Hay noches en que los sueños se acaban,
todos.
Puede que sea la cerveza, o la vida con un bisturí extirpando ventrículos, ilusiones, y toda esa mierda que a veces te hace seguir adelante. O simplemente llegas a la meta, sin más, con un par de horas de retraso.
Supongo que todos los viajes terminan con un retorno y, esta vez, el final del recorrido ya no tiene más sorbos.
Ha sido un placer desnudarse y, a ratos, digerir el dolor en una página de jugos gástricos.
Pero ahora toca bajar los brazos, ahora viene la estrofa cobarde, ahora es sólo un adiós, sin puntos suspensivos.
Cómo me jode no saber despedirme.
este acto de canibalismo histérico de los días
devorándose por gravedad,
sin rituales paganos,
ni hogueras,
ni vanidades.
esta forma de esperarte en mí menor,
de menguar al ritmo de la luna
en una hemorragia de renglones rojo agosto por la muñeca derecha...
no llevo nada bien olvidarte a la fuerza
así que he decidido,
en cónclave unipersonal de cremalleras contra el amor platónico,
que le van a dar mucho por culo a platón
y a su caverna de fracasados.
y también se me ha ocurrido,
en un acto de masoquismo creativo del que no tiene reputación,
ni ganas,
que van a ser veinte versos hasta que llegues
por cada imagen romántica de tus piernas pidiéndome entrar.
veinte líneas de esperma en tu espalda por cada segundo de vacío
que no pueda beberme en tu ombligo.
devorándose por gravedad,
sin rituales paganos,
ni hogueras,
ni vanidades.
esta forma de esperarte en mí menor,
de menguar al ritmo de la luna
en una hemorragia de renglones rojo agosto por la muñeca derecha...
no llevo nada bien olvidarte a la fuerza
así que he decidido,
en cónclave unipersonal de cremalleras contra el amor platónico,
que le van a dar mucho por culo a platón
y a su caverna de fracasados.
y también se me ha ocurrido,
en un acto de masoquismo creativo del que no tiene reputación,
ni ganas,
que van a ser veinte versos hasta que llegues
por cada imagen romántica de tus piernas pidiéndome entrar.
veinte líneas de esperma en tu espalda por cada segundo de vacío
que no pueda beberme en tu ombligo.
Por más que lo intento, no consigo recordar el día en que decidí subirme al patíbulo y practicarme la eutanasia no asistida a base de inyecciones de sinceridad sin ropa. Quizá fue aquella vez en que el escondite se convirtió en cárcel hace tantos años, cuando algunos instantes desaparecieron por incomparecencia del ahorcado. O quizá fue aquella foto de perfil mirando al mar desde un balcón en Galicia con apenas dieciséis años, aquélla que se perdió entre las páginas de un libro que no recuerdo... aquélla... en la que me vi y quise ser lo que veía, dejándome la cobardía y la vergüenza... quizá fue ella la que apretó el gatillo del revólver de fogueo en el disparo de salida.
Pero nadie nos informa en ventanilla del precio del pasaje, y yo casi siempre he estado en números rojos.
Dime si el silencio es igual que la mentira, dime que no he de callar aunque casi nadie soporte mirarle al otro en el centro de las tripas, dime que las heridas ajenas expuestas en el mercado no te alejan... las mías.
Que no debería, en un carnaval de trajes de otro, enseñarte sólo la mitad.
Quizá así pudiera olvidarme del insomnio.
Y es que ahora no sé ser de otra manera, y si recorres marcha atrás las palabras, las mías, las de voz y las de tinta, las que se me enredan borracho y las que repaso en ortografía y semántica y sudor... si las sigues, girando la memoria, me reconstruyes el alma a jirones.
Y yo quisiera ser perfecto y un poquito de magia si es lo que necesitas, pero, en realidad, ya ves, no soy más que el amasijo de hierros después de un accidente, retorcido en historias y fundido a tramos por el calor del fuego y la gasolina. He sido cobarde a ratos, y loco, y héroe, y a veces manejo una espada enorme en medio del combate y otras... otras no tengo más que un lápiz de carpintero sin afilar, que dibuja un estriptís de mi sangre en letra gorda por las noches, una mancha gris que se puede difuminar con la yema de los dedos.
Y no es suficiente.
Pero nadie nos informa en ventanilla del precio del pasaje, y yo casi siempre he estado en números rojos.
Dime si el silencio es igual que la mentira, dime que no he de callar aunque casi nadie soporte mirarle al otro en el centro de las tripas, dime que las heridas ajenas expuestas en el mercado no te alejan... las mías.
Que no debería, en un carnaval de trajes de otro, enseñarte sólo la mitad.
Quizá así pudiera olvidarme del insomnio.
Y es que ahora no sé ser de otra manera, y si recorres marcha atrás las palabras, las mías, las de voz y las de tinta, las que se me enredan borracho y las que repaso en ortografía y semántica y sudor... si las sigues, girando la memoria, me reconstruyes el alma a jirones.
Y yo quisiera ser perfecto y un poquito de magia si es lo que necesitas, pero, en realidad, ya ves, no soy más que el amasijo de hierros después de un accidente, retorcido en historias y fundido a tramos por el calor del fuego y la gasolina. He sido cobarde a ratos, y loco, y héroe, y a veces manejo una espada enorme en medio del combate y otras... otras no tengo más que un lápiz de carpintero sin afilar, que dibuja un estriptís de mi sangre en letra gorda por las noches, una mancha gris que se puede difuminar con la yema de los dedos.
Y no es suficiente.
tarde de autocópula mental a corazón abierto,
haciendo inventario,
con dos dedos en el cuello midiendo el pulso,
¿has tenido alguna?
evaluando el síndrome de abstinencia,
como si pudieras pesar la nostalgia del tacto
y medir la distancia
en centímetros de ventrículo contraído.
como si la velocidad de la sangre
calibrase la necesidad
o el olvido.
me dan miedo esas tardes
en que no sé qué escribirte y no soy un ser social si no de páginas,
porque tengo las manos ciegas
y no te veo.
pero
a veces derribas la puerta
cuando voy camino de la cocina a vendarme con cerveza,
y se activan los ojos,
y las dudas se las queda el cenicero,
y un techo de menos nos deja el cielo abierto.
y empiezas a dibujarte en papel
como si fueras de tinta.
Érase un doctor cum laude en espirales de preguntas
con tendencia al descosido,
y también un hilo deshilado de respuestas que no decir en voz alta,
y hasta una silla de ruedas para los sueños al borde de un bordillo,
y al otro lado de la acera
una fiesta de recuerdos de carne alrededor de tu ombligo.
Érase un tipo muy raro escribiendo poemas un sábado con el único objetivo
de sudarse la rabia por los poros de las teclas,
y tomar apuntes piel adentro en el pupitre del fondo de una clase magistral
de lo que es una tarde de mierda.
De mierda por el vacío,
la soledad,
y la consciencia
que a veces te da por curarme induciéndome un coma de ojos marrones,
de pelo suelto,
de un polvo de esos para quedarse.
Pero hoy no.
me jode esa pátina gris
que cubre el resto del mundo
desde que apareciste.
me jode el color de tus ojos
porque es la única parte
que no puedo desnudarte
con la yema de los dedos.
me jode tu hombro izquierdo porque,
anoche,
fue una cárcel de tacto caliente postergado y crónico,
de tesoro de carne y huesos
que masticar.
me jode este mercado ambulante
que se me lleva por delante a diario,
vendido al peso entrelíneas.
y sobre todo,
me jode que existas en otro lugar,
y yo con estas ganas de romperte
tocando
y sin tocar.
que cubre el resto del mundo
desde que apareciste.
me jode el color de tus ojos
porque es la única parte
que no puedo desnudarte
con la yema de los dedos.
me jode tu hombro izquierdo porque,
anoche,
fue una cárcel de tacto caliente postergado y crónico,
de tesoro de carne y huesos
que masticar.
me jode este mercado ambulante
que se me lleva por delante a diario,
vendido al peso entrelíneas.
y sobre todo,
me jode que existas en otro lugar,
y yo con estas ganas de romperte
tocando
y sin tocar.
necesito regalarle mi sed a los bordes de tu boca,
abandonarla
entre tus piernas de cristal,
como si fueras un vaso de cerveza helada.
que no me la devuelvas
abandonarla
entre tus piernas de cristal,
como si fueras un vaso de cerveza helada.
que no me la devuelvas
pero que no la rompas.
es el único modo de sobrevivir a esta vigilia
a la fuerza acomplejada de sueños sin sábanas,
con colchones descosiéndose en trenes,
en autobuses...
en todo lo muerto que sirve para alejarte.
necesito deshilar las telarañas de los dedos
para esconderme detrás de tus cortinas,
y beberte
a tragos largos de vagabundo.
regálame tus labios secos,
tu piel marcada,
los hospitales donde convalecen las noches que te abren las entrañas,
yo
les construyo un dormitorio para quedarse.
es el único modo de sobrevivir a esta vigilia
a la fuerza acomplejada de sueños sin sábanas,
con colchones descosiéndose en trenes,
en autobuses...
en todo lo muerto que sirve para alejarte.
necesito deshilar las telarañas de los dedos
para esconderme detrás de tus cortinas,
y beberte
a tragos largos de vagabundo.
regálame tus labios secos,
tu piel marcada,
los hospitales donde convalecen las noches que te abren las entrañas,
yo
les construyo un dormitorio para quedarse.
Y todos esos estúpidos
que nos cuentan que querer es ponerse de rodillas,
que la entrada al otro cuerpo sólo es genital,
feromonal,
y se olvidan de tu mente.
Y dicen que dos han de ser uno solo,
todo a base de caricias,
y rosas,
y cenas con velitas,
convencidos de que no necesitas ser.
Que creen que pensar en ti cada momento no sube también por la entrepierna,
sino por los corazones de tiza en la pared,
y nada más,
y no se acuerdan de follarte las esquinas imperfectas,
las sucias,
las manchadas,
las de los fantasmas que a veces me dejas ver,
y que son las que me excitan.
Todos esos idiotas
que ignoran que dejar de pensarte un instante
no es dejar de amarte con las tripas,
que se olvidan la violencia y fornican perfumado,
que se asustan
del sudor y se esconden
y lloran al primer no.
Todos los del amor dulce que se atragantan al primer trago amargo,
que imaginan tus pies ya platónicos
subiendo la escalera hacia el final,
cuando se te cae la miel,
y a mí más me gustas.
Todos los que usan vendas y tratan de curarte las heridas,
sin saber que vives ahí dentro,
que más les vale entornar una rendija y asomarse a ratos a mirar.
Que puedes sonreírme de veras
y también dejarme ver la carne abierta,
que no necesitas la amnesia.
Todos ellos deberían inmolarse
con una hoguera a sus pies
de libros de cenicienta.
A mí no te me escondas.
A ellos que les jodan.
que nos cuentan que querer es ponerse de rodillas,
que la entrada al otro cuerpo sólo es genital,
feromonal,
y se olvidan de tu mente.
Y dicen que dos han de ser uno solo,
todo a base de caricias,
y rosas,
y cenas con velitas,
convencidos de que no necesitas ser.
Que creen que pensar en ti cada momento no sube también por la entrepierna,
sino por los corazones de tiza en la pared,
y nada más,
y no se acuerdan de follarte las esquinas imperfectas,
las sucias,
las manchadas,
las de los fantasmas que a veces me dejas ver,
y que son las que me excitan.
Todos esos idiotas
que ignoran que dejar de pensarte un instante
no es dejar de amarte con las tripas,
que se olvidan la violencia y fornican perfumado,
que se asustan
del sudor y se esconden
y lloran al primer no.
Todos los del amor dulce que se atragantan al primer trago amargo,
que imaginan tus pies ya platónicos
subiendo la escalera hacia el final,
cuando se te cae la miel,
y a mí más me gustas.
Todos los que usan vendas y tratan de curarte las heridas,
sin saber que vives ahí dentro,
que más les vale entornar una rendija y asomarse a ratos a mirar.
Que puedes sonreírme de veras
y también dejarme ver la carne abierta,
que no necesitas la amnesia.
Todos ellos deberían inmolarse
con una hoguera a sus pies
de libros de cenicienta.
A mí no te me escondas.
A ellos que les jodan.
un par de cervezas para conciliar el insomnio,
por tenerte.
o para encontrar
el maldito hilo que me saque de tu laberinto.
¿qué esperabas?
se me han acabado los métodos esta noche.
sí,
lo jodido
es que me tiemblan los dedos con el alcohol
casi tanto como cuando alguien menciona tu nombre,
y ahora tengo que sujetar las letras,
ahora
mi caligrafía es de demente.
tengo celos de tu ropa,
ya ves,
dime si no estoy loco,
de tu sudor a gotas de agosto por la espalda,
de cada una de tus partes.
tengo celos de ti
por tenerte.
atrévete a arrancarme la garganta para que me calle,
usa un bisturí afilado con distancia,
hazme sangre,
desentiérrate de mí y escapa,
déjame dormir,
vivir,
follar.
si no quieres hacerlo
ahógame el aliento con tu boca,
te cambio por dos versos de bragueta
el sabor de tu sexo rasurado.
el sabor de tu sexo rasurado.
no practico el deseo cobarde,
si quieres estar
respírame dentro.
Ahora lo sé,
es la misma necesidad la que mueve mis dedos cuando escriben
que la que les lleva a buscar tu piel cuando estás cerca.
Es ese mismo impulso de colgarse de una hebra de tiempo,
de ser eterno,
de quedarse,
el que me ata a las palabras y a ti.
Y os une y os mezcla en un ataque de vanidad,
os desfigura y os reconstruye,
y disimula mi temblor de piernas cruzando el cañón sobre la cuerda,
con los brazos en cruz,
sin red,
con el vértigo crónico de tenerte a escondidas sobre el papel.
Y es ese ataque de egoísmo a arcadas el que detiene la guerra,
levantando actas a pie de frente,
redactando un listado de bajas con el mismo nombre,
desnudándote desnuda ya.
Son estos dedos que te quitan la ropa
los que suspenden los quince asaltos de mí contra el espejo
cada velada,
los que firman la tregua con las preguntas
justo antes de follarte.
No puedo decir que me arrepienta.
crema de masajes sabor frambuesa en la cocina
por si la vida,
cuatro paredes encaladas de resaca contra el suelo
y
por supuesto,
mucho más.
un par de latigazos,
claro,
entre la espalda y el pecho,
fieles a la cita,
y
desde luego,
un cincel de instantes golpeando en la memoria
y en el pelo,
y en los vasos,
y en las tripas,
y algo más...
esa forma de no marcharse
que se te sube a hombros
cuando te nacen raíces entre los dedos al caminar.
y dos besos a la tierra,
y encantado,
y seguiré tu rastro hasta el final.
y mientras tanto el olvido
bien jodido
en su rincón.
por si la vida,
cuatro paredes encaladas de resaca contra el suelo
y
por supuesto,
mucho más.
un par de latigazos,
claro,
entre la espalda y el pecho,
fieles a la cita,
y
desde luego,
un cincel de instantes golpeando en la memoria
y en el pelo,
y en los vasos,
y en las tripas,
y algo más...
esa forma de no marcharse
que se te sube a hombros
cuando te nacen raíces entre los dedos al caminar.
y dos besos a la tierra,
y encantado,
y seguiré tu rastro hasta el final.
y mientras tanto el olvido
bien jodido
en su rincón.
las muñecas abiertas
de par en par
con los restos del espejo,
que se joda la mala suerte.
las ramas desnudas,
las hojas
pudriéndose en el suelo del jardín junto a tu ropa
sin bailes de disfraces.
la verdad
colgando de los pezones como un péndulo
de miedos inconfesables.
nuestras bocas como instrumento
de par en par
con los restos del espejo,
que se joda la mala suerte.
las ramas desnudas,
las hojas
pudriéndose en el suelo del jardín junto a tu ropa
sin bailes de disfraces.
la verdad
colgando de los pezones como un péndulo
de miedos inconfesables.
nuestras bocas como instrumento
de penitencia,
y oración,
y absolución,
y condena.
las puertas entornadas
desquiciadas a golpes de pupila,
de segundos y seguido,
de palabras vivas a través de las gargantas
bebiendo saliva,
y no muertas boca arriba
en el papel.
el pasado conservado
y oración,
y absolución,
y condena.
las puertas entornadas
desquiciadas a golpes de pupila,
de segundos y seguido,
de palabras vivas a través de las gargantas
bebiendo saliva,
y no muertas boca arriba
en el papel.
el pasado conservado
en el depósito de cadáveres,
la sinceridad a puñaladas,
rompiendo los huesos,
si hace falta.
resumiendo...
Tú,
sin cuerpo.
la sinceridad a puñaladas,
rompiendo los huesos,
si hace falta.
resumiendo...
Tú,
sin cuerpo.
Y mis pies regresando de la muerte a través de las aceras, apoyados ahora sobre el brazo del sofá al extremo sur de un par de piernas exhaustas, unidos a ellas por tobillos agotados de articular huellas, o de perseguirlas. Mis piernas son demasiado delgadas, es uno de mis complejos, igual que los dedos de mis manos o la forma de mi cabeza. Ya lo ves, qué podría ofrecer un tipo acomplejado excepto miradas furtivas a los espejos, liberadas de narcisismo, eso sí, pero esclavas de reafirmación en la duda eterna acerca de lo que podría encontrar alguien de atractivo en este físico.
He caminado por la ciudad, mitad cargado de huída mitad de búsqueda. En general odio los tumultos, toda esa masa de carne que se mueve como un animal viscoso de cuerpo gigantesco, que lo inunda todo de su murmullo, que te aparta con el hombro si no le dejas pasar y extiende sus tentáculos por las calles y avenidas del centro. Me gustaría despertar un día como en aquella película de Amenábar, y ver que todos han desaparecido. No todos, claro, me quedo contigo. Imagina recorrer Madrid como un plató abandonado, como si el rodaje se hubiese tomado un descanso para la comida en lugar de digerirnos a nosotros.
Pero hoy era diferente, no me preguntes por qué. Cuando me he despertado no he visto tu nombre en la pared sino una niebla de soledad húmeda, como el sudor de mi espalda en este verano de calor absurdo, el que me empapa las sábanas sin recurrir al sexo ni al corazón en desbandada, como cuando tú estabas. Y esa soledad espesa me ha empañado el espejo del baño y he tenido que salir. Y en lugar de buscar los rincones que tú conoces, y volver a ocultarme a la sombra que no atraviesan los ojos de los demás, como por instinto, he buscado la compañía de desconocidos, he intentado seguir su ritmo, caminar sin ver, con las cuencas vacías de escenario.
Partía con ventaja, lo sé, me he dejado en la maleta del armario el miedo a cruzarme contigo, algo nos tenía que dar a cambio la distancia, ¿no crees? Y lo que ha ocurrido es que por un instante he dejado de odiarles, en lugar de vestirles de cuerpos sin alma, de seres inanimados que corretean a orillas del asfalto, que son devorados por las bocas abiertas del metro, o escupidos, como un bocado de sabor amargo... en lugar de eso, he sentido pena por ellos. Lo siento, ya hace tiempo que dejé los años de presumir de misántropo, pero no he abandonado nunca la sinceridad. Me han dado lástima, con sus corbatas a cuarenta grados, sus gafas de sol, sus bolsos cargados de tampones envueltos en color, sus negocios de esquina, sus tarjetas de parking... sus shorts dejándome ver la piel que tapiza el final de sus nalgas, sus ombligos... como si pudieran compararse a ti tumbada en la playa, o a la tela de tus bragas al levantarte el vestido nada más llegar a mi casa.
Modelos a escala de aprendiz de escultor, modelados de arcilla que se deforma con la primera lluvia, que se resquebraja al sol. A ninguna de ellas le quedan tan bien los vaqueros, a ninguno de ellos le han recortado a medida el echarte de menos.
Luego he vuelto a ser yo, pero un poco más cansado. Y he regresado con la firme intención de echar a patadas ese vapor terco, de abrir las ventanas, pasar el aspirador y llevarme al fin los restos de tu pelo que no he querido apartar del sillón, las cenizas de las páginas quemadas...
Lo que no he podido, sabes que nunca lo hago contigo, es arrancar los capítulos en blanco.
He caminado por la ciudad, mitad cargado de huída mitad de búsqueda. En general odio los tumultos, toda esa masa de carne que se mueve como un animal viscoso de cuerpo gigantesco, que lo inunda todo de su murmullo, que te aparta con el hombro si no le dejas pasar y extiende sus tentáculos por las calles y avenidas del centro. Me gustaría despertar un día como en aquella película de Amenábar, y ver que todos han desaparecido. No todos, claro, me quedo contigo. Imagina recorrer Madrid como un plató abandonado, como si el rodaje se hubiese tomado un descanso para la comida en lugar de digerirnos a nosotros.
Pero hoy era diferente, no me preguntes por qué. Cuando me he despertado no he visto tu nombre en la pared sino una niebla de soledad húmeda, como el sudor de mi espalda en este verano de calor absurdo, el que me empapa las sábanas sin recurrir al sexo ni al corazón en desbandada, como cuando tú estabas. Y esa soledad espesa me ha empañado el espejo del baño y he tenido que salir. Y en lugar de buscar los rincones que tú conoces, y volver a ocultarme a la sombra que no atraviesan los ojos de los demás, como por instinto, he buscado la compañía de desconocidos, he intentado seguir su ritmo, caminar sin ver, con las cuencas vacías de escenario.
Partía con ventaja, lo sé, me he dejado en la maleta del armario el miedo a cruzarme contigo, algo nos tenía que dar a cambio la distancia, ¿no crees? Y lo que ha ocurrido es que por un instante he dejado de odiarles, en lugar de vestirles de cuerpos sin alma, de seres inanimados que corretean a orillas del asfalto, que son devorados por las bocas abiertas del metro, o escupidos, como un bocado de sabor amargo... en lugar de eso, he sentido pena por ellos. Lo siento, ya hace tiempo que dejé los años de presumir de misántropo, pero no he abandonado nunca la sinceridad. Me han dado lástima, con sus corbatas a cuarenta grados, sus gafas de sol, sus bolsos cargados de tampones envueltos en color, sus negocios de esquina, sus tarjetas de parking... sus shorts dejándome ver la piel que tapiza el final de sus nalgas, sus ombligos... como si pudieran compararse a ti tumbada en la playa, o a la tela de tus bragas al levantarte el vestido nada más llegar a mi casa.
Modelos a escala de aprendiz de escultor, modelados de arcilla que se deforma con la primera lluvia, que se resquebraja al sol. A ninguna de ellas le quedan tan bien los vaqueros, a ninguno de ellos le han recortado a medida el echarte de menos.
Luego he vuelto a ser yo, pero un poco más cansado. Y he regresado con la firme intención de echar a patadas ese vapor terco, de abrir las ventanas, pasar el aspirador y llevarme al fin los restos de tu pelo que no he querido apartar del sillón, las cenizas de las páginas quemadas...
Lo que no he podido, sabes que nunca lo hago contigo, es arrancar los capítulos en blanco.
trato de leer un libro
en el que uno de los personajes
lleva tu nombre
y acabo tumbado durante horas
viendo capítulos repetidos
de una serie que caducó hace cien,
me quedo dormido
con él cerrado sobre el pecho.
y esta jodida tarde gris
ni siquiera empieza a llover.
me encanta su tacto,
me pregunto si tus páginas
son tan suaves como su piel,
si cuando te abres y me miras a los ojos
hueles a papel de novela.
son poco más de doscientas caras escritas,
doscientos diecinueve intentos.
en el que uno de los personajes
lleva tu nombre
y acabo tumbado durante horas
viendo capítulos repetidos
de una serie que caducó hace cien,
me quedo dormido
con él cerrado sobre el pecho.
y esta jodida tarde gris
ni siquiera empieza a llover.
me encanta su tacto,
me pregunto si tus páginas
son tan suaves como su piel,
si cuando te abres y me miras a los ojos
hueles a papel de novela.
son poco más de doscientas caras escritas,
doscientos diecinueve intentos.
Sentado en mitad de la mañana esperando que se posen las cenizas. Nos mienten, nos hablan de historias ocurridas no sé cuándo, no sé dónde, las escuchamos con un cigarrillo entre los dedos, con una cerveza tirada por la credulidad, pero nos sacan las espinas de todos los arbustos que cierran los caminos. No existen esos seres mitológicos, ni el amor de folletín sino el de sangre, la felicidad se vende en papelinas de medio gramo en la esquina de alguna entrepierna... ¿verdad? Y tienes que arar la tierra que cubre su cuerpo para sembrarte y crecer, y calcular con un dedo empapado en saliva de dónde viene el viento... Siempre improvisando... ¿verdad?
Preguntas... siempre las mismas. Cuando las calles muerden es mejor quedarse en casa, ¿o no? Quizá no. Lo mejor es echarle valor, o huevos... quizá. La mente no deja de girar y mis pensamientos son enfermos vagando por los pasillos del psiquiátrico, cada uno en su universo personal, algunos babean, otros gritan, uno de ellos lleva entre los brazos la cabeza decapitada de uno de esos unicornios, sin su cuerno, arrancado, gotea sangre por la boca y le tiñe la ropa, porque todos van de blanco. El muy cabrón me quiere asesinar los cuentos de hadas a base de descuartizar sus personajes y pasearlos desmembrados por los pasillos. Es un enfermo. Soy yo.
No me rindo. Me levanto al baño y tiro de la cadena sin usarlo, un ritual cualquiera, allá van, todos ellos, braceando desesperados en ese remolino de agua aromatizada por las pastillas azules pegadas en las paredes, directos a las cañerías, a pudrirse antes de que las ratas los devoren. Lo siento chicos, necesito paz, hoy sí. Me pregunto si dentro de tu mente también existirán pacientes amotinados esta mañana y siento la urgencia de follarte, así, con tu espalda contra esta pared marrón oscuro. Hacértelo desde dentro, desnudarte de verdad para tenerte. ¿Has llorado alguna vez durante un polvo? No por dolor, ni por placer, ni por duda... sólo por vida, porque todas las heridas abiertas supuren a la vez, y las cicatrices se hinchen y sean más rosadas y su piel más débil, sin que el dolor duela sino que alimente... Yo no.
Necesito hacértelo así hoy, es el único modo, la única dosis que nos aliviará de los falsos profetas que te devoran en el metro, en el autobús, de todos esos pares de ojos que odio.
La única forma de detener el miedo.
Por un instante.
Preguntas... siempre las mismas. Cuando las calles muerden es mejor quedarse en casa, ¿o no? Quizá no. Lo mejor es echarle valor, o huevos... quizá. La mente no deja de girar y mis pensamientos son enfermos vagando por los pasillos del psiquiátrico, cada uno en su universo personal, algunos babean, otros gritan, uno de ellos lleva entre los brazos la cabeza decapitada de uno de esos unicornios, sin su cuerno, arrancado, gotea sangre por la boca y le tiñe la ropa, porque todos van de blanco. El muy cabrón me quiere asesinar los cuentos de hadas a base de descuartizar sus personajes y pasearlos desmembrados por los pasillos. Es un enfermo. Soy yo.
No me rindo. Me levanto al baño y tiro de la cadena sin usarlo, un ritual cualquiera, allá van, todos ellos, braceando desesperados en ese remolino de agua aromatizada por las pastillas azules pegadas en las paredes, directos a las cañerías, a pudrirse antes de que las ratas los devoren. Lo siento chicos, necesito paz, hoy sí. Me pregunto si dentro de tu mente también existirán pacientes amotinados esta mañana y siento la urgencia de follarte, así, con tu espalda contra esta pared marrón oscuro. Hacértelo desde dentro, desnudarte de verdad para tenerte. ¿Has llorado alguna vez durante un polvo? No por dolor, ni por placer, ni por duda... sólo por vida, porque todas las heridas abiertas supuren a la vez, y las cicatrices se hinchen y sean más rosadas y su piel más débil, sin que el dolor duela sino que alimente... Yo no.
Necesito hacértelo así hoy, es el único modo, la única dosis que nos aliviará de los falsos profetas que te devoran en el metro, en el autobús, de todos esos pares de ojos que odio.
La única forma de detener el miedo.
Por un instante.
Siempre le fascinó la quietud de la ciudad en las tardes de verano. Era un animal vencido por la pereza, suspendiendo los latidos hasta reducir la circulación a un puñado de coches, casi inaudibles, que se movían a través del calor seco de Madrid como si atravesaran una niebla espesa y transparente. Durante esos días las calles olvidaban su paranoia para quedarse dormidas.
Era entonces cuando los árboles daban más sombra en los bancos de los parques, cuando todo parecía detenerse a la espera del regreso de los fugitivos, cuando estaba a su merced. Caminar entre edificios abandonados le hacía sentir como el último superviviente, apreciaba el más mínimo detalle oculto, desde poco antes del otoño, dentro de ese embudo de locura colectiva en busca del tiempo perdido. Perdón Proust. Era entonces cuando la ciudad le enseñaba la soledad que se ocultaba el resto del año entre pasos apresurados, disimulando, como si millones de personas en las aceras le hubiesen rodeado con la ilusión de la compañía.
Una de aquellas tardes, mientras bebía a tragos largos de alivio una jarra congelada de cerveza en una de las terrazas vacías de Santa Ana, se preguntó de dónde le nacía la adoración por esta especie de desierto gris cubierto de asfalto, por los andenes vacíos, por el olor a pasillo de metro abandonado. Recordó de dónde venía, dónde había aprendido que las tardes de agosto abrasaban los pies del centro de este país, a medio camino de la nada, tan alejado del mar como de la Luna. Recordó su pueblo de color amarillo, en el que la vida se vivía antes de mediodía y después sólo quedaba la letanía repetida de las chicharras. Recordó el hastío del prohibido salir, del cerrado por vacaciones hasta el uno de septiembre, del silencio entre los libros para escapar. Se había acostumbrado a detener los minutos a cuarenta grados, igual que esos buceadores a pulmón capaces de ralentizar el corazón antes de sumergirse. Se había convertido en un ciclo vital necesario de inmovilidad.
Quizá fuera eso. Madrid atestado, hirviendo, hubiese sido un insulto, una agresión directa al mentón de su pasado. El mismo pasado del que había tenido que alejarse, cansado de las emboscadas que le tendían todos esos lugares en los que te aparecías, esos en los que aún, si se fijaba, te podía ver sentada esperando tu caña, o inclinada sobre un libro, o caminando bajo la sombra de algún castaño mientras te girabas sonriendo porque él era demasiado lento, siempre mirando hacia arriba.
Sí, todo se reducía a eso, a la huída sin querer soltar el hilo del todo.
La distancia geográfica como bote salvavidas, como dedos presionando las heridas abiertas por tu sombra en los rincones. El miedo a encontrarte sin que estuvieras, a la terca persistencia de tus huellas.
Una jarra vacía, otra más... Sí, le fascinaba la ausencia de la ciudad en las tardes de verano.
Era entonces cuando los árboles daban más sombra en los bancos de los parques, cuando todo parecía detenerse a la espera del regreso de los fugitivos, cuando estaba a su merced. Caminar entre edificios abandonados le hacía sentir como el último superviviente, apreciaba el más mínimo detalle oculto, desde poco antes del otoño, dentro de ese embudo de locura colectiva en busca del tiempo perdido. Perdón Proust. Era entonces cuando la ciudad le enseñaba la soledad que se ocultaba el resto del año entre pasos apresurados, disimulando, como si millones de personas en las aceras le hubiesen rodeado con la ilusión de la compañía.
Una de aquellas tardes, mientras bebía a tragos largos de alivio una jarra congelada de cerveza en una de las terrazas vacías de Santa Ana, se preguntó de dónde le nacía la adoración por esta especie de desierto gris cubierto de asfalto, por los andenes vacíos, por el olor a pasillo de metro abandonado. Recordó de dónde venía, dónde había aprendido que las tardes de agosto abrasaban los pies del centro de este país, a medio camino de la nada, tan alejado del mar como de la Luna. Recordó su pueblo de color amarillo, en el que la vida se vivía antes de mediodía y después sólo quedaba la letanía repetida de las chicharras. Recordó el hastío del prohibido salir, del cerrado por vacaciones hasta el uno de septiembre, del silencio entre los libros para escapar. Se había acostumbrado a detener los minutos a cuarenta grados, igual que esos buceadores a pulmón capaces de ralentizar el corazón antes de sumergirse. Se había convertido en un ciclo vital necesario de inmovilidad.
Quizá fuera eso. Madrid atestado, hirviendo, hubiese sido un insulto, una agresión directa al mentón de su pasado. El mismo pasado del que había tenido que alejarse, cansado de las emboscadas que le tendían todos esos lugares en los que te aparecías, esos en los que aún, si se fijaba, te podía ver sentada esperando tu caña, o inclinada sobre un libro, o caminando bajo la sombra de algún castaño mientras te girabas sonriendo porque él era demasiado lento, siempre mirando hacia arriba.
Sí, todo se reducía a eso, a la huída sin querer soltar el hilo del todo.
La distancia geográfica como bote salvavidas, como dedos presionando las heridas abiertas por tu sombra en los rincones. El miedo a encontrarte sin que estuvieras, a la terca persistencia de tus huellas.
Una jarra vacía, otra más... Sí, le fascinaba la ausencia de la ciudad en las tardes de verano.
mordiscos de soledad despierta,
colmillos llegando al hueso,
farolas sin luz como sastres de la oscuridad
y del silencio de las aceras.
sí,
esta noche me salen las metáforas,
pero convalecientes,
enfermas...
sin ojos.
voy a dejarlas morirse hasta nueva orden,
que se pudran en sus nichos infestados de gusanos,
que las mastiquen,
que ya no sean más.
nunca.
por ahora.
asesinaré los textos que no se acuerden de tu sexo rasurado,
de tu boca,
tus caderas,
los que no me sirvan más que de cama vacía
y no pueda usar para follarte
a hemorragias de adjetivos y respuestas.
las tres de la madrugada,
y ya no dudo entre necesitarte y avanzar hacia la guerra,
o poder dormir.
sigo maquillándome las ojeras.
colmillos llegando al hueso,
farolas sin luz como sastres de la oscuridad
y del silencio de las aceras.
sí,
esta noche me salen las metáforas,
pero convalecientes,
enfermas...
sin ojos.
voy a dejarlas morirse hasta nueva orden,
que se pudran en sus nichos infestados de gusanos,
que las mastiquen,
que ya no sean más.
nunca.
por ahora.
asesinaré los textos que no se acuerden de tu sexo rasurado,
de tu boca,
tus caderas,
los que no me sirvan más que de cama vacía
y no pueda usar para follarte
a hemorragias de adjetivos y respuestas.
las tres de la madrugada,
y ya no dudo entre necesitarte y avanzar hacia la guerra,
o poder dormir.
sigo maquillándome las ojeras.
Lo peor no es la sensación de tener la carne expuesta, de que un soplo cualquiera de aire saliendo de su boca pueda doler, y duela. Ya me he acostumbrado al dolor. Lo peor es la impotencia al mirarse al espejo, y ese aroma ligero a todo o nada que sale de la cocina. Lo peor son tus cartas sobre la mesa, y el humo que flota en la habitación cuando todos se han marchado, cuando ha terminado la partida y te has quedado desnudo... las ganas de que no sea verdad... de seguir jugando.
Lo peor es tu reflejo sabiendo que no eres suficiente, es la certeza de lo que no puedes ofrecer y de lo que estás dispuesto a pagar.
Por eso siempre acabo vagando sobre calles vacías cargado de monedas, buscando un vendedor de historias sin tragedia general, con algún abrazo y polvos bajo la luna, y ropa encima de la mesilla y un hueco en los cajones para la cobardía, y, de vez en cuando, un te necesito descalzo.
Y sin embargo no las puedo comprar, ninguna me vale si no puedo dormirme sobre tu ombligo.
Lo peor es tu reflejo sabiendo que no eres suficiente, es la certeza de lo que no puedes ofrecer y de lo que estás dispuesto a pagar.
Por eso siempre acabo vagando sobre calles vacías cargado de monedas, buscando un vendedor de historias sin tragedia general, con algún abrazo y polvos bajo la luna, y ropa encima de la mesilla y un hueco en los cajones para la cobardía, y, de vez en cuando, un te necesito descalzo.
Y sin embargo no las puedo comprar, ninguna me vale si no puedo dormirme sobre tu ombligo.
A veces simplemente lloras, por nada, o por todo, ¿quién sabe? Quiero decir sin un solo motivo pero con toda la razón. Te tumbas mirando el armario del fondo de la habitación y todo está en silencio. Y mientras otros duermen tú no respiras oxígeno sino pena y, claro, no puedes dejar de respirar, y cada trago de aire es un poco más pesado, y por algún sitio se te tiene que escapar, que no sabe estar encerrado.
Así que salen en silencio y de la mano, como buenos compañeros de parvulario, una tarde en la que vuelves a ponerte el pañal. Todos están ahí, los sueños rotos, las canciones, aquellos perros que se marcharon mientras los sujetabas, como si pudieras robarles el miedo, una lata de coca-cola, los poemas...
Se turnan para salir.
Un balón de reglamento blanco y rojo, un ajedrez de piezas de madera y un tablero cubierto de cristal. La persona que te enseñó a jugar y a hacer trampas, y aquel viaje y aquella niebla, y el tequila, y las bragas que llegaste a bajar, charlando con las que nunca se desnudaron las noches del piso de Alonso Cano.
Quieres parar pero no puedes.
Te levantas al baño y metes la cabeza en agua fría como si necesitaras despertar, y en el espejo está tu primer paciente que ya no tiene cara, y una noche en vela que nunca se te ha olvidado. En las manos tienes letras y halagos, y por más que te enjabonas no se marchan, son gusanos entre los dedos, los sacudes... y luego les dejas en paz.
Cuando vuelves a tumbarte se acuestan contigo todos esos que siempre están, y tú sin dejar de defraudarlos. Y los que tuvieron la decencia de marcharse, o la ocurrencia de morirse un día, así, sin darte tiempo a pensar, llevándosete pedazos. Tienes heridas en los brazos y en los hombros que susurran historias, y tatuajes, y lunares que no son tantos si no es ella la que los cuenta, y venas hinchadas de latir. Y un techo blanco con esquinas, y barro en el jardín y hielo cubriendo las aceras que te llevaban al colegio... y está aquí, en pleno julio.
Y también hay vacíos y mañanas y el mes que viene, quirófanos, barcos, carreteras...
Y tú sin saber quién eres con todas las piezas del puzzle supurando.
Así que salen en silencio y de la mano, como buenos compañeros de parvulario, una tarde en la que vuelves a ponerte el pañal. Todos están ahí, los sueños rotos, las canciones, aquellos perros que se marcharon mientras los sujetabas, como si pudieras robarles el miedo, una lata de coca-cola, los poemas...
Se turnan para salir.
Un balón de reglamento blanco y rojo, un ajedrez de piezas de madera y un tablero cubierto de cristal. La persona que te enseñó a jugar y a hacer trampas, y aquel viaje y aquella niebla, y el tequila, y las bragas que llegaste a bajar, charlando con las que nunca se desnudaron las noches del piso de Alonso Cano.
Quieres parar pero no puedes.
Te levantas al baño y metes la cabeza en agua fría como si necesitaras despertar, y en el espejo está tu primer paciente que ya no tiene cara, y una noche en vela que nunca se te ha olvidado. En las manos tienes letras y halagos, y por más que te enjabonas no se marchan, son gusanos entre los dedos, los sacudes... y luego les dejas en paz.
Cuando vuelves a tumbarte se acuestan contigo todos esos que siempre están, y tú sin dejar de defraudarlos. Y los que tuvieron la decencia de marcharse, o la ocurrencia de morirse un día, así, sin darte tiempo a pensar, llevándosete pedazos. Tienes heridas en los brazos y en los hombros que susurran historias, y tatuajes, y lunares que no son tantos si no es ella la que los cuenta, y venas hinchadas de latir. Y un techo blanco con esquinas, y barro en el jardín y hielo cubriendo las aceras que te llevaban al colegio... y está aquí, en pleno julio.
Y también hay vacíos y mañanas y el mes que viene, quirófanos, barcos, carreteras...
Y tú sin saber quién eres con todas las piezas del puzzle supurando.
No recuerdo el sueño, pero cuando he despertado ya había amanecido y yo buscaba a tientas tu cuerpo al otro lado del colchón. He tardado un poco en reconocer el vacío, las sábanas azul marino, el teléfono colgado sobre la mesilla, como uno de esos guardianes inmóviles de edificios oficiales, impidiéndome el paso hacia tu voz. Supongo que, a medida que iba despertando, las imágenes se deshacían mientras el resto del mundo, el de detrás de las cortinas, me rompía la cara.
He decidido hacer huelga de hambre hasta las tres mirando al techo, saboreando la adicción a las preguntas sin respuesta que nos seguimos haciendo... ambos... tú y yo. Ésas que dejamos para mañana por si nos rompemos, como si romperse de vez en cuando no formase parte del juego, como si realmente disfrutásemos del limbo de escala de grises en el que nos movemos, y no nos estuviese destruyendo. No enteros, claro, pero sí la historia y el tintero, el que se me vacía de tinta escribiéndote poemas de madrugada, sentado dentro del coche en las cuatro pulgadas del teléfono, en lugar de dibujándote callejones sobre la espalda con la yema de los dedos.
Hemos reinventado la dilatación del comienzo, gastamos el lenguaje en mensajes en una botella de una sola dirección, y ya no sé cuál de los dos es más náufrago, si el que vaga por islas desiertas sin tener ni puta idea de navegación, o la adicta a recibir notas de socorro sin responder pidiendo las coordenadas.
Me gustaría saber qué coño estamos haciendo, si es posible, antes de la hora de comer. De quién escondes realmente esa costumbre tuya de buscarme, y la de buscarte entre las líneas en lugar de mirarme el título a los ojos. A qué achacas tu miedo si no es a la verdad... si seguiré aquí, cuando llegues a responderte, o me habré mudado a otras bocas, a otras piernas, a otros pies.
He decidido hacer huelga de hambre hasta las tres mirando al techo, saboreando la adicción a las preguntas sin respuesta que nos seguimos haciendo... ambos... tú y yo. Ésas que dejamos para mañana por si nos rompemos, como si romperse de vez en cuando no formase parte del juego, como si realmente disfrutásemos del limbo de escala de grises en el que nos movemos, y no nos estuviese destruyendo. No enteros, claro, pero sí la historia y el tintero, el que se me vacía de tinta escribiéndote poemas de madrugada, sentado dentro del coche en las cuatro pulgadas del teléfono, en lugar de dibujándote callejones sobre la espalda con la yema de los dedos.
Hemos reinventado la dilatación del comienzo, gastamos el lenguaje en mensajes en una botella de una sola dirección, y ya no sé cuál de los dos es más náufrago, si el que vaga por islas desiertas sin tener ni puta idea de navegación, o la adicta a recibir notas de socorro sin responder pidiendo las coordenadas.
Me gustaría saber qué coño estamos haciendo, si es posible, antes de la hora de comer. De quién escondes realmente esa costumbre tuya de buscarme, y la de buscarte entre las líneas en lugar de mirarme el título a los ojos. A qué achacas tu miedo si no es a la verdad... si seguiré aquí, cuando llegues a responderte, o me habré mudado a otras bocas, a otras piernas, a otros pies.
Puede que al final acabe hablándote de la luna,
lo sé,
la habrás visto,
la he usado de faro en pausa para llegar a casa.
Puede que sea después,
cuando ya no encuentre el modo de arrancarme las ganas.
Pero ahora que me miro las manos sin reconocerlas,
que se me ha olvidado
la razón por la que no te tocan,
que se detienen sobre el papel sin saber cómo no hacerlo
y son gatos callejeros rebuscando en la basura
de las palabras usadas...
ahora
lo único que intento es detener la hemorragia.
Y estoy cansado.
Le pongo presas a la sangre,
lo prometo,
pero es que en cada pulso se me llenan,
y si no abro las compuertas me inundo,
y peso,
y me quedo inmóvil,
y si no bato las alas voy perdiendo altura.
Y sólo puedo verte desde aquí arriba.
Así que lo tiño todo de rojo hasta que ya no me quedan fuerzas
y después
me tumbo en la cama pálido,
esperándote.
Y en todas las habitaciones en las que no te encuentras
me muevo como un enfermo,
y en las aceras,
y en los vagones.
Vivo entre cuatro márgenes, y lo demás
es un decorado de función de fin de curso,
personajes secundarios.
Me jode que no estés mirando la luna conmigo esta noche,
es como una medalla de plata,
como si esta vez
hubiese ganado el segundo.
lo sé,
la habrás visto,
la he usado de faro en pausa para llegar a casa.
Puede que sea después,
cuando ya no encuentre el modo de arrancarme las ganas.
Pero ahora que me miro las manos sin reconocerlas,
que se me ha olvidado
la razón por la que no te tocan,
que se detienen sobre el papel sin saber cómo no hacerlo
y son gatos callejeros rebuscando en la basura
de las palabras usadas...
ahora
lo único que intento es detener la hemorragia.
Y estoy cansado.
Le pongo presas a la sangre,
lo prometo,
pero es que en cada pulso se me llenan,
y si no abro las compuertas me inundo,
y peso,
y me quedo inmóvil,
y si no bato las alas voy perdiendo altura.
Y sólo puedo verte desde aquí arriba.
Así que lo tiño todo de rojo hasta que ya no me quedan fuerzas
y después
me tumbo en la cama pálido,
esperándote.
Y en todas las habitaciones en las que no te encuentras
me muevo como un enfermo,
y en las aceras,
y en los vagones.
Vivo entre cuatro márgenes, y lo demás
es un decorado de función de fin de curso,
personajes secundarios.
Me jode que no estés mirando la luna conmigo esta noche,
es como una medalla de plata,
como si esta vez
hubiese ganado el segundo.
Aparcado,
casi las dos,
repasando poemas antiguos,
sin rima y con toda la razón.
En la radio del coche hablan de fenómenos extraños,
de abducciones,
de terror,
y yo releyéndome con la ciudad a mis pies,
en medio de la casi nada,
queriendo imaginar que al menos una frase,
una letra,
te ha tocado los cojones,
que al menos llevas algún moratón.
con lo que me ha costado
quedarme dormido,
bajarme del tobogán
de preguntas a la almohada,
apagarme sin narcóticos...
llegan las seis de la mañana
y me despiertas
contándome un sueño al oído,
y me invento un nuevo parque
de atracciones,
inauguro el concepto
de estar insomne dos veces
la misma noche.
esta puta sensibilidad a los hilos
espirituales,
a las huellas
pornomentales,
acabará necesitando medicación
o reducir la distancia a cero.
intento imaginar tu firma
en la segunda receta.
quedarme dormido,
bajarme del tobogán
de preguntas a la almohada,
apagarme sin narcóticos...
llegan las seis de la mañana
y me despiertas
contándome un sueño al oído,
y me invento un nuevo parque
de atracciones,
inauguro el concepto
de estar insomne dos veces
la misma noche.
esta puta sensibilidad a los hilos
espirituales,
a las huellas
pornomentales,
acabará necesitando medicación
o reducir la distancia a cero.
intento imaginar tu firma
en la segunda receta.
todas esas advertencias
de peligro
iluminándose en tus pupilas,
los consejos de huída
antes de la ejecución,
los escudos
en el trastero
oxidándose por vocación de mártir
o de héroe,
la prórroga del desahucio
concedida en última instancia
con alegato a tus piernas,
los arañazos de mi estómago
por la otra cara de la piel,
el miedo,
y esa gata
de color gris tu ausencia
desde que conoce tu olor
y me pregunta.
de peligro
iluminándose en tus pupilas,
los consejos de huída
antes de la ejecución,
los escudos
en el trastero
oxidándose por vocación de mártir
o de héroe,
la prórroga del desahucio
concedida en última instancia
con alegato a tus piernas,
los arañazos de mi estómago
por la otra cara de la piel,
el miedo,
y esa gata
de color gris tu ausencia
desde que conoce tu olor
y me pregunta.
Entrar en maldita caída libre
porque una luna enorme no te deja dormir llenándote de luz la ventana,
apoyar la espalda en la almohada,
encender un cigarrillo dentro de una habitación casi espectral.
El sueño está afuera,
y no dentro de esta mente incapaz de fundirse en negro esta noche.
Está afuera,
junto a todas esas farolas apagadas de la calle,
junto a todas esas personas
que beben,
follan,
duermen,
a la misma hora en que no puedo cerrar los ojos
sin escribir tu nombre en la oscuridad.
Debería respirar,
contar los latidos,
como todos esos gurús de la relajación
que en su puta vida han querido a alguien fuera de sí mismos,
que se desprenden de la realidad y del hambre,
hacia el infinito.
Que no conocen el camino
que lleva hasta el color de tu pelo entre los dedos.
Que les jodan,
no necesito guías,
podría tomar el próximo desvío,
dejar de apartar los otros cuerpos de mi cama,
hundirme
en ellos
sin recordar que no son tú,
en un ajuste de cuentas hacia esta ausencia repetida.
Descolgar el teléfono que insiste en polvos baratos,
en sexo
de catálogo en blanco y negro,
en física
sin química ni caricias.
Olvidarme de la convalecencia.
Dejar de parir con dolor.
porque una luna enorme no te deja dormir llenándote de luz la ventana,
apoyar la espalda en la almohada,
encender un cigarrillo dentro de una habitación casi espectral.
El sueño está afuera,
y no dentro de esta mente incapaz de fundirse en negro esta noche.
Está afuera,
junto a todas esas farolas apagadas de la calle,
junto a todas esas personas
que beben,
follan,
duermen,
a la misma hora en que no puedo cerrar los ojos
sin escribir tu nombre en la oscuridad.
Debería respirar,
contar los latidos,
como todos esos gurús de la relajación
que en su puta vida han querido a alguien fuera de sí mismos,
que se desprenden de la realidad y del hambre,
hacia el infinito.
Que no conocen el camino
que lleva hasta el color de tu pelo entre los dedos.
Que les jodan,
no necesito guías,
podría tomar el próximo desvío,
dejar de apartar los otros cuerpos de mi cama,
hundirme
en ellos
sin recordar que no son tú,
en un ajuste de cuentas hacia esta ausencia repetida.
Descolgar el teléfono que insiste en polvos baratos,
en sexo
de catálogo en blanco y negro,
en física
sin química ni caricias.
Olvidarme de la convalecencia.
Dejar de parir con dolor.
Escribo como excusa,
como coartada para no perderme tus noches,
como un rapto mitológico de tu cuerpo y de ti,
como la venda de un hospital de campaña.
Ésa es la verdad.
A veces
con la rabia de un Peter Pan despechado
sin poder volar,
a veces fotografías sin retoques,
a veces
simplemente tristeza,
o vacío,
o pulmones encogidos de polución.
A veces soy un becario en la redacción
cobrando por palabras su desahogo,
un vagabundo,
un violador,
un soldado abatido durante la rendición.
Pero otras eres mía,
siento tu pulso en las aceras
perdida por la ciudad necesitando mi olor,
mi boca.
Otras te desnudo mientras te das cuenta
y separas las piernas
y los labios
tumbada en tu colchón... y tiemblas.
Te poseo con renglones de arrogancia
y me guardo lo mejor,
te tiento
con imágenes contadas
con cuentos de hadas de callejón,
y no corrijo.
Te regalo el alma en bruto,
sucia de honestidad,
manchada de esperma,
con la tripa revuelta de esta enfermedad curable
a píldoras de olvido
o de guerra.
Escribo como coartada para no perderme tus noches,
ésa
es la verdad.
como coartada para no perderme tus noches,
como un rapto mitológico de tu cuerpo y de ti,
como la venda de un hospital de campaña.
Ésa es la verdad.
A veces
con la rabia de un Peter Pan despechado
sin poder volar,
a veces fotografías sin retoques,
a veces
simplemente tristeza,
o vacío,
o pulmones encogidos de polución.
A veces soy un becario en la redacción
cobrando por palabras su desahogo,
un vagabundo,
un violador,
un soldado abatido durante la rendición.
Pero otras eres mía,
siento tu pulso en las aceras
perdida por la ciudad necesitando mi olor,
mi boca.
Otras te desnudo mientras te das cuenta
y separas las piernas
y los labios
tumbada en tu colchón... y tiemblas.
Te poseo con renglones de arrogancia
y me guardo lo mejor,
te tiento
con imágenes contadas
con cuentos de hadas de callejón,
y no corrijo.
Te regalo el alma en bruto,
sucia de honestidad,
manchada de esperma,
con la tripa revuelta de esta enfermedad curable
a píldoras de olvido
o de guerra.
Escribo como coartada para no perderme tus noches,
ésa
es la verdad.
Sólo se trata de encontrar las palabras,
de sacarlas de su escondite,
de usar una pizca de tu propia carne como cebo para hacerlas salir.
Es entonces,
cuando husmean la verdad,
cuando aparecen y se ponen de tu parte,
y te ayudan a construir un laberinto
para encerrarla a ella en los espacios en blanco,
para colgar su ropa de cada punto
y seguido.
Parece sencillo, ¿verdad?
no me interesa saber por qué lo haces,
por qué usas mi arena para enterrar los días
y no para llenar de tiempo
nuestro reloj.
no quiero saber si te tocan las palabras,
o te arañan,
o las mezclas en la cama con maría para que desaparezcan
en un orgasmo de cenizas con minuto de caducidad.
no me enseñes el pedal de freno como coraza de dignidad,
no me disfraces de accidente.
que no se te ocurra contarme
por qué me pintas vestido si sabes que estoy desnudo,
por qué
no te miras al espejo.
no necesito motivos excusados
sino tu vómito en la almohada y tu espalda
arqueada mientras nos follamos hasta las sombras,
mientras el tiempo se muere.
por qué usas mi arena para enterrar los días
y no para llenar de tiempo
nuestro reloj.
no quiero saber si te tocan las palabras,
o te arañan,
o las mezclas en la cama con maría para que desaparezcan
en un orgasmo de cenizas con minuto de caducidad.
no me enseñes el pedal de freno como coraza de dignidad,
no me disfraces de accidente.
que no se te ocurra contarme
por qué me pintas vestido si sabes que estoy desnudo,
por qué
no te miras al espejo.
no necesito motivos excusados
sino tu vómito en la almohada y tu espalda
arqueada mientras nos follamos hasta las sombras,
mientras el tiempo se muere.
El olvido sabe a carretera secundaria en pleno verano,
a promesas desmembradas sobre el asfalto,
a restos
de animales atropellados.
Es un campo seco a cada lado,
una señal de distancia oxidada informando de la próxima gasolinera,
un desvío
hacia la soledad.
Un cuaderno y un lápiz
amordazados,
un dormitorio consumido por las llamas,
un teléfono
cansado de esperar.
Un lavado de agenda personal
y además
de estómago.
Es un ambientador colgado del retrovisor
para que te lloren los ojos,
el entierro
de tu ataúd habitado
por un cadáver de indiferencia.
Es un calmante contra el dolor de mordérsela con la bragueta,
un castigo
para las historias incompletas.
Eres tú
sin encontrarme.
Dejándome dormir.
a promesas desmembradas sobre el asfalto,
a restos
de animales atropellados.
Es un campo seco a cada lado,
una señal de distancia oxidada informando de la próxima gasolinera,
un desvío
hacia la soledad.
Un cuaderno y un lápiz
amordazados,
un dormitorio consumido por las llamas,
un teléfono
cansado de esperar.
Un lavado de agenda personal
y además
de estómago.
Es un ambientador colgado del retrovisor
para que te lloren los ojos,
el entierro
de tu ataúd habitado
por un cadáver de indiferencia.
Es un calmante contra el dolor de mordérsela con la bragueta,
un castigo
para las historias incompletas.
Eres tú
sin encontrarme.
Dejándome dormir.
Esta noche me apetece contar una historia. No quiero hablar de la luna de hoy, ni de esa chica que se esconde en las calles de esta ciudad, ni de esa forma de querer que tenemos algunos, que te crece en los intestinos y te sube por la garganta. Esta noche no.
Es la historia de un tipo que de niño dormía con la cabeza bajo las sábanas para que no le atraparan los fantasmas, y que seguía durmiendo a veces con la lámpara encendida para espantar la oscuridad, porque los fantasmas habían crecido más que él, pero ya no se avergonzaba de su miedo. Este tipo no tenía nada de especial excepto una cosa... cuando le ocurría algo verdaderamente hermoso, o lo veía, o simplemente lo sentía, en lugar de alegrarse por su fortuna como haría cualquiera, lo que le invadía era una enorme tristeza. Pero no penséis que su tristeza era como la nuestra, que le hacía daño, que lo vestía todo de negro y de desesperanza... no, su tristeza no era amarga como de pérdida. Él me contó que era como mirar un álbum lleno de fotografías en sepia.
Cuando lo conocí se empeñaba en dibujar un puente de Lisboa en un cuaderno azul manoseado, sentado en la terraza de un pequeño restaurante junto al río, con la comida sin tocar.
Ésa tendencia a la melancolía parásita lo mantenía alejado de la mayoría de las personas, no por su propio deseo, si no por esa cualidad humana de temer lo que no entendemos del todo. Había aprendido a no esperar nada de nadie y por eso, cuando creía haber encontrado a alguien capaz de leerle... se desnudaba. Lógicamente no todos los que le veían de esta guisa eran capaces de comprenderlo, porque a todos nos mienten a veces las primeras impresiones y ya os he contado que, fuera de su particularidad, no tenía nada de especial.
A lo largo de su vida había crecido su adicción a su singular modo de estar triste sin estarlo, de tal manera que, si encontraba cualquier obstáculo hacia algo que merecía la pena, nunca, jamás, se rendía. Solía decir que la belleza sin sudor no vale nada.
Pero nosotros sabemos que pelear siempre, acaba cobrándose su peaje... y ya le faltaban varios pedazos.
Durante el tiempo que permaneció en mi vida escuché a mis amigos definirlo de mil maneras diferentes...
insensato,
ciego,
extraño,
incluso directamente estúpido.
Es cierto, tendía a provocar miedo en las personas, pero os prometo que no buscaba nada diferente a lo que vosotros buscáis. Sólo quería tener algo hermoso.
Lo vi ir deshaciéndose en batallas interminables, consumiéndose en el pago de la deuda por continuar, hasta que ya no quedó nada.
Desapareció.
Una mañana ya no estaba.
Y ahora, cada vez que se me cruza el cielo de Madrid, o cualquiera de esos ojos tuyos que me vuelven loco, o una maldita calle de Granada... cuando algo se me anuda en la garganta después de hacer el amor, y te imagino desnuda sobre la cama en color sepia... me alegro de que haya pasado a ser uno de mis fantasmas.
bésame esta noche como si tuvieras que salvarte,
como un soldado en medio de la guerra,
como si te faltara el aire,
usa mi boca para sobrevivir.
utilízame como si fuera tu próxima presa,
desgárrame la carne con los labios, aliméntate
y luego
límpiate mi sangre en las sábanas.
fóllame por instinto, como si no me conocieras,
imagina que mañana me habrás olvidado,
que no seré un recuerdo,
que no seré más.
házmelo como si no me quisieras,
como si tuvieras frío,
que nos vean a través de las ventanas los que apagan la luz
y encierran animales salvajes.
sé tú sin vestirte de nada
y te devolveré la misma moneda.
escóndete de otros, nunca de mí,
y jamás pasaré por taquilla a reclamar el billete de vuelta.
como un soldado en medio de la guerra,
como si te faltara el aire,
usa mi boca para sobrevivir.
utilízame como si fuera tu próxima presa,
desgárrame la carne con los labios, aliméntate
y luego
límpiate mi sangre en las sábanas.
fóllame por instinto, como si no me conocieras,
imagina que mañana me habrás olvidado,
que no seré un recuerdo,
que no seré más.
házmelo como si no me quisieras,
como si tuvieras frío,
que nos vean a través de las ventanas los que apagan la luz
y encierran animales salvajes.
sé tú sin vestirte de nada
y te devolveré la misma moneda.
escóndete de otros, nunca de mí,
y jamás pasaré por taquilla a reclamar el billete de vuelta.
Si para ser inmortal tengo que dejarme las yemas de los dedos cada noche,
mientras el mundo se pudre
y yo te espero,
caminaré sin identidad el resto de los días.
Si para considerarme eterno en un ataque de arrogancia,
tengo que destriparme
y sacarme el corazón por las costillas cada vez que oscurece,
dejaré un cadáver vacío.
Si para escapar del olvido
tengo que sangrar palabras a borbotones,
y llenarme de tinta las arterias,
y dejarme el calor quemando páginas vacías,
sólo te alimentarás de mis huellas.
Pero sabes bien
que renunciaría a la memoria por recorrer a tu lado un solo metro del camino.
mientras el mundo se pudre
y yo te espero,
caminaré sin identidad el resto de los días.
Si para considerarme eterno en un ataque de arrogancia,
tengo que destriparme
y sacarme el corazón por las costillas cada vez que oscurece,
dejaré un cadáver vacío.
Si para escapar del olvido
tengo que sangrar palabras a borbotones,
y llenarme de tinta las arterias,
y dejarme el calor quemando páginas vacías,
sólo te alimentarás de mis huellas.
Pero sabes bien
que renunciaría a la memoria por recorrer a tu lado un solo metro del camino.
escribir en vela una declaración de culpabilidad
masticando la sensatez sin deshacer la cama.
y yo que solía moverme a impulsos de locura transitoria
en cuanto el sol se ponía,
me duermo encendiendo todas las luces para que me veas.
no voy a disfrazarme de cachorro abandonado
intentando que me dejes entrar,
ni de estratega sin tablero buscándote el costado
cuando regresas de alguna otra batalla.
no sé hacerlo.
no me negarás la honestidad...
me declaro culpable.
masticando la sensatez sin deshacer la cama.
y yo que solía moverme a impulsos de locura transitoria
en cuanto el sol se ponía,
me duermo encendiendo todas las luces para que me veas.
no voy a disfrazarme de cachorro abandonado
intentando que me dejes entrar,
ni de estratega sin tablero buscándote el costado
cuando regresas de alguna otra batalla.
no sé hacerlo.
no me negarás la honestidad...
me declaro culpable.
Esta noche me he dejado el abogado en casa,
esta noche
no habrá negociación,
ni enmiendas,
ni valores,
ni objetividad en los porcentajes de la presión que sufrirá el nudo
con el que pienso atarte a la cama.
Esta noche dormirás conmigo en la celda
y si al amanecer hay ejecución,
será la de tu pasado y el mío,
la de los filtros del café de la mañana,
la del silencio de madrugada guillotinado a polvos sin redención
ni última llamada.
No me hablarás de contratos preventivos de dolor,
no voy a dejarte,
sólo entiendo de cuidados paliativos.
Compartiremos custodia de sexos,
te dejaré libre sólo la parte no estipulada de alma
que necesitarás para regresar
después de marcharte.
Podríamos vivir en prisión
o en nuestra unidad de vigilancia intensiva del deseo.
Podríamos,
simplemente,
probar a querernos sin cláusulas de rescisión.
vale,
estamos de acuerdo,
la maldita calle
está llena de baches,
y de palabras vacías,
y de hijos de puta.
admito la existencia
de sentimientos rehenes,
y de sus secuestradores,
y de botellas vacías
pagando el rescate.
y sogas al cuello,
y pechos desnudos
entre espadas y paredes,
y saltos al vacío
sin alas
ni red.
golpes,
contusiones,
incisiones en la barriga,
convalecencias interminables
en dormitorios extranjeros.
y olas de metro setenta
a grosso modo,
no lo había pensado,
que se guardan el salvavidas en los ojos.
no es el paraíso,
pero coño,
sigo en pie.
estamos de acuerdo,
la maldita calle
está llena de baches,
y de palabras vacías,
y de hijos de puta.
admito la existencia
de sentimientos rehenes,
y de sus secuestradores,
y de botellas vacías
pagando el rescate.
y sogas al cuello,
y pechos desnudos
entre espadas y paredes,
y saltos al vacío
sin alas
ni red.
golpes,
contusiones,
incisiones en la barriga,
convalecencias interminables
en dormitorios extranjeros.
y olas de metro setenta
a grosso modo,
no lo había pensado,
que se guardan el salvavidas en los ojos.
no es el paraíso,
pero coño,
sigo en pie.
Sentado en un camino cualquiera esperando la lluvia. El mismo tipo de siempre, armado con nada, cargado con un baúl cerrado con llave en el que parece que no cabe un instante más. Y al otro lado el mundo, con su rotación y su traslación, achatado por los polos. Y el tipo rozando lo paranoico, intentando construir una habitación del pánico bajo las costillas, afanado en cerrar las vías de agua por aquello de mantenerse a flote, temeroso como el león de aquel cuento, el que había olvidado el número de la visa para retirar un par de billetes de valor en efectivo, y perseguía baldosas amarillas.
Y espera con las piernas cruzadas sobre el suelo, como si fuese necesaria una tormenta encima para borrar el paso del tiempo y mil imágenes fijadas en polaroid. Los que pasan caminando lo miran desconfiados, ellos son los otros, los fantasmas que pueblan las oficinas. Y él sigue leyendo poesía de entrepierna, y fábulas infantiles para que la imaginación no se le muera de hambre, y algunas de esas novelas sesudas en las que todo es pesimismo y hostias de realidad, y disimula, y hace como si las necesitara.
Puede tratar las heridas con vendas empapadas de cerveza, o pariendo textos con dolor, gestados en nueve minutos, como un obseso del exhibicionismo, o remando en una canoa en mar abierto sin saber nadar, incluso de alguna que otra manera prohibida, como la sinceridad o como tu boca.
Y ya que el futuro no existe todavía, empieza a parecer borracho de impaciencia, contando los segundos entre el rayo y el trueno, calculando la distancia, murmurando el tiempo… anotando con una rama minúscula en el barro todos los metros que le quedan por esperar(te).
Puede que conozcas la sensación, es la misma que cuando caes al vacío mientras sueñas. Lo que te rodea es conocido, tu mente lo ha creado a partir de todo lo que has visto o has llegado a imaginar con la fuerza suficiente, pero tiene ese aire de irrealidad de las viñetas de un cómic. De repente todas las leyes físicas son salvables, a veces puedes volar como si la gravedad no existiese, otras intentas correr sin apenas avanzar, como si el aire que te rodea fuese infinitamente denso.
Y existen pequeños detalles que a veces pasan desapercibidos, pero que lo varían todo. Una puerta de un color diferente, una esquina de la calle que al doblarla te lleva a un lugar equivocado, un objeto que no debería estar allí. Incluso hay momentos en los que eres consciente de que algo falla, y empiezas a ponerte nervioso, a asustarte de veras, y de pronto el mundo a tu alrededor cambia a cada segundo que pasa, como si el director de escena se hubiese vuelto loco y ordenase sustituir el decorado en cada parpadeo.
Otras veces sientes que puedes hacer cualquier cosa que te propongas, como subirte a un tren en marcha, o pilotar un avión, o saltar de una azotea a otra en busca de cualquier tesoro. Los tesoros mientras duermes se vuelven insignificantes cuando despiertas, siempre me he preguntado qué cantidad de secretos nos roba esto que llamamos real... ahora sé que los tienes todos guardados en tus muñecas.
Puede que conozcas la sensación.
Desde que apareciste es como estar dentro de un maldito sueño.
Y existen pequeños detalles que a veces pasan desapercibidos, pero que lo varían todo. Una puerta de un color diferente, una esquina de la calle que al doblarla te lleva a un lugar equivocado, un objeto que no debería estar allí. Incluso hay momentos en los que eres consciente de que algo falla, y empiezas a ponerte nervioso, a asustarte de veras, y de pronto el mundo a tu alrededor cambia a cada segundo que pasa, como si el director de escena se hubiese vuelto loco y ordenase sustituir el decorado en cada parpadeo.
Otras veces sientes que puedes hacer cualquier cosa que te propongas, como subirte a un tren en marcha, o pilotar un avión, o saltar de una azotea a otra en busca de cualquier tesoro. Los tesoros mientras duermes se vuelven insignificantes cuando despiertas, siempre me he preguntado qué cantidad de secretos nos roba esto que llamamos real... ahora sé que los tienes todos guardados en tus muñecas.
Puede que conozcas la sensación.
Desde que apareciste es como estar dentro de un maldito sueño.
si me arrancaste los escrúpulos con la primera sonrisa,
y me resucitó la honestidad brutal
cuando la acompañaste de tus piernas cruzadas,
si no me acordé de adivinarte las tetas porque me ataste a los ojos,
cómo pretendes que no te rompa las ventanas a gritos
cuando me cierras la puerta principal.
asómate a mi mundo y salta,
pero al de verdad,
no tomes precauciones, yo te curo las heridas,
y si te escuece tendrás que joderte.
prefiero los ángeles sin alas que se estrellan contra el suelo,
ésos con sexo sin aureola y sin apagar la luz.
me quedo con los caídos que se tambalean borrachos de alcohol
las noches que hace falta jugarse el corazón en un órdago a chica.
si vas a temblar sácale el jugo
que la piel se eriza mejor si no hay distancia sobre la otra,
que tiene frío desordenando excusas en los cajones.
yo te prometo un pulso frágil
cuando te desabroche los botones del pantalón,
cuando aprendas a leerte.
y me resucitó la honestidad brutal
cuando la acompañaste de tus piernas cruzadas,
si no me acordé de adivinarte las tetas porque me ataste a los ojos,
cómo pretendes que no te rompa las ventanas a gritos
cuando me cierras la puerta principal.
asómate a mi mundo y salta,
pero al de verdad,
no tomes precauciones, yo te curo las heridas,
y si te escuece tendrás que joderte.
prefiero los ángeles sin alas que se estrellan contra el suelo,
ésos con sexo sin aureola y sin apagar la luz.
me quedo con los caídos que se tambalean borrachos de alcohol
las noches que hace falta jugarse el corazón en un órdago a chica.
si vas a temblar sácale el jugo
que la piel se eriza mejor si no hay distancia sobre la otra,
que tiene frío desordenando excusas en los cajones.
yo te prometo un pulso frágil
cuando te desabroche los botones del pantalón,
cuando aprendas a leerte.
se me fueron perdiendo los héroes por el camino,
se dejaron jirones de capa en las enredaderas de fachadas vulgares
por cualquier parte de la ciudad,
gastaron sus botas
a fuerza de correr a ras de suelo y tropezar
en nuestros mismos agujeros.
olvidaron sus poderes a la vuelta de la esquina
el día que tuvieron miedo,
desaparecieron los cambios fugaces de ropa,
los uniformes,
las armas contra el crimen...
por fin fueron vulnerables,
y se siguieron tomando una cerveza conmigo.
y ahora,
más que siempre,
sigo queriendo ser como ellos.
se dejaron jirones de capa en las enredaderas de fachadas vulgares
por cualquier parte de la ciudad,
gastaron sus botas
a fuerza de correr a ras de suelo y tropezar
en nuestros mismos agujeros.
olvidaron sus poderes a la vuelta de la esquina
el día que tuvieron miedo,
desaparecieron los cambios fugaces de ropa,
los uniformes,
las armas contra el crimen...
por fin fueron vulnerables,
y se siguieron tomando una cerveza conmigo.
y ahora,
más que siempre,
sigo queriendo ser como ellos.
Todos esos tipos trajeados del banco, con sus chaquetas sin color, con sus corbatas como lenguas fuera de un pecho agotado, con las manos rebosantes de documentos vitales para joderme la existencia enterrándome en lo superfluo. Ése reloj de oficina, marcando uno a uno los segundos con rectitud institucional, como tiempo que transcurre sin alma, como un pozo masticándome la vida mientras espero. Y esos contadores de billetes con su ronroneo, evaluando la cosecha de todo el tiempo que pierdo y dando el resultado exacto, valorando mis latidos en papel moneda.
Y yo, sudando bajo el chorro de aire frío y acondicionado como todo lo que hay aquí, siento náuseas y sólo miro por la ventana. Y me imagino inclinado escribiendo a mano bajo la lámpara, y veo tu sombra acercarse oscura contra el amarillo, y siento tus manos en mis hombros y tus labios en la nuca, y tu olor, y mis dedos, y el roce de tu nariz sobre mi piel. Un par de susurros al oído, un polvo en el salón... y follarnos y jodernos al cincuenta por ciento.
Y mi mente se llena de sábanas y del café del desayuno, y de tus ojos escondidos detrás de una taza. Y también de sudor y gritos y enfados, y de ti derrumbando mi casa de un portazo. Y de lugares, de maletas, de trenes viajando de noche, mientras duermo apoyando la cabeza en el hueco que dejas sobre tu hombro izquierdo... sin asiento de al lado.
Y además se llena de mí recitándote a oscuras mientras te ríes desnuda en un camastro en París. Y un mundo tan pequeño afuera y adentro tan enorme como nosotros y esas dos cervezas.
Y libros, y dudas, y canciones a medias y latigazos de dolor con heridas que sueldan.
Y el terror de improvisar caminos.
El tipo de la caja me llama... yo le sonrío... me acerco.
Siento lástima por ellos,
están perdidos,
no tienen ni puta idea de que existes.
Y yo, sudando bajo el chorro de aire frío y acondicionado como todo lo que hay aquí, siento náuseas y sólo miro por la ventana. Y me imagino inclinado escribiendo a mano bajo la lámpara, y veo tu sombra acercarse oscura contra el amarillo, y siento tus manos en mis hombros y tus labios en la nuca, y tu olor, y mis dedos, y el roce de tu nariz sobre mi piel. Un par de susurros al oído, un polvo en el salón... y follarnos y jodernos al cincuenta por ciento.
Y mi mente se llena de sábanas y del café del desayuno, y de tus ojos escondidos detrás de una taza. Y también de sudor y gritos y enfados, y de ti derrumbando mi casa de un portazo. Y de lugares, de maletas, de trenes viajando de noche, mientras duermo apoyando la cabeza en el hueco que dejas sobre tu hombro izquierdo... sin asiento de al lado.
Y además se llena de mí recitándote a oscuras mientras te ríes desnuda en un camastro en París. Y un mundo tan pequeño afuera y adentro tan enorme como nosotros y esas dos cervezas.
Y libros, y dudas, y canciones a medias y latigazos de dolor con heridas que sueldan.
Y el terror de improvisar caminos.
El tipo de la caja me llama... yo le sonrío... me acerco.
Siento lástima por ellos,
están perdidos,
no tienen ni puta idea de que existes.
El miedo a perder.
Claro.
No lo había pensado.
Pero miedo a perder qué. Quizá un camino de esos rectos y arbolados de casa blanca al fondo. Es cierto. Yo no puedo prometer que no nos aparezcan recodos ni ampollas caminando. De hecho me cuesta dar un paso si no me sangran los pies, si no siento nada por ahí abajo. Y suelo moverme descalzo.
Hay más cosas todavía, supongo. Puede que el miedo a desprenderse de una rutina de abrazos. Es verdad. A veces busco la soledad, pero juro por mis tripas que no me olvido de quién tengo al lado. Soy allá dentro un animal salvaje encerrado a medias y, a ratos, necesito escaparme de noche y perderme, y encontrarme a kilómetros de casa para volver apaleado y hambriento y, como me alimento siempre del mismo cuerpo, regresar a tu boca cubierto de maleza. No puedo fusionarme contigo, pero sí cederte mi costado.
Perder la seguridad de lo ordinario, eso también asusta, lo sé. Desnudarse un día y lanzarse a un mar del que no conoces el fondo, sin saber si será de arena fina o de rocas afiladas, el horario de sus mareas... No puedo ayudarte en eso, ni siquiera yo he llegado tan abajo, y puede que tú hayas estado más cerca alguna vez que has mirado.
El miedo al comienzo,
el calor de lo antiguo,
las manos en el volante.
El miedo a perder.
Lo entiendo, claro.
Lo que yo me pregunto es qué pasaría si ganamos.
Claro.
No lo había pensado.
Pero miedo a perder qué. Quizá un camino de esos rectos y arbolados de casa blanca al fondo. Es cierto. Yo no puedo prometer que no nos aparezcan recodos ni ampollas caminando. De hecho me cuesta dar un paso si no me sangran los pies, si no siento nada por ahí abajo. Y suelo moverme descalzo.
Hay más cosas todavía, supongo. Puede que el miedo a desprenderse de una rutina de abrazos. Es verdad. A veces busco la soledad, pero juro por mis tripas que no me olvido de quién tengo al lado. Soy allá dentro un animal salvaje encerrado a medias y, a ratos, necesito escaparme de noche y perderme, y encontrarme a kilómetros de casa para volver apaleado y hambriento y, como me alimento siempre del mismo cuerpo, regresar a tu boca cubierto de maleza. No puedo fusionarme contigo, pero sí cederte mi costado.
Perder la seguridad de lo ordinario, eso también asusta, lo sé. Desnudarse un día y lanzarse a un mar del que no conoces el fondo, sin saber si será de arena fina o de rocas afiladas, el horario de sus mareas... No puedo ayudarte en eso, ni siquiera yo he llegado tan abajo, y puede que tú hayas estado más cerca alguna vez que has mirado.
El miedo al comienzo,
el calor de lo antiguo,
las manos en el volante.
El miedo a perder.
Lo entiendo, claro.
Lo que yo me pregunto es qué pasaría si ganamos.
Sobre la mesa donde escribo tengo uno de esos corchos de pared, uno de esos que vienen cargados de chinchetas de muchos colores y que uno no sabe muy bien por qué compra. En mi caso, todas esas chinchetas son de color negro, no me preguntéis el motivo, de modo que en su posición actual parecen un escuadrón de peones de ajedrez, diseminados sin orden dentro de una partida caótica, estáticos sin cuadrícula, ni dedos, ni estratega.
En ese tablero de archivo de guerras concluidas, como en un campo de batalla sin reglas, se esparcen multitud de cadáveres de instantes, de superficies de papel y cartón, envueltas en ese halo borroso que rodea a todo lo que significa algo de lo que no estamos muy seguros.
No suelo prestarle demasiada atención, al fin y al cabo va a estar ahí siempre, ¿o no? Pero esta tarde me ha dado por leerlo un rato. Llamadlo exceso de calor, de silencio, aburrimiento, miedo a cerrar los ojos por si me quedo dormido...
Hay varias postales de cuadros de Hopper en todo su esplendor mirón y sus rojos omnipresentes y, justo al lado, la entrada del Thyssen de la exposición correspondiente... vale, lo sé, ha quedado muy erudito, intelectual y todas esas mierdas, yo tampoco lo soporto, pero coño, ese tipo me gusta y me la suda lo que penséis.
También hay una postal del Patio de los Leones tal y como estaba la primera vez que lo vi consciente de lo que veía, junto a otra en díptico del dibujo de una basílica en Ravenna. Hay momentos y lugares que merece la pena guardar tal como eran. Una tarjeta de transporte de Londres, un par de entradas para el piso 81, creo recordar, del Empire State, la factura de un hotel en Roma llamado Pirámide, la tarjeta con la cita para el último tatuaje, y una entrada de cartón para subir al vértigo y al terror de la cúpula de la catedral de Florencia.
Colgado además, hay un sobre de azúcar de una cafetería en Verona, al lado de la Arena, con unos versos escritos y firmados por una tal Simonetta. Entre medias, amenazas de excomunión a todos aquellos que me roben un libro, y unos cuantos folios mecanografiados con relatos que nunca volveré a escribir. También hay una carta tapada, pero sé que está ahí.
Y entre todo ese maremágnum de sentido ambiguo, ya sabéis, destaca una hoja de papel a cuarenta y cinco grados. En ella se resume el fondo de un pozo y su escalada, con dibujos esquemáticos de montañas rusas, palabras recuadradas y rodeadas, y un listado. Modelo Walt Disney, curioso título para mi cardiograma, no podremos decir nunca que la psicología no tiene sentido del humor. Irreal, inalcanzable, frustración, fracaso, autocuidado, libertad... No me negaréis que está trabajado... sin aparentar. Lo jodido es que aún no me lo creo... todo eso de irreal e inalcanzable me suena a concepto de hombre gris, y Walt Disney... pues prefiero a Ende o Dahl, qué queréis que os diga.
En fin, todo esto que estoy contando a cualquiera es una mera excusa, un rodeo, una cortina de humo, llámalo como quieras. Creo que hasta ahora he usado el plural por cortesía. Lo que trato de decir es que a veces me quedo con los cuentos, y que esta noche he soñado que si dormía podía detener el tiempo, y tú tenías una hora para asesinar a todos esos tipos grises de bombín y cartera, y liberar todos los segundos robados armada con una flor y una tortuga.
Si ya no me sirve Tom Waits como aditivo a las huidas interiores,
si no funciona su voz,
no sé qué voy a hacer esta noche.
Si soy mis restos desde hace días.
Quieto.
En la trinchera,
cubierto de carne que no es mía.
Cansado.
Si el cabrón de Waits me traiciona,
y además
no puedo respirar en tu cuello
ése antídoto bajo llave para la soledad.
Si no me firmas un nunca
ni un ahora
ni un tal vez.
Si no puedo desenredar esta puta tristeza
enmarañada en tu pelo,
si lo que quiero es aprenderte sin ojos...
cómo coño voy a dormir esta noche.
No sé si los días no se acortan por respeto
o los estiras
en medio del silencio templado
con el que llenas nuestro plato de comida.
Echar de menos tiene dientes,
colmillos de mes y medio
que brillan,
como un tigre o un león o un gato panza arriba.
Elige tú el felino y mientras
yo le pondré tu nombre al epitafio de los desgarros que nos faltan.
Un homenaje al despiece de carnicero,
a una casquería
sin guantes de malla de acero
para cortarme,
por fin,
los dedos que escriben
y escriben
y escriben,
en lugar de tocarte.
No sé qué haces mientras yo me derrumbo en un sillón
llegando de los bares,
abrazado a un cojín salvavidas,
acojonado
por el miedo a la muerte y a perderte.
Me he quedado dormido fuera de la cama,
he soñado contigo desnuda,
he follado
contigo.
He abierto los ojos,
he subido a la habitación,
he usado este cubo de basura de palabras
para vomitar
porque todavía tengo dedos
y ni me he acercado a la verdad.
Ya no sé ni lo que digo.
Son las cuatro y treinta y nueve de la mañana
y tengo ganas de dolerte.
o los estiras
en medio del silencio templado
con el que llenas nuestro plato de comida.
Echar de menos tiene dientes,
colmillos de mes y medio
que brillan,
como un tigre o un león o un gato panza arriba.
Elige tú el felino y mientras
yo le pondré tu nombre al epitafio de los desgarros que nos faltan.
Un homenaje al despiece de carnicero,
a una casquería
sin guantes de malla de acero
para cortarme,
por fin,
los dedos que escriben
y escriben
y escriben,
en lugar de tocarte.
No sé qué haces mientras yo me derrumbo en un sillón
llegando de los bares,
abrazado a un cojín salvavidas,
acojonado
por el miedo a la muerte y a perderte.
Me he quedado dormido fuera de la cama,
he soñado contigo desnuda,
he follado
contigo.
He abierto los ojos,
he subido a la habitación,
he usado este cubo de basura de palabras
para vomitar
porque todavía tengo dedos
y ni me he acercado a la verdad.
Ya no sé ni lo que digo.
Son las cuatro y treinta y nueve de la mañana
y tengo ganas de dolerte.
Durante todos estos años
he coronado mujeres en andenes de metro
cerca de Moncloa,
he perseguido cuerpos abrazados con lujuria y desamparo
por locales azules y grises
junto a otros refugiados.
Me he escondido en la cerveza
por no verme reflejado en parejas
de ojos, y pupilas dilatadas.
No he dormido en Manhattan,
me he muerto cinco veces,
me han enterrado una,
me he quedado sin aire a tres mil metros
ascendiendo pezones con piercing
por escaleras tatuadas en costados.
He quemado el mundo después de pintarlo
del color que debía,
he firmado cuentos con pseudónimo sin moraleja
ni propina.
He caminado,
corrido,
cojeado,
mendigado.
He follado en la estación como triste despedida.
Conozco una esquina en Venecia
donde nunca ha estado nadie.
He soñado despierto con piernas descosidas,
con coños en mar abierto
donde dejarme las vísceras.
He amado como un perro,
como un animal,
como todos.
Y ahora, sin embargo,
vuelvo a ser virgen con el sexo perforado.
Todo
es la primera vez contigo.
he coronado mujeres en andenes de metro
cerca de Moncloa,
he perseguido cuerpos abrazados con lujuria y desamparo
por locales azules y grises
junto a otros refugiados.
Me he escondido en la cerveza
por no verme reflejado en parejas
de ojos, y pupilas dilatadas.
No he dormido en Manhattan,
me he muerto cinco veces,
me han enterrado una,
me he quedado sin aire a tres mil metros
ascendiendo pezones con piercing
por escaleras tatuadas en costados.
He quemado el mundo después de pintarlo
del color que debía,
he firmado cuentos con pseudónimo sin moraleja
ni propina.
He caminado,
corrido,
cojeado,
mendigado.
He follado en la estación como triste despedida.
Conozco una esquina en Venecia
donde nunca ha estado nadie.
He soñado despierto con piernas descosidas,
con coños en mar abierto
donde dejarme las vísceras.
He amado como un perro,
como un animal,
como todos.
Y ahora, sin embargo,
vuelvo a ser virgen con el sexo perforado.
Todo
es la primera vez contigo.
Romperle al mundo la cara
para que escupa
los dientes manchados
de sangre
y de tabaco
y del alquitrán de todas las calles que pisas.
Encontrarme los huevos
en el borde mellado
de un vaso
de cerveza barata.
Mantenerte el equilibrio
contra la pared
mientras te arranco
las cadenas junto a las bragas.
Demostrarte a mordiscos
que el amor
hiere
y hierve
y es la hostia
si lo pones al fuego.
Provocarte una guerra.
Ésos son,
estrictamente,
mis planes para esta noche.
para que escupa
los dientes manchados
de sangre
y de tabaco
y del alquitrán de todas las calles que pisas.
Encontrarme los huevos
en el borde mellado
de un vaso
de cerveza barata.
Mantenerte el equilibrio
contra la pared
mientras te arranco
las cadenas junto a las bragas.
Demostrarte a mordiscos
que el amor
hiere
y hierve
y es la hostia
si lo pones al fuego.
Provocarte una guerra.
Ésos son,
estrictamente,
mis planes para esta noche.
Y cada uno escondido
dentro de su caja de zarpazos
a millones de kilómetros al lado.
Creando nubes repletas en invernaderos impacientes,
echando de menos
la tormenta.
En mundos diferentes y cruzados,
ignorando semáforos rojos a ritmo de versos
descolgados de una garganta en unos ojos.
Repasando posibles bajas cubiertas de tierra removida,
enterradas con lluvia y de noche,
amortajadas con sexo y polvos que agonizan
en medio del final.
Cuerpos de cuerpo presente mirando al techo,
cubiertos de barro en madrugadas de verano,
durmiendo habitaciones separadas,
evaporando ideas inaplazables,
susurrándolas.
Artistas de lo invidente haciendo malabares
con un cuchillo entre los dientes.
Matarifes del deseo,
sicarios,
asesinos.
Hasta ahora,
eso somos tú y yo.
Cuando era niño iba al aeropuerto a ver despegar aviones. En Barajas había un ventanal enorme con sillones orientados hacia la pista. No me interesaban las despedidas, con sus abrazos y sus vuelveprontos camino de la puerta de embarque. Tampoco los besos y las maletas de carga compartida en la zona de llegadas. Para mí el aeropuerto sucedía sentado detrás de aquellos cristales, un avión era inalcanzable y los lugares a los que llevaba siempre eran mejores que el nuestro.
Cuando era niño el mar estaba lejos. Yo me asomaba a la ventanilla de carreteras secundarias a los cuarenta grados de agosto esperando un milagro. Y cuando lo veía me encogía y me asustaba, y apoyaba la espalda sudada en la tapicería roja del Renault. Los hoteles no olían a moqueta aspirada ni a ambientador, y la playa era un mundo perdido para perderse. Bebía agua salada en la orilla y al regresar a casa, volvía a tener sed.
De niño los inviernos olían a leña, y a niebla, y a escarcha, y a perros abrazados dentro de la caseta. Los jerséis eran gordos y picaban, y tenía abuelos y un balón de reglamento para calentarnos en la calle. Y a veces nevaba. Y un uno de enero supe lo que significaba echar de menos. Y cuando llegaba febrero el cerro cambiaba, y ahora olía a almendro y yo tenía en el jardín uno dulce y dos amargos.
De niño quería tener los ojos verdes porque nadie los tenía. Y no quería vergüenza, ni ponerme colorado, ni que me temblaran las manos en clase de música. Ya ves, los miedos se graban y se riegan y se alimentan, te los llevas en el bolsillo durante todo el camino.
Y ahora que nada de eso se me ha olvidado,
entras por la puerta y vuelvo a tener nueve años.
Y ya no quiero ojos verdes si no tus ojos,
y tus aeropuertos y tu mar...
y sobre todo tu leña,
tu niebla,
tu escarcha...
Sobre todo tus inviernos.
Promesas.
Palabras.
Espejismos en la arena expulsados por la garganta deformando los labios. Sin más razón para creerlas que los ojos que las pronuncian. Se transforman en ciudades, en andenes de Sol, en portales de Vallecas, en una tasca de Santa Ana cualquier viernes por la tarde. Cogen aviones a París y a Florencia, pasean por jardines y por plazas vacías en diciembre... congeladas. Atraviesan puentes sobre ríos de tiempo, se tumban en playas, y juran cariño sin pormenores. Se olvidan de los huesos y las digestiones.
Te convence su calor cuando está anocheciendo y el cielo de Madrid es el único del mundo que se puede pisar, con todos esos colores. Y unas piernas huelen a estufa de leña, a manta, a edredón, a crema hidratante de almendras. Y las escuchas porque quieres creerlas, porque tienes frío y un abrigo gastado es un palacio con fecha de caducidad, un polvo en un trastero.
Pero lo sabes.
Algún mañana estarás muerto y ya llegas tarde a todo aquello de cortarte las venas.
No necesito salas de espera con las paredes podridas, no me prometas. El único aliento que quiero de tu boca es el que se muere en la mía.
Aquí.
Esta noche.
Lo demás se me diluye sin poder respirarlo.
Palabras.
Espejismos en la arena expulsados por la garganta deformando los labios. Sin más razón para creerlas que los ojos que las pronuncian. Se transforman en ciudades, en andenes de Sol, en portales de Vallecas, en una tasca de Santa Ana cualquier viernes por la tarde. Cogen aviones a París y a Florencia, pasean por jardines y por plazas vacías en diciembre... congeladas. Atraviesan puentes sobre ríos de tiempo, se tumban en playas, y juran cariño sin pormenores. Se olvidan de los huesos y las digestiones.
Te convence su calor cuando está anocheciendo y el cielo de Madrid es el único del mundo que se puede pisar, con todos esos colores. Y unas piernas huelen a estufa de leña, a manta, a edredón, a crema hidratante de almendras. Y las escuchas porque quieres creerlas, porque tienes frío y un abrigo gastado es un palacio con fecha de caducidad, un polvo en un trastero.
Pero lo sabes.
Algún mañana estarás muerto y ya llegas tarde a todo aquello de cortarte las venas.
No necesito salas de espera con las paredes podridas, no me prometas. El único aliento que quiero de tu boca es el que se muere en la mía.
Aquí.
Esta noche.
Lo demás se me diluye sin poder respirarlo.
Es cierto. Tengo tendencia a convertirlo todo en místico, lo admito. Supongo que es una estrategia inconsciente para dar sentido, para que las piedras no sean piedras desnudas y ya está. La mayoría del tiempo ni siquiera me doy cuenta pero, a veces, en ciertos momentos de lucidez, me pregunto si no sería más fácil ver agua en la lluvia y no historias tristes. Como si fuera una decisión personal y no el único modo que conozco de seguir en pie.
He perdido la cuenta de los ojos que me han mirado con cierto toque de lástima, o con miedo, como si hubiese escapado por la puerta de atrás del manicomio, escondido entre la ropa sucia camino de la lavandería. No me gusta asustar, pero me quedo con la magia, aunque sea insensato y los muros sean muros y las guerras se pierdan.
Ni siquiera sé lo que trato de decir.
Intentaba empezar hablando de Chartres y de su laberinto para pies descalzos, de la luna como personaje, de que lo importante es el camino y no el destino y, de algún modo, terminar confesándote que me jode cuando pierde el Madrid, que tengo cosquillas y me duele la espalda, que a veces me siento mayor pero no tanto y que, aunque te pinte a ratos de oración, me gustas más cuando te manchas los labios de salsa.
Que si me quitas la primera capa y te asomas, sabrás que no necesito más que una historia real que me ensucie la ropa para no olvidarte. Que sólo soy otro tipo asustado coleccionando salidas de emergencia.
He perdido la cuenta de los ojos que me han mirado con cierto toque de lástima, o con miedo, como si hubiese escapado por la puerta de atrás del manicomio, escondido entre la ropa sucia camino de la lavandería. No me gusta asustar, pero me quedo con la magia, aunque sea insensato y los muros sean muros y las guerras se pierdan.
Ni siquiera sé lo que trato de decir.
Intentaba empezar hablando de Chartres y de su laberinto para pies descalzos, de la luna como personaje, de que lo importante es el camino y no el destino y, de algún modo, terminar confesándote que me jode cuando pierde el Madrid, que tengo cosquillas y me duele la espalda, que a veces me siento mayor pero no tanto y que, aunque te pinte a ratos de oración, me gustas más cuando te manchas los labios de salsa.
Que si me quitas la primera capa y te asomas, sabrás que no necesito más que una historia real que me ensucie la ropa para no olvidarte. Que sólo soy otro tipo asustado coleccionando salidas de emergencia.
no releas lo escrito,
es pura basura.
suelta el libro de John Williams,
la suma de insomne y lloroso es una bomba de relojería,
y da cero.
si vas a ver amanecer,
espéralo tumbado con la nuca hacia el oeste.
deja de tocarte la cabeza y eyacular planes heroicos,
ese tipo de masturbación no sirve.
no te aprendas el arte de la guerra,
si te lo tomas al pie de la letra follarás con el enemigo.
ata los dedos a cualquier cosa que no sea su número de teléfono...
ni lo pienses...
no
lo
hagas.
es pura basura.
suelta el libro de John Williams,
la suma de insomne y lloroso es una bomba de relojería,
y da cero.
si vas a ver amanecer,
espéralo tumbado con la nuca hacia el oeste.
deja de tocarte la cabeza y eyacular planes heroicos,
ese tipo de masturbación no sirve.
no te aprendas el arte de la guerra,
si te lo tomas al pie de la letra follarás con el enemigo.
ata los dedos a cualquier cosa que no sea su número de teléfono...
ni lo pienses...
no
lo
hagas.
Despierta.
Que el mundo es una mierda,
sí,
y una tormenta de arena
sin desierto,
y demasiado sudor,
y sueños,
y olvido.
Pero despierta.
No hay brújulas
ni manuales.
Bébete la sangre
y no me jodas
con escalas de grises.
A mí no.
Mi historia es blanca
o negra.
Comerme las uñas
hasta que llegas,
bajarte las bragas,
hacerte temblar y,
a veces,
meterme en la cama
sin tocarte.
Que el mundo es una mierda,
sí,
y una tormenta de arena
sin desierto,
y demasiado sudor,
y sueños,
y olvido.
Pero despierta.
No hay brújulas
ni manuales.
Bébete la sangre
y no me jodas
con escalas de grises.
A mí no.
Mi historia es blanca
o negra.
Comerme las uñas
hasta que llegas,
bajarte las bragas,
hacerte temblar y,
a veces,
meterme en la cama
sin tocarte.
es lunes,
y la fiebre aumenta,
y empiezo a sudar,
y el cielo se hace gris por el este.
a partir de 39 y medio comienzan las alucinaciones,
como siempre,
y nos veo,
cada uno en una esquina del puerto,
conscientes de cada metro que nos separa.
tú acumulas miedos en una balsa
sin atreverte a zarpar,
no quieres mirarme
por si los ojos.
yo cargo esta sed carnívora sobre la espalda
que me arquea la espina dorsal,
que me obliga a intentar descifrar
el código de acceso a tus cámaras selladas.
y ya estoy casi en 40,
a 36 minutos del martes,
y lo único que hago es tumbarte desnuda sobre la mesa,
y comerte las dudas,
y arrojarte al vacío para que lo entiendas.
me he sentado en los escalones de la entrada
intentando aprenderme de memoria
el arte de la guerra.
yo,
pariendo ideas absurdas
y tratando de entrar por los flancos
para hacer capitular tus defensas.
son casi las tres de la mañana,
no se escucha un solo sueño en las habitaciones
y un cigarro arrojado al jardín
tarda doce segundos en desaparecer en la oscuridad.
necesito un barman en el descansillo
que me llene la jarra de miradas de lástima
antes de echarme del local.
intentando aprenderme de memoria
el arte de la guerra.
yo,
pariendo ideas absurdas
y tratando de entrar por los flancos
para hacer capitular tus defensas.
son casi las tres de la mañana,
no se escucha un solo sueño en las habitaciones
y un cigarro arrojado al jardín
tarda doce segundos en desaparecer en la oscuridad.
necesito un barman en el descansillo
que me llene la jarra de miradas de lástima
antes de echarme del local.
Definitivamente soy un fracaso. Me he limpiado la casa entera perseguido por una gata empeñada en morderme las piernas a falta de las tuyas y, al terminar, se me ha ocurrido ser un escritor serio, y ponerme una copa de vino para buscar en el fondo las frases con las que contarte todo lo que me apetecía. ¿Sabes cuál ha sido el resultado? Un tipo dormido, casi inconsciente en el sillón a los cinco minutos, absolutamente k.o. por un golpe bajo de eso que embotellan fermentado después de pisotearlo por aquí cerca. Nunca he entendido el glamour del vino.
Lo jodido es que nunca me había pasado con la misma copa llena de cerveza fría. Está claro que no son las pelirrojas las que me inspiran, sólo me cierran los ojos. Ha sido la demostración palpable y metafórica de algún tipo de karma extraño.
Y lo que ha pasado después es que me he despertado cuando volvía a ser de noche, que no recuerdo siquiera lo que he soñado, que me ha tocado las narices perderme el atardecer contra las paredes naranjas de mis vecinos, y esa forma absurda que tiene el mundo de seguir girando cuando no estás.
Y ahora vuelve a ser por la mañana a las doce de la noche, y no pienso beber más vino, ni abrir una cerveza, ni dormir.
Voy a pasarme la madrugada poniéndote en los labios las letras de todas las canciones que voy a encontrarme, empezando por Amaral y su puta manera de decir las cosas a veces. Quizá no necesite más que marcar repetir una en la pantalla, ya sabes que me gusta exprimir los tesoros que me desentierran sin X en el mapa.
Lo jodido es que nunca me había pasado con la misma copa llena de cerveza fría. Está claro que no son las pelirrojas las que me inspiran, sólo me cierran los ojos. Ha sido la demostración palpable y metafórica de algún tipo de karma extraño.
Y lo que ha pasado después es que me he despertado cuando volvía a ser de noche, que no recuerdo siquiera lo que he soñado, que me ha tocado las narices perderme el atardecer contra las paredes naranjas de mis vecinos, y esa forma absurda que tiene el mundo de seguir girando cuando no estás.
Y ahora vuelve a ser por la mañana a las doce de la noche, y no pienso beber más vino, ni abrir una cerveza, ni dormir.
Voy a pasarme la madrugada poniéndote en los labios las letras de todas las canciones que voy a encontrarme, empezando por Amaral y su puta manera de decir las cosas a veces. Quizá no necesite más que marcar repetir una en la pantalla, ya sabes que me gusta exprimir los tesoros que me desentierran sin X en el mapa.
Y vengo a abrir los ojos lejos de mi cepillo de dientes, de mi gel, de mi escritorio. No debo despertarla. Quizá exista una mínima posibilidad de no compartir puntos de vista sobre lo que sucedió anoche, y soy un cobarde cuando siento melancolía de amante hacia mi dentífrico y las manchas del parquet. Prefiero saberlo más tarde, o no saberlo nunca. Prefiero apartar las sábanas en silencio, vestirme en el salón y cerrar la ventana con llave.
En estos malditos veranos ni siquiera el aire de la mañana sirve. Debería dejar de hacer esto, de usar el sexo de los bares como ataúd del sexo contigo.
Debería.
Y dejar de fumar de nuevo, y afeitarme de vez en cuando y no acumular cacharros en el fregadero. Debería dejar también mi adicción a tus heridas infectadas y curarme de una puta vez. Olvidarme de los espejos en los que me planto. Pero es que tengo un corte a lo largo del pecho que me queda de la hostia con la barba y las ojeras y la resaca.
Esta estúpida tendencia a ser Bukowski, o Jesucristo sin estigmas follando por la expiación de tus pecados.
En estos malditos veranos ni siquiera el aire de la mañana sirve. Debería dejar de hacer esto, de usar el sexo de los bares como ataúd del sexo contigo.
Debería.
Y dejar de fumar de nuevo, y afeitarme de vez en cuando y no acumular cacharros en el fregadero. Debería dejar también mi adicción a tus heridas infectadas y curarme de una puta vez. Olvidarme de los espejos en los que me planto. Pero es que tengo un corte a lo largo del pecho que me queda de la hostia con la barba y las ojeras y la resaca.
Esta estúpida tendencia a ser Bukowski, o Jesucristo sin estigmas follando por la expiación de tus pecados.
Desde que era niño me ha fascinado leer,
de verdad.
Había quien opinaba que perdía el tiempo,
que durante todas aquellas horas
dejaba pasar la sangre y la vida en cualquier mundo inventado.
Seguramente fuera cierto,
quizá fuese un modo de ocultar el pánico,
la guarida.
Quizá fuese sólo un animal asustado,
un lunático.
Pero yo abandonaba mi cuerpo,
levitaba entre historias,
las masticaba...
siempre he sido más del otro lado.
Al caminar por las calles
me veía a mí mismo como uno de los personajes,
casi nunca el protagonista,
también he sido siempre un gran secundario.
El tiempo me curaría esa falta de ambición,
ahora lo sabes.
Mientras leía viajaba en el tiempo,
me convertía en habitante de lugares que no existían,
entraba en las mentes de todos ellos.
Les escuchaba.
Les conocía.
Deberíamos escuchar más a menudo.
Y escucharnos.
Era conocer todos los secretos sin poder cambiar el destino,
era ser dios con las manos atadas a la espalda.
Era una invasión imaginaria de pensamientos en letra.
Siempre me resistí a cerrar un libro,
no voy a dejarte que cierres los ojos.
de verdad.
Había quien opinaba que perdía el tiempo,
que durante todas aquellas horas
dejaba pasar la sangre y la vida en cualquier mundo inventado.
Seguramente fuera cierto,
quizá fuese un modo de ocultar el pánico,
la guarida.
Quizá fuese sólo un animal asustado,
un lunático.
Pero yo abandonaba mi cuerpo,
levitaba entre historias,
las masticaba...
siempre he sido más del otro lado.
Al caminar por las calles
me veía a mí mismo como uno de los personajes,
casi nunca el protagonista,
también he sido siempre un gran secundario.
El tiempo me curaría esa falta de ambición,
ahora lo sabes.
Mientras leía viajaba en el tiempo,
me convertía en habitante de lugares que no existían,
entraba en las mentes de todos ellos.
Les escuchaba.
Les conocía.
Deberíamos escuchar más a menudo.
Y escucharnos.
Era conocer todos los secretos sin poder cambiar el destino,
era ser dios con las manos atadas a la espalda.
Era una invasión imaginaria de pensamientos en letra.
Siempre me resistí a cerrar un libro,
no voy a dejarte que cierres los ojos.
si fueses consciente
de que intento violarte cada vez que escribo,
me leerías con las piernas cruzadas.
si supieses que en cada coma
te dejas la ropa colgada junto a dos centímetros cuadrados de piel,
tomarías anticonceptivos pornomentales una vez por semana.
si vieses en cada palabra que me sale del ombligo
un peligro para tu pureza,
quizá cerraras los ojos y los poemas.
pero puede que todo eso ya lo sepas,
que esté aprendiendo a leerte.
es posible que no esté equivocado,
y que todo eso sucediese
justo en el momento en que dejases de temblar
sintiéndome dentro.
de que intento violarte cada vez que escribo,
me leerías con las piernas cruzadas.
si supieses que en cada coma
te dejas la ropa colgada junto a dos centímetros cuadrados de piel,
tomarías anticonceptivos pornomentales una vez por semana.
si vieses en cada palabra que me sale del ombligo
un peligro para tu pureza,
quizá cerraras los ojos y los poemas.
pero puede que todo eso ya lo sepas,
que esté aprendiendo a leerte.
es posible que no esté equivocado,
y que todo eso sucediese
justo en el momento en que dejases de temblar
sintiéndome dentro.
No soy capaz de dormir y me he plantado delante de tu carta. Ni siquiera sé por qué lo he hecho. También he sacado dos billetes de metro, y el mapa que me dibujaste para llegar a tu casa en aquella barra de Malasaña. Quizá sólo quisiera vaciar los cajones de papeles amortiguados por la distancia, o limpiar el polvo de los rincones antes de que me ensucie los muebles.
Al sacarla se me ha caído del sobre la sinceridad rota a pedazos, aquella ropa en la que vestías la tinta y la voz cuando mentías. De eso me enteré después, claro, pero ahí están aún las marcas de tus lágrimas corriendo la tinta, huellas en el barro de animales extinguidos ya. Y yo que siempre te había imaginado inclinada sobre ese papel, escupiendo la verdad a secas.
Todavía huele a ti, ¿sabes? Todavía reconozco la mano que la escribió en las haches tumbadas con las que convertías echar de menos en una cama. Veo el bolígrafo que utilizaste, el color negro que en este caso no sobraba. Todavía se esconde en esa página la chica que me enseñabas aquellas noches, que se dormía conmigo tras una batalla de carne cada vez que se escapaba de su cárcel en la ciudad, que quería ver París sin estar sola, que saqué en brazos del coche, dormida, después de diez conciertos. Ésa que me proponía acertijos, y me leía, y me follaba.
Ahora me pregunto quién era ella si no eras tú. Y tu olor y la marca de tus dedos se convierten en recuerdos de otra, memoria de un cuerpo que no era tuyo, los párpados cerrados de aquellos ojos enormes.
Ahora que hace ya mucho que no te confundo por la calle, que no te calco en la curva de las cinturas que me rodean, que no te comparo porque no existías. Ahora que ya ni recuerdo el modo en que se te cayó la máscara que robaste, que sigo teniendo insomnio y escribiendo esta mierda... lo único que siento al leerte, al olerte, al reconocerte en un papel, es la tristeza por el recuerdo del dolor que provoca cualquier mentira.
Ya ves, ni siquiera eres especial en eso.
Al sacarla se me ha caído del sobre la sinceridad rota a pedazos, aquella ropa en la que vestías la tinta y la voz cuando mentías. De eso me enteré después, claro, pero ahí están aún las marcas de tus lágrimas corriendo la tinta, huellas en el barro de animales extinguidos ya. Y yo que siempre te había imaginado inclinada sobre ese papel, escupiendo la verdad a secas.
Todavía huele a ti, ¿sabes? Todavía reconozco la mano que la escribió en las haches tumbadas con las que convertías echar de menos en una cama. Veo el bolígrafo que utilizaste, el color negro que en este caso no sobraba. Todavía se esconde en esa página la chica que me enseñabas aquellas noches, que se dormía conmigo tras una batalla de carne cada vez que se escapaba de su cárcel en la ciudad, que quería ver París sin estar sola, que saqué en brazos del coche, dormida, después de diez conciertos. Ésa que me proponía acertijos, y me leía, y me follaba.
Ahora me pregunto quién era ella si no eras tú. Y tu olor y la marca de tus dedos se convierten en recuerdos de otra, memoria de un cuerpo que no era tuyo, los párpados cerrados de aquellos ojos enormes.
Ahora que hace ya mucho que no te confundo por la calle, que no te calco en la curva de las cinturas que me rodean, que no te comparo porque no existías. Ahora que ya ni recuerdo el modo en que se te cayó la máscara que robaste, que sigo teniendo insomnio y escribiendo esta mierda... lo único que siento al leerte, al olerte, al reconocerte en un papel, es la tristeza por el recuerdo del dolor que provoca cualquier mentira.
Ya ves, ni siquiera eres especial en eso.
Es cuando llego a casa
y encuentro el miedo vestido de silencio,
es cuando pienso que las tablas que me sujetan están podridas
y voy a tener que nadar hasta rendirme,
que no hay ninguna isla en medio de ningún océano.
Es ese instante en que camino encorvado subiendo las escaleras,
en que me olvido del interruptor,
y el corazón me pesa una tonelada de preguntas,
y el polvo de Fante no responde
porque todos los libros están cerrados.
Y cuando me hago pequeño de nuevo
y vuelvo a temer la oscuridad de las calles y las azoteas,
cuando las paredes de casa se decoloran
a brochazos de tristeza,
cuando no sé por qué.
Es el momento en que dejo de fingirme,
y me encierro en el baño para vomitar los nervios de no saber cómo seguir.
Cuando la soledad me susurra soledad,
y cambiaría mil latidos por dos abrazos
y un hombro
y una melena exacta donde atragantarme la vergüenza.
Es entonces cuando más te necesito.
Escribo del tirón,
me dan igual los secretos que ya no me guardo
y los quemo en renglones torcidos
para entrar en calor
o morirme de frío.
Y tiemblo.
Las huellas se han borrado
y el camino no tiene orillas ni puertos ni cerveza.
Las barras están vacías,
como los cuerpos.
Me ocultan algo,
lo sé,
y estrello mi rabia en vasos de cristal contra las fachadas.
Es cuando conduzco sin importar a dónde ni cuánto tiempo,
cuando me quedo varado en la última playa
y necesito respirar a cubos de palabras,
de labios,
de lenguas.
De tus palabras,
de tus labios,
de tu lengua.
La nada es la ausencia total de tus manos llamando a mi puerta,
es el invierno de carne congelada,
es mi viaje sin sentido
en un vagón de tercera,
sin billete,
ni equipaje,
ni olvido.
Y también mis pies descalzos sobre el mármol,
y mis ojos, y mis brazos,
y esta costumbre de necesitarte a veces
más que un techo que me seque de la lluvia.
Es el hambre de ti completa lo que me impide saciarme,
y el polvo no tiene respuestas.
No hay contratos firmados con el destino.
y encuentro el miedo vestido de silencio,
es cuando pienso que las tablas que me sujetan están podridas
y voy a tener que nadar hasta rendirme,
que no hay ninguna isla en medio de ningún océano.
Es ese instante en que camino encorvado subiendo las escaleras,
en que me olvido del interruptor,
y el corazón me pesa una tonelada de preguntas,
y el polvo de Fante no responde
porque todos los libros están cerrados.
Y cuando me hago pequeño de nuevo
y vuelvo a temer la oscuridad de las calles y las azoteas,
cuando las paredes de casa se decoloran
a brochazos de tristeza,
cuando no sé por qué.
Es el momento en que dejo de fingirme,
y me encierro en el baño para vomitar los nervios de no saber cómo seguir.
Cuando la soledad me susurra soledad,
y cambiaría mil latidos por dos abrazos
y un hombro
y una melena exacta donde atragantarme la vergüenza.
Es entonces cuando más te necesito.
Escribo del tirón,
me dan igual los secretos que ya no me guardo
y los quemo en renglones torcidos
para entrar en calor
o morirme de frío.
Y tiemblo.
Las huellas se han borrado
y el camino no tiene orillas ni puertos ni cerveza.
Las barras están vacías,
como los cuerpos.
Me ocultan algo,
lo sé,
y estrello mi rabia en vasos de cristal contra las fachadas.
Es cuando conduzco sin importar a dónde ni cuánto tiempo,
cuando me quedo varado en la última playa
y necesito respirar a cubos de palabras,
de labios,
de lenguas.
De tus palabras,
de tus labios,
de tu lengua.
La nada es la ausencia total de tus manos llamando a mi puerta,
es el invierno de carne congelada,
es mi viaje sin sentido
en un vagón de tercera,
sin billete,
ni equipaje,
ni olvido.
Y también mis pies descalzos sobre el mármol,
y mis ojos, y mis brazos,
y esta costumbre de necesitarte a veces
más que un techo que me seque de la lluvia.
Es el hambre de ti completa lo que me impide saciarme,
y el polvo no tiene respuestas.
No hay contratos firmados con el destino.
He empaquetado todas mis cosas en cajas de cartón,
mi ropa,
mis libros,
mis palabras,
un cuaderno gastado de anillas
que sujetan algunos recuerdos a mano,
un puñado de sueños apagados
entre las colillas,
tu nombre.
He descubierto al fin
que las despedidas se visten con letras de insomnio,
de paredes desnudas,
de habitaciones huecas,
del vacío de tus piernas
al que acabo de comprar el destino esta madrugada.
He recogido el alambre de funambulista
que unía tu cuerpo y el mío,
sin red,
sin pértiga de besos para mantener el equilibrio,
con lastre de silencio
en todos los bolsillos.
Vaciaré el cenicero de tus cenizas
mañana antes de marchar,
te dejaré una nota colgada en la puerta
por si te atreves a buscarme,
la factura de querer llevarte a hombros si lo necesitas,
de caminar contigo,
de probarnos,
de intentarnos,
de nadar.
Un acuse de recibo de tu ausencia,
no la mía.
Si no voy a ser contigo
seré lejos.
mi ropa,
mis libros,
mis palabras,
un cuaderno gastado de anillas
que sujetan algunos recuerdos a mano,
un puñado de sueños apagados
entre las colillas,
tu nombre.
He descubierto al fin
que las despedidas se visten con letras de insomnio,
de paredes desnudas,
de habitaciones huecas,
del vacío de tus piernas
al que acabo de comprar el destino esta madrugada.
He recogido el alambre de funambulista
que unía tu cuerpo y el mío,
sin red,
sin pértiga de besos para mantener el equilibrio,
con lastre de silencio
en todos los bolsillos.
Vaciaré el cenicero de tus cenizas
mañana antes de marchar,
te dejaré una nota colgada en la puerta
por si te atreves a buscarme,
la factura de querer llevarte a hombros si lo necesitas,
de caminar contigo,
de probarnos,
de intentarnos,
de nadar.
Un acuse de recibo de tu ausencia,
no la mía.
Si no voy a ser contigo
seré lejos.
cuando duermo contigo después de una tormenta
tu cuerpo huele a tierra mojada.
confundo tu espalda con mi casa,
te abrazo de costado,
dormimos con las ventanas abiertas.
después de una tormenta
todas las estanterías están vacías
y no leo más historia que la de tu pelo empapado.
el sexo sabe a vida,
tus orgasmos de sinceridad
a café de madrugada,
las palabras
a mordiscos de verdad en fila india.
me gusta cuando nos cenamos después de la lluvia,
de echarte a gritos de rabia de mis días,
de que te largues,
del odio desde lejos
al vacío de este cofre con llave.
y encontrarte a mitad del camino,
y mirarnos de frente en la acera
con una pizca menos de miedo
y una más de tú
y una más de yo.
tus ojos me cuentan quién eres después de una tormenta.
tu cuerpo huele a tierra mojada.
confundo tu espalda con mi casa,
te abrazo de costado,
dormimos con las ventanas abiertas.
después de una tormenta
todas las estanterías están vacías
y no leo más historia que la de tu pelo empapado.
el sexo sabe a vida,
tus orgasmos de sinceridad
a café de madrugada,
las palabras
a mordiscos de verdad en fila india.
me gusta cuando nos cenamos después de la lluvia,
de echarte a gritos de rabia de mis días,
de que te largues,
del odio desde lejos
al vacío de este cofre con llave.
y encontrarte a mitad del camino,
y mirarnos de frente en la acera
con una pizca menos de miedo
y una más de tú
y una más de yo.
tus ojos me cuentan quién eres después de una tormenta.
Que no te cosan los labios
con hilos de moralidad,
no les dejes
que te regalen besos sin pan,
que no te asusten los fantasmas
en los túneles del metro.
Mide la distancia en tiempo,
no te distraigas,
no encierres en la celda de anoche
a esta mañana.
Escucha los latidos.
Si te tiembla la mano,
escribe.
Las ciudades están llenas de gente sin alas.
con hilos de moralidad,
no les dejes
que te regalen besos sin pan,
que no te asusten los fantasmas
en los túneles del metro.
Mide la distancia en tiempo,
no te distraigas,
no encierres en la celda de anoche
a esta mañana.
Escucha los latidos.
Si te tiembla la mano,
escribe.
Las ciudades están llenas de gente sin alas.
Y yo que estaba encadenado al tedio cuando apareciste,
en lo primero que pensé al encontrarte en aquel giro
fue en escribir un puto libro
de ciencia fricción.
Y afilé la tinta y los cuchillos
para comerme más que tu carne,
saqué del cajón dos cuadernos nuevos para empezar a describirte
y las puñeteras musas,
cobardes,
se aburrieron de no poder compararte con nada.
Ni un jodido símil,
ni una metáfora.
Me dejaron tirado en el sillón
como a un saco de huesos pensante,
divagando con qué coño rimaba el color de tu pelo,
la curva
que adiviné bajo aquella camiseta de tirantes.
No me quedó más remedio que buscarte,
ganarme el infierno abrazando el deseo del calor de tu cuerpo,
de tu fiebre.
Me olvidé de la ciencia
y me quedé contigo.
Así que las noches que me bloqueo te hago hueco en el armario
por si te traes algo de ropa.
Tengo el firme propósito de robarte también tu olor.
Y aquí estamos ahora,
tú perdida en cualquier parte y yo
corrigiendo el maldito borrador
de una historia que nunca empieza.
en lo primero que pensé al encontrarte en aquel giro
fue en escribir un puto libro
de ciencia fricción.
Y afilé la tinta y los cuchillos
para comerme más que tu carne,
saqué del cajón dos cuadernos nuevos para empezar a describirte
y las puñeteras musas,
cobardes,
se aburrieron de no poder compararte con nada.
Ni un jodido símil,
ni una metáfora.
Me dejaron tirado en el sillón
como a un saco de huesos pensante,
divagando con qué coño rimaba el color de tu pelo,
la curva
que adiviné bajo aquella camiseta de tirantes.
No me quedó más remedio que buscarte,
ganarme el infierno abrazando el deseo del calor de tu cuerpo,
de tu fiebre.
Me olvidé de la ciencia
y me quedé contigo.
Así que las noches que me bloqueo te hago hueco en el armario
por si te traes algo de ropa.
Tengo el firme propósito de robarte también tu olor.
Y aquí estamos ahora,
tú perdida en cualquier parte y yo
corrigiendo el maldito borrador
de una historia que nunca empieza.
Se me ha acusado de cobardía,
de odiar a las gatas en celo,
de no ser un hombre.
De esconderme en la capucha de las palabras escritas,
de no ocultarme,
de no escapar nunca,
de correr.
Me han leído a la cara mi adicción a los puntos de inflexión,
a los suspensivos,
a los suspendidos.
Se me ha atribuído sinceridad sin escrúpulos,
mentiras sin tapujos,
insensibilidad
o vivir a flor de piel cuando hasta el viento te hace daño.
Y silencio,
palabrería,
impostura,
certeza.
Me han llamado poeta,
cerdo,
genial,
calienta coños.
Me han acusado de perdedor por provocar el final,
de no acordarme de nada,
de no olvidar.
Hay quien dice que lo hago todo trascendente,
otros que no hablo más que de lo que no importa.
Me han descrito en su catálogo como amante vulgar o brutal
según el color de las sábanas.
Tienen razón.
He sido,
soy.
Punto.
De vez en cuando la vida se cansa de regalarte esquinas desconchadas
y te deja una pared donde apoyarte.
Y te apoyas
con un cigarro encendido
y una cerveza
y palabras,
sujetando Madrid con la espalda.
No sabes dónde estás y no te importa,
y fabricas recuerdos de una tarde desembocando en las aceras,
las estaciones,
los andenes...
en ti desnudo sin quitarte un gramo de ropa.
tengo derecho a dos inspiraciones de tristeza
por cada centímetro que nos separa,
a dos expiraciones sin entierro
cada vez que me deshago entre dos piernas que no son tuyas,
a media docena de reflejos en las ventanillas del metro
por cada ojera.
a veinticuatro horas de insomnio
por cada recuerdo grabado sin comprimir
en la espina dorsal de mi estómago,
a un molde por cada huella,
a tres lágrimas por no,
a doscientos latidos por mirada.
a no permanecer en silencio,
a un abogado,
un juicio justo,
a veinte años de condena si me esperas a la salida de la celda.
Tengo derecho a tus cadenas si me das de comer de tu boca,
a romperlas,
a un cepillo de dientes por cada noche en vela,
a siete duchas calientes,
a una playa desierta follando contigo
por cada calle vacía.
a un esqueleto en ruinas,
a una calavera
por cada una de tus pestañas
que deberían estar aquí,
dormidas.
por cada centímetro que nos separa,
a dos expiraciones sin entierro
cada vez que me deshago entre dos piernas que no son tuyas,
a media docena de reflejos en las ventanillas del metro
por cada ojera.
a veinticuatro horas de insomnio
por cada recuerdo grabado sin comprimir
en la espina dorsal de mi estómago,
a un molde por cada huella,
a tres lágrimas por no,
a doscientos latidos por mirada.
a no permanecer en silencio,
a un abogado,
un juicio justo,
a veinte años de condena si me esperas a la salida de la celda.
Tengo derecho a tus cadenas si me das de comer de tu boca,
a romperlas,
a un cepillo de dientes por cada noche en vela,
a siete duchas calientes,
a una playa desierta follando contigo
por cada calle vacía.
a un esqueleto en ruinas,
a una calavera
por cada una de tus pestañas
que deberían estar aquí,
dormidas.
y todos esos cedés cerrados y amordazados,
todas esas palabras mudas en los libros sin abrir,
todas las películas en huelga de pantalla,
y el polo norte al lado izquierdo de la cama,
la copia que no he hecho de mi llave para que entres sin llamar,
todos esos objetos que me miran a la cara esta noche,
que me observan,
la casa entera,
las paredes,
el sillón...
y lo que llevo dentro,
el oxígeno que respiro,
y mi semen sin licencia,
los pulmones...
¿sabrán que es por ti?
todas esas palabras mudas en los libros sin abrir,
todas las películas en huelga de pantalla,
y el polo norte al lado izquierdo de la cama,
la copia que no he hecho de mi llave para que entres sin llamar,
todos esos objetos que me miran a la cara esta noche,
que me observan,
la casa entera,
las paredes,
el sillón...
y lo que llevo dentro,
el oxígeno que respiro,
y mi semen sin licencia,
los pulmones...
¿sabrán que es por ti?
escondido en un balcón,
a las dos de la mañana,
a la vista de los que regresan de la caza de polvos baratos escupiendo frustración.
pero no miran hacia arriba,
sus espaldas se doblan por la gravedad del fracaso de los cuerpos negados,
se susurran nombres bajo el alcohol
mientras yo me enciendo un cigarrillo sobre sus cabezas
y me bebo otro sorbo de ti
dentro de esa cerveza tan rubia que me sirve de coartada.
pienso en lo que voy a decirte mientras al otro lado del cristal
la vida sigue a puñetazos de Metallica,
a porros enjabonados de carcajadas de soledad,
a sueños postergados por las pantallas
y por algún acorde de cuarentena.
ellos sí me han visto,
pero disimulan.
se lo he contado en voz baja por si te deshacías,
por si de tanto rememorar tu nombre pasando de largo por la otra acera
te fueses gastando,
por si te pudieras consumir en una imagen borrosa de movimiento de caderas
que me he propuesto no olvidar.
ahora intento justificarme el haberme clavado al suelo,
hipnotizado,
sólo por el pánico escénico al tercer acto de encontrarte.
y busco palabras para levantar el telón,
y la calle está vacía
y callada,
y oscura,
y me duele el pecho de pensar en qué frase,
en qué jodido punto suspendido de disfraces,
de qué maldito modo esta vez,
voy a conseguir hacerte a la idea
de lo que pesa echarte de menos.
te necesito entera,
y rota.
te necesito con las heridas y las piernas abiertas,
sin corona,
vulgar,
marcada de caídas.
deshacerte la memoria a besos con sal,
a versos malversados en oídos olvidados,
perdón por los participios.
escribirte alguno nuevo cerca del ombligo,
borrártelo con los labios mientras lo recito.
aquí.
ahora.
y un poco más tarde despertar.
y rota.
te necesito con las heridas y las piernas abiertas,
sin corona,
vulgar,
marcada de caídas.
deshacerte la memoria a besos con sal,
a versos malversados en oídos olvidados,
perdón por los participios.
escribirte alguno nuevo cerca del ombligo,
borrártelo con los labios mientras lo recito.
aquí.
ahora.
y un poco más tarde despertar.
Es una forma de vivir como cualquier otra.
Te describo el panorama,
afuera tormenta,
adentro sudor,
un cenicero lleno de días con el reloj en contra,
Audrey en la pared
y Hank entreabierto sobre la mesa riéndose de mí.
El muy cabrón del destino echándose a un lado
para dejarme frente a frente contra ti
con todos tus fragmentos,
con tu voz,
tu boca,
tus clavículas,
tu vacío.
Y yo coleccionando gramos de paracetamol en páginas blancas
con calambres en los dedos,
echando de menos tu calor en junio.
Tiene huevos.
Una amiga me ha dicho hace un rato que puede ser amor
mientras jugaba con mi gata.
La he echado de mi casa,
me han salido de la mente tus dedos con anillos
y yo no te quiero atada.
Pero soy mejor contigo.
Te describo el panorama,
afuera tormenta,
adentro sudor,
un cenicero lleno de días con el reloj en contra,
Audrey en la pared
y Hank entreabierto sobre la mesa riéndose de mí.
El muy cabrón del destino echándose a un lado
para dejarme frente a frente contra ti
con todos tus fragmentos,
con tu voz,
tu boca,
tus clavículas,
tu vacío.
Y yo coleccionando gramos de paracetamol en páginas blancas
con calambres en los dedos,
echando de menos tu calor en junio.
Tiene huevos.
Una amiga me ha dicho hace un rato que puede ser amor
mientras jugaba con mi gata.
La he echado de mi casa,
me han salido de la mente tus dedos con anillos
y yo no te quiero atada.
Pero soy mejor contigo.
Ejecutemos al mundo de un disparo en la abstinencia,
trepemos a las estanterías y arrojemos al suelo
todos los libros que no hablan de ti,
quememos las plantaciones de sábanas frías
a llamaradas de insolencia y polvos de pólvora gris.
Arráncate el traje de martes y enséñame la piel de animal
que cubre los huesos del hambre,
quítame la ropa a bocados de necesidad
y te desnudaré despacio la tela sobrante.
Fóllame el alma, quid pro cuo, y no se te ocurra marcharte.
trepemos a las estanterías y arrojemos al suelo
todos los libros que no hablan de ti,
quememos las plantaciones de sábanas frías
a llamaradas de insolencia y polvos de pólvora gris.
Arráncate el traje de martes y enséñame la piel de animal
que cubre los huesos del hambre,
quítame la ropa a bocados de necesidad
y te desnudaré despacio la tela sobrante.
Fóllame el alma, quid pro cuo, y no se te ocurra marcharte.
Seguir adelante... meterme en la ducha y enjabonarme la ceniza, secarme ante el espejo roto y estar multiplicado, siete pedazos reflejados de mí que hacen siete yos.
Sentarme solo en una barra a comer sobre el suelo sucio de restos de otras vidas, de otras bocas. Pensar que eso es lo que quedará de mí... pero seguir adelante.
Sacudirme el sueño, los sueños, junto a las migas mientras camino por una acera desierta sin apetito ya. Tropezar con un adoquín desalineado, con tu corte sincero en traje de domingo, mirar a los lados por si alguien ha visto la sangre y, sin embargo... dar un paso más.
Repetir las palabras de memoria aprendidas de los gurús de la autoestima, frases de vendedor de pachuli en forma de hoja de ruta, sabiendo que no tienen ni puta idea de que tus labios existen y, aún así... recitarlas otra vez.
Odiar en silencio sin ningún respeto las sonrisas de otros, sus besos escalonados, sus miradas, echar de menos tus piernas cruzadas en un banco en mi parque, sentarme a escribir órganos internos que palpitan y, a pesar de eso... no corregir.
Llegar a casa vestido de tristeza dentro de un traje gris, preguntarme por qué los días son tan largos en junio si me apetece oscuridad y tu voz, y tu orgasmo, y leerte un par de letras, y tatuártelas, y sin embargo... dejar las cortinas abiertas.
Meterme en la cama desnudo, encontrarte en cualquier página de esas viscerales, arrugarme, cerrar los ojos por no ver mi sombra en la pared. No conocer el mañana, olvidarme el día de la semana y, de todos modos, con dolor de palabras... despertarme de nuevo.
No morirme por ti, pero respirar un poco menos.
Sentarme solo en una barra a comer sobre el suelo sucio de restos de otras vidas, de otras bocas. Pensar que eso es lo que quedará de mí... pero seguir adelante.
Sacudirme el sueño, los sueños, junto a las migas mientras camino por una acera desierta sin apetito ya. Tropezar con un adoquín desalineado, con tu corte sincero en traje de domingo, mirar a los lados por si alguien ha visto la sangre y, sin embargo... dar un paso más.
Repetir las palabras de memoria aprendidas de los gurús de la autoestima, frases de vendedor de pachuli en forma de hoja de ruta, sabiendo que no tienen ni puta idea de que tus labios existen y, aún así... recitarlas otra vez.
Odiar en silencio sin ningún respeto las sonrisas de otros, sus besos escalonados, sus miradas, echar de menos tus piernas cruzadas en un banco en mi parque, sentarme a escribir órganos internos que palpitan y, a pesar de eso... no corregir.
Llegar a casa vestido de tristeza dentro de un traje gris, preguntarme por qué los días son tan largos en junio si me apetece oscuridad y tu voz, y tu orgasmo, y leerte un par de letras, y tatuártelas, y sin embargo... dejar las cortinas abiertas.
Meterme en la cama desnudo, encontrarte en cualquier página de esas viscerales, arrugarme, cerrar los ojos por no ver mi sombra en la pared. No conocer el mañana, olvidarme el día de la semana y, de todos modos, con dolor de palabras... despertarme de nuevo.
No morirme por ti, pero respirar un poco menos.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)