lunes, 30 de junio de 2014 0 comentarios

para los que siguen aquí

se me fueron perdiendo los héroes por el camino,
se dejaron jirones de capa en las enredaderas de fachadas vulgares
por cualquier parte de la ciudad,
gastaron sus botas
a fuerza de correr a ras de suelo y tropezar
en nuestros mismos agujeros.

olvidaron sus poderes a la vuelta de la esquina
el día que tuvieron miedo,
desaparecieron los cambios fugaces de ropa,
los uniformes,
las armas contra el crimen...

por fin fueron vulnerables,
y se siguieron tomando una cerveza conmigo.

y ahora,
más que siempre,
sigo queriendo ser como ellos.


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Pagando la contribución

Todos esos tipos trajeados del banco, con sus chaquetas sin color, con sus corbatas como lenguas fuera de un pecho agotado, con las manos rebosantes de documentos vitales para joderme la existencia enterrándome en lo superfluo. Ése reloj de oficina, marcando uno a uno los segundos con rectitud institucional, como tiempo que transcurre sin alma, como un pozo masticándome la vida mientras espero. Y esos contadores de billetes con su ronroneo, evaluando la cosecha de todo el tiempo que pierdo y dando el resultado exacto, valorando mis latidos en papel moneda.

Y yo, sudando bajo el chorro de aire frío y acondicionado como todo lo que hay aquí, siento náuseas y sólo miro por la ventana. Y me imagino inclinado escribiendo a mano bajo la lámpara, y veo tu sombra acercarse oscura contra el amarillo, y siento tus manos en mis hombros y tus labios en la nuca, y tu olor, y mis dedos, y el roce de tu nariz sobre mi piel. Un par de susurros al oído, un polvo en el salón... y follarnos y jodernos al cincuenta por ciento.

Y mi mente se llena de sábanas y del café del desayuno, y de tus ojos escondidos detrás de una taza. Y también de sudor y gritos y enfados, y de ti derrumbando mi casa de un portazo. Y de lugares, de maletas, de trenes viajando de noche, mientras duermo apoyando la cabeza en el hueco que dejas sobre tu hombro izquierdo... sin asiento de al lado.

Y además se llena de mí recitándote a oscuras mientras te ríes desnuda en un camastro en París. Y un mundo tan pequeño afuera y adentro tan enorme como nosotros y esas dos cervezas.

Y libros, y dudas, y canciones a medias y latigazos de dolor con heridas que sueldan.

Y el terror de improvisar caminos.

El tipo de la caja me llama... yo le sonrío... me acerco.

Siento lástima por ellos,
están perdidos,
no tienen ni puta idea de que existes.




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Sushi

En esto consiste la madrugada del lunes...
un par de textos nuevos,
un vaso de agua,
El Principito impaciente,
una cuarta de nostalgia
sin piano,

y yo
deseando cubrirte de maki la piel
para cenarme tu cuerpo.
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No lo había pensado

El miedo a perder.

Claro.

No lo había pensado.

Pero miedo a perder qué. Quizá un camino de esos rectos y arbolados de casa blanca al fondo. Es cierto. Yo no puedo prometer que no nos aparezcan recodos ni ampollas caminando. De hecho me cuesta dar un paso si no me sangran los pies, si no siento nada por ahí abajo. Y suelo moverme descalzo.

Hay más cosas todavía, supongo. Puede que el miedo a desprenderse de una rutina de abrazos. Es verdad. A veces busco la soledad, pero juro por mis tripas que no me olvido de quién tengo al lado. Soy allá dentro un animal salvaje encerrado a medias y, a ratos, necesito escaparme de noche y perderme, y encontrarme a kilómetros de casa para volver apaleado y hambriento y, como me alimento siempre del mismo cuerpo, regresar a tu boca cubierto de maleza. No puedo fusionarme contigo, pero sí cederte mi costado.

Perder la seguridad de lo ordinario, eso también asusta, lo sé. Desnudarse un día y lanzarse a un mar del que no conoces el fondo, sin saber si será de arena fina o de rocas afiladas, el horario de sus mareas... No puedo ayudarte en eso, ni siquiera yo he llegado tan abajo, y puede que tú hayas estado más cerca alguna vez que has mirado.

El miedo al comienzo,
el calor de lo antiguo,
las manos en el volante.

El miedo a perder.

Lo entiendo, claro.

Lo que yo me pregunto es qué pasaría si ganamos.








domingo, 29 de junio de 2014 0 comentarios

Sobre la mesa

Sobre la mesa donde escribo tengo uno de esos corchos de pared, uno de esos que vienen cargados de chinchetas de muchos colores y que uno no sabe muy bien por qué compra. En mi caso, todas esas chinchetas son de color negro, no me preguntéis el motivo, de modo que en su posición actual parecen un escuadrón de peones de ajedrez, diseminados sin orden dentro de una partida caótica, estáticos sin cuadrícula, ni dedos, ni estratega.

En ese tablero de archivo de guerras concluidas, como en un campo de batalla sin reglas, se esparcen multitud de cadáveres de instantes, de superficies de papel y cartón, envueltas en ese halo borroso que rodea a todo lo que significa algo de lo que no estamos muy seguros. 

No suelo prestarle demasiada atención, al fin y al cabo va a estar ahí siempre, ¿o no? Pero esta tarde me ha dado por leerlo un rato. Llamadlo exceso de calor, de silencio, aburrimiento, miedo a cerrar los ojos por si me quedo dormido... 

Hay varias postales de cuadros de Hopper en todo su esplendor mirón y sus rojos omnipresentes y, justo al lado, la entrada del Thyssen de la exposición correspondiente... vale, lo sé, ha quedado muy erudito, intelectual y todas esas mierdas, yo tampoco lo soporto, pero coño, ese tipo me gusta y me la suda lo que penséis.  

También hay una postal del Patio de los Leones tal y como estaba la primera vez que lo vi consciente de lo que veía, junto a otra en díptico del dibujo de una basílica en Ravenna. Hay momentos y lugares que merece la pena guardar tal como eran. Una tarjeta de transporte de Londres, un par de entradas para el piso 81, creo recordar, del Empire State, la factura de un hotel en Roma llamado Pirámide, la tarjeta con la cita para el último tatuaje, y una entrada de cartón para subir al vértigo y al terror de la cúpula de la catedral de Florencia.

Colgado además, hay un sobre de azúcar de una cafetería en Verona, al lado de la Arena, con unos versos escritos y firmados por una tal Simonetta. Entre medias, amenazas de excomunión a todos aquellos que me roben un libro, y unos cuantos folios mecanografiados con relatos que nunca volveré a escribir. También hay una carta tapada, pero sé que está ahí. 

Y entre todo ese maremágnum de sentido ambiguo, ya sabéis, destaca una hoja de papel a cuarenta y cinco grados. En ella se resume el fondo de un pozo y su escalada, con dibujos esquemáticos de montañas rusas, palabras recuadradas y rodeadas, y un listado. Modelo Walt Disney, curioso título para mi cardiograma, no podremos decir nunca que la psicología no tiene sentido del humor. Irreal, inalcanzable, frustración, fracaso, autocuidado, libertad... No me negaréis que está trabajado... sin aparentar. Lo jodido es que aún no me lo creo... todo eso de irreal e inalcanzable me suena a concepto de hombre gris, y Walt Disney... pues prefiero a Ende o Dahl, qué queréis que os diga.

En fin, todo esto que estoy contando a cualquiera es una mera excusa, un rodeo, una cortina de humo, llámalo como quieras. Creo que hasta ahora he usado el plural por cortesía. Lo que trato de decir es que a veces me quedo con los cuentos, y que esta noche he soñado que si dormía podía detener el tiempo, y tú tenías una hora para asesinar a todos esos tipos grises de bombín y cartera, y liberar todos los segundos robados armada con una flor y una tortuga.

sábado, 28 de junio de 2014 0 comentarios

LII

sólo voy a decirlo una vez...
ven conmigo.

ya nunca digo para siempre,
no tengo nada que ofrecer,
no merezco la pena,

estoy cosido.

ven conmigo.


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LI

Si ya no me sirve Tom Waits como aditivo a las huidas interiores, 
si no funciona su voz, 
no sé qué voy a hacer esta noche. 

Si soy mis restos desde hace días.

Quieto.

En la trinchera,
cubierto de carne que no es mía. 

Cansado.

Si el cabrón de Waits me traiciona,
y además 
no puedo respirar en tu cuello
ése antídoto bajo llave para la soledad.
Si no me firmas un nunca
ni un ahora
ni un tal vez.

Si no puedo desenredar esta puta tristeza
enmarañada en tu pelo,
si lo que quiero es aprenderte sin ojos...
 
cómo coño voy a dormir esta noche.
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Un día largo

No sé si los días no se acortan por respeto
o los estiras
en medio del silencio templado
con el que llenas nuestro plato de comida.

Echar de menos tiene dientes,
colmillos de mes y medio
que brillan,
como un tigre o un león o un gato panza arriba.

Elige tú el felino y mientras
yo le pondré tu nombre al epitafio de los desgarros que nos faltan.

Un homenaje al despiece de carnicero,
a una casquería
sin guantes de malla de acero
para cortarme,
por fin,
los dedos que escriben
y escriben
y escriben,
en lugar de tocarte.

No sé qué haces mientras yo me derrumbo en un sillón
llegando de los bares,
abrazado a un cojín salvavidas,
acojonado
por el miedo a la muerte y a perderte.

Me he quedado dormido fuera de la cama,
he soñado contigo desnuda,
he follado
contigo.

He abierto los ojos,
he subido a la habitación,
he usado este cubo de basura de palabras
para vomitar
porque todavía tengo dedos
y ni me he acercado a la verdad.

Ya no sé ni lo que digo.

Son las cuatro y treinta y nueve de la mañana
y tengo ganas de dolerte.


viernes, 27 de junio de 2014 0 comentarios

Sin embargos

Durante todos estos años
he coronado mujeres en andenes de metro
cerca de Moncloa,
he perseguido cuerpos abrazados con lujuria y desamparo
por locales azules y grises
junto a otros refugiados.

Me he escondido en la cerveza
por no verme reflejado en parejas
de ojos, y pupilas dilatadas.

No he dormido en Manhattan,
me he muerto cinco veces,
me han enterrado una,
me he quedado sin aire a tres mil metros
ascendiendo pezones con piercing
por escaleras tatuadas en costados.

He quemado el mundo después de pintarlo
del color que debía,
he firmado cuentos con pseudónimo sin moraleja
ni propina.

He caminado,
corrido,
cojeado,
mendigado.
He follado en la estación como triste despedida.

Conozco una esquina en Venecia
donde nunca ha estado nadie.

He soñado despierto con piernas descosidas,
con coños en mar abierto
donde dejarme las vísceras.

He amado como un perro,
como un animal,
como todos.

Y ahora, sin embargo,
vuelvo a ser virgen con el sexo perforado.

Todo

es la primera vez contigo.



jueves, 26 de junio de 2014 0 comentarios

L

Romperle al mundo la cara
para que escupa
los dientes manchados
de sangre
y de tabaco
y del alquitrán de todas las calles que pisas.

Encontrarme los huevos
en el borde mellado
de un vaso
de cerveza barata.
Mantenerte el equilibrio
contra la pared
mientras te arranco
las cadenas junto a las bragas.

Demostrarte a mordiscos
que el amor
hiere
y hierve
y es la hostia
si lo pones al fuego.

Provocarte una guerra.

Ésos son,
estrictamente,
mis planes para esta noche.
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Hasta ahora somos

Y cada uno escondido
dentro de su caja de zarpazos
a millones de kilómetros al lado. 
Creando nubes repletas en invernaderos impacientes, 
echando de menos 
la tormenta.
En mundos diferentes y cruzados, 
ignorando semáforos rojos a ritmo de versos 
descolgados de una garganta en unos ojos. 

Repasando posibles bajas cubiertas de tierra removida, 
enterradas con lluvia y de noche, 
amortajadas con sexo y polvos que agonizan 
en medio del final. 

Cuerpos de cuerpo presente mirando al techo,
cubiertos de barro en madrugadas de verano,
durmiendo habitaciones separadas,
evaporando ideas inaplazables, 
susurrándolas.

Artistas de lo invidente haciendo malabares
con un cuchillo entre los dientes.

Matarifes del deseo,
sicarios,
asesinos.

Hasta ahora,

eso somos tú y yo.

miércoles, 25 de junio de 2014 0 comentarios

Nueve años

Cuando era niño iba al aeropuerto a ver despegar aviones. En Barajas había un ventanal enorme con sillones orientados hacia la pista. No me interesaban las despedidas, con sus abrazos y sus vuelveprontos camino de la puerta de embarque. Tampoco los besos y las maletas de carga compartida en la zona de llegadas. Para mí el aeropuerto sucedía sentado detrás de aquellos cristales, un avión era inalcanzable y los lugares a los que llevaba siempre eran mejores que el nuestro.

Cuando era niño el mar estaba lejos. Yo me asomaba a la ventanilla de carreteras secundarias a los cuarenta grados de agosto esperando un milagro. Y cuando lo veía me encogía y me asustaba, y apoyaba la espalda sudada en la tapicería roja del Renault. Los hoteles no olían a moqueta aspirada ni a ambientador, y la playa era un mundo perdido para perderse. Bebía agua salada en la orilla y al regresar a casa, volvía a tener sed.

De niño los inviernos olían a leña, y a niebla, y a escarcha, y a perros abrazados dentro de la caseta. Los jerséis eran gordos y picaban, y tenía abuelos y un balón de reglamento para calentarnos en la calle. Y a veces nevaba. Y un uno de enero supe lo que significaba echar de menos. Y cuando llegaba febrero el cerro cambiaba, y ahora olía a almendro y yo tenía en el jardín uno dulce y dos amargos. 

De niño quería tener los ojos verdes porque nadie los tenía. Y no quería vergüenza, ni ponerme colorado, ni que me temblaran las manos en clase de música. Ya ves, los miedos se graban y se riegan y se alimentan, te los llevas en el bolsillo durante todo el camino.

Y ahora que nada de eso se me ha olvidado, 
entras por la puerta y vuelvo a tener nueve años. 
Y ya no quiero ojos verdes si no tus ojos, 
y tus aeropuertos y tu mar... 
y sobre todo tu leña, 
tu niebla, 
tu escarcha...

Sobre todo tus inviernos. 




martes, 24 de junio de 2014 0 comentarios

Aliento

Promesas.

Palabras.

Espejismos en la arena expulsados por la garganta deformando los labios. Sin más razón para creerlas que los ojos que las pronuncian. Se transforman en ciudades, en andenes de Sol, en portales de Vallecas, en una tasca de Santa Ana cualquier viernes por la tarde. Cogen aviones a París y a Florencia, pasean por jardines y por plazas vacías en diciembre... congeladas. Atraviesan puentes sobre ríos de tiempo, se tumban en playas, y juran cariño sin pormenores. Se olvidan de los huesos y las digestiones.

Te convence su calor cuando está anocheciendo y el cielo de Madrid es el único del mundo que se puede pisar, con todos esos colores. Y unas piernas huelen a estufa de leña, a manta, a edredón, a crema hidratante de almendras. Y las escuchas porque quieres creerlas, porque tienes frío y un abrigo gastado es un palacio con fecha de caducidad, un polvo en un trastero.

Pero lo sabes.

Algún mañana estarás muerto y ya llegas tarde a todo aquello de cortarte las venas.

No necesito salas de espera con las paredes podridas, no me prometas. El único aliento que quiero de tu boca es el que se muere en la mía.

Aquí.

Esta noche.

Lo demás se me diluye sin poder respirarlo.
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Y mientras tanto llueve afuera

Es cierto. Tengo tendencia a convertirlo todo en místico, lo admito. Supongo que es una estrategia inconsciente para dar sentido, para que las piedras no sean piedras desnudas y ya está. La mayoría del tiempo ni siquiera me doy cuenta pero, a veces, en ciertos momentos de lucidez, me pregunto si no sería más fácil ver agua en la lluvia y no historias tristes. Como si fuera una decisión personal y no el único modo que conozco de seguir en pie.

He perdido la cuenta de los ojos que me han mirado con cierto toque de lástima, o con miedo, como si hubiese escapado por la puerta de atrás del manicomio, escondido entre la ropa sucia camino de la lavandería. No me gusta asustar, pero me quedo con la magia, aunque sea insensato y los muros sean muros y las guerras se pierdan.

Ni siquiera sé lo que trato de decir.

Intentaba empezar hablando de Chartres y de su laberinto para pies descalzos, de la luna como personaje, de que lo importante es el camino y no el destino y, de algún modo, terminar confesándote que me jode cuando pierde el Madrid, que tengo cosquillas y me duele la espalda, que a veces me siento mayor pero no tanto y que, aunque te pinte a ratos de oración, me gustas más cuando te manchas los labios de salsa.

Que si me quitas la primera capa y te asomas, sabrás que no necesito más que una historia real que me ensucie la ropa para no olvidarte. Que sólo soy otro tipo asustado coleccionando salidas de emergencia.


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consejos para sobremorir insomne (4VIII parte 2)

no releas lo escrito,
es pura basura.

suelta el libro de John Williams,
la suma de insomne y lloroso es una bomba de relojería,
y da cero.

si vas a ver amanecer,
espéralo tumbado con la nuca hacia el oeste.

deja de tocarte la cabeza y eyacular planes heroicos,
ese tipo de masturbación no sirve.

no te aprendas el arte de la guerra
si te lo tomas al pie de la letra follarás con el enemigo.

ata los dedos a cualquier cosa que no sea su número de teléfono...

ni lo pienses...

no

lo

hagas.












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4IX

Despierta.

Que el mundo es una mierda,
sí,
y una tormenta de arena
sin desierto,
y demasiado sudor,
y sueños,
y olvido.

Pero despierta.

No hay brújulas
ni manuales.

Bébete la sangre
y no me jodas
con escalas de grises.

A mí no.

Mi historia es blanca
o negra.
Comerme las uñas
hasta que llegas,
bajarte las bragas,
hacerte temblar y,
a veces,
meterme en la cama
sin tocarte.



lunes, 23 de junio de 2014 0 comentarios

fiebre

es lunes,
y la fiebre aumenta,
y empiezo a sudar,
y el cielo se hace gris por el este.

a partir de 39 y medio comienzan las alucinaciones,
como siempre,
y nos veo,
cada uno en una esquina del puerto,
conscientes de cada metro que nos separa.

tú acumulas miedos en una balsa 
sin atreverte a zarpar,
no quieres mirarme 
por si los ojos.

yo cargo esta sed carnívora sobre la espalda
que me arquea la espina dorsal,
que me obliga a intentar descifrar 
el código de acceso a tus cámaras selladas.

y ya estoy casi en 40,
a 36 minutos del martes,
y lo único que hago es tumbarte desnuda sobre la mesa,
y comerte las dudas, 
y arrojarte al vacío para que lo entiendas.








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4VIII

me he sentado en los escalones de la entrada
intentando aprenderme de memoria
el arte de la guerra.

yo,
pariendo ideas absurdas
y tratando de entrar por los flancos
para hacer capitular tus defensas.

son casi las tres de la mañana,
no se escucha un solo sueño en las habitaciones
y un cigarro arrojado al jardín
tarda doce segundos en desaparecer en la oscuridad.

necesito un barman en el descansillo
que me llene la jarra de miradas de lástima
antes de echarme del local.



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La X no siempre marca el lugar

Definitivamente soy un fracaso. Me he limpiado la casa entera perseguido por una gata empeñada en morderme las piernas a falta de las tuyas y, al terminar, se me ha ocurrido ser un escritor serio, y ponerme una copa de vino para buscar en el fondo las frases con las que contarte todo lo que me apetecía. ¿Sabes cuál ha sido el resultado? Un tipo dormido, casi inconsciente en el sillón a los cinco minutos, absolutamente k.o. por un golpe bajo de eso que embotellan fermentado después de pisotearlo por aquí cerca. Nunca he entendido el glamour del vino.

Lo jodido es que nunca me había pasado con la misma copa llena de cerveza fría. Está claro que no son las pelirrojas las que me inspiran, sólo me cierran los ojos. Ha sido la demostración palpable y metafórica de algún tipo de karma extraño.

Y lo que ha pasado después es que me he despertado cuando volvía a ser de noche, que no recuerdo siquiera lo que he soñado, que me ha tocado las narices perderme el atardecer contra las paredes naranjas de mis vecinos, y esa forma absurda que tiene el mundo de seguir girando cuando no estás.

Y ahora vuelve a ser por la mañana a las doce de la noche, y no pienso beber más vino, ni abrir una cerveza, ni dormir.

Voy a pasarme la madrugada poniéndote en los labios las letras de todas las canciones que voy a encontrarme, empezando por Amaral y su puta manera de decir las cosas a veces. Quizá no necesite más que marcar repetir una en la pantalla, ya sabes que me gusta exprimir los tesoros que me desentierran sin X en el mapa.

domingo, 22 de junio de 2014 0 comentarios

Pon tú el título

Y vengo a abrir los ojos lejos de mi cepillo de dientes, de mi gel, de mi escritorio. No debo despertarla. Quizá exista una mínima posibilidad de no compartir puntos de vista sobre lo que sucedió anoche, y soy un cobarde cuando siento melancolía de amante hacia mi dentífrico y las manchas del parquet. Prefiero saberlo más tarde, o no saberlo nunca. Prefiero apartar las sábanas en silencio, vestirme en el salón y cerrar la ventana con llave.

En estos malditos veranos ni siquiera el aire de la mañana sirve. Debería dejar de hacer esto, de usar el sexo de los bares como ataúd del sexo contigo.

Debería.

Y dejar de fumar de nuevo, y afeitarme de vez en cuando y no acumular cacharros en el fregadero. Debería dejar también mi adicción a tus heridas infectadas y curarme de una puta vez. Olvidarme de los espejos en los que me planto. Pero es que tengo un corte a lo largo del pecho que me queda de la hostia con la barba y las ojeras y la resaca.

Esta estúpida tendencia a ser Bukowski, o Jesucristo sin estigmas follando por la expiación de tus pecados.
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4VII

Desde que era niño me ha fascinado leer,
de verdad.
Había quien opinaba que perdía el tiempo,
que durante todas aquellas horas
dejaba pasar la sangre y la vida en cualquier mundo inventado.
Seguramente fuera cierto,
quizá fuese un modo de ocultar el pánico,
la guarida.
Quizá fuese sólo un animal asustado,
un lunático.

Pero yo abandonaba mi cuerpo,
levitaba entre historias,
las masticaba...
siempre he sido más del otro lado.
Al caminar por las calles
me veía a mí mismo como uno de los personajes,
casi nunca el protagonista,
también he sido siempre un gran secundario.
El tiempo me curaría esa falta de ambición,
ahora lo sabes.

Mientras leía viajaba en el tiempo,
me convertía en habitante de lugares que no existían,
entraba en las mentes de todos ellos.

Les escuchaba.

Les conocía.

Deberíamos escuchar más a menudo.

Y escucharnos.

Era conocer todos los secretos sin poder cambiar el destino,
era ser dios con las manos atadas a la espalda.

Era una invasión imaginaria de pensamientos en letra.

Siempre me resistí a cerrar un libro,
no voy a dejarte que cierres los ojos.

viernes, 20 de junio de 2014 0 comentarios

piernas cruzadas

si fueses consciente
de que intento violarte cada vez que escribo,
me leerías con las piernas cruzadas.

si supieses que en cada coma
te dejas la ropa colgada junto a dos centímetros cuadrados de piel,
tomarías anticonceptivos pornomentales una vez por semana.

si vieses en cada palabra que me sale del ombligo
un peligro para tu pureza,
quizá cerraras los ojos y los poemas.

pero puede que todo eso ya lo sepas,
que esté aprendiendo a leerte.

es posible que no esté equivocado,
y que todo eso sucediese
justo en el momento en que dejases de temblar
sintiéndome dentro.


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Preludio de una carta quemada

No soy capaz de dormir y me he plantado delante de tu carta. Ni siquiera sé por qué lo he hecho. También he sacado dos billetes de metro, y el mapa que me dibujaste para llegar a tu casa en aquella barra de Malasaña. Quizá sólo quisiera vaciar los cajones de papeles amortiguados por la distancia, o limpiar el polvo de los rincones antes de que me ensucie los muebles.

Al sacarla se me ha caído del sobre la sinceridad rota a pedazos, aquella ropa en la que vestías la tinta y la voz cuando mentías. De eso me enteré después, claro, pero ahí están aún las marcas de tus lágrimas corriendo la tinta, huellas en el barro de animales extinguidos ya. Y yo que siempre te había imaginado inclinada sobre ese papel, escupiendo la verdad a secas.

Todavía huele a ti, ¿sabes? Todavía reconozco la mano que la escribió en las haches tumbadas con las que convertías echar de menos en una cama. Veo el bolígrafo que utilizaste, el color negro que en este caso no sobraba. Todavía se esconde en esa página la chica que me enseñabas aquellas noches, que se dormía conmigo tras una batalla de carne cada vez que se escapaba de su cárcel en la ciudad, que quería ver París sin estar sola, que saqué en brazos del coche, dormida, después de diez conciertos. Ésa que me proponía acertijos, y me leía, y me follaba.

Ahora me pregunto quién era ella si no eras tú. Y tu olor y la marca de tus dedos se convierten en recuerdos de otra, memoria de un cuerpo que no era tuyo, los párpados cerrados de aquellos ojos enormes.

Ahora que hace ya mucho que no te confundo por la calle, que no te calco en la curva de las cinturas que me rodean, que no te comparo porque no existías. Ahora que ya ni recuerdo el modo en que se te cayó la máscara que robaste, que sigo teniendo insomnio y escribiendo esta mierda... lo único que siento al leerte, al olerte, al reconocerte en un papel, es la tristeza por el recuerdo del dolor que provoca cualquier mentira.

Ya ves, ni siquiera eres especial en eso.
jueves, 19 de junio de 2014 0 comentarios

4VII

hace
 un momento,
  al
   despertar,
    he encontrado
     tu boca
      sobre
       la almohada.

        se me debe
         de
          haber
           caído
            mientras
             dormía.
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Noche de preguntas al polvo

Es cuando llego a casa
y encuentro el miedo vestido de silencio,
es cuando pienso que las tablas que me sujetan están podridas
y voy a tener que nadar hasta rendirme,
que no hay ninguna isla en medio de ningún océano.

Es ese instante en que camino encorvado subiendo las escaleras,
en que me olvido del interruptor,
y el corazón me pesa una tonelada de preguntas,
y el polvo de Fante no responde
porque todos los libros están cerrados.

Y cuando me hago pequeño de nuevo
y vuelvo a temer la oscuridad de las calles y las azoteas,
cuando las paredes de casa se decoloran
a brochazos de tristeza,
cuando no sé por qué.

Es el momento en que dejo de fingirme,
y me encierro en el baño para vomitar los nervios de no saber cómo seguir.
Cuando la soledad me susurra soledad,
y cambiaría mil latidos por dos abrazos
y un hombro
y una melena exacta donde atragantarme la vergüenza.

Es entonces cuando más te necesito.

Escribo del tirón,
me dan igual los secretos que ya no me guardo
y los quemo en renglones torcidos
para entrar en calor
o morirme de frío.

Y tiemblo.

Las huellas se han borrado
y el camino no tiene orillas ni puertos ni cerveza.
Las barras están vacías,
como los cuerpos.
Me ocultan algo,
lo sé,
y estrello mi rabia en vasos de cristal contra las fachadas.

Es cuando conduzco sin importar a dónde ni cuánto tiempo,
cuando me quedo varado en la última playa
y necesito respirar a cubos de palabras,
de labios,
de lenguas.

De tus palabras,
de tus labios,
de tu lengua.

La nada es la ausencia total de tus manos llamando a mi puerta,
es el invierno de carne congelada,
es mi viaje sin sentido
en un vagón de tercera,
sin billete,
ni equipaje,
ni olvido.

Y también mis pies descalzos sobre el mármol,
y mis ojos, y mis brazos,
y esta costumbre de necesitarte a veces
más que un techo que me seque de la lluvia.

Es el hambre de ti completa lo que me impide saciarme,
y el polvo no tiene respuestas.

No hay contratos firmados con el destino.



miércoles, 18 de junio de 2014 0 comentarios

Camión de mudanzas

He empaquetado todas mis cosas en cajas de cartón,
mi ropa,
mis libros,
mis palabras,
un cuaderno gastado de anillas
que sujetan algunos recuerdos a mano,
un puñado de sueños apagados
entre las colillas,

tu nombre.

He descubierto al fin
que las despedidas se visten con letras de insomnio,
de paredes desnudas,
de habitaciones huecas,
del vacío de tus piernas
al que acabo de comprar el destino esta madrugada.

He recogido el alambre de funambulista
que unía tu cuerpo y el mío,
sin red,
sin pértiga de besos para mantener el equilibrio,
con lastre de silencio
en todos los bolsillos.

Vaciaré el cenicero de tus cenizas
mañana antes de marchar,
te dejaré una nota colgada en la puerta
por si te atreves a buscarme,
la factura de querer llevarte a hombros si lo necesitas,

de caminar contigo,

de probarnos,

de intentarnos,

de nadar.

Un acuse de recibo de tu ausencia,
no la mía.

Si no voy a ser contigo




seré lejos.





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tu cuerpo huele a tierra mojada

cuando duermo contigo después de una tormenta
tu cuerpo huele a tierra mojada.

confundo tu espalda con mi casa,
te abrazo de costado,
dormimos con las ventanas abiertas.

después de una tormenta
todas las estanterías están vacías
y no leo más historia que la de tu pelo empapado.

el sexo sabe a vida,
tus orgasmos de sinceridad
a café de madrugada,
las palabras
a mordiscos de verdad en fila india.

me gusta cuando nos cenamos después de la lluvia,
de echarte a gritos de rabia de mis días,
de que te largues,
del odio desde lejos
al vacío de este cofre con llave.

y encontrarte a mitad del camino,
y mirarnos de frente en la acera
con una pizca menos de miedo
y una más de tú
y una más de yo.

tus ojos me cuentan quién eres después de una tormenta.





martes, 17 de junio de 2014 0 comentarios

No les dejes

Que no te cosan los labios
con hilos de moralidad,
no les dejes
que te regalen besos sin pan,
que no te asusten los fantasmas
en los túneles del metro.

Mide la distancia en tiempo,
no te distraigas,
no encierres en la celda de anoche
a esta mañana.

Escucha los latidos.

Si te tiembla la mano,
escribe.

Las ciudades están llenas de gente sin alas.
lunes, 16 de junio de 2014 0 comentarios

Historias de ciencia fricción

Y yo que estaba encadenado al tedio cuando apareciste,
en lo primero que pensé al encontrarte en aquel giro
fue en escribir un puto libro
de ciencia fricción.
Y afilé la tinta y los cuchillos
para comerme más que tu carne,
saqué del cajón dos cuadernos nuevos para empezar a describirte
y las puñeteras musas,
cobardes,
se aburrieron de no poder compararte con nada.

Ni un jodido símil,
ni una metáfora.

Me dejaron tirado en el sillón
como a un saco de huesos pensante,
divagando con qué coño rimaba el color de tu pelo,
la curva
que adiviné bajo aquella camiseta de tirantes.

No me quedó más remedio que buscarte,
ganarme el infierno abrazando el deseo del calor de tu cuerpo,
de tu fiebre.
Me olvidé de la ciencia
y me quedé contigo.

Así que las noches que me bloqueo te hago hueco en el armario
por si te traes algo de ropa.
Tengo el firme propósito de robarte también tu olor.

Y aquí estamos ahora,
tú perdida en cualquier parte y yo
corrigiendo el maldito borrador
de una historia que nunca empieza.
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4VI

Se me ha acusado de cobardía, 
de odiar a las gatas en celo, 
de no ser un hombre. 

De esconderme en la capucha de las palabras escritas,
de no ocultarme,
de no escapar nunca,
de correr.

Me han leído a la cara mi adicción a los puntos de inflexión, 
a los suspensivos, 
a los suspendidos. 

Se me ha atribuído sinceridad sin escrúpulos,
mentiras sin tapujos,
insensibilidad 
o vivir a flor de piel cuando hasta el viento te hace daño.

Y silencio, 
palabrería,
impostura,
certeza.

Me han llamado poeta,
cerdo, 
genial,
calienta coños.

Me han acusado de perdedor por provocar el final,
de no acordarme de nada,
de no olvidar.

Hay quien dice que lo hago todo trascendente,
otros que no hablo más que de lo que no importa.

Me han descrito en su catálogo como amante vulgar o brutal
según el color de las sábanas.

Tienen razón.

He sido, 
soy.

Punto.



domingo, 15 de junio de 2014 0 comentarios

Libros recién firmados

De vez en cuando la vida se cansa de regalarte esquinas desconchadas
y te deja una pared donde apoyarte. 
Y te apoyas 
con un cigarro encendido 
y una cerveza 
y palabras, 
sujetando Madrid con la espalda. 

No sabes dónde estás y no te importa, 
y fabricas recuerdos de una tarde desembocando en las aceras,
las estaciones,
los andenes... 
en ti desnudo sin quitarte un gramo de ropa.




sábado, 14 de junio de 2014 0 comentarios

pliego de derechos adquiridos

tengo derecho a dos inspiraciones de tristeza
por cada centímetro que nos separa,
a dos expiraciones sin entierro
cada vez que me deshago entre dos piernas que no son tuyas,
a media docena de reflejos en las ventanillas del metro
por cada ojera.

a veinticuatro horas de insomnio
por cada recuerdo grabado sin comprimir
en la espina dorsal de mi estómago,
a un molde por cada huella,
a tres lágrimas por no,
a doscientos latidos por mirada.

a no permanecer en silencio,
a un abogado,
un juicio justo,
a veinte años de condena si me esperas a la salida de la celda.

Tengo derecho a tus cadenas si me das de comer de tu boca,
a romperlas,
a un cepillo de dientes por cada noche en vela,
a siete duchas calientes,
a una playa desierta follando contigo
por cada calle vacía.

a un esqueleto en ruinas,
a una calavera
por cada una de tus pestañas
que deberían estar aquí,

dormidas.
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4V

Esta luna enorme y tú pasando calor en otra parte.
He tenido que atar mis dedos al papel para alejarlos de tu número,
de tu voz,
para quedármela a solas allá arriba,
con lo que eso jode.

Y el tipo reflejado en la ventana se parece a mí
y detrás
sólo un puñado de fantasmas.


viernes, 13 de junio de 2014 0 comentarios

curiosidad enfermiza

y todos esos cedés cerrados y amordazados,

todas esas palabras mudas en los libros sin abrir,

todas las películas en huelga de pantalla,

y el polo norte al lado izquierdo de la cama,

la copia que no he hecho de mi llave para que entres sin llamar,

todos esos objetos que me miran a la cara esta noche,
que me observan,

la casa entera,

las paredes,

el sillón...

y lo que llevo dentro,

el oxígeno que respiro,

y mi semen sin licencia,

los pulmones...



¿sabrán que es por ti?


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4IV

he confundido tus lunares
con un universo en braille sobre tu piel
sólo para mis dedos.

quiero leerte a puro tacto.

con los ojos cerrados.

sobre esta cama.

hoy no quiero tu sexo,
sólo tus secretos.
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postal verídica de una noche de mayo

escondido en un balcón, 
a las dos de la mañana,
a la vista de los que regresan de la caza de polvos baratos escupiendo frustración.

pero no miran hacia arriba,
sus espaldas se doblan por la gravedad del fracaso de los cuerpos negados,
se susurran nombres bajo el alcohol
mientras yo me enciendo un cigarrillo sobre sus cabezas
y me bebo otro sorbo de ti 
dentro de esa cerveza tan rubia que me sirve de coartada.

pienso en lo que voy a decirte mientras al otro lado del cristal 
la vida sigue a puñetazos de Metallica,
a porros enjabonados de carcajadas de soledad,
a sueños postergados por las pantallas 
y por algún acorde de cuarentena.

ellos sí me han visto, 
pero disimulan.

se lo he contado en voz baja por si te deshacías,
por si de tanto rememorar tu nombre pasando de largo por la otra acera
te fueses gastando,
por si te pudieras consumir en una imagen borrosa de movimiento de caderas
que me he propuesto no olvidar.

ahora intento justificarme el haberme clavado al suelo,
hipnotizado,
sólo por el pánico escénico al tercer acto de encontrarte.

y busco palabras para levantar el telón,
y la calle está vacía 
y callada, 
y oscura,
y me duele el pecho de pensar en qué frase,
en qué jodido punto suspendido de disfraces,
de qué maldito modo esta vez,
voy a conseguir hacerte a la idea
de lo que pesa echarte de menos.


jueves, 12 de junio de 2014 0 comentarios

4III

te necesito entera,
y rota.

te necesito con las heridas y las piernas abiertas,
sin corona,
vulgar,
marcada de caídas.

deshacerte la memoria a besos con sal,
a versos malversados en oídos olvidados,
perdón por los participios.

escribirte alguno nuevo cerca del ombligo,
borrártelo con los labios mientras lo recito.

aquí.

ahora.

y un poco más tarde despertar.




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Tormentas en junio

Es una forma de vivir como cualquier otra.

Te describo el panorama,
afuera tormenta,
adentro sudor,
un cenicero lleno de días con el reloj en contra,
Audrey en la pared
y Hank entreabierto sobre la mesa riéndose de mí.

El muy cabrón del destino echándose a un lado
para dejarme frente a frente contra ti
con todos tus fragmentos,
con tu voz,
tu boca,
tus clavículas,
tu vacío.

Y yo coleccionando gramos de paracetamol en páginas blancas
con calambres en los dedos,
echando de menos tu calor en junio.

Tiene huevos.

Una amiga me ha dicho hace un rato que puede ser amor
mientras jugaba con mi gata.
La he echado de mi casa,
me han salido de la mente tus dedos con anillos
y yo no te quiero atada.

Pero soy mejor contigo.


martes, 10 de junio de 2014 0 comentarios

4II

Ejecutemos al mundo de un disparo en la abstinencia,
trepemos a las estanterías y arrojemos al suelo
todos los libros que no hablan de ti,
quememos las plantaciones de sábanas frías
a llamaradas de insolencia y polvos de pólvora gris.

Arráncate el traje de martes y enséñame la piel de animal
que cubre los huesos del hambre,
quítame la ropa a bocados de necesidad
y te desnudaré despacio la tela sobrante.
Fóllame el alma, quid pro cuo, y no se te ocurra marcharte.
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Listado de consecuencias de que no seas tú. (versión jodida)

Seguir adelante... meterme en la ducha y enjabonarme la ceniza, secarme ante el espejo roto y estar multiplicado, siete pedazos reflejados de mí que hacen siete yos.

Sentarme solo en una barra a comer sobre el suelo sucio de restos de otras vidas, de otras bocas. Pensar que eso es lo que quedará de mí... pero seguir adelante. 

Sacudirme el sueño, los sueños, junto a las migas mientras camino por una acera desierta sin apetito ya. Tropezar con un adoquín desalineado, con tu corte sincero en traje de domingo, mirar a los lados por si alguien ha visto la sangre y, sin embargo... dar un paso más. 

Repetir  las palabras de memoria aprendidas de los gurús de la autoestima, frases de vendedor de pachuli en forma de hoja de ruta, sabiendo que no tienen ni puta idea de que tus labios existen y, aún así... recitarlas otra vez.

Odiar en silencio sin ningún respeto las sonrisas de otros, sus besos escalonados, sus miradas, echar de menos tus piernas cruzadas en un banco en mi parque, sentarme a escribir órganos internos que palpitan y, a pesar de eso... no corregir.

Llegar a casa vestido de tristeza dentro de un traje gris, preguntarme por qué los días son tan largos en junio si me apetece oscuridad y tu voz, y tu orgasmo, y leerte un par de letras, y tatuártelas, y sin embargo... dejar las cortinas abiertas.

Meterme en la cama desnudo, encontrarte en cualquier página de esas viscerales, arrugarme, cerrar los ojos por no ver mi sombra en la pared. No conocer el mañana, olvidarme el día de la semana y, de todos modos, con dolor de palabras... despertarme de nuevo.

No morirme por ti, pero respirar un poco menos.



  
lunes, 9 de junio de 2014 0 comentarios

XL

esta guerra de frases de contrabando
cruzando la frontera sur de tu sonrisa,
esta parada sin prisa
en el futuro callejón.

este animal hambriento de tus zapatos
que hoy escribe garabatos
por detener el momento.

este segundo perdido y otro más
cayéndose del bolsillo,
y la cocina sin pan y con cortina,
y este horno manchado por tu nostalgia
que no me da de cenar.

esta masturbación de cerebro
por el roce de tus dedos,
y la maldita distancia
que me convierte Atocha en la estación de Francia
a dos andenes de tu deportación.

esta forma de no extirparte porque no quiero,
de soñarte en clandestino porque te hiero.
este incendio descontrolado de rima fácil
quemándome sin ti al lado,
esta forma de asfixiarme,

este lunes,

este ahora.



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Escondido en tus cajones

Trepamos a las copas de los árboles de un jardín inundado. Los demás se quedaron entre la maleza pudriéndose despacio, con los pies encharcados de vulgaridad y veinticuatro horas más. Desde allá se les veía tan pequeños que dejaron de importarnos. Entre las hojas escuchábamos sus murmullos de realidad lastrada por los días, las oficinas, las hipotecas, las piernas cerradas y las pieles vestidas. 

A ninguno se nos ocurrió dibujarnos un futuro con la forma de las nubes que durante horas veíamos pasar. Estábamos allí y punto, para qué preguntar si era eterno, para qué tapiarlo del miedo al final. Simplemente descansamos, y si alguno tropezaba y se dejaba caer, nos bastaban un par de palabras y sentarnos a esperar. 

Nos compramos los billetes a la verdad entre república y fluidos, entre angustia, Leonard Cohen, marihuana, pechos, pezones y un no sentarse en los vagones por si había que bajar. Recorrimos el camino respirando, elegimos vivir a latidos, una cocina era un libro abierto y una ducha un festín. 

Y lloramos, claro, cómo no íbamos a llorar. Cómo no odiarte a veces si un orgasmo también era mental, si entre tus caderas leía la equivocación de escapar o de perderte, si cuando me arañabas la espalda no sentía ningún dolor. Si no construimos altares y me ataban más tus errores que tus axiomas de perfección. Si tu cuerpo era la biblia con erratas que leía a besos urgentes, si me trepabas los complejos agarrada a la escalera de tu boca.

Descubrimos la vereda sin utopías, las preguntas respondidas a base de mirar lo que nos ciegan. Nos aprendimos las dudas, y hasta nos quisimos en sexo y alma sin aparentar. Los que nos creyeron locos caminaban boca abajo con los labios descosidos. Fue la hostia, la verdad.

Lástima que tenga que inventarlo aquí sentado y no escondido en tus cajones, que me alimente de esto y no de ti, que sólo viva escrito en mi mente enferma a ras de suelo.


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Prólogo sin firmar

¿Qué pasa con las historias que nunca se escriben?

¿Dónde van?

Envejecen encerradas entre todo lo que no empieza,
forman nubes grises de oportunidad.

Yo puedo capturarlas,
darles forma, amasarlas y hornearlas para obtener pan.
Son mi único alimento.

Puedo hacerlo para ti.

Puedo escribirte un viaje sin excusas,
sin endulzar,
con días en que me odies y te vistas las ganas de quedarte,
con billetes tren,
confesiones,
con clítoris,
con ningún paraguas...

Con heridas que se cierran sentados en un bar.

Podríamos cruzar a nado dos pronombres tú y yo.

Calentarnos los inviernos echando al fuego tus miedos,
enterrar los míos en cualquier altar
que fabriquemos a golpes de colchón y metáforas.

Podríamos manchar el mundo,
detenerlo,
y si te quieres bajar
yo piso el freno del hambre.

Podríamos ser un instante
o la maldita eternidad.

Firmar el prólogo.

Seguir adelante.
domingo, 8 de junio de 2014 0 comentarios

3IX

El silencio es una cama desierta habiendo dormido en otra,
es un comensal no invitado a la cena,
es el mundo encima,
un nombre desordenado en la punta del cigarro
que sigue significando lo mismo.

El silencio es deseo de olvido,
una pared marrón oscuro sin una sola foto tuya,
es carne abierta hasta las vísceras una mañana de domingo.

Y además es un libro vacío.



sábado, 7 de junio de 2014 0 comentarios

No tengo ases en la manga

Yo era el tipo enredado en los cordones de su zapato izquierdo,
el que apoyaba la espalda en los árboles a la orilla del río,
el que se sorbía los fracasos paseando por jardines de cielo estrictamente gris,
el del otoño,
el de no existe nada para mí aquí.

Yo volvía de mi viaje vomitando por la borda,
arrojando en alta mar el exceso de equipaje,
ahogándolo en azul oscuro desde un barco sin tripulación.
Me preguntaba para qué sirve agosto
si me quito la armadura por no morirme de calor
y me parten las costillas.

Confundí la curva de tus hombros con la orilla,
me propuse naufragar haciéndote la guerra fría,
enseñando el pasaporte a las puertas de tu boca.
Temblaba mientras te decía éste soy yo
por el miedo a no ser nada.

Y después de este tiempo no necesito otro cuerpo que el tuyo
para quemar las naves,
me siguen amargando las victorias sin batalla,
y ya sabes lo que quiero decir.
Pienso cobrarme la espera y los jirones de piel
escribiéndote una historia completa por las calles de Madrid,
y dejar que me hagas daño si me vendas las heridas a palabras nuevas...
y a ti.

Lo malo es que no conozco otro camino que desnudarme,
lo malo
es que sigas teniendo miedo de mirarme así.





viernes, 6 de junio de 2014 0 comentarios

Anacronismos

Sufro una enfermedad anacrónica que me hace nadar en círculos, como si fuera un pez payaso con una de las aletas demasiado pequeña. Nunca me había pasado, mi única forma de nadar hasta ahora había sido en línea recta hacia tierra firme, por esas cosas de mi miedo a ahogarme. Pero ahora, desde que apareció este virus, ando preguntándome cuál será la temperatura del mar en aquella playa sin arena que me enseñaste cuando tú estás dentro.

Es difícil convivir con algo así, te lo aseguro, siempre ando cambiando el centro alrededor del que me muevo sin acercarme, como una especie de órbita nómada de los anhelos que se refieren a ti.

Algunos días simplemente me despierto, y me imagino que soy las páginas en blanco del cuaderno que usas para escribir tus pasos. Te veo llevándome bajo el brazo, sentándote en el Parque del Oeste después de clase, y abriéndome para contármelo todo en tinta negra. Así puedo mirarte por dentro sin esconderme, como si confiaras en mí.

Otras veces giro alrededor del sexo, de tu cuerpo y el mío en una fusión troglodita de esperma y de saliva. Veo las sábanas manchadas de sudor y de nosotros, veo tus ojos vendados sin un centímetro más de tela sobre tu piel, y nuestra ropa a los pies de la cama, como los despojos amontonados de la mentira que ocultan.

Nos veo reales... a ti y a mí.

No siempre me ocurre... va y viene. El resto del tiempo se decolora en telones de rutina para ganarse el pan sin circo, en conversaciones de ascensor con parada en el infierno, y en alguna que otra cerveza con los que me soportan. No te echaría tanto de menos si entre tus pulseras me guardaras un sí resbalándote por la muñeca.

Pensándolo aquí y ahora, alma arriba sobre el colchón... creo que después de tanto tiempo, esto se ha convertido en algo simplemente crónico, sin ana.



jueves, 5 de junio de 2014 0 comentarios

Recuerdos de cafetería

No fue fácil, ¿verdad? El primer contacto físico que tuvimos fue un pisotón en una de aquellas fiestas de navidad, mientras bailabas del brazo de otro y yo me tomaba una cerveza con Javi y Manu... Fue doloroso, lo confieso, pero esa forma de sonreír al pedir disculpas consiguió que no te mandara al carajo. Horas después Javi y yo nos hicimos hermanos cantando a dúo una de Joaquín, línea de salida de confesiones de sangre.

Yo tenía 21 y ya llegaba tarde, con esa prisa absurda que siempre tuve por vivir. Y mientras, tú estabas a las puertas de los 20 cosidos a retazos que al final cumpliste en el asiento de mi coche. Fue poco después, celebrando la muerte de los primeros exámenes en Tribunal, cuando la plaza era un mar de cabezas y bongos y botellas digeridas, y risas y peleas, y a veces un tenor, cuando me di cuenta de que resguardarse de la lluvia en un portal al lado de un garito, era mejor contigo.

Comenzamos a dar las clases en la cafetería entre órdagos y cigarros y mesas de a cuatro que no valían para jugar, y que se clavaban en la espalda como tú te me estabas clavando. Yo no estaba roto aún, eso vino después, pero ya entonces ni siquiera podía reconocerme al espejo.

Y vinieron fotografías en papel, y celos, y noches en vela por cobardía, y 20 de abril en Metropolitano la madrugada en que creíste lo que te contaron, y el parque de Roma, y la furgo de Isaac. Y a mí me temblaban las piernas cuando no llegabas, y en las noches de tequila acabé hablando de ti, mientras nos crecían los enemigos que nunca se creyeron que no habíamos llegado a tocarnos. Ya nos tenían la espalda rajada diez años antes de que Rubén y Leiva y Andrés nos lo cantaran.

Llegué tarde... demasiado tarde. Y llegué con palabras escritas, como casi siempre llego, por esta terca vergüenza a confesar a los ojos, por si me parten el pecho y no tengo tiempo de esconderme para llorar. Habías escogido el camino de la derecha en una encrucijada que nunca supe ver, que me pasé de largo mirando al suelo sin prestar atención a tus huellas.

Y me enfadé contigo, y discutimos en una mesa verde, y ya no volví a cantar cuando íbamos juntos en el coche, ni volví a mirarme el reloj en el metro sentado a tu lado para responderte que veía pasar mi vida. Y no lo entendía, y me manché de barro mientras me moría. Y las piernas me temblaban aún cuando tardabas en llegar.

Fue difícil, pero lo hiciste bien. Y yo me juré no volver a perderme ningún beso por culpa del miedo a que me partieran la cara.

Luego vino la despedida.

Cuando nos volvimos a ver habían pasado más de diez años. El mismo bar donde firmé el contrato que no había respetado, y al lado de mi firma los dos pilares que me sujetaron Madrid antes de que me marchara a ver el mar. Recordé aquella canción con la letra cambiada, mismo país, misma ciudad... otra vida. No éramos los mismos pero quedaba el cariño, y las heridas cosidas a base de café con leche y un banco en el Retiro.

Y volveremos a vernos, seguro, y mientras tanto sigue por favor cuidando de mí desde lejos, pidiéndome que me aleje de las niñatas para que yo no te haga caso. Sabes cómo soy, sabes que sigo dejándome pedazos escritos en cualquier papel, y que ahora me dejo la piel en anacronismos.

Una vez me pediste que te dedicara un primer libro que nunca llegará, déjame que te lo cambie esta noche por un recuerdo.
miércoles, 4 de junio de 2014 0 comentarios

Hay una chica que teme que le dedique cosas... analítica de la situación

Enciendo la televisión 
y me encuentro un capítulo de navidad de los Simpson a principios de junio. 
Todo está desubicado, 
como mi mente durante todo el día, 
como los cubiertos de mi cocina, 
como yo, 
como las velas sin usar apagadas de impaciencia sobre la mesa, 
que compré como amuleto antes de invitarte a cenar. 
Estoy convirtiendo el salón en un escenario de actor secundario 
y las noches pasan por delante de la puerta sin tocarla.

Los cabezazos mantenidos contra tu pared me están dejando sonado. 
Necesito descansar y, sin embargo, 
no me apetece, 
y con embargo, 
me has robado la desilusión que amaba con todas mis fuerzas, 
la que me hacía no esperar nada y punto... 
has tenido los huevos de existir. 

Y yo que duermo con la tele encendida por si los fantasmas, 
que odio el supermercado de víveres para uno, 
que aún tengo recaídas cuando te meto en la centrifugadora y no consigo deformarte, 
que lloro con los pianos... 
he tenido los huevos de encontrarte y no dejarte marchar. 

Y de darte ventaja contando mis miserias 
en una avalancha escrita descrita con detalle, 
haciendo inventario de mi dolor de tripas, 
huyendo del lobo estepario que nos contó Hess, 
nombrando escritores muertos que nacieron un siglo exacto antes que yo, 
para hacerme el listo o porque me apetece, 
no lo sé.

Pero aún me guardo secretos... 
canto a gritos en el coche, 
sigo mirando a las otras mientras me acuesto contigo, 
tengo una manta de abrigo sobre el sofá, 
y me he escrito una lista sin firmar
de las veces que me he puesto colorado estando a tu lado.

Y aún tengo más... 
no sé cómo continuar, 
si con un poco de hielo sobre los chichones 
o echándole cojones y ya está. 

¿Te das cuenta? 
Soy pequeño haciéndome el valiente sin manual.
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Sólo una parte

Soy un conjunto variable de quizás, ojalás y preguntas sin respuesta, encerrado en un amasijo de carne.

Soy una nube creciendo de noche, gris como un niño en las calles cogido de la mano del hambre que no sacias. 

Un callejón sin salida, un tipo que camina, un parásito en tu mente haciéndote el amor sucio.

Soy un desagüe atascado que revienta en palabras inundándolo todo de tus silencios.

Soy un cobarde sin miedo a tenerte, con la medalla al valor de atormentarte.

La cabeza apoyada que echa de menos tu vientre mirando al cielo en las noches de semen congelado.

Soy la escalera de dudas que subes descalza, la ropa que te desnudas.

Soy una nueva entrada escrita en tu agenda con tinta de más que sexo inevitable.

Un lobo tatuado con luna llena... y tú sin balas de plata para borrarme.
martes, 3 de junio de 2014 0 comentarios

¿?

estamos
en junio
y hace frío
encima de mis sábanas,
¿en qué
mierda
de mundo
se te permite
a ti
no estar

debajo?
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No tengo sitio en el jardín

Debería dormir y no colgarme de esta luna creciente
que se dobla cada noche alrededor de tus pasos,
debería leer el cartel de no hay motivo escrito en tu espalda,
cerrar la puerta,
                      esconderme,
                                       sanar a golpes de olvido.

No debería ignorar la señal de prohibido.

Pero si lo hiciera...

si encarcelara los dedos entre párpados cerrados,
si no se me llenaran las tres de la mañana con ganas de despertarte
haciendo un copy-paste en pantalla de lo que queda de mí,
si dejase de conducirte en reserva de besos y orgasmos,
si derramase mi semen de imprenta sobre otros ojos,
si no tengo sitio en el jardín...

dime dónde iba a enterrar mi final feliz
y mi nosotros.









domingo, 1 de junio de 2014 0 comentarios

Polvo preventivo

¿Recuerdas la noche de aquel polvo preventivo? Habíamos llegado a un acuerdo de sensatez progre el segundo día. Era simple, si después de follar nos seguíamos llamando, quizá pudiéramos escribirnos un par de capítulos.

Te mentí.

Por miedo.

A enseñar las cartas, a que se me cayeran, a que te levantaras de la mesa, a inventarme un jaque mate en dos movimientos.

La verdad, la de verdad, es que ya después de la primera hora necesitaba más tus días que tus piernas. La verdad, la buena, es que me sentí mucho más avergonzado desnudándome aquella madrugada, que encendiéndote la luz de los pasillos donde tenía colgados cinco o seis pares de lágrimas.

Cuando alguien, en una de esas charlas a medianoche en las que todos esperan que seas el tipo profundo y cabrón, el ingenioso, el que se bebe la vida en una pinta de cerveza y escupiendo sobre el papel... cuando, en un alarde de filosofía de ésa que sabes que me pone enfermo, alguien me pregunta qué es la felicidad... yo les sigo contestando que la felicidad es una llamada.

La que no me devolviste.

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3VIII

capítulo primero,
una gata se asoma detrás de la pantalla,
sabe que soy un farsante
la muy puta,
sabe que miento
y me clava un ojo.
no intentes cambiarle el color del pelo,
me dice,
todos sabemos quién es,
¿y tú?

y así un día tras otro,
yo intentando esconderte en cursiva
y ella susurrándome quién eres al oído mientras duermo.


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3VII

tumbado en la cama
saboreando el opio de cuatro surcos de vinilo
para tomarte con calma.
huyendo del frío que provoca saber que existes en algún lado,
que coges el autobús y el metro,
que te vistes y te desnudas,
que a veces te duelen las piernas de subir a pelo
las cuestas de algunas dudas.

tratando de asimilar este modo de correr
para alejar la meta,
adicto al sudor de perseguirte por calles desiertas,
sofocado 
de crear historias en las te subes al ring con la soledad
de algunas noches de domingo.

con dolor de garganta de vomitar la verdad
a base de arcadas de optimismo, 
de ganarte el pulso,
de rendirte,
de tumbarte,
de tenerte a ratos entera
y a ratos partida en una habitación vacía,
de echarte de menos de mentira.

firmando en un lugar de tu mancha,
no por mucho tiempo.



 
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