No sé si los días no se acortan por respeto
o los estiras
en medio del silencio templado
con el que llenas nuestro plato de comida.
Echar de menos tiene dientes,
colmillos de mes y medio
que brillan,
como un tigre o un león o un gato panza arriba.
Elige tú el felino y mientras
yo le pondré tu nombre al epitafio de los desgarros que nos faltan.
Un homenaje al despiece de carnicero,
a una casquería
sin guantes de malla de acero
para cortarme,
por fin,
los dedos que escriben
y escriben
y escriben,
en lugar de tocarte.
No sé qué haces mientras yo me derrumbo en un sillón
llegando de los bares,
abrazado a un cojín salvavidas,
acojonado
por el miedo a la muerte y a perderte.
Me he quedado dormido fuera de la cama,
he soñado contigo desnuda,
he follado
contigo.
He abierto los ojos,
he subido a la habitación,
he usado este cubo de basura de palabras
para vomitar
porque todavía tengo dedos
y ni me he acercado a la verdad.
Ya no sé ni lo que digo.
Son las cuatro y treinta y nueve de la mañana
y tengo ganas de dolerte.
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