Yo era el tipo enredado en los cordones de su zapato izquierdo,
el que apoyaba la espalda en los árboles a la orilla del río,
el que se sorbía los fracasos paseando por jardines de cielo estrictamente gris,
el del otoño,
el de no existe nada para mí aquí.
Yo volvía de mi viaje vomitando por la borda,
arrojando en alta mar el exceso de equipaje,
ahogándolo en azul oscuro desde un barco sin tripulación.
Me preguntaba para qué sirve agosto
si me quito la armadura por no morirme de calor
y me parten las costillas.
Confundí la curva de tus hombros con la orilla,
me propuse naufragar haciéndote la guerra fría,
enseñando el pasaporte a las puertas de tu boca.
Temblaba mientras te decía éste soy yo
por el miedo a no ser nada.
Y después de este tiempo no necesito otro cuerpo que el tuyo
para quemar las naves,
me siguen amargando las victorias sin batalla,
y ya sabes lo que quiero decir.
Pienso cobrarme la espera y los jirones de piel
escribiéndote una historia completa por las calles de Madrid,
y dejar que me hagas daño si me vendas las heridas a palabras nuevas...
y a ti.
Lo malo es que no conozco otro camino que desnudarme,
lo malo
es que sigas teniendo miedo de mirarme así.
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