni tratamientos,
ni mes que viene.
Era por su forma de hablar,
de abofetear al mundo.
Era su forma de correrse,
su luna creciente en una línea y la mía llena,
su modo de colgarse de mi voz y anudarla entre los dedos
para preguntar siempre por qué.
Su bendita costumbre de violarme la mente en vertical.
Yo tenía una brújula heredada en la mesilla,
marcando siempre al sur,
Pudo ser el momento,
marcando siempre al sur,
que ahora confunde tu cuerpo con el norte.
Por eso cuando te asomas a las esquinas de este papel,
sigilosa,
en secreto,
levantando un milímetro la tapa de la caja de Pandora
en la que te guardas todas mis tormentas,
sé dónde estás.
Así que me dibujo con tinta negra sin espacios,
con letra apretada,
con excesos, cigarros,
cerveza y una pizca de sal.
cerveza y una pizca de sal.
Cabeza hiperpensante irredenta de los que no dan para más,
con tu mismo miedo a la locura,
buscando que desvaríes un segundo para probarme...
mens insana en sexo sucio.
mens insana en sexo sucio.
el lugar,
aquellos shorts de piernas interminables,
dos pares de ojos necesitando ver.
Pudo ser la saliva, tu vestido, la última copa,
Pudo ser la saliva, tu vestido, la última copa,
mis ganas de pelear,
o creerlo la manera de encontrar el rumbo
desde mi cama al color de tus paredes.
Pudo ser la metadona adulterada en labios extraños
para convalecer de mi adicción a los dedos de tus pies,
la paranoia postcoital después del polvo indebido,
la certeza del furor uterino extendido por la ciudad.
Pudo ser lo que fuera, ya no importa.
Ahora,
simplemente,
aquí tienes mi cadáver,
ponte tus guantes de látex,
búscate.
desde mi cama al color de tus paredes.
Pudo ser la metadona adulterada en labios extraños
para convalecer de mi adicción a los dedos de tus pies,
la paranoia postcoital después del polvo indebido,
la certeza del furor uterino extendido por la ciudad.
Pudo ser lo que fuera, ya no importa.
Ahora,
simplemente,
aquí tienes mi cadáver,
ponte tus guantes de látex,
búscate.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)