lunes, 30 de junio de 2014

Pagando la contribución

Todos esos tipos trajeados del banco, con sus chaquetas sin color, con sus corbatas como lenguas fuera de un pecho agotado, con las manos rebosantes de documentos vitales para joderme la existencia enterrándome en lo superfluo. Ése reloj de oficina, marcando uno a uno los segundos con rectitud institucional, como tiempo que transcurre sin alma, como un pozo masticándome la vida mientras espero. Y esos contadores de billetes con su ronroneo, evaluando la cosecha de todo el tiempo que pierdo y dando el resultado exacto, valorando mis latidos en papel moneda.

Y yo, sudando bajo el chorro de aire frío y acondicionado como todo lo que hay aquí, siento náuseas y sólo miro por la ventana. Y me imagino inclinado escribiendo a mano bajo la lámpara, y veo tu sombra acercarse oscura contra el amarillo, y siento tus manos en mis hombros y tus labios en la nuca, y tu olor, y mis dedos, y el roce de tu nariz sobre mi piel. Un par de susurros al oído, un polvo en el salón... y follarnos y jodernos al cincuenta por ciento.

Y mi mente se llena de sábanas y del café del desayuno, y de tus ojos escondidos detrás de una taza. Y también de sudor y gritos y enfados, y de ti derrumbando mi casa de un portazo. Y de lugares, de maletas, de trenes viajando de noche, mientras duermo apoyando la cabeza en el hueco que dejas sobre tu hombro izquierdo... sin asiento de al lado.

Y además se llena de mí recitándote a oscuras mientras te ríes desnuda en un camastro en París. Y un mundo tan pequeño afuera y adentro tan enorme como nosotros y esas dos cervezas.

Y libros, y dudas, y canciones a medias y latigazos de dolor con heridas que sueldan.

Y el terror de improvisar caminos.

El tipo de la caja me llama... yo le sonrío... me acerco.

Siento lástima por ellos,
están perdidos,
no tienen ni puta idea de que existes.




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