Desde que era niño me ha fascinado leer,
de verdad.
Había quien opinaba que perdía el tiempo,
que durante todas aquellas horas
dejaba pasar la sangre y la vida en cualquier mundo inventado.
Seguramente fuera cierto,
quizá fuese un modo de ocultar el pánico,
la guarida.
Quizá fuese sólo un animal asustado,
un lunático.
Pero yo abandonaba mi cuerpo,
levitaba entre historias,
las masticaba...
siempre he sido más del otro lado.
Al caminar por las calles
me veía a mí mismo como uno de los personajes,
casi nunca el protagonista,
también he sido siempre un gran secundario.
El tiempo me curaría esa falta de ambición,
ahora lo sabes.
Mientras leía viajaba en el tiempo,
me convertía en habitante de lugares que no existían,
entraba en las mentes de todos ellos.
Les escuchaba.
Les conocía.
Deberíamos escuchar más a menudo.
Y escucharnos.
Era conocer todos los secretos sin poder cambiar el destino,
era ser dios con las manos atadas a la espalda.
Era una invasión imaginaria de pensamientos en letra.
Siempre me resistí a cerrar un libro,
no voy a dejarte que cierres los ojos.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
0 comentarios:
Publicar un comentario