lunes, 30 de junio de 2014

No lo había pensado

El miedo a perder.

Claro.

No lo había pensado.

Pero miedo a perder qué. Quizá un camino de esos rectos y arbolados de casa blanca al fondo. Es cierto. Yo no puedo prometer que no nos aparezcan recodos ni ampollas caminando. De hecho me cuesta dar un paso si no me sangran los pies, si no siento nada por ahí abajo. Y suelo moverme descalzo.

Hay más cosas todavía, supongo. Puede que el miedo a desprenderse de una rutina de abrazos. Es verdad. A veces busco la soledad, pero juro por mis tripas que no me olvido de quién tengo al lado. Soy allá dentro un animal salvaje encerrado a medias y, a ratos, necesito escaparme de noche y perderme, y encontrarme a kilómetros de casa para volver apaleado y hambriento y, como me alimento siempre del mismo cuerpo, regresar a tu boca cubierto de maleza. No puedo fusionarme contigo, pero sí cederte mi costado.

Perder la seguridad de lo ordinario, eso también asusta, lo sé. Desnudarse un día y lanzarse a un mar del que no conoces el fondo, sin saber si será de arena fina o de rocas afiladas, el horario de sus mareas... No puedo ayudarte en eso, ni siquiera yo he llegado tan abajo, y puede que tú hayas estado más cerca alguna vez que has mirado.

El miedo al comienzo,
el calor de lo antiguo,
las manos en el volante.

El miedo a perder.

Lo entiendo, claro.

Lo que yo me pregunto es qué pasaría si ganamos.








0 comentarios:

Publicar un comentario

 
;