viernes, 20 de junio de 2014

Preludio de una carta quemada

No soy capaz de dormir y me he plantado delante de tu carta. Ni siquiera sé por qué lo he hecho. También he sacado dos billetes de metro, y el mapa que me dibujaste para llegar a tu casa en aquella barra de Malasaña. Quizá sólo quisiera vaciar los cajones de papeles amortiguados por la distancia, o limpiar el polvo de los rincones antes de que me ensucie los muebles.

Al sacarla se me ha caído del sobre la sinceridad rota a pedazos, aquella ropa en la que vestías la tinta y la voz cuando mentías. De eso me enteré después, claro, pero ahí están aún las marcas de tus lágrimas corriendo la tinta, huellas en el barro de animales extinguidos ya. Y yo que siempre te había imaginado inclinada sobre ese papel, escupiendo la verdad a secas.

Todavía huele a ti, ¿sabes? Todavía reconozco la mano que la escribió en las haches tumbadas con las que convertías echar de menos en una cama. Veo el bolígrafo que utilizaste, el color negro que en este caso no sobraba. Todavía se esconde en esa página la chica que me enseñabas aquellas noches, que se dormía conmigo tras una batalla de carne cada vez que se escapaba de su cárcel en la ciudad, que quería ver París sin estar sola, que saqué en brazos del coche, dormida, después de diez conciertos. Ésa que me proponía acertijos, y me leía, y me follaba.

Ahora me pregunto quién era ella si no eras tú. Y tu olor y la marca de tus dedos se convierten en recuerdos de otra, memoria de un cuerpo que no era tuyo, los párpados cerrados de aquellos ojos enormes.

Ahora que hace ya mucho que no te confundo por la calle, que no te calco en la curva de las cinturas que me rodean, que no te comparo porque no existías. Ahora que ya ni recuerdo el modo en que se te cayó la máscara que robaste, que sigo teniendo insomnio y escribiendo esta mierda... lo único que siento al leerte, al olerte, al reconocerte en un papel, es la tristeza por el recuerdo del dolor que provoca cualquier mentira.

Ya ves, ni siquiera eres especial en eso.

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