martes, 24 de junio de 2014

Aliento

Promesas.

Palabras.

Espejismos en la arena expulsados por la garganta deformando los labios. Sin más razón para creerlas que los ojos que las pronuncian. Se transforman en ciudades, en andenes de Sol, en portales de Vallecas, en una tasca de Santa Ana cualquier viernes por la tarde. Cogen aviones a París y a Florencia, pasean por jardines y por plazas vacías en diciembre... congeladas. Atraviesan puentes sobre ríos de tiempo, se tumban en playas, y juran cariño sin pormenores. Se olvidan de los huesos y las digestiones.

Te convence su calor cuando está anocheciendo y el cielo de Madrid es el único del mundo que se puede pisar, con todos esos colores. Y unas piernas huelen a estufa de leña, a manta, a edredón, a crema hidratante de almendras. Y las escuchas porque quieres creerlas, porque tienes frío y un abrigo gastado es un palacio con fecha de caducidad, un polvo en un trastero.

Pero lo sabes.

Algún mañana estarás muerto y ya llegas tarde a todo aquello de cortarte las venas.

No necesito salas de espera con las paredes podridas, no me prometas. El único aliento que quiero de tu boca es el que se muere en la mía.

Aquí.

Esta noche.

Lo demás se me diluye sin poder respirarlo.

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